26/03/2020 | 08:00
¿Por qué el coronavirus se ha convertido en un problema de salud pública tan serio?
A corto plazo, la pandemia del coronavirus viene marcada por su letalidad, transmisibilidad e impacto sanitario. La letalidad no es muy alta, pero el virus es muy contagioso y como afecta a mucha gente (gente mayor y enferma, y menos a los jóvenes), el número global de muertos es elevado. Con ello -a pesar de los ingentes esfuerzos que se hacen por ejemplo en Barcelona y en todos los sitios-, se colapsa un sistema sanitario previamente recortado y mercantilizado por políticas neoliberales impuestas durante años, lo que tiene un gran impacto en los profesionales sanitarios y servicios sociales. A medio y largo plazo, hay muchas fuentes de preocupación o incertidumbre. Es muy probable que el número de personas contagiadas sea muy alto y, como seguramente será una pandemia de larga duración, se pondrá a prueba la capacidad del sistema sociosanitario y la resistencia de los profesionales y la sociedad. Segundo, es probable que el virus permanezca entre nosotros, mute, sea recurrente o incluso se vuelva más virulento, aparte de que pueden aparecer pandemias similares, incluso más graves. No sabemos cuando tendremos una vacuna, pero sabemos que las grandes empresas farmacéuticas (Big Pharma) se centran en enfermedades rentables (corazón, ansiedad, disfunción sexual, etc.), pero no en infecciones tropicales o la influenza. Por tanto, nos haría falta una infraestructura de investigación global orientada a necesidades de salud pública esenciales y no a las que generan más ganancias. Y finalmente, porque no existe un sistema de salud pública suficientemente global y potente que pueda hacer frente a amenazas sistémicas similares al coronavirus.
¿Hay que considerar la pandemia del coronavirus también como un problema de desigualdad?
Sí, por supuesto. Aunque habrá que esperar para tener estudios y análisis elaborados, la pandemia del coronavirus es un problema serio de salud pública que no afecta igualmente a todos como a veces se dice, sino que hay grandes desigualdades por clase, género, edad, situación migratoria u otras situaciones. A nivel global, parece muy probable que la crisis afecte gravemente a los países con sistemas de salud pública y sanidad débiles, que no están preparados para hacer frente a una crisis de esta magnitud. Aunque en este momento tenemos un gran desconocimiento científico (y los medios hablan muy poco de ello), la pandemia es una fuerte amenaza para los grupos de población y barrios más pobres y vulnerables del mundo, que sobreviven con determinantes sociales de la salud lamentables: vivienda, precarización, falta de servicios básicos, falta de agua limpia y alimentación de calidad, contaminantes ambientales, etc. En nuestro entorno, también hay desigualdades. Pensamos en despidos de empleos, sectores laborales y trabajadores/as precarizados que tienen que ir a trabajar exponiéndose al dilema de perder el empleo o enfermar. El teletrabajo sólo ocupa a algunos sectores privilegiados pero no a limpiadoras, trabajadoras de cuidados, cajeras, y a muchas ocupaciones en gran parte precarizadas y feminizadas, grupos sociales con determinantes sociales, ambientales y laborales de la salud peores, lo que aún empeorará más sus condiciones de confinamiento y muy probablemente de salud mental.
Y esto se añade a un medio social precarizado hace años…
Sí, hay que decir que llueve sobre mojado, dado que buena parte de la población ya estaba en muy malas condiciones antes de la pandemia: altos niveles de pobreza, desempleo y desigualdad, precarización laboral, desahucios, servicios mercantilizados, exclusión social, servicios sociales deficientes, etc. Pensemos que en España y en Cataluña, una de cada cuatro personas está en situación de riesgo de pobreza y de exclusión, que más de la mitad de la población tiene dificultades para llegar a fin de mes, y que se gasta mucho menos de lo necesario en protección y servicios sociales. Philip Alston, relator de Naciones Unidas, ha dicho que España es un “país roto”, con muchísima gente viviendo al límite, y con barrios pobres, “que están mucho peor que un campamento de refugiados”. Si lo miramos globalmente, todo hace pensar que el coronavirus producirá un desastre en los países empobrecidos del mundo, tanto en la población general como en aquella con más alta vulnerabilidad. Seamos conscientes de que en el mundo rico la pandemia y otras amenazas pueden hacernos colapsar, pero gran parte de la población del mundo ya vive cotidianamente en el colapso.
