09/01/2025 | 06:00
¿Qué transformaciones desencadenarán las turbulencias actuales del capitalismo, como la subida en las tasas de interés o el auge de la inteligencia artificial, en lo que en otras ocasiones has denominado un “capitalismo digital ampliamente financiarizado”?
Habrá muchos cambios en internet en los próximos años. Algunas empresas caerán, y seguramente desaparecerán servicios gratuitos o baratos que dotaron de legitimidad a la economía digital. Los precios de todo lo que hoy usamos en internet subirán. Existía una especie de estado de bienestar digital paralelo, en la sombra, porque los capitalistas de riesgo y los fondos soberanos estaban vertiendo dinero en las plataformas, pero eso está muriendo. Además, está ya sucediendo algo fundamental con la inteligencia artificial: los gobiernos de muchos países han empezado a firmar contratos con las grandes tecnológicas para incorporar la inteligencia artificial a las instituciones públicas, pero tarde o temprano nos daremos cuenta de que son extremadamente caros y que nuestras infraestructuras públicas dependen de Silicon Valley. Es un gran factor de riesgo para el funcionamiento de los estados.
Los conflictos en Ucrania y Gaza han provocado que la guerra emerja como el nuevo vector para la acumulación de capital en un momento en que la economía post-crash no remontaba el vuelo. Se vuelve a hablar, como en la Guerra Fría, de seguridad nacional y de tecnologías para esa seguridad.
Necesitamos contar una historia de la innovación tecnológica que no sea ciega a la forma en que tales innovaciones son a menudo un producto de la Guerra Fría, la competencia, el imperialismo americano o el colonialismo. De lo contrario, no entenderemos la reconfiguración del capitalismo global en líneas militares. Estados Unidos, ya sea a través de sus militares, con la industria de la seguridad nacional y las agencias de inteligencia en el centro, o a través de las estrategias del Departamento de Comercio, ha liderado siempre el desarrollo de la economía digital. No lo ha hecho porque tuviera un espíritu emprendedor, sino porque quería consolidar su liderazgo en el mundo. La economía digital está impulsada por consideraciones geopolíticas, no por algún tipo de particularidad inherente a la tecnología. La tesis –ampliamente extendida– sobre la necesidad de impulsar el Estado emprendedor desde el sector público termina justificando el rol del Pentágono porque lo presenta como algo que no es: una agencia de innovación. Esta visión olvida que las personas que han experimentado sobre sus cuerpos dichas innovaciones se encontraban en el terreno de batalla, en Camboya, Vietnam y Laos, durante la década de los setenta. Estaban muriendo debido a las bombas que tiraban todos esos aviones emprendedores. ¿Cómo podemos alabar felizmente los frutos del Estado emprendedor estadounidense, inmerso en desarrollar tecnología para el Ejército y el Pentágono, porque finalmente trajera como resultado un dispositivo electrónico como el iPhone?
“El peaje al desarrollo tecnológico es tan grande para algunos países que se convierte en prohibitivo”
El “neoliberalismo militar”, como tú lo has denominado, emerge para desplazar más recursos públicos hacia la industria de la guerra y seguir engrasando el capital global. Los casos españoles de Indra y Telefónica, convertidos en dos gigantes de la defensa, son una buena muestra de lo que describes.
El concepto “neoliberalismo militar” ilustra que no existe una contradicción inherente en buscar la eficiencia y el beneficio, características del neoliberalismo, siempre y cuando permita consolidar el dominio militar de Estados Unidos. En esencia, el cambio del keynesianismo al neoliberalismo no altera las soluciones ofrecidas a la crisis, solo sus mecanismos de estabilización. Si bien plantea preguntas sobre el rol del Estado, el sector público y la ciudadanía, siempre conduce a la misma conclusión: un modelo keynesiano con actores industriales tradicionales o un modelo neoliberal con capitalistas de riesgo e innovadores de Palo Alto. La resistencia a la militarización de la economía requiere un tipo de economía orientada hacia la paz, donde lo producido no sean misiles ni armamento, sino productos y servicios diferentes.
Dijiste, en la New Left Review hace casi diez años, algo muy interesante sobre la política exterior de Barack Obama: “Dado que la principal exportación cultural de EE.UU. y la base de la diplomacia blanda parecía ser la tecnología, decidieron que los CEO de estas empresas podrían ayudar a impulsar la imagen nacional en el extranjero”.
