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Entrevistes

Irantzu Varela “Decirle ‘hombre’ a una mujer trans es inhumano”

La periodista Irantzu Varela (Portugalete, 1974) se define en las redes como feminista vasca y bollera. De hecho, ha orientado su lucha política hacia estas dos causas. Coordinadora de la plataforma de creación y acción Faktoria Lila, colaboradora en el programa En la frontera, del diario Público, y de la revista Pikara, es una de las caras más conocidas del Estado español en la divulgación del feminismo. “Estoy enrocada en el optimismo”, dice cuando habla de la lucha por la liberación de las mujeres, que considera “la más revolucionaria y transformadora” de todas las que ha vivido. Después de un 8-M que se ha celebrado en un contexto marcado por la pandemia de la Covid-19, reflexiona sobre los debates presentes en el seno del movimiento: de la ley trans hasta el “reto” de incluir el discurso antirracista, pasando por la presencia del feminismo en los medios de comunicación, el “marco patriarcal” de las estructuras de poder y la violencia machista.

24/03/2021 | 07:00

Empecemos por el principio: ¿de dónde sale Irantzu Varela? ¿Cómo es tu familia? ¿Dónde te criaste?

Soy hija y nieta de sardineras y del obrero de una fábrica que, a la vez, era hijo de un paragüero, de los que iban con la bicicleta y la armónica por la calle. Nací en Portugalete, mi familia materna es de la margen izquierda, pero después nos mudamos a Basauri, donde trabajaba mi aita (padre). Esto también era muy típico, ir donde trabajaba el que se ganaba el pan. Vivíamos en Calero, que es seguramente el barrio más obrero de todo el pueblo. Siempre digo que la conciencia de clase la adquirí en casa: mi padre era sindicalista en una época especialmente convulsa y activa políticamente, en los años setenta y ochenta en Euskal Herria. Imagínatelo.

Tu entorno estaba bastante politizado.

En general, el pueblo vasco es un pueblo politizado. Una gran mayoría de los trabajadores de las fábricas tenía conciencia política y de clase, y se organizaba en el sindicalismo. A mí me tocó vivir manifestaciones, huelgas, y ver la lucha obrera en casa. Recuerdo reuniones en que se hablaba de los problemas de los trabajadores y también ir sobre los hombros de mi aita a manis, de muy pequeñita, donde se cantaba “Obrero despedido, patrón colgado”. Eso marca. No te das cuenta hasta que no eres mayor, pero marca. Por eso, cuando me dicen que soy una burguesa, me hacen reír.

Dices que eres de la margen izquierda. ¿Qué implica eso?

Es un concepto un poco local. Vizcaya está atravesada por la ría de Bilbao, que divide la margen derecha, donde está Getxo, el municipio con más trabajadoras del hogar del Estado español, y al otro lado están Barakaldo, Portugalete o Santurtzi, que forman parte del cinturón industrial de Bilbao. Son ciudades que fueron creciendo porque es donde se situaron las fábricas, y vino gente de diferentes partes del Estado a trabajar. Tienen una tradición de lucha obrera muy importante. Aquí, ser margen izquierda es casi una forma de ser, porque está atravesado por el hecho de provenir de una familia migrada, por la conciencia de clase, por la precariedad y por la violencia económica. Es la zona donde nació el punk.

¿Y tú también bebes de esas influencias?

Es que es complicado ser una persona vasca con conciencia política y no tener una espinilla punk clavada. Ha formado parte de nuestra vida de una manera muy natural. No sé ni si era muy consciente de lo que era el punk, pero estaba presente. Ibas en el tren y te encontrabas con los de Eskorbuto, estabas de fiesta y había un concierto punk en el lugar donde estabas. No hacía falta perseguirlo: estaba allá.

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El feminismo es tan incómodo que hay ‘señoros’ de izquierdas que intentan desarticularlo”

¿Quién te dice que eres una burguesa?

