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Foto: IVAN GIMÉNEZ
Entrevistes

Brigitte Vasallo “El autoodio de clase provoca que nos den vergüenza nuestra clase y nuestros orígenes”

De la lucha contra las normatividades o la islamofobia hasta el análisis de las relaciones sociales, el poliamor, la monogamia o el charneguismo. Estos son algunos de los ámbitos de estudio que han marcado la dilatada trayectoria de la escritora y activista Brigitte Vasallo (Barcelona, 1973). Este año ha publicado la obra Lenguaje inclusivo y exclusión de clase, en la que, partiendo de la experiencia propia, profundiza en el clasismo insertado en la construcción del discurso. En paralelo, Vasallo también ha centrado su investigación más reciente en la memoria histórica. “Hablar de esto significaría romper el pacto del 78”, expone, “pero se censura a todo el mundo que no tenga un relato oficialista”. Con ella abordamos este debate y conversamos sobre la lucha de clases, las diásporas, el feminismo, la extrema derecha y la construcción del deseo.

04/06/2021 | 06:00

En tu último libro, Lenguaje inclusivo y exclusión de clase, hablas también de tu experiencia de vida. Háblanos un poco de ti, de tus orígenes, de tu familia. ¿De dónde viene Brigitte Vasallo?

Siempre trabajo a partir de aquello que atraviesa mi cuerpo literal y mi cuerpo social. Es a partir de aquí que construyo el relato. Yo soy una catalana charnega, hija de una familia gallega extremamente pobre, con una memoria de la miseria muy profunda y con muy poca genealogía. Esto es muy propio de la pobreza y de la diáspora, que perdemos el relato de donde venimos. Este hecho va construyendo subjetividad: la manera como te piensas, como te relacionas con el mundo, como te arraigas o no a los sitios.

¿Qué implica socializarse con esta memoria de la miseria tan presente?

Implica que tienes mucho miedo, mucho. Miedo de la miseria misma, del hecho que te pasen cosas que te hagan volver a la miseria. Yo he vivido mucha parte de mi vida con el miedo de no tener donde vivir, y esto vuelve todo el rato. Me lo ha transmitido mi familia, que sabe que, si pasa algo, no hay colchón. Y este miedo influye en qué estudios escoges o en qué decisiones (incluso, políticas) tomas: de qué cuestiones te atreves a tratar y de qué no, porque sabes que hay temas que harán que se te cancele y que ya no tengas espacios de palabra, que no te contraten en ninguna parte.

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“La Guerra Civil no fue una guerra de España contra Cataluña como algunos dicen”

En el libro hablas de autoodio de clase, de cómo performamos ser otros individuos con esta voluntad de ascenso social.

Totalmente. El autoodio de clase son todas aquellas formas heredadas a partir de las que aprendemos que nuestra clase y nuestros orígenes nos deben dar vergüenza, y acabamos odiándolos. Es una forma de autoodio en cuanto que esto es lo que nosotros somos. Y se expresa, por ejemplo, cuando las que venimos de pobre insultamos otras marcas de pobreza, como son las faltas de ortografía, los ‘dejes’ o las construcciones de barrio. Esto forma parte de la violencia de clase por parte de los colectivos acomodados, pero se convierte en autoodio de clase cuando nosotros lo reproducimos.

A lo largo de tu trayectoria has investigado diversas cuestiones, pero recientemente te has focalizado en la memoria histórica. Hace algunas semanas publicabas un artículo en CRÍTIC donde ponías el foco sobre las oligarquías franquistas catalanas: “Fueron el elemento necesario del régimen para instalarse en Cataluña. En este país nunca se ha hecho un proceso de reparación”, decías.