“Los factores más relevantes detrás el coronavirus tienen que ver con la alteración global de ecosistemas asociada a la crisis ecosocial y climática”
En un artículo reciente has señalado que los medios de comunicación hegemónicos ocultan las causas profundas de la pandemia.
Dada la crisis pandémica actual, es lógico que los medios hablen de datos, de quien está siendo afectado y de qué hay que hacer para salir cuanto antes de esta crisis. Pero creo que es importante que también reflexionamos sobre sus causas profundas, que se interrelacionan en forma compleja: la ecología, la crisis financiera, la psicología del miedo, la cultura hegemónica individualista, la precarización laboral y otros temas, que en gran medida son tapados por el relato oficial de los medios hegemónicos, centrados en el minuto a minuto y que tratan el tema de forma aislada y emocional, cuando no tóxica. A la hora de pensar sobre las causas, los medios a menudo se refieren implícitamente al coronavirus como si fuera una “maldición” venida de China, que se ha convertido en una “guerra”, que hay que pasar como sea, y que un vez pase, más tarde o más temprano, volveremos a la “normalidad” y a la vida cotidiana. Pero no es así. Parece que tenga que pasar una pandemia como esta para ayudarnos a abrir los ojos y entender la realidad que vivimos. La “normalidad” antes del coronavirus en España es que mueren diariamente más de 1.100 personas por causas diversas, que la gripe común causa cada año entre 6.000 y 15.000 muertes, que casi la mitad de enfermos de cáncer tienen problemas de acceso a tratamientos oncológicos, que hay desigualdades en la mortalidad según la clase social y según el barrio donde se vive, que los ricos se mueren en casa y los pobres en el hospital. Y la “normalidad” en el mundo es que dos terceras partes de la población sobrevive con menos de 5 dólares al día, que 2.500 millones de personas no tienen un hogar para vivir en condiciones, que beben agua potable contaminada, y que mucha gente respira, bebe y se alimenta con tóxicos que dañan la vida y la salud. ¿Qué pensaríamos y sentiríamos si habláramos de todo esto en los medios todo el día durante semanas? Y, por supuesto, más allá de saber qué pasa, es crucial comprender por qué pasan las cosas y tratar de cambiarlas.
¿Cuál es el origen de la crisis actual?
El origen de la pandemia la encontramos en el capitalismo, y esto no es un exabrupto o un eslogan de un anticapitalista radical, es lo que muestran los mejores estudios científicos cuando somos capaces de integrarlos e interpretarlos de forma crítica y adecuada. En el caso del coronavirus, los factores más relevantes tienen que ver con la alteración global de ecosistemas asociada a la crisis ecosocial y climática que vivimos. La deforestación del Sudeste Asiático, los cambios masivos en los usos de la tierra, la fragmentación de hábitats, la urbanización, el crecimiento de una agroindustria masiva, el crecimiento masivo del turismo y de los viajes en avión, la debilidad y mercantilización de los sistemas de salud pública, son los más importantes. Si lo integramos todo, vemos que lo que hay detrás es el capitalismo y su lógica consustancial de acumulación, crecimiento, beneficio y desigualdad, y que es más que probable que, como ocurre con los huracanes asociados a la crisis climática, las epidemias globales se vuelvan más frecuentes y complejas.
“La lógica de crecimiento del capitalismo perjudica al medio ambiente, al desarrollo social y a la salud colectiva”
¿Qué nos enseña esta pandemia en relación al sistema capitalista en el que vivimos?