Pues, a veces, señoros de izquierdas. El feminismo ahora mismo resulta tan incómodo que hay intentos de crítica, de desarticulación y de desmontar este discurso desde todas partes. Es un insulto que nunca me imaginé que recibiría, y lo he recibido. Algunas veces, cuando hablas desde una perspectiva feminista inclusiva, hay gente que lo confunde con cosas liberales. No pueden estar más equivocados. Yo tengo muy claro de dónde vengo y de dónde saqué la conciencia de clase, así que no me afecta que alguien crea que no la tengo.

Leía en una entrevista en elDiario.es que fuiste a un colegio de monjas. Durante tu primera socialización, ¿el discurso feminista estaba presente?

Esto seguramente tiene una explicación. Nací en 1974 y me escolarizaron en 1979, en pleno inicio de la Transición. Muchas familias de mi entorno, impulsadas seguramente por las madres, que tenían el objetivo de que sus hijas tuvieran una vida mejor que la que ellas habían tenido, decidieron ponernos en colegios de monjas. La alternativa eran las escuelas nacionales: la educación vasca no existía, y la pública bebía directamente del franquismo. Entonces, la experiencia que habían tenido nuestras madres en la educación pública era tan terrible que entendieron que en una escuela de monjas tendríamos una mejor formación. Parece una paradoja inexplicable. Tú sales del colegio de monjas, pero cuesta mucho sacártelo de dentro. Ha sido a lo largo de la vida cuando he encontrado espacios donde exorcizarme. En cualquier caso, la razón creo que era esta: en aquel momento, mi madre no se autodenominaba feminista, pero ya tenía claro que su hija tenía que ser más libre que ella, y que la educación era una de las claves de la libertad.

En aquella generación seguramente el feminismo no salía de la formación teórica, sino que se expresaba más en la práctica cotidiana…

Es que en aquella época, el feminismo —y esto lo viví yo también al principio— era casi un título. Autodenominarse feminista lo hacían las mujeres que tenían cierta formación sobre el feminismo en el ámbito teórico. Entonces, quizás les costaba más denominarse feministas, pero lo eran en la práctica, aunque algunas no se articularan políticamente.

¿Cuándo empiezas a hacer, del feminismo, una lucha política?

Supongo que enseguida que le puse nombre. La inquietud y la sensación de que algo no me cuadraba era una cosa muy intuitiva que tenía desde pequeña; pero, cuando llegué a la universidad —que imagínate el contexto: la uni en el País Vasco de los años noventa, un lugar con una vida política a veces brutal, en todos los sentidos—, entré en contacto con grupos que se organizaban alrededor del feminismo. Empecé a conocer bibliografía, a devorar los cuatro libros clásicos que teníamos a disposición entonces, y enseguida le puse nombre a la intuición, que era una intuición colectiva, y entendí que esto era una cosa que me atravesaba. Ha sido un proceso largo y no lineal: un recorrido construido a mi manera, que es como acostumbro a hacer yo las cosas. Si no, no me funcionan.

Al margen del movimiento feminista, también has militado en Alternatiba, uno de los partidos de la coalición EH Bildu, y fuiste candidata al Senado por Vizcaya en las elecciones generales de 2015 y de 2016. ¿Por qué este salto a la política institucional?

Alternatiba es un partido que se creó hace unos 12 años y yo participé desde los primeros congresos como militante de base. La idea era montar un partido anticapitalista, feminista y con una agenda de izquierdas, porque sentíamos que había un vacío en la esfera política. Entonces, se incorporó a la coalición Bildu, y en las elecciones de hace cinco años hubo un proceso participativo en el cual las asambleas de los pueblos proponían nombres que se sometían a votación. Honestamente, nunca pensé que me escogerían, pero resulta que sí. No era la primera vez que me proponían ir en una lista electoral, ni tampoco el único partido que lo hizo. De todos modos, se quedó solo en una aventura interesante y divertida, porque no salimos escogidas.

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Un pensamiento que excluye a colectivos todavía más vulnerables no es un pensamiento feminista”

¿La militancia feminista es posible en los espacios mixtos formados por hombres y mujeres?

