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Opinió

25/09/2017 | 11:53

Un manifestante protesta contra la Policía Nacional ante la sede de la CUP, en Barcelona, el pasado 20 de septiembre / ROGER PALÀ

(Leer la versión original del texto en catalán)

Esto hace tiempo que no es sólo un referéndum: se podría llamar la Revuelta Catalana. Esto no va a ser tan sencillo como piensa Rajoy: prohibiendo urnas, multando a políticos y leyendo el ‘Abc’, la cosa ‘indepe’ no va a desaparecer. ¡Al contrario! Desde hace tiempo, el movimiento independentista se ha convertido en el principal desafío de la Constitución y de la estabilidad de España. La Revuelta Catalana es un motín, es una impugnación, es una bomba sobre el andamiaje del Régimen del 78, es una protesta contra el PP, es una reacción a la crisis económica, es una hostia a 30 años del llamado ‘oasis catalán’ autonómico. Son una especie de Indignados a la catalana. “Esto es un 15-M ‘indepe'”, decía el periodista Roger Palà. Obviamente, primero es un referéndum sobre la independencia, es una reivindicación en clave nacional, es una defensa de la identidad, sí, no hay que engañarse. Pero, en paralelo, se ha convertido en una ruptura en toda regla contra el sistema político: una especie de ‘que se vayan todos’. La protesta catalana, sobre todo a raíz de la ofensiva judicial y policial del Estado, se ha convertido en la sala de espera de un gran acto masivo de desobediencia civil pacífica. Quizá no pasa, quizá la represión es fuerte; pero, si pasa algo, la izquierda española ya está avisada. Si no hay una movilización social en la calle, no habrá independencia. El Estado ha bloqueado todos los caminos del referéndum por la vía judicial y policial. No hay ninguna opción ahora mismo de una independencia negociada, ni tampoco de ir de la ley a la ley como decía Juntos por el Sí. Todo esto no le viene de nuevo a la gente de izquierdas e independentista. Cataluña es, de hecho, un país de rebeliones, bullangas, revueltas, huelgas y levantamientos. Sublevarse es seguramente el auténtico hecho diferencial catalán.

Pase lo que pase el 1-O, ha comenzado la Revuelta Catalana. ¿Tendrán suficiente fuerza, resistencia y movilización en la calle y los partidos políticos para resistir la ofensiva judicial y policial durante semanas y meses? ¿La represión policial y judicial, con miles de guardias civiles y policías venidos del resto de España, frenarán en seco la revuelta? El Estado sólo ha mostrado hasta ahora un 10% o un 15% de su fuerza. Veremos.

Entidades independentistas y partidos políticos ya se preparan para unas semanas de lo que ya llaman “una movilización permanente”: se convocan concentraciones, manifestaciones, actos de propuestas, caceroladas, encartelamientos masivos por las noches… Todo se mueve rapidísimo, gracias a organizaciones sociales de masas como la Asamblea Nacional Catalana (ANC) o Òmnium Cultural, las redes sociales —sobre todo Twitter— y los medios de comunicación de línea editorial independentista. Y esto no se acaba el domingo. Después del 1-O, muchos políticos y activistas de izquierdas ya hablan de que se necesitará la presión en la calle de manera diaria y continuada. Estos meses han se han oído propuestas que se parecen a un 15-M —en Madrid o en Barcelona—, un EuroMaidan —en Ucrania— o la plaza Tahrir —en Egipto.

Juntos por el Sí, la CUP o la ANC ya habrían comunicado a sus bases diferentes estrategias de movilización para el día después de que se prohíban las urnas. Documentos de la ANC, hechos públicos por ‘La Vanguardia’ en marzo pasado, recogían propuestas de las asambleas territoriales y sectoriales para los días después de la aprobación de la Ley de transitoriedad y de la declaración de independencia que preparaban ya acciones como “acampadas indefinidas”, “resistencia pasiva”, “insumisión fiscal”, “bloqueos de infraestructuras” o “la protección de la televisión y la radio públicas si hay un corte de comunicaciones”. Según recogía hace algunos meses Cristian Segura en un artículo en ‘El País’, “el presidente de la ANC, Jordi Sánchez, explicó el 24 de febrero en Valls que su organización está preparada para acampar en el parque de la Ciutadella e impedir la inhabilitación de los miembros del Parlamento”. De hecho, el mismo texto destaca unas palabras del actual presidente del PDeCAT, Artur Mas, en otro acto de la ANC de este febrero: “Debemos tener un esquema de movilización organizada que ponga muy difícil al Estado impedir el referéndum o que sea enorme el coste que tenga que pagar por impedirlo”.