Me parece un campo de análisis muy interesante. Sabemos cómo ha sido el proceso del régimen fascista del franquismo (no lo dulcifiquemos denominándolo solo franquismo): hay una Guerra Civil española contra una revolución popular, y hay unas oligarquías que se revuelven y dan un golpe de estado pagado por un banquero de Mallorca, Joan March. Esto da paso a una dictadura fascista que dura 40 años, y después hay un pacto de silencio, que es la esencia del régimen del 78. Este pacto implica que no ha habido un proceso de reparación, que comportaría reconocer lo que sucedió en Cataluña; es decir, asumir que el régimen franquista no necesitó a nadie externo para sostenerse.

¿A qué te refieres?

La cuestión es que en Cataluña se hizo el mismo proceso de depuración que en todas partes: se forzó a ir al exilio, se persiguió e incluso se fusiló a todos los cargos públicos que tenían alguna relación con la república, y los sustituyeron personas afines al régimen —desde convencidos hasta gente que buscaba la manera de sobrevivir—. Mientras que otras poblaciones como la charnega teníamos que salir a la diáspora, estas familias pudieron quedarse en su casa estudiando, comiendo bien y con medicinas si se ponían enfermos. ¿Que estos hijos e hijas de la oligarquía franquista después resulta que han sido luchadores contra el franquismo? ¡Fantástico! Pero hay que reconocer que hay un capital económico, social y cultural que se ha ido propagando, y del que deberíamos poder hablar. Para mí, romper el pacto del 78 significa esto.

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La existencia charnega es una existencia ‘queer’

¿Crees que romper el pacto implicaría reseguir a estas familias y revisar sus privilegios?

También. ¡Implicaría revisarlo todo! Empezando por el discurso según el cual la Guerra Civil fue de España contra Cataluña, un relato que es una desmemoria histórica. Hay una censura hecha a partir de artículos y ‘llamaradas’ en las redes, que yo he vivido en primera persona, pero que no iban por mí, sino por todo el mundo que quisiera hacer memoria histórica que no fuera la oficialista. Esto es una forma de disciplinar: forma parte del panóptico que representan las redes sociales; pero, aun así, debemos poder hablar de ello. El amo —que es un concepto que utilizamos mucho en Cataluña y que a mí me gusta bastante— manda mucho, pero no manda tanto. Puede cancelarnos, perseguirnos, silenciarnos, sacarnos los espacios de palabra, pero no puede impedirnos que pensemos y que abramos rendijas.

Sobre esto que apuntabas, recientemente ha habido mucho debate alrededor del papel de Twitter, de las oportunidades y de los riesgos que comporta. De hecho, tú misma has optado por desaparecer de esta red social.

Para empezar, debemos recordar que Twitter es una empresa privada, es decir, que lo que sucede allá no se explica solo por el talante del ser humano, sino que hay una empresa que pone unos mecanismos para que aquello pase. La dinámica es interesante porque, cuando tú emites un tuit cagándote en no sé quién, este tuit no va tan dirigido a la persona en concreto como a tu grupo. Estás en una estructura que pide que tengas followers y debes alimentarlos para mantenerlos, porque tu existencia en este contexto depende de esto. Si no, desapareces. Es existencia tamagochi que, por supuesto, no tiene nada a ver ni con el diálogo con matices ni con el discurso no binario.

¿Discurso no binario?

Estamos a tope con el no binarismo de género pero, a la vez, a tope también con el binarismo en todo el resto. Las cosas son sí o no. ¿Dónde queda lo no binario en el discurso? Yo siempre digo que la existencia charnega es una existencia queer, porque nadie sabe muy bien cómo situarnos y pocas veces se nos pregunta dónde nos situamos desde la experiencia vivida, no tanto desde las etiquetas dadas. Hay mucha información trascendente de cómo nos construimos comunitariamente, pero no se generan los espacios para hablar de ello.

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El orgullo nacional catalán está muy relacionado con la industrialización, que fue una mierda violenta

¿Por qué?