El dilema radica en que el Estado y los actores públicos han adoptado la ideología y mitología propagada por Silicon Valley sobre lo buenos que son sus servicios. También han asumido su definición de Internet. Las empresas tecnológicas han construido una narrativa que presenta la red como algo lógico y universal, capaz de cumplir con las promesas de la modernidad, permitiendo que nos comuniquemos con personas de otros países. Es una estrategia retórica para crear un mercado global disfrazado de red digital. Durante la década de 1990, Internet fue instrumentalizado por los grandes capitales estadounidenses (Hollywood, Wall Street y las empresas de telecomunicación). Este esfuerzo, sostenido en el tiempo gracias a decisiones políticas como la privatización o la liberación, tenía como objetivo infiltrarse y consolidar sus modelos de negocio en cada rincón del mundo. Insisto: desde su concepción se entendió como una herramienta para crear nuevos mercados.
En el pódcast The Santiago Boys sobre el Chile de Allende haces referencia permanentemente a la teoría de la dependencia latinoamericana. ¿En qué medida nos ayuda a entender la economía política de las Big Tech?
Silicon Valley, como cualquier otra empresa americana de tecnología en la historia, o para el caso actual, la tecnología china, crea dependencias y cuellos de botella en el desarrollo económico. Estamos ante la misma situación que estos teóricos describieron en los años sesenta y setenta: el progreso tecnológico se produce de manera paralela a la regresión económica o el subdesarrollo industrial. Un país puede estar digitalizando, con redes 5G, Internet de las Cosas y ciudades inteligentes por todas partes, pero los costes de esta digitalización, en términos de lo que tiene que pagar por los servicios de computación en nube o de Inteligencia Artificial, equivalen a algo así como al pago de un nuevo impuesto o una deuda. Paradójicamente, este peaje al desarrollo es tan grande que se convierte en prohibitivo, impide la innovación e inhibe el desarrollo.
En este marco de capitalismo neoliberal militar… ¿Cuáles son hoy las ofensivas posibles para la izquierda?
“La posición actual de gran parte de la izquierda es no tener un proyecto; por lo tanto, es un proyecto deficiente”
No basta con aferrarse a instituciones del pasado, como el Estado de bienestar en el Reino Unido o el sistema de seguridad social instaurado por Bismarck en Alemania, y defenderlas como mecanismos que facilitan el desarrollo individual, por ejemplo, a través de pensiones o de la educación pública. Debemos articular y materializar nuevas instituciones enfocadas a la coordinación social y a la creación de modelos de economía solidaria que después se puedan diversificar y expandir hacia cada esfera humana. Puede que entonces descubramos que la respuesta socialista al entusiasmo neoliberal por el mercado reside en la cultura. En esta línea, diversas prácticas sociales, hábitos, estilos de vida y formas de coexistencia, desde vivir en una casa ocupada hasta participar en foros de debate públicos, pueden ser reconocidas como innovaciones valiosas que merecen ser promovidas, compartidas y potenciadas.
¿Y cómo se concreta eso?
Este es el desafío que le planteo a la izquierda, a los socialistas de todas las corrientes: ¿cómo podemos construir instituciones sostenibles a gran escala que nos permitan encontrar el deseo, algo que tiene que ver con la flexibilidad, la ambigüedad, el juego y la creatividad propia del individuo postmoderno? En realidad, la figura del emprendedor resuena profundamente con la naturaleza del individuo postmoderno: inventivo, innovador, alguien que da forma tangible a sus deseos y aspiraciones. Necesitamos instituciones que permitan a las personas explorar y expresar esos impulsos de manera socialmente constructiva y productiva, en contraposición a las dinámicas a menudo destructivas propiciadas por el mercado. Hay que intervenir sobre nuestros deseos más profundos.
Señalas que la izquierda carecía de un proyecto emancipador, en abstracto. ¿Cuál es el tipo de debate intelectual existente que ha producido esa ausencia y el rol que ha tenido el marxismo ortodoxo en esa confusión?