Nos puede enseñar muchas lecciones sobre las que reflexionar. La primera lección debe ser la de la humildad y tiene que ver con una pregunta: ¿Cómo puede ser que un agente infeccioso minúsculo pueda generar un descalabro y una crisis global y económica de esta magnitud? Algunos se imaginan que somos casi dioses con conocimientos y nuevas tecnologías que lo permiten controlar casi todo y tener un progreso infinito. Pero debemos entender que no somos dioses, sino humanos ecodependientes e interdependientes, somos parte de la naturaleza y, alejarnos de ella es trágico. Desde 2008 estamos en una situación económica de “respiración asistida”, con una estructura financiera inestable y una gran deuda en una economía que no entró en crisis por el crecimiento de la economía china, la inyección masiva de dinero por parte de los bancos centrales y las mercantilizaciones de servicios realizadas. No es que no haya dinero, hay mucho, pero no se sabe dónde reproducir el capital y obtener beneficios. La “estabilidad” económica no podía durar demasiado, pero ahora la crisis se agravará, con cierre de empresas y comercios, el empeoramiento de sectores como el turístico y un fuerte crecimiento del paro, a la vez que servirá de excusa de la nueva crisis. Y esto ocurre porque la gran mayoría de economistas usan un enfoque conceptual erróneo, donde la ecología y los límites biofísicos del planeta no existen.
Una segunda lección es la necesidad de tener un conocimiento diferente que permita entender procesos históricos complejos. Esto permite comprender la salud pública y paradojas creadas por el capitalismo. En cuanto al primero, la paradoja es que “estamos mejor preparados que nunca” para hacer frente a una pandemia. Sabemos mucho de conocimiento genómico, virológico, pruebas diagnósticas, creación de vacunas, epidemiología, ecología, y muchas cosas más de orden psicológico, sociológico y político. Pero, al mismo tiempo, la civilización actual ha creado un montón de factores destructivos que hay que entender y cambiar. Vivimos en un mundo casi “lleno”, con prácticamente 8.000 millones de habitantes, y somos animales sociales que necesitamos estar en contacto entre sí para cooperar, trabajar, relacionarnos, divertirnos y cuidar de los demás. De hecho, mucha gente comenta que una de las cosas más tristes de esta pandemia es que ya no nos podemos tocar ni abrazar, no podemos despedirnos de los enfermos a punto de morir. Las pandemias se podrán tratar con nuevos medicamentos y prevenir con vacunas, pero la especie humana es como es, nos seguiremos necesitando los unos a los otros. Por lo tanto, aparte del necesario aislamiento actual, hay que prevenir la generación de nuevas epidemias globales evitando la transmisión de nuevos virus hacia los humanos y, sobre todo, entendiendo las causas que facilitan la transmisión de nuevos virus que pueden poner en peligro toda la humanidad. Esto significa, especialmente, evitar la destrucción ecológica que estamos aceleradamente produciendo bajo el capitalismo.
Una tercera lección es valorar la gravedad de la pandemia. Sin quitarle ninguna importancia, todo nos hace pensar que desde el punto de vista de la salud pública, no estamos ante el problema más importante. Hasta ahora [22 de marzo], han muerto unas 15.000 personas, y es cierto que el número potencial de muertos podría llegar a ser de cientos de miles o incluso muchos más, si la epidemia se extendiera sin control. Por otra parte, ahora mismo en el mundo los problemas de salud pública existentes son muy graves. Pensamos en los 100.000 muertes anuales por sarampión, una enfermedad evitable y con una vacuna barata y muy efectiva, o en el medio millón de muertes de niños a causa de enfermedades diarreicas, o en la muerte de muchos millones de personas cada año por contaminación ambiental, tuberculosis o sida. A pesar de los efectos negativos de salud y económicos, el frenazo económico tiene efectos beneficiosos para la crisis climática y ecológica y otros fenómenos de salud. Por ejemplo, al frenar la actividad industrial y el transporte, se reducen la mortalidad y morbilidad asociadas a los accidentes laborales y de tráfico, así como los muertos por contaminación ambiental. En China, se estima que la reducción de contaminación por el frenazo económico podría haber evitado ya la muerte de 50 a 75.000 personas. Esta paradoja se aclara cuando entendemos que la lógica de crecimiento exponencial del capitalismo perjudica al medio ambiente, al desarrollo social y a la salud colectiva.
