02/04/2020 | 08:00
Ya hace más de 15 días que el Gobierno español decretó el estado de alarma a raíz de la pandemia del coronavirus. Durante estos 15 días, la ciudadanía se ha ido adaptando a una especie de ‘distopía express‘. En nuestro nuevo mundo se habla de confinamiento, de mascarillas, de guantes de látex, de la curva, de los respiradores que no llegan, de las UCI desbordadas, del virus que sobrevive hasta 72 horas sobre el metal… Hemos empezado, de golpe, a vivir en un mundo nuevo donde casi ni existe el ‘procés’ (aunque algunos aún lo intentan y, dentro de poco, incluso los críticos más acérrimos del procesismo tendrán nostalgia del ‘procés’).
De todo lo que ha pasado estos 15 días, sin embargo, hay un hecho que resulta especialmente preocupante: porque se está hablando poco sobre él, por cómo se ha abordado el tema desde la política oficial y por las repercusiones futuras que puede tener para toda una generación. Estamos hablando del confinamiento forzoso, total, absoluto y radical de siete millones de niños en todo el Estado español. Un confinamiento mucho más estricto que el de los adultos (que pueden salir para ir de compras, a pasear al perro o incluso hasta este pasado lunes también para ir al trabajo, aunque no trabajaran en un sector esencial). Los niños están viviendo un confinamiento dentro del confinamiento que, a pesar de su dureza, ha sido asumido de manera acrítica por la práctica totalidad del arco parlamentario, de derecha a izquierda y de centro a periferia, y por una gran parte de la ciudadanía. Muy pocas son las voces que lo han cuestionado. Y ya toca que lo empecemos a hacer, porque hay cosas que no acaban de cuadrar.
En la ‘distopía express’ en la que estamos instalados, el estado de alarma te permite salir a pasear al perro tres veces, ir al estanco a comprar tabaco y, si no puedes practicar el teletrabajo, resulta que hasta hace pocos días estabas obligado a ir al trabajo, tal vez incluso con transporte público. Pero, aún así, no puedes salir a dar una vuelta de 15 minutos con tu hijo, guardando las distancias de seguridad, un adulto por familia, sin quedar con nadie más y sin ir a ningún parque. Pocas voces han puesto sobre la mesa esta contradicción. Algunas sí: lo decía César Rendueles en esta entrevista. Hemos asumido que los dueños de los perros son lo suficientemente responsables para no usar sus animales como pretexto para pasar el día en la calle (y los que lo hacen son multados por las fuerzas de seguridad). En cambio, parece que las familias no podemos ser lo suficientemente responsables para salir con nuestro hijo a dar una vuelta corta, aunque sea una vez al día. Perros en la calle, sí; niños en la calle, no. Este sería el resumen —esquemático y, por tanto, inevitablemente con un punto de demagogia— de nuestra nueva ‘distopía express’.
Con esto no quiero decir que los dueños de animales de compañía no tengan que poder salir con el perro de casa. Es una medida del todo lógica, y seguro que la inmensa mayoría de los dueños de perros lo hacen con responsabilidad y sensatez. Tampoco estoy animando a hacer que nadie se salte las medidas de confinamiento, que se han demostrado efectivas para detener la pandemia. Pero resulta sorprendente que hayamos pensado tanto en los animales de compañía y, en cambio, no hayamos pensado nada en los niños y en sus derechos.
El adultocentrismo, el clasismo y la crisis del coronavirus
Hace poco hablábamos del adultocentrismo, en un artículo en CRÍTIC elaborado con la colaboración de la entidad ‘Escoltes Catalans’. Creo que es un artículo que toma una vigencia especial. El Estado ha tenido una visión absolutamente adultocéntrica de esta crisis. El decreto de estado de alarma menciona varias veces a las mascotas y en ningún momento menciona a los niños y a las niñas. Y esta visión no se restringe sólo al Gobierno español. Ni la Generalitat ni el Ayuntamiento de Barcelona, que se han mostrado críticos en la aplicación de algunos puntos del estado de alarma, no han destacado por hacer propuestas alternativas a esta situación.
Esta visión adultocéntrica está estrechamente ligada a una visión clasista a la hora de diseñar y articular las medidas de confinamiento. ¿Podría ser que el Poder no hubiera pensado en los niños y niñas porqué los hijos y las hijas del Poder no han de exponerse a vivir confinados en pisos de 80, 70 o 50 metros cuadrados? Los niños y niñas catalanes y españoles, especialmente en las grandes conurbaciones urbanas, no viven en casas con jardín o patio, ni en chalets como los futbolistas que hacen ‘challenge’ en Instagram, sino en pisos pequeños, con suerte con un balcón, a menudo ni con eso. Por no hablar de las familias que viven en situación de infravivienda, en habitaciones realquiladas de pensiones o en pisos sobresaturados. ¿Alguien ha pensado en las criaturas?, se preguntaba Esther Vivas en este artículo, apuntando todas estas cuestiones.
