30/03/2022 | 06:00
¿De dónde viene Elizabeth Duval?
De Alcalá de Henares, aunque después viví en Plasencia, en Extremadura, durante seis años. De allí me fui a Barajas, a Madrid. Si lo miro con cierta ironía, podría decir que no soy de ninguna parte.
Ahora vives en París.
Sí, de hecho, ser una escritora que vive en la capital francesa tiene un aire seductor, de extravagancia para los medios culturales y los lectores de aquí. Debe ser el encanto de vivir en el extranjero.
Eres la primera de tu familia con estudios universitarios.
Sí. Mi abuela quería estudiar medicina, pero cuando se casó de joven, perdió ese horizonte. Mi madre tampoco estudió porque se quedó embarazada de una primera pareja con 16 años. También se casó muy joven y trabaja de camarera de pisos y servicios.
¿Y tu padre?
De mecánico de coches, en el taller de su padre. Todos mis familiares realizan trabajos sin ninguna formación universitaria. Mis hermanos por parte materna tampoco han estudiado. El mayor trabaja en una pista de un aeropuerto y el mediano recientemente ha cursado estudios para ser actor.
¿Eres la pequeña de tres?
La pequeña, sí. Ellos son bastante más mayores que yo.
¿No los ves mucho?
No, no mucho.
“Soy de una familia de clase baja: mi madre sufre las consecuencias de precariedad de la reforma laboral del PP”
En una entrevista comentas que durante tu transición de género buscabas una fortaleza intelectual frente a la familia y los compañeros de escuela.
Sí, era una esfera para protegerme. Si eres la rarita y permaneces en una posición de exclusión, muchas veces te refugias en ciertas cosas porque no tienes otro cobijo. Hablo de la rarita que en el patio no jugaba a lo mismo que los demás. Dado que no podía competir en el terreno de la fuerza, mi espacio para competir fue el pensamiento y el espacio académico.
Intento imaginarme la sensación de fragilidad.
La adolescencia es una etapa vulnerable para todos y más si vives un momento de extrañeza, de sentirte rarita. Es casi inevitable sentirse vulnerable, experimentar un sentimiento de exclusión, de no sentirte partícipe de un grupo.
¿Dirías que provienes de una familia de clase media?
Más bien, baja. De hecho, mi madre, en 2011, cuando el PP llega al gobierno con la reforma laboral, es víctima de las subcontrataciones que afectaron a las camareras de pisos y hoteles. Mujeres que pasan de un sector con condiciones fijas a uno nuevo gestionado por empresas de trabajo temporal, donde en una jornada pueden trabajar todo el día, pero, en cambio, otra sólo dos horitas. Estas consecuencias de precariedad de la reforma laboral las conozco y he vivido.
En este contexto familiar sorprende que con 15 años empieces a leer autores como Rousseau, Marx y Judith Butler. ¿Qué ocurría?
Empiezo mi transición y me politizo. Me influencia el primer Podemos y la aparición de Pablo Iglesias con su discurso de izquierdas en La Sexta Noche y me intereso por cuestiones de género y de pensamiento político, por El manifiesto comunista y por El contrato social. Esta etapa de lecturas se debe al ambiente de politización que había entonces y al recorrido personal que empiezo.
“Los crueles no son solo los demás: la exclusión del diferente la hacemos entre todos”
Dices que te politizas cuando sales del armario. ¿Por qué?
Porque me doy cuenta de que el ser social está traspasado por un componente político. Cuando vivía en Barajas, iba a un centro concertado católico y, cuando salí del armario, me invitaron a abandonar el centro porque no querían hacer ningún tipo de cambio ni tampoco aceptar mi identidad. Esta vivencia tan directa de exclusión implica de inmediato que hay algo político que sucede en los vínculos.
En la exclusión existe mucha crueldad.
Sí, pero la crueldad es inherente a la condición humana. No debemos pensar que los crueles son los demás. Más bien, la exclusión del diferente la hacemos un poco entre todos.
Después de Madrid te vas a París. ¿Cómo lo haces? ¿Trabajas?
