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Foto: IVAN GIMÉNEZ
Entrevistes

Daniela Ortiz “Cataluña sufre la opresión de España, pero no es una colonia”

La artista Daniela Ortiz (Cuzco, 1985) se define como “inmigrante anticolonial, abolicionista de las leyes de extranjería, radicalmente antirracista y felizmente feminista”. Se trasladó a Barcelona durante la primera década de los 2000 e hizo de todas estas causas una lucha política. Una buena parte de su obra versa en torno a la situación de las comunidades migradas “en una Europa que s’autoexplica como una sociedad superior, pero que causa 50.000 muertos en la frontera”. Crítica con la izquierda blanca y con el racismo institucional, hablamos con ella de las rémoras de la colonización, de la relación entre Cataluña y España, de los feminismos y de las políticas de control de la inmigración.

13/02/2020 | 19:00

Háblanos de tus orígenes, de tu infancia en el Perú, de tu familia.

Nací en 1985 en el Perú, en el seno de una familia mestiza de clase media que, en el contexto político, social y económico peruano, era bastante privilegiada: no teníamos lujos pero sí que teníamos derecho a la vida. Las condiciones allí son complicadas. Nací en Cuzco y viví en esa ciudad hasta principios de los noventa. Mi padre era guía turístico en la selva, y, cuando estalló el conflicto armado, el turismo desapareció, así que nos vimos casi forzados a regresar a Arequipa, la ciudad donde vive mi familia. Esto supuso un impacto muy fuerte para mí, y con el paso de los años he entendido como me afectó esta experiencia y por qué odio tanto a la clase alta. En Cuzco hay un contexto indígena, mestizo, muy reivindicativo con su identidad, y, en cambio, Arequipa es una ciudad racista, muy aristócrata, muy clasista, y que se autoconsideraba más blanca. Se lee así a sí misma, pero no porque lo sea realmente. Pues nos instalamos en casa de mi abuela y, al cabo de los años, mis padres volvieron a Cuzco, pero yo me quedé en Arequipa para terminar la escuela.

¿Es allí donde estudias Bellas Artes?

No, me trasladé a Lima para estudiar. Fue una experiencia complicada, porque Lima es una ciudad mucho más cara. Solicité hacer Bellas Artes en la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes del Perú, pero no ingresé en ella. Después, la Escuela fue tomada por los estudiantes de manera justa y propicia, y no pude volver a solicitar el ingreso. Mi padre me ofreció la posibilidad de estudiar en la Universidad Católica, que es privada, pero entrar supuso un nivel de estrés muy alto para mi familia desde el punto de vista económico. Entonces decidí ir a vivir a Europa, donde hay universidades públicas y donde creía que podía sostenerme trabajando como camarera, porque en Lima es casi imposible.

Y de Lima a Barcelona.

De hecho, vine a Barcelona porque había un convenio entre la Facultad de Bellas Artes donde yo estudiaba y la Facultad de Bellas Artes de la UB, y eso facilitaba el proceso de traslado del expediente. Bueno, “facilitaba”, porque este proceso duró dos años, y lo más difícil fue el visado de estudiante. En aquel momento no tenía las herramientas para leer los mecanismos de racismo institucional que existen; pero, por ejemplo, una de las cosas que me solicitaban para obtener el visado —que es una de las formas más privilegiadas de entrar en Europa— era un examen de sífilis y de tuberculosis. ¡Hay países donde incluso se pide una prueba del VIH! Estos requisitos no se los piden a todos, obviamente.

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“Necesitas un monumento a Colón para poder tener un Centro de Internamiento de Extranjeros”

Explicas que tenías una situación de cierto privilegio en Perú. ¿Es cuando intentas entrar en Europa cuando vives en carne propia las opresiones de clase y el racismo?

En realidad, el momento clave es antes: a los 15 años, cuando aborté en un país donde el aborto es ilegal. Siempre había estado en un entorno medianamente protegido, y aquello fue un choque de realidad: entendí que el mundo no es como me lo habían explicado. Y después, si bien yo no vivía una situación de racismo en carne propia por el hecho de ser mestiza en Perú, donde el privilegio racial marca diferencias muy fuertes, sí había recibido una educación muy crítica en relación con este tema. Llegar a Europa me impacta muy fuerte porque tomo conciencia de los 50.000 muertos y desaparecidos en las zonas de frontera, o de la existencia de los CIE. Esto hace que la autoimagen que Europa construye de sí misma, que nos hace creer a los del Sur global que es superior y que no hay racismo, se desmonte. Cuando estás aquí, te das cuenta del nivel de violencia brutal que se ejerce contra las comunidades migrantes. No me lo imaginaba.