No se ha calculado suficientemente la afectación psicológica que tendrá para miles de niños estar confinados dentro de cuatro paredes, con un exceso de pantallas, a menudo cargados de deberes, durante semanas o meses. Las consecuencias del coronavirus son muy graves en los hospitales, pero las consecuencias de esta medida con respecto a la salud mental también lo pueden ser para toda una generación de criaturas. En una entrevista en el diario ‘Ara’, el psicólogo y educador Jaume Funes explicaba que “todo se hace desde una visión adulta que no tiene en cuenta a los niños y las niñas: ya han pasado más de 10 días y hay cosas que se podrían revisar. Si somos capaces de regular teniendo en cuenta la perspectiva de género, también deberíamos hacerlo pensando en los pequeños; ellos también son ciudadanos, y no hacerlo desde una perspectiva bucólica o protectora “.
La infancia como bomba de neutrones coronavírica
Los niños y las niñas se han convertido a los ojos de la sociedad en una especie de bomba de neutrones del coronavirus. Como algunos estudios afirman que son más inmunes al virus y sus efectos, pero pueden ser igualmente transmisores, hay quien los mira como un peligro en potencia. Y, por tanto, se obliga a que hagan un confinamiento aún más estricto que el resto de la población. Más aún que aquellos abuelos y abuelas que son grupo de riesgo y las víctimas potenciales del virus, que pueden salir de casa para hacer la compra, ir al estanco y a la farmacia o pasear su animal de compañía.
Si hay algún grupo social que debería estar confinado en serio, debería ser el de los abuelos y las abuelas. Y el Estado debería poner todos los medios y recursos económicos para que aquellas personas más dependientes puedan tener garantizada la alimentación y sus necesidades básicas sin salir de casa. Pero no. Hemos decidido confinar radicalmente a los niños, pero quizás deberían ser los adultos, y especialmente las personas mayores, las que deberían cumplir un confinamiento más estricto. No son pocos los abuelos y las abuelas que estos días se pasean por las calles de nuestros pueblos y ciudades haciendo la compra a diario y sin muchas medidas de protección. Pero los niños, a diferencia de los adultos, no tienen voz ni voto y no pueden quejarse.
Pero el Gobierno español no debe verlo así. El ministro de Sanidad, Salvador Illa, dijo una frase que hace pensar: los niños no pueden salir porque “son un vector importante de transmisión“. Un paso más en su deshumanización: ya no son criaturas que el Estado debe cuidar y proteger especialmente: son “un vector”. Un vector es un factor matemático impersonal, pero estamos hablando de nuestros hijos e hijas y de su salud mental y emocional.
Francia o Bélgica lo hacen diferente
Por suerte, desde algunos estamentos se empieza a reaccionar. El Síndic de Greuges [equivalente al Defensor del Pueblo en Cataluña] ha pedido flexibilizar la medida de confinamiento de los niños. También lo ha hecho el Gobierno de Aragón. Países como Francia o Bélgica lo hacen diferente. Como explicaba este artículo de ‘Criatures’, en Francia, el gobierno considera que “las salidas son indispensables para el equilibrio de los niños”, y por ello se autoriza a ir a espacios abiertos cercanos al domicilio, respetando las distancias y evitando agruparse, es decir, que no se puede quedar para jugar con los amigos. Las familias, explicó el ministro de Sanidad francés, pueden salir con sus hijos a dar una vuelta cada día con sólo dos limitaciones: el paseo debe hacerse en un radio de un kilómetro alrededor de su casa, y sólo puede durar una hora al día.
Si somos lo suficientemente maduros como sociedad para poder salir con nuestros animales de compañía para que hagan sus necesidades de manera rápida y efectiva, también deberíamos poder hacer lo mismo con las salidas de los niños. Y si tiene que haber demasiada gente en la calle con perros y niños, podemos marcar horarios: de 8 a 11, los perros, y de 11 a 13, los niños. Y por la tarde, todos en casa.
Ministro Salvador Illa, Gobierno de España, Generalitat de Catalunya, ayuntamientos del país: liberad ya a nuestros hijos e hijas. Si de verdad creeis en los derechos de los niños, plantead ya esta necesidad. Alternativas, las hay. Si la maldita curva de contagios empieza a aplanarse, será el momento de revisarlo. Son tiempos de doctrina del shock, de militarización del lenguaje político y de pensamiento único. Ahora, después de 15 días, en esta ‘distopía express’ en la que estamos instalados, quizás ya es hora de atreverse a pensar diferente.