“Esta pandemia podría servir para justificar una crisis económica y la imposición de un régimen autoritario con un control social orwelliano”
Un cuarto aspecto tiene que ver con la urgencia para resolver la situación actual, pero también en general para darnos cuenta que estamos en un punto muerto, en un callejón de muy difícil salida. La crisis actual nos debería servir de espejo para ver una crisis capitalista que nos enfrenta a un más que probable colapso. Estamos ante una crisis sistémica. ¿Por qué? Porque vivimos bajo un capitalismo fosilista con un crecimiento exponencial de producción y consumo, basado en gastar ingentes cantidades de combustibles fósiles baratos y de materiales que se están agotando. Esto quiere decir que nos enfrentamos no sólo a la emergencia climática, sino también a una crisis ecológica de grandes proporciones.
La última lección debe ser práctica. Hay que cambiar y hay que cambiar radicalmente. Habrá un antes y un después de esta crisis, y esto debería llevarnos a hacer un cambio de rumbo total o la humanidad tiene poco futuro. Parafraseando Naomi Klein cuando habla de la crisis climática, podemos decir que esta pandemia lo cambia todo, y que es fundamental que aprovechemos esta pandemia para hacer un cambio social radical. Que lo aprovechamos para transformar el mundo o la transformación del mundo nos cambiará, llevándonos hacia un abismo. Cabe decir que esta pandemia podría servir para justificar una crisis económica masiva y la imposición de un régimen autoritario con un control social orwelliano casi total de la población, tal como ya ocurre en China. Klein señaló que el coronavirus puede llegar a ser “el desastre perfecto para el capitalismo del desastre”, ya que las élites tratarán de beneficiarse de esta crisis. Una vez superada la crisis sanitaria, en una situación social de choque, se podría generar aislamiento e individualismo, confiando más en el poder. Pero también se podría poner en marcha una ola solidaria y conscientemente politizada y movilizada que fuerce a los gobiernos a un cambio en favor del bien común, la solidaridad y ayuda mutua, no sólo para revitalizar servicios sociales golpeados por las políticas neoliberales mercantilistas, sino también un cambio radical que permita detener la crisis ecosocial y climática que vivimos, y cambiar la vida avanzando hacia una de más humana y realmente sostenible, creando una economía homeostática, que gaste mucha menos energía primaria y adapte el metabolismo ecosocial a los límites biofísicos de la Tierra.
“Hay que salir de la lógica del capitalismo lo antes posible”
¿Qué grandes retos nos plantea a medio y largo plazo la crisis del coronavirus?
El más importante y el más difícil seguramente es que hay que salir de la lógica del capitalismo lo antes posible. Quizás seremos capaces de hacer frente —mejor o peor— a esta pandemia, o a las condiciones de fondo de las crisis sociales existentes antes. Quizás podremos mejorar un poco la equidad, el entorno, la vivienda o factores sociales que crean desigualdad. Todo esto es muy importante, no hace falta decirlo, pero si seguimos como hasta ahora, seguiremos fomentando —o no deteniéndo— condiciones estructurales, y vendrán nuevas y peores crisis. Como ha dicho Rafa Poch, la única manera de evitar nuevas epidemias de todo tipo es “matar esta economía capitalista“. Esta pandemia nos sitúa en una especie de “economía de guerra” de grandes dimensiones que hay que aprovechar. La población más crítica y politizada debe captar la profundidad, la amplitud y la rapidez de lo que está pasando y eso debe generar movilizaciones e intervenciones estructurales que necesitamos o nos abocaremos a un colapso. Esta crisis nos puede servir de laboratorio global sobre las cuestiones a las que nos tendremos que enfrentar en el futuro inmediato. Pensamos que una de las salidas de esta crisis podría ser una salida autoritaria, ligada a un nivel de control social de la población muy superior aún al que tenemos ahora. Esto nos llevaría a una situación crítica de tipo neofascista. Los medios tecnológicos ya están ahí. Pero hay también otras salidas y por ello, necesitaremos una respuesta de lucha que deberá ser colectiva, organizada, movilizada y consciente. Los grupos más poderosos y las élites no renunciarán al poder que tienen ni a sus privilegios, nunca lo han hecho. Por lo tanto, deberá ser una lucha colectiva, inteligente, persistente y muy decidida.