Tengo dos hipótesis. La primera es que hay un interés en que no se hable de ello, que tiene que ver con estas oligarquías. En Cataluña tenemos un problema: nuestro orgullo nacional está muy relacionado con la industrialización, que fue una mierda violenta con capitales venidos de la esclavitud de Cuba. Lo que pasó en las colonias textiles es horroroso en cuanto a disciplina, violencia y secuestro de las personas. Aquí se ponen las industrias en el litoral y después se van hacia la Cataluña Central porque había un sindicato anarquista que pegaba tiros a los empresarios, y se trasladaron hacia allá para aislar la mano de obra. Hay la fantasía que Cataluña es un lugar evolucionado, civilizado y europeo –palabras que odio bastante– a través de la revolución industrial, y cuesta mucho hablar de este proceso desde una perspectiva de clase, recogiendo los relatos de la diáspora.

Estos relatos no solo no se recogen, sino que hay un discurso que vincula esta migración a un plan franquista de colonización de Cataluña.

Es interesante cómo, primero, se habla de nosotros como “inmigración”. ¿Por qué se habla de la “inmigración valenciana” —digo la valenciana específicamente, para que no se pueda argumentar que es por motivos lingüísticos—, y no de la leridana? ¿En qué momento se empieza a hablar de la gente de fuera de Cataluña como inmigración? Se podría haber usado otra palabra. Y con esto no niego la existencia de una frontera emocional y cultural, por supuesto, pero la frontera podría haber sido la de los Països Catalans y no la del Principat. Los primeros que hablan de ello son los higienistas: tenemos que reconocer que aquí hay una línea fascista que es similar a la de todos los nacionalismos europeos. E introduzco la segunda hipótesis, que tiene que ver con el trauma transgeneracional.

¿Qué es?

La memoria de la violencia de todas partes donde ha habido procesos tipo guerras civiles, que, si no se elabora, se transmite como trauma, no como historia. Tú intentas hablar de memoria histórica, de las diásporas, del franquismo, de charneguismo… y ¡boom! Explota todo. Yo lo vivo como un campo de minas incluso con gente que sé que me quiere y me aprecia. Cuando mantenemos una conversación respecto a esto, empieza a haber tensión. Sale una frase muy significativa y que me la dice mucha gente: “Es que mi abuela no podía hablar catalán”. Entonces aparece esa herencia, ese trauma. Ya, pero es que mi abuela natural no podía hablar gallego, y mi abuela cultural es también esta que no podía hablar catalán. ¿Por qué me lo dices a mí?

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Que el catalán sea la lengua en Cataluña es una propuesta bastante lógica

Porque esta gente entiende que con tu discurso no recoges sus opresiones? Que estás atacando sus traumas generacionales?

A mí me pasa lo mismo en Galicia. Me dicen: “Es que tú no sabes lo que es no poder estudiar en tu lengua”. Y yo pienso: “¿De qué lengua estás hablando?”. Porque, si mi lengua es el gallego, yo tampoco estudié en mi lengua. Y en relación con este supuesto plan franquista de colonización… ¡dejémonos de chorradas! Este plan no existió, no hay documentos que lo avalen. Los que hay hablan de los años de la autarquía, cuando Franco desplazó a familias a zonas rurales porque las había arrasado, porque había hecho genocidios y no quedaba nadie que trabajara en el campo. Pero el resto es mentira, y queda esta idea que solo se puede entender desde el discurso de las migraciones como una invasión. A mí no me preocupa quela gente del Manifiesto Koiné haga este discurso. Me preocupa todo el resto de gente que lo firmó.

¿Consideras que este manifiesto es supremacista?

Lo interesante es que los del manifiesto se defienden diciendo que los llaman supremacistas porque quieren que el catalán sea la lengua en Cataluña. ¡No! De hecho, es una propuesta bastante lógica. Me parece evidente. Quizás hará falta también otra lengua, por experiencias de otros países con lenguas pequeñas en cantidad, y quizás deba ser el inglés. Este no es el tema; el tema es insistir en la inmigración como forma de colonización. Esto es lo que yo señalo como fascista.

¿Crees que reacciones como las del Manifiesto Koiné también se explican por el contexto? Es decir, ¿que conectan con el hecho que hay partidos políticos que niegan el catalán o que lo quieren hacer desaparecer?