La decisión de trasladarte a Europa ¿tiene que ver con el hecho de que el discurso de la ‘superioridad europea’ impregna también el ámbito cultural al que tú te dedicas?

¡Obviamente! Dentro de las narrativas eurocéntricas existe la idea de que el arte en mayúsculas está en Europa, y a los estudiantes de Bellas Artes nos enseñan referentes artísticos en mayúsculas: Picasso, Matisse, Gauguin… es decir, hombres, europeos y blancos. Tú llegas a la conclusión de que sólo eso es arte y que es aquí donde lo tienes que ir a buscar. Y, después, hay toda una serie de mecanismos que niegan las manifestaciones artísticas creativas del Sur global. Todo lo que se hace allí es artesanía o manifestaciones culturales, pero no es arte. Entonces, varios agentes como las universidades, las instituciones artísticas o los medios de comunicación reproducen esta lógica para sustentar este orden global. La misma lengua es un ejemplo de ello. El hecho de que hablamos castellano por una imposición colonial y que ser parlante del quechua sea motivo de sufrir racismo es una manera de sostener la supremacía blanca, que tiene el núcleo en Europa y que necesita operar en todos los ámbitos de la vida: la cultura, la lengua, la medicina, la comunicación, las políticas económicas, militares, policiales y de control. Necesitas controlar toda la maquinaria para poder generar la situación de muerte y de violencia en las zonas de las ex-colonias.

¿Y esto también se refleja en el espacio público?

Exactamente. Necesitas un monumento a Colón para tener el CIE, porque sostiene la hegemonía del discurso que nosotros somos seres inferiores, que nos han descubierto y que tenemos que aprender las normas, formas, lenguas y culturas locales para poder convivir con vosotros. Y nos obligan a adoptar todo ello mediante las políticas de integración de la población migrante, por ejemplo. Y con el control de estas herramientas puedes legitimar el hecho de enviar a la policía a detener, deportar y matar. Si no normalizaras el poder de la supremacía blanca mediante todos los inputs —libros infantiles, medios de comunicación, música, monumentos—, la sociedad se levantaría en contra de que haya 50.000 muertos y desaparecidos en las zonas de frontera, producidas por el sistema de control migratorio.

Eres muy crítica con estas políticas de integración. ¿Por qué?

Las políticas de integración no son como cree el imaginario general, que piensa que son servicios que nos dan a los inmigrantes cuando llegamos para que formemos parte de la sociedad. No. Son trabas burocráticas creadas para impedir que accedemos a los papeles y que, además, cuestionan de manera negativa nuestras formas culturales y de organizar nuestra cotidianidad. Esto no se les cuestiona ni a los finlandeses ni a los belgas, por ejemplo, a pesar de que ellos tienen una lengua y una cultura muy diferentes. Nosotros hemos incorporado a la fuerza, por el hecho colonial, muchas de las formas de vida españolas, catalanas, europeas. Pero, aun así, se nos pone en cuestión.

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“Es un insulto decir que Cataluña es una colonia cuando hay 50.000 muertos y desaparecidos en la frontera”

De hecho, te describes como “inmigrante anticolonial, abolicionista de las leyes de extranjería, radicalmente antirracista y felizmente feminista”. ¿Cuando te involucraste en estas luchas?

Hubo dos puntos de inflexión: el primero es la celebración del 12 de octubre -el inicio de la invasión colonial- como fiesta nacional, la fiesta más importante de la identidad española. Tomé conciencia de esta celebración dos años después de llegar aquí. La segunda fue que me iban a hacer un despido improcedente por una acción artística de crítica a la situación laboral que yo tenía. Llamé a la CNT para explicar la situación y porque quería ir a juicio, pero los compañeros, de manera sabia y responsable, me dijeron que no lo hiciera. Me tocaba renovar el permiso de residencia al año siguiente, y, si tenía antecedentes o un procedimiento judicial abierto, no podría renovarlo. Fue muy contundente ver que los derechos de un trabajador blanco español son unos, y los de un trabajador migrante, otros.

¿Cuál fue esta acción artística a la que te refieres?