Cuando digo París, nos imaginamos una vida en el barrio Latino. Sin embargo, mi primer año en París se parece más a una vida en una ciudad de la periferia a una hora y media en tren hasta la capital, donde debes realizar transbordo de metro y bus para ir a clase, compartiendo piso, cada uno en su habitación y comprando en el Lidl para economizar. Una forma de vida menos glamurosa. Ahora que trabajo en diferentes medios de comunicación puedo permitirme una condición económica más holgada. Pero vivía en el extrarradio.
¿Y cómo era ese extrarradio?
Muy cansado, agotador. Recuerdo un lunes de clase de ruso a las ocho de la mañana, levantándome a las cinco y media y al llegar a clase, sentir espasmos de sueño porque no había dormido lo suficiente. El extrarradio, los trayectos largos en transporte público, las lecturas… En fin, incluso el cuerpo se resiente.
Además de la universidad, Internet ha sido para ti una formación importante.
No tanto Internet como la democratización de ciertas bases culturales colgadas en Internet. Obviamente pirateaba textos de Marx y de webs como el archivo de textos marxistas. Además, claro está, las discusiones en los foros.
“Si de repente creemos que hablar de género invisibiliza algo, es que hemos retrocedido más allá de los años noventa”
¿Te abruma que, siendo tan joven, se hable de ti como una líder de opinión?
Estoy acostumbrada, sobre todo porque en París yo no soy nadie. En Madrid o en Barcelona me reconocen por la calle, pero no me ocurre en Francia, que soy prácticamente anónima. Y eso te ayuda a tener los pies en el suelo.
Has hablado sobre cómo te politizas. Tenía 10 años durante el 15-M. ¿Lo recuerdas?
No recuerdo nada. En Barajas, junto al aeropuerto, no llegaban los ecos del 15-M. En el colegio no sonaba demasiado ese fenómeno.
¿Y cómo ves a tu generación?
Para mí, el discurso generacional es algo tramposo, porque camufla otros aspectos más importantes. Cuando hablamos de generaciones, parece que esta categoría es más importante que la de clase, como si por el hecho de pertenecer a una generación todo el mundo viviera la misma precariedad, como si no existiera en el seno de una generación diferencias según de dónde provenga cada uno. Hay una parte que vive y vivirá la precariedad, y otra que nunca la vivirá.
En tu libro Después de lo trans reflexionas sobre la transexualidad. Pero ¿qué significa ser trans? Quiero decir si se puede definir a alguien sólo como ser trans o debe decirse hombre trans o mujer trans.
Ser trans es un modificador adjetival. No se trata de un concepto que tenga sentido por sí mismo, sino que más bien modifica un sistema de relaciones que ya está presente. Lo trans no puede interpretarse en sentido estricto fuera de la dicotomía entre hombres y mujeres, porque implica un movimiento, un desplazamiento de los términos ya dados dentro del sistema, de la estructura de género.
Hay un discurso feminista que consideras transfóbico que afirma que hablar de género en el marco legal, invisibiliza la violencia de género. ¿Estás de acuerdo?
Afirmar esto es una trampa discursiva. Si hablamos de violencia de género, significa que tenemos conciencia de que no hay nada natural en esta violencia, sino que aludimos a unas estructuras y dinámicas sociales históricas. A lo largo del tiempo, muchas feministas han utilizado el género como herramienta para analizar la realidad trans desde postulados transexcluyentes como protrans. Si de repente creemos que hablar de género invisibiliza algo, es que hemos retrocedido más allá de los años noventa.
En este sentido, ¿crees que es necesario abolir el género o, en todo caso, el componente violento del género?
Muchas veces, y no sólo con el género, también cuando hablamos de la abolición de la prostitución, existe una especie de confianza ciega en el poder de la ley, según la cual se asume que muchas manifestaciones sociales pueden desaparecer de un plumazo, como si con la ilegalización pudiéramos acabar con la prostitución o sometimiento de las mujeres. Pero, con quienes centran su discurso en la necesidad de abolir el género, me gustaría preguntarles cuál es la hoja de ruta para la abolición. Y lo mismo les diría a ciertos marxistas que promulgan el fin del Estado.
