19/11/2022 | 06:00
En el último Congreso de la FIFA previo al Mundial que se celebró a finales de marzo en Doha, Lise Klaveness, la presidenta de la Federación Noruega de Fútbol, fue la única dirigente que se atrevió a plantar cara a la FIFA por la vergonzosa designación de Qatar como sede: “No podemos tolerar empleadores que no garantizan la seguridad de sus trabajadores, ni líderes que no quieren acoger partidos de mujeres o países anfitriones que no protejan la seguridad de la comunidad LGTBQ. Este Mundial fue concedido en condiciones inaceptables y con consecuencias inaceptables. Deberíamos pensar en los heridos y los familiares de los fallecidos. La FIFA tiene que dar ejemplo”. ¿Y cuál fue la respuesta de los 211 representantes del fútbol mundial allí presentes, hombres en su mayoría? Reproche.
El secretario general de Qatar 2022, Hassan al-Thawadi, le dijo que debía ser más educada, mientras que el presidente de la Federación de Honduras soltó: “Este no es el foro para hacer este tipo de reivindicaciones. Hablemos de fútbol”. La FIFA es así: alérgica a las críticas. Su presidente, Gianni Infantino, tiene como misión modernizarla después de los escándalos y desmanes de su antecesor en el cargo, Joseph Blatter, pero que nadie se lleve a engaño. Hace una semana, Infantino envió una carta a todas las federaciones que participan en Qatar. El mensaje fue: “En el Mundial es necesario centrarse solamente en el fútbol. No permitan que el fútbol se vea arrastrado por todas las batallas ideológicas y políticas que hay”.
“Los derechos humanos son considerados batallas ideológicas y políticas por la FIFA”
Los derechos humanos son considerados batallas ideológicas y políticas por la FIFA, que ganará 5.745 millones de euros de beneficios en este Mundial. La homosexualidad es ilegal en Qatar y está penada con hasta cinco años de cárcel y a pesar de que la organización ha intentado suavizar su discurso asegurando durante el último año que el colectivo LGTBIQ no deben preocuparse durante el torneo, su embajador, Khalid Salman, ha descrito la homosexualidad como “un daño mental”. En una entrevista con la cadena pública alemana ZDF, el exjugador de la selección nacional qatarí explicó hace unos días que “es haram [‘prohibido’] porque daña la mente” y reconoció tener un problema con los niños que ven a personas homosexuales. “Durante la Copa del Mundo, sucederán muchas cosas aquí en el país. Tendrán que aceptar nuestras reglas”, zanjó.
Las mujeres tampoco es que lo tengan mucho mejor. Hace un año salió a la luz el caso de la mexicana Paola Schietekat Sedas, que trabajaba desde el 2020 para la organización y que pudo huir de Qatar justo a tiempo de que se hiciera efectiva su condena a siete años de cárcel y 100 latigazos. ¿Que qué había hecho para merecer ese castigo? Denunciar haber sido violada. El 6 de junio de 2021 un hombre se coló en su apartamento en Doha mientras ella dormía y la agredió sexualmente, pero en el juicio el agresor quedó libre y ella sentenciada a un castigo ejemplarizante por mantener una “relación extramarital”. La violencia de género no está tipificada en Qatar y obtener una beca, un permiso para contraer matrimonio o salir del país es imposible para una mujer si no cuenta con el beneplácito de su guardián, su tutor, que generalmente es un hombre de su familia.
Las denuncias sobre la vulneración de derechos humanos e incluso los 6.500 muertos (que se sepan) durante la construcción de los fastuosos estadios que albergarán los partidos no han evitado que numerosos exfutbolistas, estrellas, se hayan adherido a la organización y aceptado ser embajadores del Mundial. Es el caso, por ejemplo, de Beckham o Eto’o, pero también del actual entrenador del FC Barcelona, Xavi Hernández, que tiene previsto viajar a Qatar durante el torneo y que en una entrevista para el diario Ara en el 2019, cuando era aún entrenador del Al-Sadd, afirmó: “No vivo en un país democrático, pero creo que el sistema de aquí funciona mejor que el de allí [refiriéndose al del Estado español]. Hay muchas ventajas. La tranquilidad, la seguridad… No tenemos llave de casa, dejas el coche en marcha… Núria [su mujer] incluso me dice que si podemos seguir aquí también será mejor para nuestros hijos. Ambos han nacido aquí. En Qatar la gente es feliz”.
En términos similares se expresó Pep Guardiola, que jugó dos años en la liga qatarí, cuando se dirigió a los socios compromisarios culés en la Asamblea de compromisarios que debía aprobar, y aprobó, el acuerdo de patrocinio con Qatar Sports Investments: “Qatar es sin duda el país del mundo islámico más abierto, más occidental. Si no, no le hubieran dado el Mundial. Se quieren abrir al mundo occidental, donde las democracias están mucho más instauradas. Es un país muy seguro donde los ciudadanos tienen libertad”.
“Qatar ha comprado el mayor espectáculo deportivo después de unos Juegos Olímpicos para limpiar su imagen”
El Mundial de la vergüenza comienza este domingo y es muy probable que las audiencias sean un éxito colosal, igual que la organización, pero ‘la gran familia del fútbol’ como le gusta a la FIFA autodenominarse, debe reflexionar, igual que todos los que colaboran o callan, como el actual seleccionador español. El viernes pasado, después de dar la lista de convocados, a Luis Enrique le preguntaron su opinión sobre el hecho de que se celebre en Qatar. Y su respuesta fue: “Es evidente que es un país al que le envuelven una serie de situaciones conflictivas, pero depende en lo que te quieras fijar. Si te quieres fijar en lo positivo, en las cosas que se intentan cambiar para crear una sociedad más justa, o solamente te centras en los problemas. No soy político, soy seleccionador. No tengo ninguna capacidad de decisión”.
No hay nada positivo en este Mundial, nada. Qatar no se está modernizando. Qatar tiene dinero para aburrir y ha comprado el mayor espectáculo deportivo después de unos Juegos Olímpicos para limpiar su imagen y dar un golpe de autoridad en el terreno geopolítico ante sus vecinos, modernísimos también, de Arabia Saudí. Veremos los partidos, sí, pero además pretenden que les compremos el discurso. Es una evidencia que el mundo del fútbol se ha vendido. Y señalarlo es una obligación.