05/03/2021 | 06:00
¿El estallido de protestas en la calle a raíz del encarcelamiento de Pablo Hasél es un hecho puntual o hay que entenderlo en el marco de un contexto más amplio?
Ya hace tiempo que a escala global y en Cataluña sufrimos una regresión de derechos y de libertades. El encarcelamiento de Pablo Hasél es un paso más en la degradación de la calidad democrática. A todo ello, hay que añadir el contexto de crisis pandémica, que solo ha hecho que incrementar la sensación de presente precario y de futuro incierto de mucha gente joven. Todo esto junto es un cóctel explosivo. Hay un terreno abonado para que cíclicamente se generen estallidos de rabia y de indignación. Ser conscientes de que esto puede pasar no quiere decir justificar los disturbios: quiere decir ser conscientes de ello. Y quien más presente lo debería tener son los poderes públicos, que deberían actuar para mejorar las cosas y no para empeorarlas.
¿Hablamos mucho de la violencia contra los contenedores y poco de la violencia estructural?
Por norma general, gobiernos y medios de comunicación no ponen el foco en las causas estructurales de la violencia. A escala global, cada año mueren millones de personas por carencia de alimentación, y no se genera ningún gran escándalo. Esto es una violencia estructural brutal, que acaba siendo física porque mucha gente pierde la vida. Si hablamos de paz, debemos aspirar a un mundo sin violencia física pero también sin violencia estructural, que desde un punto de vista histórico seguramente ha matado a más personas que la violencia puramente física. Pero una cosa es entender por qué hay disturbios en la calle, y otra aplaudir que haya disturbios. Hay muchos motivos para la rabia y la indignación, pero será mucho más positivo si se canaliza de manera constructiva y no destructiva.
Los medios siempre tienden a maximizar las llamas y obviar las causas profundas de las protestas.
Los media tenderán a maximizar los episodios de violencia y a hablar muy poco de las causas que los provocan. Pero ya conocemos esta dinámica. Cuando te movilizas en medio de disturbios, de manera indirecta puedes contribuir a trasladar el foco mediático y hacer que, en vez de hablar de la injusticia que quieres denunciar, de lo que se acabe hablando es de cristales rotos y de contenedores quemados.
“Es un insulto a las víctimas decir que un escaparate roto es terrorismo”
¿Quemar un contenedor o romper el cristal de un escaparate es violencia?
La violencia tiene diferentes planos. Yo rechazo el incendio de contenedores, los disturbios o la rotura de cristales. Son cosas que ni me gustan, ni las encuentro respetuosas y, todavía menos, las encuentro necesarias o útiles. Pero creo que están en un plano diferente de la violencia contra las personas. Si lo ponemos todo en el mismo saco, acabamos haciendo trampa y frivolizando la violencia. Las agresiones a personas, con más o menos intensidad, son una frontera diferencial que, para mí, hacen que el término violencia tome un sentido profundo. De hecho, decir que un escaparate roto es terrorismo es un insulto a las víctimas del terrorismo.
¿Por qué estás éticamente en contra del uso de la violencia en el marco de las luchas sociales?
Si hablamos de violencia contra las personas, desde mi visión de compromiso con la paz y la lucha no-violenta, el rechazo a la violencia lo tengo muy claro: un futuro más justo, digno y humano, no puede pasar por denigrar, herir o mutilar la vida de otras personas, por oponentes o adversarias que sean. Las visiones que la banalizan me parecen preocupantes porque pueden contribuir a relativizar el respeto hacia la vida humana y su integridad.
En las manifestaciones pro Pablo Hasél había una pancarta que decía: “Nos habéis enseñado que ser pacíficos es inútil”. Quizás la violencia no es ética. Pero, ¿puede ser útil para conseguir objetivos políticos?
Alguien podría pensar: “Si me movilizo pacíficamente, sé que habrá represión y puedo acabar en prisión. Así, ya puestos, uso la violencia”. En este caso, mi reflexión sería: ¿esta decisión es fruto de una reflexión serena y estratégica, o simplemente es una forma de soltar la rabia? Las movilizaciones tendrían que centrarse en lo más efectivo, y no en lo más espectacular. Luchar para cambiar las cosas no consiste en quedarnos a gusto y relajados, sino en pensar qué acción puede ser más efectiva para lograr nuestros objetivos. Yo creo que el uso de la violencia no es ético, pero es que, además, es poco útil y estratégico. Y, lejos de deslumbramientos, hay que mantener lucidez: ¿qué es más revolucionario y transformador, quemar un montón de contenedores o que las personas de forma masiva dejemos la banca tradicional y nos pasemos a la banca ética? Sin ningún tipo de duda, los poderes económicos, políticos y mediáticos temen mucho más la segunda opción, aunque aparentemente sea poco espectacular.
Pero esto que planteas solo es viable en el plano teórico. En la realidad, nunca habrá tanta gente movilizada para hacer efectivo un cambio tan profundo. Que se produzcan cambios radicales depende a menudo de la existencia de una vanguardia muy movilizada.