“Hay una lucha de poder entre las feministas del PSOE y las de Podemos, cuando se crea el Ministerio de Igualdad de Irene Montero”
¿Y qué les preguntarías?
Cuál será la administración de las cosas, cuál será la estructura de organización social que elegirán, una vez abolan el Estado. El género es un sistema relacional, una forma de comprendernos los unos con los otros dentro de la sociedad. Es tan flexible y maleable que me parece muy difícil pensar que va a desaparecer, porque estamos hablando sobre cómo nos relacionamos y nos pensamos, acerca de cómo ocupamos el espacio y cómo nos vemos entre nosotros. Hay aspectos del género que van mucho más allá de que exista un sistema inherentemente opresor. Eliminando la opresión, no se llega a abolir el género.
¿De qué modo la familia o la sociedad determina el género?
Hay muchos factores. Si no viviéramos en una sociedad dada, las normas y los guiones de género no existirían. Asimismo, puede haber valores biológicos vinculados a la evolución histórica de estas normas de género que condiciona que algunas personas estén más predispuestas que otras a internalizar ciertos comportamientos. En conclusión, determinar un porcentaje sobre si el género se adquiere por factores ambientales o biológicos es tan difícil que a mí me parece casi imposible dilucidarlo.
¿Podemos describirlo como un proceso consciente?
No, no lo es. Una persona no elige cómo quiere identificarse. Adquiere el género como una formación de la imagen que tiene de sí mismo y de su identidad. Pero la influencia de los modelos de familia y de la sociedad son importantísimos. La noción de Foucault entre ley y norma ayuda a comprender que el género es una cuestión normativa, que no se trata de un sistema de ley ni de represión que obliga a cumplir algunas conductas; sino que es un sistema por el que se internalizan por convención social algunas normas y que se actúa según estas normas, aunque sea de forma inconsciente.
¿Qué opinas de las discrepancias dentro del feminismo? Tú te has visto envuelta en polémicas. Pienso en Lidia Falcón, entre otras. ¿Cómo comprender estas disputas? ¿Es una lucha por la hegemonía del feminismo?
Puede haber discrepancias teóricas entre diferentes ramas, sin embargo, hemos asistido a una lucha de poder, sí, a una disputa por la hegemonía aumentada por el conflicto entre el feminismo vinculado al PSOE, con mujeres en cargos en el Instituto de la Mujer, y una nueva generación feminista, por parte de Podemos, que se incorpora a la política institucional. Me refiero al Ministerio de Igualdad de Irene Montero. Este es el marco donde se desencadena gran parte del fortísimo debate. Si no se analiza desde aquí, no se entiende que figuras como Ángeles Álvarez, que en 2018 aparecían con la bandera apoyando la ley trans del PSOE, haga un viraje radical dos años después y se convierta en una de las más feroces críticas contra todo tipo de ley trans. Creo que hay intereses políticos muy claros y que ni siquiera son conscientes de ello.
“En Madrid, al PSOE le falta sangre en las venas; más bien, parece de horchata”
¿Te sientes impotente en esta disputa?
Sí, aunque puedo citar a Luisa Posada Kubissa (teórica feminista en el feminismo tradicional), con quien a pesar de tener posiciones diferentes sobre la transexualidad, ha mostrado un espíritu de pensamiento y reflexión. Pienso, por el contrario, en Laura Freixas, que dedica columnas a criticar a la gente trans, pero que, cuando la revista Ctxt le propone un debate entre ambas, ella responde que no se siente capacitada. Me parece hipócrita.
Escribes a menudo de política. ¿Crees que la izquierda está dejando de ser relevante? Pienso en la teoría del aceleracionismo, que considera que los relatos de la izquierda resultan anacrónicos en la época del capitalismo algorítmico.