Dibujé unos planos con todas las indicaciones para entrar a robar a la chocolatería donde trabajaba. Mi jefe empezó a pagarme 15 o 20 días tarde y decía que no tenía dinero, pero yo cerraba la caja todos los días con el doble de mi sueldo en una única de sus tiendas. Y tenía tres en Barcelona. Estaba usando mi fuerza de trabajo y la de los compañeros para abrir establecimientos fuera de España. Me pareció importante plasmar el poder que tenemos los trabajadores por medio de la información, y quise dar la vuelta a mi situación de subordinación de manera simbólica. La empresa quería denunciarme penalmente, así que terminé renunciando yo “voluntariamente” para evitar un proceso judicial más grave. Y otra acción que hice en la tienda fue robar un trozo de chocolate de Guanaja un 12 de octubre y comérmelo. En esta tienda servían chocolate decorado con oro. Para mí, esto era muy impactante, por la muerte y la violencia que genera el extractivismo y porque el oro es la materia prima por excelencia en el orden colonial. Fue un placer muy perverso consumir lo que genera tanta muerte. Y así comenzó mi actividad política en este sentido.

Hace unos meses hubo un gran debate vía Twitter en torno a un hilo que hiciste explicando por qué Cataluña no se puede considerar una colonia. En un artículo en ‘Públic‘, junto con las activistas descoloniales Sara Cuentas y Maria Dantas, desmenuzabais los motivos de esta idea. En cambio, hay personas de la órbita del independentismo, como Ramón Cotarelo o Belén Murillo, que encabezaba la ANC en Madrid, que aseguran que la relación entre España y Cataluña es una relación colonial.

Con 50.000 muertos y desaparecidos en la frontera, me parece un insulto decir que Cataluña es una colonia. Es obvio que sufre una situación de opresión en relación con España y que España ejerce violencia contra Cataluña, pero Cataluña históricamente nunca se ha inscrito en las lógicas coloniales. Las políticas históricas que han condicionado las colonias y los niveles de violencia hacia la población son incomparables con la situación que se vive en Cataluña. Hay una línea política que separa el Sur y el Norte, y hacia abajo, las cosas se gestionan con la muerte. La resistencia y la lucha significan muerte sistemática y cotidiana. La normalidad allí es la violencia con momentos excepcionales de paz, mientras que en el Norte global ocurre lo contrario.

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“Hace falta una alianza entre el independentismo y el antirracismo porque tenemos un enemigo en común: España”

Al margen de esto, apuntábais que considerar Cataluña una colonia implicaba invisibilizar el rol que ha tenido en la historia colonial.

¡Es sacarle cualquier responsabilidad en relación con este tema! Y más aún: el colonialismo hoy pervive a través del sistema de control migratorio, que es una política que crea la Unión Europea y que se aplica a las personas que venimos del Sur global para evitar que tengamos los mismos derechos que los europeos. Cataluña es una sociedad blanca, forma parte de Europa y se reivindica como tal. La reivindicación del independentismo hegemónico está dentro de la UE, sin ningún cuestionamiento al respecto. ¿Dónde sitúas estas políticas si narras Cataluña como colonia? Es muy arriesgado utilizar lógicas que han sido creadas desde las resistencias antirracistas para que sirvan a estas resistencias. Y eso no quita que hace falta una alianza entre el independentismo y el antirracismo porque tenemos un enemigo en común que se llama España. Pero esta alianza no puede ser de eslogan.

¿Qué quieres decir?

Que debe ser fruto de un trabajo profundo, de entender que estamos en posiciones diferentes en relación con España, y que la comunidad migrante también tenemos una situación compleja en relación con Cataluña. Hay que reconocer esta diferencia para gestionarla en un posible camino común de lucha. Pero también te digo que a mí me decepciona mucho que a nosotros no nos consideren una posibilidad de alianza.

¿Se os excluye?

El 1 de octubre no se nos convocó a votar, por ejemplo. Era un acto de desobediencia civil, y las lógicas de cómo sería esta votación fueron decididas a partir de la autodeterminación. Pero no se nos convoca porque no se nos considera un sujeto político con el que trabajar codo con codo. !Y nosotros odiamos a España, que es quien nos impone principalmente la Ley de extranjería! Entonces, si hay un enemigo común, se podrían trabajar ciertas líneas comunes, pero falta voluntad. El Estado español articula su identidad nacional reivindicando el imperialismo y el colonialismo mediante la fiesta del 12 de octubre, tiene 14 monumentos a Colón y calles dedicadas a todos los colonos. Así sostiene su posición en el orden colonial actual. ¿Por qué Cataluña no se desmarca y tumba el monumento a Colón como un acto de rechazo al colonialismo y al vínculo con la identidad española?

