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Opinió
Carlos Delclós

Carlos Delclós

Sociòleg i politòleg, expert en canvi social i desigualtats

Cuatro apuntes de urgencia sobre las elecciones en Estados Unidos

Si Donald Trump pierde los comicios, ya ha abierto la posibilidad de disputar los resultados no solo en los tribunales sino también en la calle

04/11/2020 | 16:05

Aún recuerdo el día después de las elecciones de 2016. Me desperté temprano y, sin salir de la cama, miré el móvil. No dije nada, pero sentí cómo se me retorcía la cara del asco mientras miraba el mapa electoral. De tanto negar con la cabeza, estaba moviendo la cama sin darme cuenta, lo suficiente como para despertar a mi pareja.

Hoy me he despertado, de nuevo muy temprano, con una sensación similar. Mientras veo llegar los últimos resultados, comparto cuatro impresiones que seguramente cambiarán cuando tengamos más información.

De la posverdad a la posrealidad

La inauguración de la Era de Trump fue acompañada por varios cambios en el lenguaje político. No es una metáfora ni una hipérbole, los corresponsales de la Casa Blanca tuvieron que cambiar sus métodos de transcripción para reproducir fielmente las divagaciones y los pensamientos truncados e incoherentes del presidente con precisión. Pero quizás el cambio más famoso fue la incorporación al léxico del término “posverdad” para referirse al marco discursivo en el que se encajan las mentiras e invenciones constantes que caracterizan las intervenciones públicas del presidente y su administración.

La derecha estadounidense lleva décadas cultivando en sus espacios mediáticos una realidad alternativa

Lo típico es atribuir estos “errores” a la mediocridad manifiesta de su equipo, a su falta de curiosidad intelectual, a su psicopatología individual o su desdén hacia el conocimiento técnico. Pero tratarlo como error o como una simple compulsión por la mentira es una trampa. La derecha estadounidense lleva décadas cultivando en sus espacios mediáticos una realidad alternativa basada en supuestos radical y vulgarmente posmodernos que convierten a cualquier hecho en una mera cuestión de opinión.

En muchos sentidos, la confusión y la incertidumbre que rodea (y rodeará) la interpretación de los resultados electorales son la culminación de la posrealidad engendrada por Trump. “Íbamos ganando en todo y de repente se canceló,” dijo el presidente en sus primeras declaraciones de la noche, para después referirse al recuento de votos como “un fraude” y acusar al Partido Demócrata de intentar “robar” las elecciones. Así, en caso de perder, Trump abre la posibilidad disputar los resultados no solo en los tribunales sino también en la calle.

La demografía no es el destino

El Partido Demócrata no ha aprendido la lección del 2016. Por enésima vez, ha dado por hecho que el voto de las personas racializadas le pertenece. Todo el voto, de todas las personas racializadas. Al ver que el voto no-blanco fue su principal debilidad hace cuatro años, Trump aumentó sus esfuerzos para cortejar a los votantes negros y latinos más conservadores. No obtuvo una mayoría entre ellos, pero sí consiguió aumentar sus apoyos en territorios estratégicos lo suficiente como para asegurarse los estados de Florida y Texas.

En cambio, Biden dedicó gran parte de sus esfuerzos a captar el voto de los blancos que viven en las afueras de las grandes ciudades, dirigiéndose a ellos con un discurso que transmitía responsabilidad, sentido de Estado, capacidad de gestión, muy poco programa y muy poca ideología. A los votantes negros les dijo que si no le votaban a él, no eran negros. A los votantes latinos, prácticamente les ignoró.

Los votantes negros y latinos tienen preferencias políticas propias que van más allá de lo estrictamente identitario

Supongo que, tras los disturbios provocados por el asesinato de George Floyd, el equipo de Biden consideraba que la reacción claramente racista del presidente le valdría al exvicepresidente para posicionarse como una alternativa más razonable al delirio supremacista del presidente. El nombramiento de Kamala Harris como vicepresidenta serviría para afianzar ese apoyo. Pero resulta que los votantes negros y latinos tienen preferencias políticas propias que van más allá de lo estrictamente identitario. Y saben, por ejemplo, que la administración de Obama y Biden fue extremadamente agresiva con las deportaciones. O que, en Miami, la población latina es principalmente cubana, venezolana y profundamente anticomunista. O que, como fiscal general de California, Kamala Harris contribuyó de forma muy considerable al encarcelamiento masivo de la población negra.

En Texas llevamos décadas escuchando que el cambio demográfico nos convertirá en el nuevo bastión del progresismo, ya que la población se está haciendo cada vez más diversa. Sin embargo, a pesar de que los márgenes de victoria del Partido Republicano son cada vez más estrechos (gracias en parte al auge de una nueva generación de políticos progresistas latinos en Austin, Houston y San Antonio), Texas sigue sin haber votado a un presidente demócrata desde 1976. Al final, resulta que el identitarismo apolítico del Partido Demócrata no es suficiente para aprovechar las inercias tectónicas de la estructura poblacional. En política, la demografía no es el destino.

