22/08/2022 | 06:00
* Pots llegir la versió en català de l’entrevista aquí.
¿Sabe que hay quien la describe como activista digital?
¿Ah, sí? Pues eso no lo había visto yo.
Por comunicar en las redes, supongo. Por el blog. Y, sin embargo, las abandonó en una ocasión por salud mental.
Sí, después de recibir varias amenazas de muerte y una campaña brutal de online shaming y me dije: esto no me vale la pena ni me paga las facturas. Adiós.
¿Qué significa para usted ser mujer y negra en España?
Es en parte un reto, debo estar constantemente desmitificando y rompiendo estereotipos; romper con el imaginario que tiene mucha gente de lo que es ser una mujer negra y, por lo tanto, sometida al qué bien hablas castellano, o qué bien hablas catalán o a que se sorprendan cuando digo que tengo una carrera universitaria o que trabajo en el Ayuntamiento y soy funcionaria. Esa reacción de sorpresa continua y el cansancio que eso conlleva, la fatiga…
En su primer libro Ser mujer negra en España cuenta que la primera vez que se percibió como negra fue a los seis años cuando alguien se lo gritó por la calle y llegó a casa llorando.
Sí. Y mi madre no le dio importancia, así que no volví a quejarme más. La indefensión aprendida es esto: si yo denuncio y no se me escucha… ¿Para qué?
Hasta que la leí, como con tantas otras cosas, no me di cuenta de la importancia que tiene el pelo para las mujeres negras. Que, dicho así, parece una frivolidad hasta que me topé con el término activismo estético. ¿Me lo puede explicar?
Para las personas negras, la piel y el cabello son partes de nuestra identidad que han sido sistemáticamente sometidas a procesos químicos para aclararla o alisarlo a causa de los cánones de belleza establecidos que ponen en valor unos rasgos que son completamente diferentes de los nuestros. Es un canon regido por la blanquitud. El pelo ha sido y es un elemento más de opresión y cuando te encuentras en una sociedad en la que los inputs es “pelo liso y hacia abajo” y tu pelo no es así, por la voluntad de querer encajar, pasas por el aro y hay unas implicaciones en salud importantes. Hace poco hablé con Liliana Valencia, que es periodista, colombiana, y me explicó que ha tenido quistes en el útero relacionados con la química de los productos que utilizamos para alisarnos el pelo. Es una violencia autoinfligida brutal.
“Muchas feministas blancas no han leído nunca a pensadoras negras ni las tienen en el radar”
Hablemos del concepto de fragilidad blanca. Usted explica que “cuando a una persona blanca le señalan una conducta racista, esta se siente incómoda. Y para reparar esa incomodidad, va a desarrollar una serie de conductas (rabia, enfado, llanto, etc.) que le permitan volver a recuperar su posición cómoda sobre el racismo. Las conversaciones sobre racismo, en mi opinión, tienen que incomodar a las personas blancas. Y punto. Es así. Y las personas blancas deben aprender a gestionar esa incomodidad”. Esto no es fácil.
Ya, pero fíjate que es lo mismo que le pedimos a los hombres cuando hablamos de feminismo. Por eso también esta relación tan complicada con el feminismo hegemónico; hay muchas mujeres blancas feministas que no se dan cuenta de que, ante nuestras reclamaciones y denuncias, reaccionan igual que los señores cuando ellas les señalan una conducta machista. ¡Y no son conscientes! Me han llegado a acusar de inventarme lo de feminismo blanco o negro. ¡Yo! Pero vamos a ver, ¿quién soy yo, después de dos siglos y medio de mujeres negras reclamando sus derechos? Esto demuestra la poca educación que aún persiste y el que muchas no es que no hayan leído nunca a pensadoras negras, es que ni siquiera las tienen en el radar, ni que sea a Angela Davis.
¿Del feminismo hegemónico que es lo que más le molesta?