Si no hay negociación entre los gobiernos de Cataluña y de España… las válvulas quedarán a punto de estallar. Enric Juliana, en uno de sus últimos artículos, titulado “Un momento peligroso”, alertaba al Madrid que lee ‘La Vanguardia’ de lo que vendrá: “El caudal se va haciendo cada vez mayor y se puede desbordar. Un acto de afirmación de la autoridad del Estado sin oferta política en forma de alternativa, que tiende a la humillación de las instituciones catalanas, puede tener consecuencias catastróficas para el Estado español en el medio plazo”.

La fórmula es explosiva:

+ Represión judicial y policial

+ Errores de cálculo del Estado

+ Falta de negociación política

+ Caldo de cultivo de años de movilización social permanente

+ Choque de legalidades y legitimidades

= Comienza la Revuelta Catalana

La revuelta permanente, desde 1285

Cataluña es un país especialmente rebelde. Históricamente, los catalanes se han levantado para enfrentarse al poder y a los poderosos. En Madrid y en Barcelona. “Tozudamente alzados”, que diría Lluís Llach. Siempre “tumultuosos”, siempre metidos en líos. El militar Baldomero Espartero decía en 1842 que había que bombardear la capital catalana cada 50 años. En el siglo XIX, Cataluña estuvo en permanente estado de excepción, de suspensión de las libertades más fundamentales por las bullangas y revueltas liberales. Antonio Guerola, gobernador civil de Barcelona durante el reinado de Isabel II, dijo: “El carácter turbulento de los catalanes ha exigido cierto poder militar para reprimirlo, y temporadas de años enteros en estado de sitio” (según recoge el historiador Josep Fontana). Barcelona era conocida como la ‘Rosa de Foc’, la ‘Rosa de Fuego’, la ciudad de las bombas, una ciudad llena de barricadas.

Rajoy ha pedido al Gobierno catalán la rendición incondicional para “evitar males mayores”. ¿Cuáles son, estos males mayores? Si el Gobierno español se plantea implantar en Cataluña una especie de estado de sitio por la vía del 155: Cataluña ya tiene mucha experiencia en la supresión de sus derechos de autogobierno desde los Decretos de Nueva Planta después de 1714 hasta la dictadura de Primo de Rivera que suspendió la Mancomunitat. Se habla de una posible suspensión de la autonomía y de la detención del Gobierno catalán: eso ya pasó en el año 34 después de los Hechos de Octubre y con el Gobierno de Companys en prisión en el barco ‘Uruguay’ en el puerto de Barcelona. Se están requisando carteles y registrando imprentas y se persigue la libertad de expresión, pero sólo en el siglo XX, con las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco, muchos catalanes ya saben cómo enfrentarse a ellos. Policía, Guardia Civil (y Mossos) desalojando, dispersando y disolviendo concentraciones en la calle. No es necesario recurrir a Gandhi: los movimientos sociales tienen una larga experiencia en detenciones por acciones de resistencia civil pacífica, desde Xirinacs hasta el movimiento ‘okupa’.

El espíritu rebelde catalán viene de lejos. ¡Desde el siglo XIII hay catalanes que se sublevan! Atentos: en 1285 se produjo una de las primeras rebeliones sociales de un territorio que ya comenzaba a llamarse Cataluña: la revuelta de Berenguer Oller. En el contexto de las revueltas sociales que se producían en ese momento en ciudades de Italia, de Francia o de Flandes, por el aumento de las diferencias económicas entre la población urbana, un tal Berenguer Oller lideró una revuelta en Barcelona protagonizada por pequeños y medianos menestrales y comerciantes que lograron el apoyo del “pueblo llano” contra las rentas y censales que se tenían que pagar a “clérigos, amos y burgueses”. Se proponían atacar, según las crónicas de Bernat Desclot, “a todos los hombres ricos de la ciudad”. Aquella revuelta pionera fue liquidada sin contemplaciones. La cosa terminó fatal. Colgaron a Berenguer Oller y siete de sus compañeros de filas. Sus asesinatos provocaron una gran conmoción en la ciudad.

Esto fue sólo el inicio. Cataluña, como ocurre seguramente en otros lugares del mundo como París, Latinoamérica o tantos otros ingobernables, es un pueblo especialmente rebelde, difícil de someter e insumiso.