Pienso que, como la izquierda del Estado gobierna, su acción política es menos propositiva y más lenta. De hecho, hay un dato significativo en una encuesta de El País que mostró cómo los españoles consideran que este gobierno está beneficiando primordialmente a las grandes empresas y a los más poderosos, pero no a las clases trabajadoras. Si tú tienes el gobierno más progresista de la historia y la población te ve como un agente que beneficia a las grandes empresas, entonces tienes un problema. Y si no respondes a todo esto desplegando una agenda más ambiciosa, no tendrás mucho que ofrecer ante la oposición y la reacción de los demás.
Hablas, en parte, del PSOE. Pero, ¿y de Podemos? En un artículo le reprochas falta de ambición y la defines “como el departamento de recursos humanos del capitalismo”. ¿Le falta ambición a Podemos?
No lo sé. Tampoco sé qué estructura tiene ahora Podemos para ser ambicioso, ni qué margen de maniobra tiene. Ahora bien, en Madrid, al PSOE le falta sangre en las venas; más bien, parece de horchata.
¿Por qué la derecha toma elementos obreristas y logra aumentar su rédito electoral? Lo vemos con Le Pen o con Ayuso y su discurso libertario.
En parte, porque si estás en la oposición y mantienes la voluntad de impugnación contra un gobierno en vigor, a pesar de ser una élite y presentarte como una fuerza antiélite, ya de por sí te sitúas en una posición atractiva. Sociológicamente, este tipo de discursos pueden funcionar en zonas de España vinculadas al sector agrario, de pequeños terratenientes, incluso en zonas metropolitanas de Barcelona con el discurso de Ciudadanos. De hecho, si la derecha juega con elementos del españolismo, también puede hacerlo en cuestiones presentes en la clase trabajadora. Y te diré más: esta idea de que si se toman una serie de medidas ambiciosas para la clase trabajadora y que se ganará si o si porque se sentirá reconocida, me parece una ilusión voluntarista sin recorrido. Si cada clase votara por sus intereses y no por otros deseos que tiene, los resultados políticos serían muy distintos.
“Es difícil jugar en el siglo XXI sin construir sentimientos de pertenencia a alguna realidad”
Puede ser, sí. A ti te interesa la soberanía nacional. La defiendes. ¿Por qué?
La izquierda se equivoca mucho en su vínculo con el Estado. Cae en una concepción muy aséptica, casi liberal y abstracta del Estado, como si fuera un árbitro distanciado de las vidas y los sentimientos de pertenencia de los individuos, como si las personas no se adscribieran a determinadas realidades y no tuvieran identidades. Lo que una parte de la derecha capta bien es que estamos en un momento comunitarista, de construcción de comunidad política. Pienso en el independentismo como ejemplo de ello y que además le funciona electoralmente.
Pero muchos catalanes se sienten excluidos del movimiento independentista.
Toda comunidad política es excluyente en parte.
¿Me justificas la exclusión?
Son los daños políticos. Yo digo que es necesaria la construcción de comunidad política. Y el gran reto del siglo XXI es hacer frente a la desintegración de los vínculos sociales provocados por el capitalismo de plataformas, por la soledad y el aislamiento de los individuos. Y en este sentido, se revela el potencial y el valor de la familia, de la pareja y de las amistades.
Cuando reflexionas sobre el hecho de construir comunidad, ¿hablamos de comunidad política o de militancia?
Ambas se enlazan. Puede que una parte del independentismo haya creado una comunidad que quizá sea excluyente.
¿Puede ser excluyente o es excluyente?
Es excluyente y ahora le funciona menos, pero el independentismo ha sabido utilizar e instrumentalizar la idea de comunidad política y hacer de ella una carta a su favor, consiguiendo un sentimiento de pertenencia que no estaba vivo hasta hace unos años.
Pero ¿un sentimiento de pertenencia no es positivo por el mero hecho de existir?
No. Ahora bien, es difícil jugar en el siglo XXI sin construir sentimientos de pertenencia a alguna realidad.
“La voluntad humana de sentirnos amados no tiene adscripción dentro del tiempo”
Sí, necesitamos experimentar ese sentimiento. En cualquier caso, la cuestión sería qué contenido constituye ese sentimiento de pertenencia.