Que se difunda el mensaje de que somos nosotras las que nos excluimos porque el enemigo es uno solo. Hay especificidades. Y a mí hay cosas que me pasan por ser mujer y otras por ser negra y esa experiencia tú no la tienes, así que no puedes ser tú quien decida cómo tengo que actuar y comportarme, ni por supuesto ejercer de portavoz con la condescendencia y la infantilización encima a cuestas. Ese tenemos que dar voz… Mira no, yo, voz, ya tengo. Lo que tienes que hacer es pasar el micrófono o salir del centro.
¿Cómo ha sido su proceso, el darse cuenta? Porque a los 20 años supongo que tampoco usted era plenamente consciente del racismo estructural.
No, claro. A los 20 yo no era así, porque ni siquiera tenía amigas negras. Cuando tienes relación con otras personas negras y comprendes que tu experiencia no es individual (que no soy yo que tengo la piel fina y me tomo las cosas mal) sino general, es cuando despiertas. Cuando te relacionas y no tienes que explicarte por qué la experiencia de la otra persona es la misma que la tuya y te empiezan a llegar títulos de libros, de autoras. Y te pones a leer, a leer, a leer con un hambre voraz, porque por primera vez lees historias con las que te identificas completamente… Eso lo cambió todo para mí y me pasó más o menos a partir de los 25.
“Ese ‘tenemos que dar voz…’ Mira no, yo, voz ya tengo. Lo que tienes que hacer es pasar el micrófono o salir del centro”
Y su activismo, ¿cuándo comienza?
Se ha ido construyendo a lo largo de los años. Yo abrí un blog en el 2010 sobre crianza y lo que hacía en familia y a partir de ahí fue evolucionando. De los peinados que les hacía a mis hijas, cuando dejaban que las peinara, a reflexiones sobre lo que significaba para mí llevar el pelo afronatural. Entonces empezaron a llegarme mensajes de otras mujeres negras y me di cuenta de que esto iba más allá de la belleza o la estética. Que era algo político y reivindicativo y que reconectaba con mi identidad.
¿No le cansa tener que explicarnos todo el rato lo que significa ser negra?
Es agotador y me pone de muy mal humor en ocasiones. Hay momentos en los que digo, ¡a la mierda! Ja s’ho faran.
¿Y cómo consigue que se le pase?
Relacionándome con otras mujeres negras y de otros orígenes raciales que tienen experiencias similares a las mías. Llamo a mis amigas, echamos una tarde de ir a comprar plantas, merendar, reírnos y desdramatizamos. Nos explicamos lo que nos pasa, nos reímos un rato y así vamos tirando.
¿Ve una solución a corto plazo para que dejemos de ser racistas?
No.
“En todas las entrevistas me hacen la misma pregunta: ¿España es racista? Pues sí, claro”
¿Cree que se morirá sin ver el cambio?
Por supuesto. No es ser pesimista, sino realista. Todo esto está montado y es herencia de un sistema que lleva siglos funcionando. En comparación, no somos nada. Yo no lo veré y mis hijas no creo que vean cambios significativos. La mayor me cuenta comentarios que le hacen amigas suyas y no difieren nada de los comentarios que me hacían a mí cuando era adolescente.
¿Como cuáles?
Las bromitas del moreno, preguntas sobre cómo te lavas el pelo, cuando no insultos directamente. No avanzamos tanto como algunos se empeñan en creer. En todas las entrevistas me hacen la misma pregunta: ¿España es racista? Pues sí, claro. Y la gente se lleva las manos a la cabeza. Y contesto: si España no es racista, ¿por qué a mi hija la siguen llamando negra de mierda?
¿Y qué les dice a sus hijas?
Que no tiene nada que ver con ellas, esto es un trabajo que las familias de otros orígenes raciales hacemos desde que nuestras niñas aprenden a hablar. Una de las primeras cosas que aprendieron a decir mis hijas fue por favor no me toque el pelo. ¡Qué triste que una bebé de 18 meses aprenda eso! Y desde ahí comienza toda una educación antirracista para que tengan herramientas y puedan sobreponerse a una serie de comentarios que van a llegar, que tarde o temprano van a llegar. Las tienes que armar para que tengan recursos y el impacto sea el menor posible.