Creo que es necesaria, porque pienso que es una manera de conseguir que haya políticas feministas y que haya feminismo en la hegemonía y en las estructuras: en los sindicatos, en los partidos y en las instituciones. Aun así, tengo clarísimo que el feminismo es autónomo, antisistema y contrapoder, y que, como movimiento, debe estar al margen de partidos y sindicatos. Por lo tanto, las compañeras que están en cargos públicos han de entender que, como movimiento, nos tienen enfrente. Es decir, si tú estás en una posición de poder en un sistema patriarcal, tendrás el movimiento feminista, como mínimo, vigilándote y señalándote, y a veces, protestando en contra tuya.

Tú te autodenominas feminista radical y militas en el lesbofeminismo (que entiende la heterosexualidad como un régimen político y no como una orientación u opción sexual). ¿Por qué te enmarcas en estos frames?

Militar en el lesbofeminismo quizás es decir mucho. De todos modos, a mí me parece que hay algo de político en el hecho de reivindicar una orientación sexual no heteronormativa, y lo digo siempre que puedo porque me parece que construye discurso. Y después, sobre el feminismo radical, es que no me parece que haya ninguna alternativa. ¿Cuál seria? ¿El feminismo superficial? Para mí, la aportación de las autodenominadas feministas radicales es clave cuando explicaron que solo con políticas no pondríamos fin a la violencia, sino que teníamos que ir a la raíz, a las construcciones estructurales que explican las desigualdades. Aun así, estoy un poco cansada de las etiquetas: creo en un feminismo que hace cada vez más profundo su sujeto político, no en uno que hace cada vez más grupúsculos. Creo en las identidades que aportan, no en las etiquetas que atomizan.

Te preguntaba por la corriente feminista radical porque también es de donde beben las que defienden postulados transexcluyentes. ¿Qué piensas de las mujeres que se identifican como feministas radicales y que no conciben las mujeres trans como mujeres?

Pues que se han atragantado con las fuentes de las cuales beben. Hay gente con comportamientos opresores que buscan una intelectual, recortan un párrafo y lo usan para justificar sus planteamientos de manera descontextualizada. Una persona que denomina hombre a una mujer trans le está negando su identidad, y esto roza lo inhumano. Un pensamiento que excluye, margina, oprime y es violento con colectivos todavía más vulnerables que nosotras no es un pensamiento feminista. La única explicación que encuentro, y me temo que es la única que hay, es que quien lo defiende quiere mantener sus privilegios. Y ahora me preguntarán: ¿qué privilegios? Pues los de ser blanca, paya, cis —personas que se identifican con el género con el que han nacido—, y seguramente, el de tener suficientemente cubiertas las necesidades materiales. Una feminista que está concienciada sobre la opresión, que entiende qué quiere decir vivir en un cuerpo marcado por las violencias, no puede ver como enemigas a personas que están en situación de mayor opresión y de más violencia brutal. Si en lo que escribieron Kate Millett, Simone de Beauvoir o Monique Wittig, o en cualquier de las feministas que hayan podido leer, encuentran razones para defender el feminismo transexcluyente, dos puntos y abro comillas: “Lo han entendido mal”; cierro comillas.

¿Qué opinas de las teorías queer (que afirman que la orientación sexual y la identidad sexual o de género son el resultado de una construcción social)? ¿Son las que más se oponen a los planteamientos que excluyen las mujeres trans del feminismo?

Me parece muy osado tener una opinión muy definida, porque es un cuerpo teórico en producción continua, anchísimo y muy complejo. Aun así, hay dos cosas que me parecen interesantes y prometedoras de las teorías queer: por un lado, el hecho de poner en cuestión el binarismo de género y la idea de la separación entre sexo y género, entre el hecho cultural y el hecho natural. Y, por otro lado, me parece muy subversiva la idea de que las personas que nos encontramos en los márgenes y somos cuerpos marginados por diferentes opresiones nos podemos encontrar para articularnos y luchar juntas. Y, una vez más, la gente que dice que las teorías queer son un caballo de Troya del neoliberalismo me parece que no han entendido nada. Me suena a propaganda. Hay gente que, incluso, lo pronuncia mal: la doctrina qüer. ¡Madre mía! Si no lo sabes ni decir, no me creeré que te has leído ni dos líneas. Me parecen muy osadas las interpretaciones que se hacen, que a veces dejan claro que hay una ignorancia que es a propósito.