A mí me gusta remarcar que, cuando alguien se defiende diciéndome: “Es que a ti te llaman charnega, pero a mí me dicen polaca”, ¡no ven que a mí también me lo dicen! Somos la alteridad constante. Lo que le hacen a Cataluña, me lo hacen a mí también. Y sí, sin duda, hay una voluntad de confrontación por parte de estos partidos. A mí lo que me mata es que, desde las izquierdas y los movimientos de base, también caigamos en estas lógicas, que no son las nuestras. Son las lógicas de las oligarquías, la voz del poder. Y ojo, que no entrar en esta confrontación no tiene nada que ver con negar el hecho de que debemos poder decidir colectivamente cómo nos queremos administrar. Mezclar los dos discursos es pernicioso.

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El capital necesita innovación constante para vender. Se fija en discursos subversivos y los desactiva

¿Qué es la voz del poder?

Aquella que es capaz de imponer un margen cerrado de la conversación y solo te permite debatir dentro del marco dado. Y tiene muchas derivadas. Por ejemplo, cuando hablamos de lenguaje inclusivo, del que no voy a la contra, sino que pretendo añadir capas de contenido, estamos diciendo que hay un marco establecido y que damos acceso a voces que se incorporan a este marco. Quién genera el marco permite la inclusión, pero incluir aquello que no estaba tendría que generar otro marco. Si no, es una inclusión fetiche, disfrazada: tú, como bollera, puedes hacer discurso, pero si se incluye dentro del marco existente. Es como añadir cosas a la mayonesa sin que deje de ser mayonesa.

Pero el hecho de incorporar representaciones subversivas a este marco establecido, ¿no lo puede hacer modificar?

No, porque estas representaciones las incorporamos siempre mediadas por el capital. El capital necesita innovación constante porque, si no, no vende. Necesita nuevos productos y a veces se fija en estas cosas y las incorpora al marco dado.

¿Es lo que pasa con una parte del discurso feminista?

Mira, un ejemplo muy claro son los eslóganes feministas en las camisetas del Zara. Fíjate que el capital lo incorpora todo dentro de este discurso y lo desactiva, porque no cambian las lógicas del poder, sino que las incorpora a estas lógicas. El sistema nos enseña también a mirar las cosas. Yo pongo el ejemplo de mi tía que tenía bigote: nunca interpreté que aquel bigote fuera una cosa revolucionaria y, de hecho, seguramente su idea cuando lo llevaba tampoco era esta. Simplemente, las mujeres en la aldea no se depilaban. Lo interesante es que yo nunca lo leí como una propuesta contrasistémica que pudiera aplicarme a mí misma, porque yo no quería ser heredera de una tía vulgar, de aldea, de clase baja que venía de la miseria y que no se depilaba. Yo ya era un cuerpo refinado. En cambio, si, desde el feminismo, otros cuerpos refinados como el mío me dicen que me deje el bigote, sí que lo entenderé como una propuesta revolucionaria. La imposibilidad de ver las cosas que ya existían y de las que no sabemos aprender me parece muy significativa.

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Es perfectamente compatible sentirte o identificarte como feminista y tener clara la lucha de clase

¿Y cómo se rompen, pues, las lógicas del poder creando discurso que no sea absorbido?

Es que es absorbido todo el rato. Los momentos de rendija son pequeños. Yo lo comparo con cuando haces un agujero en la arena junto al agua, que desaparece todo el rato cuando viene la ola; pero, durante un momento, el agujero ha existido. Y este momento es revelador, hace que pasen cosas, pero son cosas que constantemente el sistema se va comiendo. Yo soy muy fan de la Audre Lorde, que dice que “las herramientas del amo no acabarán con la caza del amo”, pero que continúa la frase diciendo: “Aun así, nos pueden dar una victoria temporal”. Tenemos que abrir rendijas sobre todo por lo que generamos mientras las abrimos, pero pensar que, si utilizamos una palabra dentro de un marco discursivo dado, todo quedará arreglado, pues no. El sistema lo captura constantemente.