Que la lucha no-violenta es más efectiva está demostrado empíricamente. Una investigación de Erica Chenoweth, experta en ciencias políticas de la Universidad de Harvard, analizó centenares de campañas y luchas del siglo XX y llegó a la conclusión de que las movilizaciones no-violentas consiguieron lograr sus objetivos en el doble de ocasiones que las que emplearon la violencia: un 53% contra un 26%. Esto es debido en gran parte al hecho de que las campañas no-violentas reciben la adhesión de más gente de capas demográficas diferentes. La investigadora demostró que basta con un 3,5% de la población activamente movilizada de manera constante para conseguir un cambio político serio.
“Oponerse al poder con violencia es difícil: siempre ejercerá más fuerza que tú y tendrá la ley de su parte”
La experiencia del ‘procés’ soberanista pondría esta afirmación en entredicho. Las movilizaciones de la ANC y de Òmnium Cultural durante el ciclo del ‘procés’ fueron pacíficas. “Ni un papel en el suelo”, decían. Y no lograron sus objetivos. El Estado español no se movió.
Bien, habría que decir que, en general, la mayoría de las movilizaciones no consiguen todos los objetivos, y algunas de ellas, ninguno. Cambiar las cosas, nunca, en ningún sitio, es fácil. Y, en cada caso, habría que analizar objetivos, timings, alianzas y estrategias. En cualquier caso, las grandes marchas y acciones convocadas por la ANC y Òmnium fueron ejemplares desde el punto de vista cívico. Fueron manifestaciones pacíficas, pero esto no quiere decir que formaran parte de una estrategia de lucha no-violenta. Y esto es una confusión que a menudo tenemos. Una estrategia de lucha no-violenta va más allá del hecho de que en una movilización no haya violencia física: implica saber qué pasos hay que dar en cada momento, poner en contradicción al poder o al Estado y asumir las consecuencias represivas de tus acciones. Todo esto, en el caso de las movilizaciones del soberanismo, estaba muy poco trabajado.
¿Hay momentos en la historia en que cierto grado de lucha violenta contra la opresión puede ser éticamente justificable?
En situaciones concretas de opresión violenta, hay quien puede entender que responder con la violencia puede estar justificado. Pero responder a la violencia con más violencia genera una espiral de acción-reacción que nunca sabes cómo y cuándo acabará. Esto se puede ver muy claramente en los conflictos armados más enquistados, en que cada acción se justifica por lo que hizo el adversario el día anterior, hasta el punto de olvidar el origen real del conflicto. Estas dinámicas difícilmente generan contextos de transformación y justicia social. En términos de utilidad, las estrategias violentas son poco útiles para cambiar las relaciones de poder. Los poderes constituidos tienen el monopolio de la fuerza, y oponerse con las mismas herramientas es muy difícil. El poder siempre podrá ejercer más fuerza que tú y tendrá la ley de su parte.
El papel de los Mossos d’Esquadra vuelve a estar en cuestión. Se habla de revisar el modelo policial. La CUP propone incluso disolver la Brimo (Brigada Móvil, antidisturbios). ¿Es posible implementar cambios en este ámbito?
En las actuaciones de los Mossos, de la Policía y de la Guardia Civil de los últimos años, hay aspectos que desde el punto de vista de la garantía de derechos y de libertades no son nada correctos. Ha habido casos en que la actuación policial, en lugar de aligerar la tensión, la ha acabado incrementando. La policía tiene que garantizar el orden público, pero no tiene que poner más leña al fuego. Tiene que parar la violencia que se pueda producir, no provocarla o ejercerla. Hay campo para correr a la hora de reformar y mejorar la praxis policial; por ejemplo, incentivando la mediación cuando hay movilizaciones en que se prevén conflictos. Los poderes públicos tendrían que garantizar que se avanza en esta dirección.
“En Cataluña ha habido cierta celebración frívola e inconsciente de la violencia”
¿Crees que la sociedad catalana es más tolerante ahora que antes con las expresiones de movilización que puedan contener cierto grado de combatividad?
Es posible que los encarcelamientos, los juicios y la represión, sumados a la frustración de alguna gente que considera que no se ha llegado a ninguna parte, hayan hecho crecer la idea de que con la protesta pacífica no se ha conseguido nada. Esto se puede palpar un poco en el ambiente y me preocuparía si acabara generando un contexto de justificación de la violencia. Pero no creo que ahora estemos en este momento. Pero sí que ha habido cierta celebración frívola e inconsciente de la violencia cuando hay personas que, desde la tranquilidad del sofá de su casa, animan a la gente joven a hacerlo, alabando los disturbios.
¿Por qué te parece una actitud cuestionable?
Porque algunas de las personas que emiten este mensaje en las redes sociales no se juegan nada. Las consecuencias de la represión que puede implicar, las peticiones exageradas de la Fiscalía, los golpes de porra y las penas de prisión serán para los jóvenes que se movilizan, no para aquellos que desde la comodidad de su casa los animan.