Leyendo el libro ‘La formación de una identidad. Una historia de Cataluña’, del historiador catalán Josep Fontana, fui anotando todas las revueltas catalanas de la historia. Es impresionante. Las revueltas de los ‘remences’ —lo que hacíamos en el año 1353: “una masa de campesinos de la comarca de Osona asaltaba una parte del monasterio de Ripoll y quemaba las escrituras”—; guerras campesinas de finales del siglo XV “contra la servidumbre y los malos usos”; la Guerra de los Segadores —en 1640, “un memorial de la Generalitat recogía los abusos de los soldados del ejército real en las villas catalanas”— donde aparecen rasgos de lucha de pobres contra ricos, de vasallos contra señores y de violencia cercana ya al bandolerismo; la Revuelta de las Barretinas (1687-1689), iniciada en Centelles contra los señores, sus impuestos y los salarios de miseria; las bullangas, a menudo anticlericales y con quema de conventos, eran constantes desde el siglo XVIII: el 5 de agosto de 1835, “el malestar popular en Barcelona creó un nuevo movimiento contra las autoridades militares y el general Bassa” —los asaltantes llegaron a matar al general y lanzaron el cadáver desde el balcón del palacio, un poco bestia, sí—; durante el movimiento revolucionario de 1854, la primera ciudad en sublevarse con cantadas del himno de Riego fue Barcelona; a finales del XIX estalla el movimiento obrero: el primer congreso de sociedades obreras de España se celebra en la capital catalana en 1870, la UGT se funda en Barcelona con Pablo Iglesias en 1888, la CNT se convertirá en un sindicato de masas en Cataluña; el anarquismo, el cooperativismo y el mutualismo crecen entre finales del XIX y principios del XX —y, en paralelo al movimiento sindical y social, se produjeron acciones de ‘propaganda por el hecho’ y atentados como las bombas del Liceo de 1893. Barcelona, la ciudad de las bombas, la ‘Rosa de Foc’.

Las revueltas no son sólo cosa de siglos pasados. Los inicios del siglo XX fueron de luchas sociales constantes, desde la Semana Trágica —contra el alistamiento forzoso de soldados y, de paso, contra la Iglesia— pasando por la huelga de la Canadiense —para conseguir la jornada de 8 horas—, y en paralelo reaparecía el catalanismo, con momentos de queja históricos como el ‘Memorial de greuges’ (‘Memorial de agravios’) dirigido a Alfonso XII en 1885 por el Centro Catalán, y éxitos como la primera conquista de una autonomía catalana en forma de Mancomunitat en 1914; el republicanismo, con dos hitos protagonizados también por la izquierda federal catalana, tanto en la Primera República (1873) como en la Segunda República (1931), proclamada antes en Barcelona que en Madrid por Companys, primero, y Macià, después, en la plaza de Sant Jaume; la única revolución anarquista, con colectivizaciones de fábricas y tierras, que ha triunfado en el mundo se produjo en Cataluña —y en parte en Aragón— durante la primavera del 36 en plena Guerra Civil; el primer gran desafío de masas contra el régimen franquista se produce durante la Huelga de Tranvías de 1951 en la ciudad de Barcelona; el PSUC, fundado en 1936, fue uno de los grandes partidos comunistas de Europa occidental liderando el movimiento obrero y vecinal en Cataluña hasta los años ochenta, y de hecho será el único partido comunista de una nación que no tenía Estado con presencia en la Internacional Comunista. Definitivamente, los catalanes son, como diría un ministro del PP, un pueblo “tumultuoso”. Y así, creo, ha seguido la cosa a principios del siglo XXI.

Frustración de la derrota

Ni historiadores del pasado, ni periodistas del presente pueden rehuir una cuestión de una gravedad importante: la inmensa mayoría de revueltas terminaron inicialmente derrotadas, aniquiladas, ajusticiadas, destruidas. Quizás, algunas, pocas, acabaron teniendo victorias morales, consiguieron cambiar cosas a medio plazo o que sus objetivos triunfaran al cabo de algún tiempo. Pero, en el momento de producirse, casi todas fueron sofocadas por la fuerza del Estado, de los ricos y los poderosos. Desde Berenguer Oller ahorcado, hasta Lluís Companys, único presidente democrático de la Europa occidental asesinado por el fascismo. Desde los juicios contra Ferrer i Guàrdia tras la Semana Trágica hasta el triste, duro y gris exilio de los republicanos tras la Guerra Civil. Somos los hijos de mil derrotas.