Exacto. Hay una parte del independentismo que lo ha construido identificándose con el nativismo, la xenofobia y la exclusión; y esta es la parte peligrosa, que quienes construyen comunidad le dan la vuelta y la hacen más pequeña y reducida. Se puede crear una comunidad que sea más amplia y que al mismo tiempo permita a los individuos sentirse partícipe de ella. La comunidad no debe convertirse en una realidad corrosiva. Además, las pertenencias deben ser múltiples.
¿Crees que defender la idea de soberanía nacional te sitúa en una posición, por decirlo de algún modo, reaccionaria?
Aunque necesitamos soberanía en determinados ámbitos, debemos ser conscientes al mismo tiempo de que un exceso de intento de soberanía puede ser suicida. Quien defienda que deben renegociarse algunos tratados de la UE y hablar sobre algunos temas, pero reivindica a la vez la salida de España de la UE, cae en una trampa de consecuencias políticas desastrosas. Reivindicar la soberanía energética o la autonomía política no debe ser negativo ni excluyente. Si renunciamos a todo esto y a otras cuestiones que la derecha se apropia muchas veces, perdemos el partido antes de jugarlo.
En medio de una gran incertidumbre y con la pandemia como un presente continuo, ¿crees que asistimos a una construcción de narrativas sobre el pasado?
Sí, pero son relatos falsos, nostálgicos de un pasado que se cree mejor, aunque modelos viejos ya no los hay. En la Transición pasamos del franquismo a un felipismo que empezó una liberalización para entrar en la UE. Más que defender antiguos valores, debemos resistir los golpes del presente e imaginar otros futuros posibles desde donde estamos ahora.
Frente a esta pérdida de lazos que mencionabas, defiendes el valor de la pareja y de la familia. Pero ¿es posible en una sociedad posfamiliar?
Yo diría que en España no vivimos en una sociedad posfamiliar. Cuando se da la crisis, una de las grandes resistencias es la solidaridad entre generaciones, la acogida entre familias. Hablo de ancianos protegiendo a los nietos en circunstancias precarias. De hecho, con el Covid, una de las preocupaciones fue la seguridad de los miembros más mayores de la familia. Me parece un componente de ética generacional. Además, la aspiración de formar familias, aunque sea con formas muy diversas, no es un anhelo del pasado. La voluntad humana de sentirnos amados no tiene adscripción dentro del tiempo.
“Solo con el ecologismo, no podremos arreglarlo todo: no será suficiente; hay que nutrirse también de otras cosas”
En tu último libro Madrid será la tumba, exploras a la militancia. Relatas la historia de amor entre dos militantes: uno, fascista, y el otro, comunista. ¿La militancia tiene aspectos negativos?
Sí, s puede ser militante de luchas despreciables. Depende del carácter y de lo que busquen los individuos. Sin embargo, el momento más tóxico aparece cuando la pertenencia a un grupo te lleva al odio contra quien no pertenece al grupo. No sólo por el hecho de considerar al otro enemigo, sino por ejercer directamente violencia hacia él. Y también, claro está, por ver el mundo con cerrazón. En ese momento, la militancia se torna sectaria.
¿Tú eres militante?
Durante un tiempo lo fui, con 15 años. Estaba en la organización Iniciativa Comunista.
¿Ahora no lo eres?
No. Ahora escribo. Quizá sea otra forma de militancia.
Ahora que ya estamos terminando, pienso si la pertenencia más común que tenemos no es el ecologismo, el cuidado del planeta.
Tiene que haber conciencia de que sin el ecologismo no vamos a ninguna parte. De hecho, tanto por los límites físicos del planeta como por cuestiones de civilización, el ecologismo es un reto al que no podemos dar la espalda y que, además, debe formar parte de todo anhelo de comunidad. Ahora bien, creo que solo con el ecologismo, hoy en día no podremos arreglarlo todo, no será suficiente. Hay que nutrirse también de otras cosas.