El drama de los sondeos

Una de las historias más conocidas de las elecciones del 2016 fue el fallo de los sondeos a la hora de predecir los resultados. Todas las encuestas apuntaban a una victoria solida de Hillary Clinton, pero el resultado ya lo conocemos. El problema más conocido fue que, a la hora de diseñar las muestras, no se tuvo en cuenta la representatividad en términos del nivel educativo de las personas entrevistadas. Hubo una gran infra-representación de las personas sin estudios universitarios, que acabaron votando a Trump de forma muy desproporcionada.

Gran parte de las encuestas se han centrado en el voto general i no tenido en cuenta la distribución territorial

Esta vez, las encuestas han contado con el nivel educativo para no repetir el error. Sin embargo, parece que han vuelto a fallar. Ahora el problema se atribuye al posible voto oculto. Se trata de un fenómeno que conocemos muy bien en España: en comparación con los votantes de izquierdas, los de derechas tienen mayor tendencia a no declarar sus preferencias electorales en las encuestas. Esto a menudo se atribuye a un tabú que existe aquí debido a la asociación con el fascismo. En Estados Unidos, el tema del voto oculto no se suele tratar en los debates “mainstream”, en parte porque el tabú se aplica al uso del término “fascista”, ya que se considera excesivo en un país que, por mucho que haya impuesto o apoyado regímenes de este tipo en otras partes del mundo, no ha vivido bajo una dictadura. Sin embargo, durante los últimos cuatro años, el antifascismo ha ganado muchísima visibilidad y el término se ha empleado mucho más para describir al gobierno de Trump y a quienes le apoyan, de modo que es enteramente posible que se haya generado ese tabú o una reticencia parecida.

En cualquier caso, lo cierto es que gran parte de la cobertura de las encuestas se ha centrado en el voto general, que no tiene en cuenta la distribución territorial, generando quizás cierto exceso de confianza entre el electorado demócrata. Se trata de un dato casi irrelevante, ya que en el sistema electoral estadounidense lo que más importa es ganar estado por estado, sobre todo en un puñado de estados como Ohio o Florida. Teóricamente, en una elección con dos candidatos principales, uno podría ganar las elecciones con tan solo el 27% del voto general.

Política sin políticas

Las campañas estadounidenses suelen ser un espectáculo insufriblemente sentimental e identitario. Aun así, no recuerdo una en la que se haya hablado menos de políticas. No hablo solo de políticas concretas, me refiero incluso a las grandes cuestiones políticas: economía, trabajo, medio ambiente, política exterior, visión democrática, derechos sociales y derechos civiles, etc. Tanto en la campaña como en la cobertura mediática, el debate se ha centrado sobre todo en la personalidad de Trump. Mientras Biden hablaba de su “batalla por el alma de la nación”, el presidente, como es habitual, aprovechó sus actos para hablar de sí mismo, presentándose como víctima, casi siempre en clave de humor.

Los debates generaron más deliberación pública sobre las condiciones en las que se organizaron que sobre los contenidos. Esto se debe no solo a las medidas relacionadas con la pandemia, sino al supuesto desastre que supuso el primer debate para Trump, cuyas interrupciones constantes convirtieron la discusión en un espectáculo lamentable. Digo “supuesto” desastre porque creo que, por muy impopular que fuera, Trump consiguió negarle a Biden la oportunidad de fijar una agenda. A su vez, generó suficiente escándalo para que se cambiaran las reglas del debate, permitiéndole presentarse, de nuevo, como víctima del sistema.

En un sondeo de Fox News, el 72% de los entrevistados apoya la sanidad universal, cosa que sugiere amplios consensos para romper la polarización actual

El resultado es que nadie se acuerda de los temas que se abordaron en el segundo debate, solo del hecho de que fue más tranquilo y que hubo un intercambio un poco más fluido. En cuanto a los contenidos, durante las últimas semanas de la campaña los medios citaron varios sondeos que sugerían que las dos preocupaciones principales de los votantes eran la pandemia y la economía, en ese orden. Según los estudios, los votantes de Biden tienden a darle prioridad a la pandemia mientras que los de Trump enfatizan la economía. Poco más se comentó.

Sin embargo, las encuestas ofrecen unos datos interesantes. Pienso concretamente en un sondeo a pie de urna de Fox News, en el que preguntaron por las preferencias políticas de los votantes. En pocas palabras, el estudio le salió rana a la cadena conservadora. A pesar de que el lenguaje utilizado por el cuestionario las plantea como medidas prácticamente soviéticas, resulta que el 72% de los entrevistados apoya la sanidad universal, que el 70% quiere más inversión pública en energías verdes y renovables, que más del 70% prefiere no modificar las leyes de aborto y que el 60% cree que el gobierno debe hacer más para mejorar las condiciones de vida en general. Por tanto, los resultados sugieren que existen amplios consensos que permitirían romper la polarización actual en una dirección netamente progresista, y que la insistencia de ambos candidatos en el carácter del otro no ha hecho más que alimentar una política de bloques paralizante.

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