“Si sólo hablamos de racismo cuando a alguien le señalan un comportamiento racista y esa persona se enfurece, no hay debate posible”
¿Ha notado algún cambio en positivo respecto a su generación comparada a la de sus hijas?
Hay una mayor conciencia de que hay problemas, pero no se están solucionando. Ahora podemos hablar de privilegio blanco, pero no se avanza. Hay muy poca conversación. Moha Gerehou, en su libro Qué hace un negro como tú en un sitio como este, escribe que le gustaría que el racismo y el antirracismo se convirtieran en un tema de conversación más, que hubiese una mayor naturalidad. Eso no sucede, porque los únicos momentos en los que se habla es cuando a alguien le señalan un comportamiento racista y esa persona se enfurece, porque, ¿cómo me vas a llamar racista a mí, si soy socia de Amnistía Internacional, tengo apadrinado un niño en la Vicente Ferrer, un cuñado guatemalteco y mis hijos juegan en el parque con dos niñas gitanas? Como si eso tuviese algo que ver. Si esos son los únicos momentos en los que entra en la conversación el racismo, cuando la otra persona lo único que está oyendo es que la estás llamando mala persona, no hay debate posible. ¡Si es que todavía no hemos aprendido que todos somos racistas! A estas alturas seguimos sin enterarnos de que esto viene de base.
Hace poco vi una entrevista suya en televisión. Se supone que iba a hablar sobre racismo, pero de los veinte minutos se pasó diez defendiendo los espacios no mixtos porque los demás participantes, blancos, no entendieron que los quisiera excluir…
¡Sí, sí, sí! ¡Muy fuerte! Y si en ese momento armo el taco y contesto con vehemencia, confirmo todos los estereotipos que pesan sobre mí como mujer negra. Tengo que respirar, aunque por dentro note que me está dando un ataque de ansiedad, que las pulsaciones se me desbocan, y me mantengo calmada para que después me feliciten porque mira, no me enfado. Así, sí. ¿Y qué me vas a dar, un pin, una galleta? Ni siquiera tengo derecho a expresar la rabia. Hay cuerpos que no tienen permitida la expresión de la rabia porque entonces sería una salvaje. Esas dinámicas no se identifican como problemáticas, esa presión que yo soporto con tres personas blancas cuestionándome a las que no puedo contestar. Porque para poder contestar a eso y que haya una conversación, necesito que las otras personas tengan unos conocimientos previos sobre racismo que no tienen y así es imposible.
¿Y esto le pasa con frecuencia?
¡Hombre, claro! El día que fui a TV3 a presentar el libro y Carod-Rovira insistió en preguntarme de una forma retorcida si yo participaba en el Carnaval de Vilanova, que al final le contesté: ¿Usted lo que me está preguntando es si yo estoy integrada? Seguimos haciendo ese tipo de preguntas de mierda. Nunca soy lo suficientemente de aquí. Siempre, en algún momento, alguien se las ingeniará para hacerte saber que jamás vas a ser de aquí.
“Carod-Rovira insistió en preguntarme si participaba en el Carnaval de Vilanova: ¿Lo que me está preguntando es si estoy integrada?”
¿Por ejemplo?
Que vaya a una Administración pública y, en lugar de documentación, me pidan los papeles. Que entre en un establecimiento y que la persona que atiende lo esté haciendo en catalán con la que está delante de mí, yo le hable en catalán y me conteste en castellano. Y aunque le insista en catalán, me siga hablando en castellano. Esto de que si estoy integrada, de felicitarme y enorgullecerse, quin orgull! que bé parles el català! ¿Orgullo de qué? Un día en el súper felicité yo a la señora que me felicitó a mí por hablar bien en catalán. A veces llego a eso para que la gente se dé cuenta de lo absurdo que es su comportamiento. ¿Más? Las lecciones. Incluso un momento de ocio se convierte en una mierda. En una fiesta de fin de año me fui a la una porque un señor blanco me estaba explicando la historia de Floquet de Neu [el gorila blanco del zoo de Barcelona] y de Guinea Ecuatorial. ¡A mí! Y pensé: si a la una esto es así, cuando se tome tres copas más será insoportable. ¡Y me tuve que ir! ¿Más? Llamarte inmigrante de segunda generación cuando yo no he inmigrado en la vida. Porque, entonces, ¿mis hijas serán de tercera? ¿Y su descendencia, de cuarta? Entonces, ¿nunca serán de aquí? Estamos en primero de antirracismo y no hay manera de elevar la conversación.