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El feminismo liberal no existe: es un oxímoron”

¿Cómo ves la ley trans que está impulsando el Ministerio de Igualdad del Gobierno español?

Tengo claro que es una ley que está pensada para que un colectivo especialmente vulnerable empiece a tener garantizados sus derechos. Intenta una cosa tan básica como que las personas puedan tener vidas que se correspondan con su identidad, y, lógicamente, no tengo nada en contra. Además, las cosas que plantea esta ley ya están aprobadas en muchos países y en algunas comunidades autónomas y no ha pasado nada de estas fantasías perversas con las cuales nos amenazan las personas transexcluyentes. Un hombre que cometa un delito que pueda ser juzgado dentro de la ley de violencia de género no podrá autodeterminarse como mujer para liberarse. Hay cosas que se dicen que son mentira. Son salvajadas que antes se decían de las lesbianas o cuando se aprobó el matrimonio igualitario. Entonces era homofobia; esto de ahora es transfobia.

Defiendes un feminismo interseccional, es decir, que luche contra todas las formas de opresión. “No se puede ser feminista y estar a favor del racismo o del gran sistema de explotación que es el capitalismo”, decías en una entrevista. Vayamos por partes. ¿Qué piensas de las mujeres que se reivindican como feministas liberales?

Lo defienden mujeres que creen que todo lo han conseguido solas, y esto es tener muy poca perspectiva y ser muy injusta. Absolutamente todos los derechos que tenemos tú, yo y todas, los han conquistado otras. Las liberales, que creen que han conseguido todo lo que tienen con su esfuerzo, están negando la lucha de todas las mujeres que han puesto el cuerpo para que ellas tengan los derechos que tienen. Entonces, creo que el feminismo liberal no existe: es un oxímoron.

¿El feminismo hegemónico occidental no ha sabido o no ha querido incluir el discurso antirracista o crítico con el colonialismo en el marco de sus reivindicaciones?

Hemos hecho feminismo blanco, y, cuando nos lo han señalado, nos ha irritado tanto que nos ha costado reconocerlo. De hecho, yo pienso que el reto del feminismo en este momento en el Estado español es hacer feminismo antirracista y descolonial de verdad. Es decir: agenda política, espacios de articulación, movilizaciones, propuestas, maneras de funcionar, dinámicas, todo antirracista y descolonial. Esto todavía no lo estamos haciendo. Es nuestra responsabilidad entender que hemos hecho feminismo blanco para blancas y payas. Cambiarlo implica movernos de primera fila, de los espacios de decisión, dar un paso atrás, callar un poco y escuchar más, y otras muchas cosas. Lo estamos empezando a aplicar en nuestra práctica política, pero hace falta autocrítica.

¿Y no se ha hecho porque esto también implicaría revisar los privilegios de las mujeres blancas?

Sí, yo creo que sí. Históricamente, la gente se ha articulado para luchar en contra de las opresiones que ella misma encarna. Nos ha pasado, como les pasa a algunos señoros de izquierdas, que creen que el feminismo despista la lucha de clases. Nosotras, durante tiempo, hemos pensado que la opresión más importante era la de género, y que, defendiendo los derechos de las mujeres, estábamos defendiendo los derechos de todas las mujeres igual. Visto en perspectiva, imagínate el error que es pensar que todas estamos igual de oprimidas. Claro, entonces han venido las compañeras desde el feminismo negro, antirracista y desde espacios de articulación atravesados por otras opresiones y nos han dicho: “Pero, ¿de qué vais?”

Es interesante lo que decías relativo al hecho de que hay autores que defienden que el feminismo divide a la clase obrera. Identifican esta lucha, como la lucha por la liberación sexual, como cuestiones identitarias.

Es que esta gente denomina “identidad” a las opresiones que no encarna. La que encarnas tú te parece el epicentro de la lucha, y las de los otros son “identidades”, además, dicho de una manera despectiva. Es una visión tan simplista que me cuesta pensar que haya alguien que se crea intelectual defendiéndola. No es lo mismo la lucha obrera desde un cuerpo marcado como hombre, blanco y heterosexual que como cualquiera de lo que esta gente denomina “identidades” y que, en realidad, son opresiones. Pocos barrios obreros han pisado los que defienden esto, y lo digo en masculino a propósito.