Cuando la CUP de Barcelona la planteó, esta iniciativa se criticó desde muchos sectores…

Incluso BComú se negó; pero, en cambio, estratégicamente, sacó el monumento a Antonio López. ¿Pero cómo lo hizo? Primero, no convocó a todos los colectivos que llevan años denunciando los monumentos coloniales y, después, la estatua se retiró siguiendo todos los protocolos de seguridad. Este proceso se vivió de una manera muy diferente en Chile, por ejemplo. O en Caracas: fue una masa de gente que la tumbó, y le pegaron patadas, golpes con palos, escupieron sobre ella… Estas formas marcan el acto y construyen historia.

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“Hay una irreponsabilidad de la izquierda blanca al señalar como racismo solo aquello que hace o dice la derecha”

¿Cómo lees la reacción de algunas personas, a través de las redes sociales, cuando hiciste los comentarios en Twitter sobre el hecho de que Cataluña no es una colonia?

Es muy sintomático que uno de los comentarios que más me hicieron fue “vete a tu país”. Es un comentario directamente racista: si no te integras, si no te comportas, si no piensas como nosotros, vete. Esta respuesta también tiene que ver con el “dolor de la blanquez”: la supremacía blanca hace que el sufrimiento de la colectividad blanca valga más. Las cargas policiales del 15-M o del 1-O son símbolos, porque la violencia contra los cuerpos blancos no se considera legítima. En cambio, esta violencia por parte de los mismos cuerpos del Estado es la cotidianidad que sufre la resistencia antirracista migrante, y está absolutamente normalizada, normativizada y regularizada. Venir acá sin papeles es un acto de desobediencia civil contra una Ley de extranjería racista, es una forma de resistencia política. Pero un muerto indígena o un muerto negro vale menos. Yo siempre digo que las personas que han hecho los motines en los CIE deben estar al frente del movimiento antirracista. Estos sujetos sufren la peor de las violencias por parte del sistema capitalista, colonial y patriarcal, y, si no vamos a la base de cómo funciona esta violencia, no arrancaremos el problema de raíz, que es lo que debemos hacer. Por eso me quejo cuando la izquierda independentista dice que es anticapitalista; no es posible si no eres antirracista, porque el sistema económico capitalista se basa principalmente en el orden colonial y en el capitalismo racial. Si tú no desmontas todo el sistema extractivista en el Sur global, no desmontas el capital.

De hecho, denuncias el racismo que proviene también de las izquierdas, del independentismo y del feminismo.

Desde algunos discursos de la izquierda blanca, del feminismo o del independentismo, se reproducen y se refuerzan lógicas racistas. Para mí, es imprescindible romper la dinámica individualista de las luchas, el “yo lucho por mí y por mis derechos”. En el contexto europeo, la lucha por los derechos de los trabajadores de clase media tiene más espacio que la lucha por las personas que están siendo asesinadas sistemáticamente aquí por estos mismos gobiernos. El feminismo blanco toma las calles y tiene todo el eco mediático. Hablan de cosas que yo también reivindico, pero silencian, por ejemplo, las retiradas de custodia que viven sobre todo las mujeres migrantes, que es una de las peores violencias patriarcales que se puede dar. Aquellas que viven las peores consecuencias de la violencia capitalista, colonial y patriarcal no están siendo consideradas, cuando deberían estar en el centro. Yo no sólo milito en el antirracismo por mi situación personal, sino porque veo que es una de las primeras violencias que hay que combatir y que, además, creo que se ha reforzado.

¿Reforzado con el ascenso de la extrema derecha en Europa y en España?

Sí. Pero lo que me preocupa es que este hecho sube el listón de lo que se considera racismo. Y eso es gravísimo, porque desde Trump, Le Pen, Salvini o Abascal, todo lo que esté por debajo ya no es racismo. ¿Y cuál es el problema? Que hay una irresponsabilidad de la izquierda blanca al señalar como racismo sólo lo que hace o dice la derecha. No pone el foco en que es algo estructural, histórica, institucional, que se refuerza, que existe en todos los ámbitos de la vida y en todos los partidos, y que se ha agravado muchísimo en los últimos años. Son brutales los niveles a los que se está llegando. Hace más de 30 años que tenemos portadas de periódico o informativos en los que la población europea blanca se le narran 15, 50, 200 o 300 muertos en la frontera. El nivel de normalización que se ha dado durante todos estos años con las políticas de muerte en las zonas de frontera también refuerza el racismo, pero hay muchas personas dentro de las comunidades migrantes y racializadas que estamos comprometidas con esta lucha. Y la crítica que se le hace a la izquierda blanca es apelando a este compromiso. Para nosotros, la izquierda blanca es a la vez nuestro primer aliado y nuestro primer enemigo.