Y esta situación permanente, ¿no le genera estrés?
Por supuesto. Hay estudios que hablan sobre el trauma racial y cómo el colonialismo y el racismo tienen implicaciones en la salud mental de las personas racializadas. Es un machaque constante, te están sometiendo a una luz de gas constante. El ¡no, mujer, no ha sido así! Son cosas tuyas. Y la carga mental que eso supone es brutal. Por ejemplo, me pasa que de repente alguien me hace un comentario y dependiendo de cómo esté, ese comentario me ha jodido el día y el siguiente y le doy vueltas y vueltas porque le podría haber dicho, podría haber contestado… y estoy convencida, pero segura, que la otra persona lo ha dejado atrás dos minutos después de soltármelo. Ese runrún, esa dedicación de energía es inevitable que al final te pase factura. ¡Claro que desgasta! Paula Hurtado, psicóloga especializada en traumas raciales, habla también del derecho a no contestar porque tenemos que elegir las batallas que vamos a lidiar, todas no las podemos ganar, es imposible. Pero salgo de mi casa y ya estoy en alerta porque en algún momento alguien me va a decir algo. Es así.
¿Cuándo ha preferido callarse?
Mira, un tema controvertido: el procés. Trabajar en un ayuntamiento y escuchar que comparan la lucha del poble català con la de Martin Luther King… ¿Perdona? ¡¡Perdona!! Y sí, claro que me callo en lugar de decir ¡pero cómo te atreves! Se consigue justificar todo y al final yo sería la señalada porque me ofendo y es que no he entendido bien lo que me querían decir.
“Trabajar en un ayuntamiento y escuchar que comparan la lucha del ‘poble català’ con la de Martin Luther King… ¿Perdona?”
Y al mismo tiempo la presión de ser excelente. La black-excellence, pero no para ser presidenta de la Generalitat, sino para trabajar en una óptica.
No tenemos permiso para ser mediocres, hay que ser amables siempre y no molestar no vaya a ser que parezcamos amenazantes. El estrés, la ansiedad por la hiperproductividad, la autoculpa. Todo, todo, todo.
Volvamos a los espacios no mixtos que usted defiende, en los que no haya blancos. ¿Por qué?
Porque necesito espacios en los que no despierte curiosidad, en los que nadie mire mi pelo ni tenga ganas de tocármelo. En el 2015 estuve en Cali, que tiene una población afrodescendiente del 51%, y fue la primera vez que iba por la calle y nadie se dio la vuelta para mirarme. ¡Era anónima! ¡Nadie me miraba! Fue liberador. Yo necesito espacios donde no tener que estar respondiendo a las expectativas, a los patrones, a los estereotipos del imaginario de otras personas. Quiero ser yo y ya está. Porque luego están esos que te dicen que no ven los colores como si eso fuera algo bueno. El no te veo como a los demás que yo me tomaba como un cumplido y en ningún caso lo era, porque en el fondo lo que me estaban diciendo era: tú eres como nosotros y esa validación me servía. Y no te das cuenta de que entonces piensas igual de la gente de tu comunidad que las personas blancas. ¡Buff! El trabajo que lleva después aprender a relacionarte con personas negras, africanas. A mí me educa la sociedad que está diseñada para oprimirme y yo compré todos los discursos, me aliso el pelo —menos mal que no caí en el blanqueamiento de la piel— me creo que es un halago cuando me dicen que soy especial y diferente, que estoy integrada. Lo compro y aprendo al mismo tiempo que los demás son menos y después he tenido que hacer un trabajo para desaprender todo eso y relacionarme desde otro lugar con personas como yo. Por hacer un paralelismo: es como la rivalidad entre mujeres que promueve el patriarcado.