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Debemos vigilar que los medios no nos intenten traducir a un feminismo no incómodo”

Ayer vivimos otro 8 de marzo. ¿Cómo valoras el estado del movimiento feminista?

Yo estoy enrocada en el optimismo desde hace años.

¡Qué suerte!

Sí, porque veo que es el movimiento revolucionario más presente, más articulado y que más cosas está consiguiendo de todos los que yo he podido presenciar en mi vida. Sabíamos que lo que pasó el 8-M de 2018 complicaría la lucha, pero empezamos siendo cuatro a las que nos miraban de reojo con nuestra pancarta, ¡y mira hasta dónde hemos llegado! Nos tendremos que rearticular con las nuevas formas de lucha y con el hecho de habernos convertido en un movimiento masivo, pero yo veo que esto no lo para nadie.

¿Por qué complicará la lucha?

Recuerdo estar en las escaleras del Ayuntamiento de Bilbao viendo la manifestación de la mañana, que teníamos miedo de ser pocas porque era no mixta, y encontrarme con 35.000 cuerpos, vestidas todas de negro, cantando la canción “A la huelga cien, a la huelga mil”. Y yo pensaba: “Madre mía, ¿ahora qué haremos con todas estas mujeres?”. Porque, en muy pocos años, hemos pasado de ser un movimiento minoritario y articulado en espacios que habíamos construido desde el movimiento autónomo a entrar en la hegemonía. Y la hegemonía intentará captarte, instrumentalizarte, manipularte y apropiarse de ti. Aun así, creo que estamos siendo capaces de mantener la lucha feminista autónoma, asamblearia, antirracista, anticapitalista y antisistema.

La Delegación del Gobierno español en Madrid prohibió las manifestaciones. ¿Crees que ha comprado el relato de la ultraderecha, que el año pasado culpó al feminismo de la primera ola de la Covid-19?

No es que lo haya comprado: es que ya lo tenían. El marco patriarcal y el miedo a la lucha feminista lo tienen todos los poderes. Es la primera manifestación en un año que les preocupa y les molesta. ¡De cuidados a la salud nos hablarán a nosotras, que los hemos inventado y ejercido a lo largo de la historia! Esto no tiene que ver con la salud, sino con el miedo al feminismo como movimiento autónomo articulado.

¿Los medios de comunicación han absorbido el discurso feminista?

Yo, que también soy periodista, creo que el papel de los medios de comunicación es clave en la construcción de la sociedad. Las mujeres feministas que se pelean cada día en sus redacciones están consiguiendo incluir este discurso en los medios, y esto es muy valioso, pero debemos vigilar que los medios y la cultura popular no nos intenten traducir a un feminismo no incómodo. Hubo un tiempo en que pensaba que nos abrirían las puertas de la hegemonía, y ahora me doy cuenta de que esto se tiene que batallar. Pero bien, siento que cada vez estamos más presentes, y tendremos que defender el hecho de estar dentro con un discurso radical, profundo y transformador.

Radical, transformador… ¿y también es importante que sea fácilmente digerible? Porque quizás el discurso teórico no llega a todas las esferas de la sociedad. En los espacios donde tú participas hay la sensación de que justamente intentas explicar conceptos complejos de forma que sean comprensibles para todo el mundo. ¿Esta es una de las funciones que debemos hacer desde los medios?

Una feminista gitana me dio un término que me encanta para describir lo que hacemos muchas que intentamos hacer divulgación feminista, que es “hablar en fácil”.

Me encanta el concepto. Era justo lo que quería decir.

Pienso que es imprescindible la tarea de las teóricas. Las que vienen de un trabajo más intelectual, que muchas veces hablan de cuestiones complejas y abstractas, tienen que ser rigurosas; pero, desde hace algunos años, hemos entendido que también hay que hacer divulgación feminista para la gente que no tiene el tiempo, las ganas, las capacidades o las herramientas para leerse un ensayo complejo. Además, creo que los medios de comunicación agradecen que “hablemos en fácil”, sin que esto implique rebajar el contenido: se puede hablar de una manera muy radical, profunda y transformadora en términos sencillos y comprensibles. Todas tenemos nuestro papel.