No tener un proyecto es, en sí mismo, un proyecto. Solo que un proyecto deficiente. Esa es la posición en la que se encuentra gran parte de la izquierda actualmente. Las discusiones que mantenemos, muchas veces filosóficas, abarcan temas tan tangibles y específicos como el estado de bienestar o la planificación central, pero en el fondo no ofrecen respuestas a la pregunta fundamental de qué significa el ser humano. Estudiando la corriente clásica marxista, desde sus orígenes en Karl Marx, encontramos que propone utilizar los desarrollos tecnológicos para cubrir las necesidades básicas, asegurando que cada persona, por ejemplo, tenga acceso a los alimentos o garantizar la pirámide de Maslow. Proponían que la satisfacción de las necesidades debe ser nuestra principal preocupación, sin dedicar el tiempo suficiente a considerar cómo se satisfacen nuestros deseos.
“Hay que darle a todo el mundo la oportunidad de aprovechar al máximo sus vidas y talentos de tal manera que el poder no se interponga en su camino”
Te refieres, entiendo, a la distinción entre vida y trabajo.
El sistema de pensamiento marxista asume la existencia de una sociedad donde las personas trabajan en fábricas de 9 de la mañana a 5 de la tarde e intervienen políticamente con sus aportes sobre una sociedad sin clases. Pero este enfoque se centra únicamente en temas como la reproducción social o la formación del Estado, y la producción parece reducirse a lo que hacemos durante esas 8 horas. Creo que debemos entender la fuente de poder de Silicon Valley, cuyas empresas han comprendido que la producción no se detiene a las 5 de la tarde, sino que estamos produciendo valor constantemente, con cada actividad cotidiana, un valor que es capturado a través de los dispositivos que llevamos en el bolsillo. Estas empresas han reconocido que la distinción entre vida y trabajo, tan arraigada en el pensamiento tradicional de la izquierda, es artificial. Además, han sabido monetizar eficazmente esta realidad.
Quizá necesitemos un programa político y filosófico que reconozca los errores fundamentales en nuestra conceptualización original de Marx, y tal vez podría replantearse la idea de una sociedad utópica e ideal basada, efectivamente, en la no distinción entre vida y trabajo. Es la creación de un sistema socioeconómico que refleje nuestra esencia, uno que no consista simplemente en realizar tareas monótonas durante ocho horas al día para después alcanzar la liberación. Debemos abrir esta “caja de Pandora” y enfrentarnos a nuestra historia. Pero no creo que tengamos que hacerlo utilizando teorías y enfoques tan abstractos y atados a la visión de la vida como era en 1850 y 1860, sino como es en 2024.
¿Cuáles son las instituciones, si se quiere postmodernas, que debería abrazar la izquierda?
Aquí es donde creo que sería útil mantener un debate mucho más amplio sobre lo que significan el socialismo y el comunismo hoy en día. Si no exploramos y experimentamos con otros sistemas nos resignaremos a permanecer en el estancamiento actual a la hora de pensar en alternativas. Yo tengo una definición muy idiosincrásica de ambos, que se centra en darle a todo el mundo la oportunidad de aprovechar al máximo sus vidas y talentos de tal manera que el poder —tal y como se manifiesta en las relaciones de clase, raciales, patriarcales o el legado colonial, por poner algunos ejemplos— no se interponga en su camino. Esta búsqueda del devenir no puede, por supuesto, ser solo la de los individuos. De lo contrario, acabaríamos asumiendo la utopía neoliberal, que abraza la existencia de emprendedores y consumidores que solo se relacionan en el mercado. Me refiero más bien al devenir colectivo, uno en el que operamos dentro de las limitaciones que nos impone la presencia de otras personas y grupos sociales.
“El problema no es la tecnología, sino la falta de imaginación creativa”
¿Y la tecnología puede ayudar a la izquierda?
Si ese es nuestro objetivo —asegurarnos de que todos podemos sacar el máximo partido de nuestras vidas y, por tanto, hacerlo como miembros de una asociación colectiva, y no solo de individuos—, entonces, la tecnología puede hacer mucho para ayudarnos. Al fin y al cabo, es una forma de dominar y descubrir nuevas prácticas sociales —lo que podríamos llamar innovación social— y de extenderlas hacia todos los confines de la vida, así como de coordinar nuestra convivencia en este sistema. Pero la izquierda no sabe lo que puede hacer con la tecnología porque no tiene una visión política atractiva sobre cómo reinventar el socialismo y librarlo de muchos prejuicios cientificistas y modernistas de su paquete original, diseñado en el siglo XIX. El problema no es la tecnología, sino la falta de imaginación creativa. Pero podemos solucionarlo, siempre y cuando nos demos cuenta de que la propia izquierda debe ser menos algorítmica y aprender a reinventarse a sí misma y también su pensamiento.