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Opinió
Rubén Martínez

Rubén Martínez

Director de l’Àrea d’Urbanisme i Transició Ecològica de l’Institut de Recerca Urbana de Barcelona (IDRA)

Entender a tu vecino reaccionario

Los movimientos reaccionarios interpelan a gente que ha trabajado y ha seguido las normas con horizontes de vida quebrados. Etiquetarlo con el sello de 'fascista' es el principio de la derrota

30/05/2019 | 19:24

El declive de la clase media conduce a la guerra, decía Tocqueville. Tuviera o no razón, es indudable que la decadencia de las clases medias provoca reacciones de miedo, susceptibles de ser usadas para señalar como culpables de todos los males a los grupos sociales más vulnerables. El continente europeo ya ha vivido esa miseria política y social en otros momentos. En la crisis actual, de nuevo emergen organizaciones políticas que fomentan la xenofobia, el racismo y la guerra entre pobres.

Ser o sentirse de clase media significa dejar de luchar, en la medida que uno percibe su vida como algo estable

No importa qué define a la “clase media” (si el nivel de renta o el prestigio social) para entender una de sus funciones: ser o sentirse de clase media significa dejar de luchar, en la medida que uno percibe su vida como algo estable. Una estabilidad ganada con esfuerzo que si otros no han conseguido es por ser vagos o maleantes. Un equilibrio garantizado por el respeto a las normas y las formas, aunque sean normas injustas y formas clasistas. Pero el aumento de las desigualdades ha provocado una crisis de identidad de las clases medias. El espejismo de estabilidad se ha roto. El miedo a no cumplir las expectativas de ascensión social o a reconocer que más que mileuristas o precarios somos pobres, abre la puerta a tendencias reaccionarias basadas en el sálvese quien pueda.

La sensación compartida de abandono, de rabia mal canalizada o de repulsión por “el otro” también genera sentimiento de pertenencia. A menudo pensamos en el vínculo social y en la solidaridad en clave emancipadora: nos unimos y salimos a la calle para defender derechos y causas justas. Sin embargo, los movimientos anti-societarios tienen su propia trayectoria en nuestras ciudades. En Madrid, tras la época del desencanto, surgieron movimientos con consignas contra los jóvenes adictos a la droga o contra la comunidad gitana, con algunas entidades del movimiento vecinal que reprodujeron ese ideario. En Barcelona, la campaña Volem un Barri Digne en 2009 interpeló a muchos vecinos que colgaron ese lema en los balcones del Raval. Fomentada por la Plataforma Raval per Viure con discursos populistas, esa campaña también expresaba un problema de fondo: la falta de lazos comunitarios interclasistas en el barrio daba alas al sujeto clase media, a quien basta un empujón para criminalizar a la pobreza si la encuentra en su patio trasero.

Los partidos de derechas se pelean por liderar la alarma social, denunciando la falta de seguridad y prometiendo más policía y más “civismo”

Hay un claro paralelismo entre esas reacciones y los actuales discursos contra inmigrantes y okupas en barrios donde crece la desigualdad, la precariedad y la expulsión residencial. Los partidos de derechas se pelean por liderar la alarma social denunciando la falta de seguridad en el Raval, prometiendo más policía y más “civismo”. Son los mismos partidos que demonizan a las redes de solidaridad vecinales cuando paran desahucios, pero las intentan instrumentalizar cuando se enfrentan a los narcopisos. Son quienes callan frente a los pisos vacíos y el negocio de grandes propietarios o entidades financieras, pero criminalizan a quienes okupan para exigir vivienda social. Una estrategia clasista y demagógica para despertar el odio entre vecinos, buscando derechizar el malestar social mientras legitiman la especulación inmobiliaria.

Estas tendencias no solo se expresan en los barrios. Si damos un pequeño salto de la calle a la pantalla también encontraremos fenómenos similares. Cada vez hay más usuarios de youtube que se definen como anarcocapitalistas o como auténticos liberales. Unos son niños bien y otros de origen humilde, pero todos comparten un odio visceral a la creciente hegemonía feminista y progresista. No se consideran ni de izquierdas ni de derechas, sino anti-status quo, contra la “ideología de género” y procapitalistas. Una versión española y exótica de la alt-right americana. Uno de los más populares denuncia que su identidad privilegiada en realidad está siendo asediada: su canal se llama Un Tío Blanco Hetero y se oculta bajo un disfraz.

El objetivo de esta comunidad es empujar un nuevo imaginario en defensa de la libertad individual a través del mercado, tomando el relevo de gérmenes como el Instituto Juan de Mariana. Usan argumentos que calcan los aforismos de Friedrich Hayek o de Jordan Peterson, un predicador de la “verdadera masculinidad” frente a la “corrección política”. Este psicólogo canadiense se ha convertido en un superventas de libros de autoayuda y es un fenómeno explosivo en la red. Peterson asegura que las jerarquías o la desigualdad no son un problema, sino un patrón humano con 6 millones de años de antigüedad que ha sido fundamental para el progreso.

El impacto de esta comunidad youtuber en España todavía es modesto, con una horquilla de visualizaciones entre 100.000 y 600.000. Entre todos, suman más de medio millón de seguidores en sus redes. Defienden Internet como medio alternativo y de acceso libre a la información y están convencidos de usar fuentes más rigurosas que las manipuladas por los oligopolios mediáticos, que al parecer conspiran con Podemos y PSOE para reflotar el comunismo soviético. En ese mundo, Ciudadanos es un partido socialista. Al unísono, hicieron campaña a favor de VOX en las elecciones generales. No se cumplieron sus pronósticos de victoria demoledora, pero ese partido captó el voto de un notable segmento de jóvenes urbanitas digitalizados.

De nuevo, la falta de otros lazos dan por buenos los producidos al compartir la rabia o la frustración. Sus diagnósticos son sesgados y vagos, pero les convencen y agregan, canalizando sus aspiraciones. Pero, sobre todo, no encuentran alternativa más deseable que la ensoñación del sujeto de clase media que cabalga su propio camino y asciende socialmente por méritos propios. Cualquier idea sobre relaciones de poder heredadas, estructurales o que les señale como privilegiados alimenta su sentimiento de pertenencia a un movimiento que viven como contrahegemónico y subversivo.

Han surgido movimientos reaccionarios que producen fuertes vínculos tomando como adversario a grupos sociales excluidos o desfavorecidos

Podríamos sumar otras tendencias a la lista. Son movimientos reaccionarios que producen fuertes vínculos tomando como adversario a grupos sociales excluidos o desfavorecidos. Interpelan a gente que se ha dedicado a trabajar y a seguir las normas con horizontes de vida quebrados o a jóvenes que ven frustradas sus aspiraciones. Etiquetar todo eso en un paquete con el sello de “fascista” no nos explica gran cosa y es el principio de la derrota. Buscar una explicación política para entender estas tendencias no trata de justificarlas, al contrario, es imprescindible para evitarlas. Sobre todo porque producen un sentido común que apela a un cambio político y cultural basado en la guerra entre pobres.

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