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La violencia contra las mujeres siempre ha sido ejemplarizante”

También ha habido una evolución en los medios, y un ensanchamiento de aquello que se entendía por violencia machista. La violencia sexual, por ejemplo, también ha entrado en la agenda mediática en forma de denuncia cuando antes, quizás, se naturalizaba o se minimizaba mucho más.

El movimiento feminista ha construido el marco teórico sobre la violencia machista: primero, hemos cambiado la idea de crimen pasional por la de asesinato; después, hemos conseguido que se entienda que lo que pasa en el marco doméstico es una cuestión pública y, por último, hemos sido capaces de explicar la violencia machista en todas sus formas. En la mayoría de los medios hemos encontrado receptividad, y, en este momento, los que no entienden la violencia machista como algo estructural y siguen hablando de casos aislados, lo hacen por una decisión política. Siento que, con el caso de La Manada, hay un punto de inflexión. Con la manera como abordaron el caso Alcàsser, los medios contribuyeron a crear terror sexual, y esto también tiene que ver con como era la sociedad en aquella época. En cambio, ahora, para hablar de La Manada, se invitaban a juristas feministas, abogadas feministas, se intentaba explicar la diferencia entre agresión y abuso… Es decir, en lugar de generar un relato para el terror, se ha generado un relato para la indignación. Creo que muchas cosas se están haciendo bien.

Las feministas a veces utilizan hashtags como “Es una guerra” o “terrorismo machista”. ¿Es correcto este marco?

Pues yo algunas de estas cosas las he usado mucho. Me inspiré en un artículo del movimiento feminista vasco, que decía que denominamos paz a la época en que los hombres no se matan masivamente entre ellos, pero hemos naturalizado que a nosotras se nos viole, se nos agreda y se nos mate, y que la mitad de la población conviva diariamente con el miedo. Entonces, como decía Simone de Beauvoir, toda opresión genera un estado de guerra. Y, para mí, denominar paz a una situación de opresión y de violencia constante sobre, como mínimo, la mitad de la población, me parece usar mal la palabra paz, no la palabra guerra.

En relación con esta naturalización de la violencia machista, decías en una entrevista que la manera de confrontarla era “con más feminismo y rompiendo con la normalización”. ¿Qué piensas de la autodefensa feminista?

Que es imprescindible. Cuando el sistema no nos protege, cuando es violento contra nosotras, nos tenemos que organizar para protegernos. Fíjate que es autodefensa feminista; nadie habla de ataque. Tenemos que profundizar más en esta idea, no solo contra la violencia directa, sino contra todas las formas de violencia. Como dice Virginie Despentes, somos el único movimiento revolucionario que no ha matado nadie y mira que hace siglos que luchamos y que estamos en todos los rincones del planeta. Si nos dicen que somos violentas, es propaganda.

Tú, como muchas otras mujeres que tenéis presencia pública, has sufrido insultos, ataques y agresiones por el hecho de plantear lo que planteas. ¿Qué lectura haces del acoso que sufrís las mujeres con visibilidad pública?

Creo que la violencia contra las mujeres siempre ha sido ejemplarizante. El inquisidor, como explica Silvia Federici, tiene que matar a unas cuantas para educarnos a todas. Es un intento de hacernos callar. Tenemos que estar un poco pendientes de que no nos toque a algunas poner el cuerpo demasiado, porque yo no tengo ni más escudos, ni más valentía, ni más fuerza que ninguna otra. Ninguna de nosotras los tiene, y no debemos construir heroínas, sino que hemos de organizarnos de manera colectiva para protegernos y cuidarnos. Así haremos que no nos hagan callar, ni a las que tenemos visibilidad, ni a las que hacen el trabajo y la lucha de una manera menos visible pero igual de potente. Cuando me preguntan cómo lo soporto, yo respondo: “Porque me sostenéis”.

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