Desde los feminismos siempre se habla de la necesidad de la interseccionalidad, pero no sé si en sociedades como la nuestra esto es una práctica real o un discurso retórico.

La forma como opera la mentalidad europea es la de engullir ciertas palabras y prácticas. Con la interseccionalidad, una de las cosas que han pasado es que el feminismo blanco lo engulle y lo interanomena para cambiar su significado. Hay una tendencia de engullir los términos para vomitarlos con otros significados. Cuando lees las políticas creadas para ejercer control y violencia contra la población migrada, por ejemplo, se mencionan los derechos humanos cada dos párrafos. Y esta es la estrategia para decir que los derechos humanos no se violan, porque se mencionan.

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“Los ‘ayuntamientos del cambio’ han seguido con las mismas prácticas que normalizan en el imaginario blanco la violencia hacia los cuerpos negros”

¿En qué sentido dices que esto también ha pasado con el feminismo blanco?

Pues que ahora resulta que las feministas blancas serán las garantes de la interseccionalidad y las que decidirán qué significa esto. El movimiento feminista blanco hipervisibiliza la violencia de género intrafamiliar en familias migrantes, porque también existe la concepción de que los hombres racializados son más machistas que los blancos. Esta violencia existe, claro, pero sólo eso se considera violencia de género. A la vez, la Ley de extranjería e instituciones como la DGAIA ejercen violencia patriarcal y machista contra las mujeres migrantes y hay un silencio brutal alrededor de esto. Una de las formas que tenemos de acceder a los papeles, que están creados para que no los podamos tener, es por medio del matrimonio. No sabes las situaciones de violencia de género y de control que se dan por parte, sobre todo, de hombres blancos españoles sobre mujeres migrantes, porque sus papeles dependen de ellos. Y de este eje no se habla.

Ahora que te referías a esta institución, en la actualidad estás exponiendo en la Virreina Centro de la Imagen, con trabajos antiguos y nuevos. En una parte de la exposición denuncias precisamente las retiradas de custodia de los menores por parte de la Dirección General de Atención a la Infancia y la Adolescencia (DGAIA), poniéndote a ti misma como ejemplo.

La DGAIA se inscribe en la continuación de una cierta genealogía de la caridad, que tiene que ver con una supuesta protección de los menores. Por un lado, tiene esta parte, y por otro, tiene una serie de mecanismos legales que normativizan la retirada de custodia por motivos clasistas, racistas y patriarcales, que no tienen nada que ver con el imaginario que, si a una mujer le quitan a su hijo, es porque hay violencia sexual, física o psicológica por medio. Pero, si alguien analiza los factores de riesgo utilizados por la DGAIA, el abanico incluye desde vivir una situación de desahucio hasta que la madre sufra violencia de género, que ejerza el trabajo sexual, que sea víctima de trata o una mujer migrante ilegalizada. Y el argumento que se utiliza es el interés superior del menor. Pero esto es brutal, porque sólo tiene en cuenta ciertas necesidades materiales de la criatura, mientras que invisibiliza el nivel de violencia que supone que la separen de su madre. Detrás de esto, lo que se impone es que la ‘familia legítima’ es la burguesa blanca y de clase media.

Otra parte de la crítica que haces en la exposición la centras en el racismo institucional. También lo practican, dices, los “ayuntamientos del cambio” como el de Barcelona. ¿En qué te basas?

Los ayuntamientos son los que emiten los informes de arraigo necesarios para poder solicitar o renovar los papeles, o son los que gestionan el espacio público en relación con los compañeros vendedores ambulantes. Lo más grave que se ha visto cuando han entrado los “ayuntamientos del cambio” son las decisiones políticas que han tomado con la persecución de los vendedores ambulantes. A la gente que está trabajando en el espacio público se la persigue, se la humilla y se la pone en riesgo de deportación o de accidente. Con un discurso más moderado, estos consistorios han seguido con las mismas prácticas, que normalizan en el imaginario blanco la violencia hacia los cuerpos negros.

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