“Las ideologías legitimadoras de la desigualdad no renunciarán a sus privilegios. Es esencial juntarnos, ganar fuerzas, movilizarnos sostenidamente”
Y si se supera esta crisis, ¿qué debemos hacer? ¿Qué líneas políticas son las más importantes?
Es la pregunta más difícil de responder. Lo diré de forma muy esquemática y breve porqué una respuesta adecuada merecería mucha reflexión y debate. Siempre pienso que, si quieres cambiar algo, primero hay que analizar muy detalladamente cada situación. De lo contrario, quizas pondrás “parches”, pero los problemas seguirán, se harán peores o volverán. Creo que la primero a hacer, pues, es ayudar a comprender con profundidad el mundo en el que vivimos. Esto implica una reflexión profunda y lenta, crítica y consciente de las cosas. Esto significa también que necesitamos conseguir una reeducación de tipo político y cultural de la ciudadanía tan grande como sea posible. Hace muchos años, Manuel Sacristán nos decía que teníamos que hacer una “conversión” radical y profunda. Aparte de la urgencia para cubrir las necesidades básicas humanas, como también nos enseñan personas tan valiosas como Quim Sempere, Jorge Riechmann o Yayo Herrero, entre muchos otros, debemos reeducarnos, hay que aprender a desarrollar relaciones sociales fraternales, tener empatía, cuidado de los demás, ver el entorno como algo casi sagrado y no algo con un precio que hay que explotar y vender, pensar en el crecimiento personal, en aprender el sentido de vivir, y muchas cosas más. Por difícil que sea, este es un punto crucial.
La segunda cuestión es que hay que seguir experimentando cómo podemos vivir de una forma diferente. Ya hay muchas iniciativas de este tipo: cooperativas de producción, consumo, generando nuevas formas de vida, de relacionarnos, de “sentipensar”, como decía Eduardo Galeano citando a Fals Borda, de compartir las cosas en una vida que valga la pena vivir. No quiero idealizar todo esto, pero hay que imaginar y experimentar hasta el punto máximo que se pueda otra forma de vida, que nos lleve a vivir mejor con menos.
Un tercer punto, que también me parece esencial, es que para comprender, experimentar y tener estrategias y tácticas efectivas, es necesario con urgencia crear y desarrollar grupos de análisis (think tanks), tal como hacen las derechas, los institutos conservadores o las corporaciones, para entender mejor lo que pasa y para pensar lo que hay que hacer. Y evidentemente hay que hacer frente a todas las fuerzas reaccionarias y neofascistas. Los que creen en ideologías legitimadoras de la desigualdad, el racismo o el fascismo no renunciarán a sus privilegios. Un punto esencial es juntarnos, ganar fuerzas, movilizarnos sostenidamente. Hacen falta movimientos a la vez locales y globales, con sensibilidades diferentes pero coordinados transversalmente, descentralizados pero con un nivel apropiado de coordinación. Y que sean ágiles, resistentes, capaces de adaptarse a los cambios y al mismo tiempo con una mirada larga.
“Las desigualdades sociales generan desigualdades de salud en casi todos los indicadores”
Quería acabar preguntando sobre los conceptos de salud, sanidad y salud pública, sobre los que creo que a menudo hay cierta confusión. ¿Nos los podrías aclarar?