Si no hay independencia, pueden venir años de inhabilitaciones, de juicios, de multas y… sobre todo decepción y fatiga para un movimiento que hace años que se moviliza con el máximo esfuerzo. ‘Winter is coming’, dicen ya algunos políticos independentistas ‘off the record’. El retroceso autonómico puede ser terrible. La Generalitat está literalmente intervenida, no con tanques, sino económicamente. Es dudoso que el PP haya cometido “un error” (pensando en sus votantes) y puede seguir creciendo electoralmente a costa del problema catalán. Hay en marcha en España una operación de restauración del bipartidismo para aniquilar a Podemos por supuestamente “secesionista”. De hecho, no hay que negar que no pocos catalanes ven bien que se pare como sea un referéndum que consideran ilegal, unilateral y que los menosprecia. Ciudadanos, el PSC y el PP sumaron en las últimas elecciones catalanas casi un 40% de votos.

Josep Fontana, historiador / X. HERRERO

El mismo Josep Fontana, cercano al PSUC y que se declara partidario de la independencia pero lejos del llamado “independentismo mágico”, ya apuntaba en una entrevista a CRÍTIC las posibles frustraciones si el proceso hacia la independencia no acababa triunfante o, incluso, si acababa mal. Fontana es un experto en revoluciones a lo largo de la historia. Sabe de qué habla. Sus reflexiones son un aviso para los independentistas de un posible futuro fatídico en caso de que ellos terminen perdiendo la partida.

“JOSEP FONTANA: ¿Ruptura significa separación por la fuerza? Pero: ¿con qué fuerza? ¿Cómo haces esta ruptura?

CRÍTIC: ¿Con una declaración unilateral de independencia?

JOSEP FONTANA: Vale, y a partir de ese momento, ¿qué haces? ¿Cómo ocupas las fronteras? ¿Con los Mossos, que en teoría son fuerzas dependientes del Ministerio del Interior y que, como el 6 de octubre de 34, se pueden encontrar que les llaman la atención y les dicen que tienen que obedecer las autoridades de Madrid? Companys fue más sensato y no declaró la independencia: declaró la República Catalana dentro de un Estado federal en unos momentos en que estaba convencido o lo habían convencido de que había un movimiento revolucionario en toda España que se apoderaría del Gobierno en Madrid y que dentro de éste se crearía un Estado federal. Ahora dicen: declararemos la independencia. ¿Y cuánto tiempo se necesita para que la Guardia Civil entre el Palau de la Generalitat y se los lleve a todos? Si tú quieres hacer algo por la fuerza, de acuerdo, pero para eso tienes que empezar a pensar que tienes que empezar a montar guerrillas, porque no te dejarán, porque eres una pieza demasiado importante del rebaño global del Estado, para que te dejen marchar así. No necesitan ni el Ejército: les es suficiente con la Guardia Civil. No bromeemos con esto. La opción de ganar la independencia por la fuerza fue la opción que ETA intentó en el País Vasco y no lo logró y tuvo costes muy elevados. Es obvio que la única forma en que te puedes separar es si el otro acepta que te separes. No hay otra.”

Aviso para navegantes: si esto es una revolución, es necesario un análisis riguroso. Que el independentismo se autoengañe sobre las dificultades y frustraciones no le ayuda. Antes de hacer la revolución, los buenos estrategas examinaban cuál era la correlación de fuerzas. Pesimismo de la inteligencia…

…Y optimismo de la voluntad. Seguramente, el independentismo catalán no derrotará al Estado este mes de octubre. Pero el Estado tampoco tiene fuerza para derrotar al independentismo. Hay miles de personas en la calle. El rumor persiste a pesar de la campaña del miedo y la detención de altos cargos de la Generalitat. Ya es difícil detener el choque de trenes. Esto sólo acaba de empezar. Prepárense. Vienen curvas. Abróchense los cinturones.

¿Viviremos, pues, la Revuelta Catalana? ¿Seguiremos dando vueltas al Procés como hasta ahora? O dentro de unos cuantos años hablaremos, como escribió John Reed sobre otro octubre del 17, de aquellos ‘Diez días que estremecieron al mundo’?

Texto originalmente publicado en catalán en la web de CRÍTIC con el título de “La Revolta Catalana”.

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