Te defines como “feminista entre comillas”. ¿Por qué?

Yo no lo tomo como una identidad. El feminismo es una herramienta que me ha servido mucho desde que encontré una puerta de entrada a través de la Mohanty. El feminismo ha sido y es una herramienta maravillosa que a veces me sirve y a veces no, y que es una herramienta poliédrica. No la uso como identidad. Me interesa bajar el volumen a la identidad feminista.

Hay quien hace discursos que apuntan que el feminismo como identidad acaba dividiendo la clase obrera…

Ah, ¡qué va, no tiene nada que ver! Una identidad no divide; esto solo lo afirma quién tiene la identidad muy asegurada y a quien le chirría que alguien más también la pueda tener muy asegurada, de forma que se siente bajo amenaza. Una identidad es una herramienta para articularnos desde unas carencias, sensaciones y discursos que necesitamos hacer estratégicamente. Es perfectamente compatible el hecho de sentirte o incluso identificarte como feminista y el de tener clara la lucha de clase; no sé en qué momento esto es excluyente.

Hay un debate muy presente en el seno del movimiento feminista, que genera mucha violencia hacia algunas mujeres y que tiene que ver con la cuestión trans. ¿Qué explicación das a la irrupción de esta cuestión en el debate público?

Creo que las mujeres trans siempre lo han tenido muy difícil en el feminismo, desgraciadamente. No sé si sabría elaborar hasta qué punto esto tiene consecuencias terribles en nuestra propia definición de qué es una mujer y qué no. Está claro que hay unos intereses muy grandes en alimentar este debate y que tienen que ver con poderes políticos, con política de partido y con recursos económicos. Y esto tiene muchas traducciones, como la violencia a través de las redes que yo relaciono con lo que decíamos al principio: hablas para tu comunidad, para reafirmar que tú perteneces a ella. Mi propuesta puramente personal es la de ir elaborando espacios que no pasen por este debate de confrontación. No perdamos recursos debatiendo en Twitter.

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El sistema nos disciplina en cómo ser lesbianas como es debido. Y esto tiene que ver con hacernos mujeres como es debido

Uno de los ámbitos sobre los que has contribuido a la creación de pensamiento tiene que ver precisamente con el género y la construcción del deseo.

En el género, están muy claras las cajitas del sistema, cómo lo tenemos que hacer para encajar y qué tensiones hay con estas cajitas. La cajita LGTB no es que sea inútil o reprobable, pero yo necesito entenderla como una identidad estratégica y no como una verdad absoluta. Cuando hablamos de políticas de inclusión, me preocupa que no hablemos nunca de la heterosexualidad como sistema político, cuando este es el problema. Se hacen muchas políticas para el colectivo LGTB porque está invisibilizado y violentado. Está claro que lo está, ¿pero a partir de qué? ¿Por qué no apuntamos al sistema? Pues porque es mucho más incómodo y bastante más perturbador.

¿Qué significa apuntar a la heterosexualidad como sistema político?

No quiere decir ir en contra de la práctica. Cuando hablamos de orientación sexual, es una forma de reducir la cuestión hacia lugares que no tienen ningún sentido. Hace algunos días se celebraba el día de la visibilidad lésbica, y a mí me angustia cuando representamos la visibilidad lésbica a partir de nosotras como lesbianas haciéndonos besos con una mujer. Cómo si solo fuéramos lesbianas cuando nos damos un beso o cuando tenemos una relación con otra persona. La identidad lesbiana es una identidad en relación con el sistema: es el sistema que genera la necesidad de esta identidad. En relación con las políticas del deseo, necesitamos una mirada más amplia que la visibilidad en sí misma.

¿En qué sentido?