Hay tres maneras de entender la salud. La ‘salud individual’, que es la que habitualmente conocemos y que relacionamos con la enfermedad, la medicina y la sanidad, ya que todos enfermamos y necesitamos ayuda, bien sea personalmente o con la asistencia de los profesionales sanitarios. La ‘salud pública’ trata la salud colectiva con conocimientos, tecnologías e intervenciones para promover la salud, prevenir enfermedades o ayudar a morir humana y dignamente. Y tercero, la salud de los ‘grupos sociales’, algo relacionado con la estratificación de grupos sociales según la clase social, género, etnicidad, situación migratoria, edad, territorio, identidad sexual o cultural, o personas con discapacidad, que nos conecta con las desigualdades de salud. De hecho, a menudo puede ocurrir que mejore la salud de la población pero las desigualdades de salud aumenten. Hay que conseguir las dos cosas: mejorar la salud colectiva y aumentar la equidad.
¿Y cuáles son las causas de la salud colectiva y las inequidades? ¿Por qué enfermamos?
A menudo se escuchan expresiones como la “mala suerte” o la “voluntad divina”. Para valorar las muchas causas que afectan a la salud y a la enfermedad hay que pensar en las teorías de causalidad que históricamente han sido hegemónicas. Mucha gente, incluidos médicos y científicos, piensa que las principales causas son los factores biológicos o genéticos, los “estilos de vida” y la sanidad y tecnologías que tenemos. Está claro que cuando estamos enfermos queremos una atención sociosanitaria humana, efectiva y de calidad. Pero cuando vamos al hospital ya tenemos un problema de salud o un factor de riesgo. La pregunta es: ¿por qué enfermamos? Aunque estos factores son importantes, hoy sabemos que todos ellos se relacionan con los determinantes sociales de la salud y la equidad. Es decir, la producción y distribución de riqueza, el paro y la precarización, las políticas de vivienda y desahucios, el entorno ambiental y la degradación ecológica, los factores culturales, la falta de educación y oportunidades y, algo esencial, la política, las relaciones de poder y los diferentes intereses que condicionan las decisiones políticas. Además, todo ello convive en un sistema socioeconómico que llamamos capitalismo. Las desigualdades sociales generan desigualdades de salud en casi todos los indicadores, por lo que a peor situación social, peor salud. Contrariamente a lo que dice la ideología neoliberal, uno no hace lo que quiere, sino lo que puede o lo que le dejan. Esto explica, por ejemplo, que las mujeres de las clases sociales populares tengan más obesidad, pero también que estén más explotadas y discriminadas. Hoy sabemos que tenemos que aprender a integrar todas las causas mencionadas. Todas son importantes, pero las decisivas para entender porque estamos sanos, enfermamos o morimos prematuramente son las políticas.
¿Y cómo actúan estas causas de forma integrada?
Esta integración tiene lugar en forma de cascada o sistémicamente en lo que llamamos “incorporación”. Pensemos en el ejemplo mencionado de la obesidad. Una mujer es diagnosticada de diabetes y necesita tratamiento. Seguramente tiene que ver con la obesidad que arrastra desde hace años, relacionada con malos hábitos de alimentación. Esta conducta tiene también que ver con no poder hacer ejercicio y cuidarse, falta de opciones educativas, malas condiciones de vida y trabajo, preocupaciones sociales y el estrés económico, por lo que tiene difícil adoptar buenas pautas de alimentación, ya que vive en un entorno “obesogénico”, donde es difícil acceder a alimentos sanos a precio asequible. Cabe decir que desde hace años la industria agroalimentaria ha añadido azúcares a sus productos para hacerlos más sabrosos, hacer más ventas y ganancias. De hecho, lo que podemos comprar en un supermercado está en manos de un puñado de transnacionales, unos oligopolios que destruyen el medio ambiente y hacen lo que sea necesario para incrementar los beneficios en un mercado muy competitivo. En definitiva, lo político (y todo el resto de factores) nos “entra dentro del cuerpo” y lo expresamos de forma desigual en daño psicobiológico, enfermedades y muerte prematura.