Tuvo una pareja blanca durante 15 años y ahora asegura que ya no más. ¿Por qué?
La dinámica es muy complicada. La pedagogía, la familia, el esfuerzo… no tengo ganas. A ver, que me parecen fenomenal las relaciones interraciales y no tengo nada en contra de ellas, pero yo ya estuve ahí y en mis relaciones sexoafectivas no puedo estar lidiando con machismo y racismo. ¡Con las dos cosas no puedo! Un señor heterosexual al final no deja de ser un señor y ahí ya hay que estar haciendo una pedagogía. Mira, si encima de la feminista tengo que estar con la antirracista… Mira que no, que no, que no puedo, que no me da la vida. [Risas]
“Con el ascenso de Vox pensé: pues ahora vais a comprender lo que es tener miedo a la pérdida de derechos”
La hipersexualización de las mujeres racializadas es uno de los estereotipos más evidentes. ¿La ha sufrido?
¡Claro! Hay una fetichización, el querer colgarse la medalla del “nunca he estado con una mujer negra” y el “¿es verdad que las negras hacéis esto, esto, esto y lo otro?” O pensar que te van a salvar. O la creencia social que sin conocerte de nada piensan que estás con un hombre blanco porque tiene un rédito social para ti. Siempre, siempre, siempre, aunque sea al revés y seas tú la que tienes una formación académica y sustentes a la familia, habrá gente que solo te va a ver como una mujer negra y eso significa que estás por debajo del hombre blanco con el que estás. Por eso, con mi anterior pareja, si él estaba con las niñas en el parque se asumía que eran adoptadas, mientras que si estaba yo, era que las estaba cuidando.
¿Y qué papel jugamos los medios de comunicación para perpetuar esos estereotipos?
¡¡¡Ufffff!!!! ¿Vale eso como respuesta? [Se ríe] Los medios de comunicación son generadores de opinión y tienen el poder de perpetuar o de cambiar la narrativa. En RAC1, por ejemplo, donde colaboro con el programa de Marc Giró, soy la única persona negra.
¿Cómo lleva lo de ser una referente para otras mujeres negras?
Por un lado, es muy bonito. A finales de año, estuve en Las Palmas y vino una chica joven a que le firmara los libros. Se me echó a los brazos llorando y me dijo: “No sabes lo mucho que me has ayudado”. Y me emocioné, claro. Pero eso pone una presión añadida porque cuando te encumbran, te están deshumanizando al mismo tiempo. Te colocan en un pedestal en el que se espera de ti unas cosas determinadas y eso es injusto y poco comprensivo. Por eso muestro mi parte más vulnerable en las redes. Si estoy mal, lo digo para que la gente conecte también con eso y vea que soy una persona y no su activista de cabecera. A mí me pasan cosas y mientras me están preguntando que si se hacen trenzas o cocinan un plato de Gambia es apropiación cultural, a mí me siguen pasando cosas.
Para terminar: ¿Qué hacemos con Vox?
No tengo la respuesta porque, para empezar, yo no los he puesto ahí. Yo sé lo que haría, pero no te lo voy a decir. [Ríe a carcajadas] Me hace pensar mucho… En las primeras elecciones que decían lo de no, no, no sacarán escaños, ya verás como no. Y de repente, el colectivo feminista se lleva las manos a la cabeza, y el LGTBI también, y como persona racializada pensé: “pues ahora vais a saber, ahora vais a comprender lo que es tener miedo a la pérdida de derechos, que es como vivimos nosotras todo el tiempo”. Vox es lo mismo que otros, pero sin máscara, sin disimular. ¿Qué hacer? No lo sé.