Yo fui visible como lesbiana de pequeña, mucho antes de ser nada. Hay una cuestión que no tiene que ver con quién te lías, sino con qué tipo de mujer performas y en cómo te identifica el entorno. Y a mí me identificaron como marimacho mucho antes de que yo pensara en el deseo. Entonces nunca he podido ser invisible. Y reivindicar la visibilidad… De acuerdo, o quizás no, no lo sé. Mostafà Shaimi habla del derecho a la indiferencia, y a mí me gustaría reivindicarlo. ¿Qué necesitáis las lesbianas? No lo sé. Yo, personalmente, que me dejen en paz. Con la cuestión de la visibilidad, vamos incorporando las representaciones lesbianas que el sistema permite.

Esto es bastante similar a lo que comentabas en relación con la voz del poder y con la absorción de las “representaciones disidentes” por parte del sistema.

Exacto. ¿Qué representaciones se permiten? Si puede ser, que no tengan pluma, que sean de clase mediana, blancas, con todos los dientes (que esto es una marca de clase clarísima), delgadas y con cuerpos hegemónicos marcados por el capital. Entonces, cuando el sistema incorpora esto, nos disciplina en cómo ser lesbianas como es debido. Y esto tiene que ver con hacernos mujeres como es debido. El sistema nos permite una tara por cabeza: encima que aceptamos una tara tuya, ¡no te pases con el resto! Pero estas disidencias están, siempre han encontrado el espacio para estar, y es un espacio durísimo, pero no se arregla con la visibilidad.

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Vox no venía a buscar el voto de las feministas, sino el voto de las charnegas

Hace un par de años, en una entrevista en CRÍTIC sobre tu libro Pensamiento monógamo, terror poliamoroso, decías que “ser machista, ser racista, ser homófobo y lesbófobo es lo que da votos”. Entonces, el contexto político era diferente, pero ya avanzabas lo que ha acabado pasando con Vox.

No solo da votos a la derecha, también a la izquierda. Estos discursos no son nuevos: estaban latentes y han encontrado sus espacios. Cuando montamos el Festival Txarnego, yo hacía un año que picaba puertas y todo el mundo me decía que era muy interesante, pero “uy, uy, uy”, porque tocaba memoria histórica. La contrapropuesta era montar algo alrededor del feminismo, con el pensamiento que venía Vox. Pero es que Vox no venía a buscar el voto de las feministas, sino el voto de las charnegas. Intenta capitalizar el espacio de incomodidad, de inexistencia y de conflicto impuesto que tenemos, y lo que tenemos que hacer es apuntar allá. Entonces pensé que teníamos que hacer el Festival Txarnego, pero lo que no esperaba era la reacción. Para mí ha sido un luto muy heavy. No podemos seguir diciendo que de esto no se habla, porque hay otra gente que sí que lo hace desde lugares muy peligrosos. Pues hagámoslo nosotros desde otro lugar.

La consecuencia práctica de lo que estás explicando es que Vox es la cuarta fuerza en el Parlament de Catalunya.

Cuando encontramos espacios para hablar, estos partidos no existen; desaparecen. Las razones por las que los ricos votan Vox no me interesan, pero sí que quiero saber qué explica que las víctimas del fascismo puedan apoyarle porque se sienten más reconocidas. Quizás la pregunta como sociedad es: ¿qué pasa con estas voces para que encuentren que aquello que los representa son estos discursos tan bestias? Tenemos que parar todo esto que está sucediendo ahora y que ya vimos en 2017, con los resultados de Ciutadans. Los territorios que históricamente votaban una izquierda concreta, el PSUC, después el PSC, de repente se vuelven naranjas. ¿Cuál es la fibra que ha tocado el discurso de Ciutadans? Eran los únicos que hablaban de charneguismo. Ellos y nosotros, ¡y mira como nos ha ido cuando lo hemos intentado hacer desde otros lugares! ¿Qué ha pasado aquí? En lugar de criminalizar y hacer subir la espuma, debemos crear espacios para hablar entre diferentes y salir de la zona de confort. Esto es incómodo porque te tienes que mover; pero, si queremos construir un futuro, hay que hacerlo.

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