25/10/2024 | 06:00
El fútbol es la ópera de los pobres, ¿no? Aunque no sea tan cinematográfico como el boxeo, tiene un carácter mágico que enamora. Es cultura popular y gusta.
Y posee una fuerza sociológica enorme.
Sí, tal vez, porque es la gran broma inicial: es un juego que prescinde de las manos, que es aquello que nos ha permitido salir adelante como especie, y en el que uno debe valerse de los pies, que son como algo de usar y tirar, ¿no? Vicente Verdú, en su libro El fútbol: mitos, ritos y símbolos, reflexiona sobre el éxito del fútbol, y lo analiza como una realidad en la que aparecen todas las tendencias antropológicas del hombre. Hay un abanico de componentes en este juego que ha cuajado magníficamente.
“Los intelectuales de izquierda decían que el fútbol era un entretenimiento del franquismo para distraer a la gente”
Citas a Vicente Verdú, gran periodista. Pero, el fútbol, a pesar de ser cultura popular, ha enamorado a muchos y a grandes intelectuales: Albert Camus, Vázquez Montalbán, Umberto Eco, etc.
Sí, es cierto. En España, se asoció el fútbol a la incultura, e, injustamente, entre los intelectuales de izquierda, se estableció la idea de que el fútbol era un entretenimiento del franquismo para distraer a la gente; pero el fútbol ya gustaba en muchos otros países sin dictadura. Por eso, aprecio mucho que Jorge Valdano sea una figura que aúna fútbol y cultura.
De hecho, tú le encargas su primer artículo en El País, cuando eres redactor jefe de deportes.
Sí. Mira, Valdano, mientras era jugador profesional, se imponía, como mínimo, dos horas de lectura diarias.
Pues, Montalbán decía que una conversación sobre fútbol entre Eduardo Galeano y Mario Benedetti era un debate filosófico.
Y a Arrigo Sacchi, entrenador del AC Milan, que decía que el fútbol es lo más importante de las cosas pequeñas. Y César Menotti, argentino. Era un regalo escucharlos a todos ellos. Yo soy muy pro argentino en todo, en lenguaje, fútbol y lectura. De hecho, en mis primeros tiempos como cronista de los partidos en El País, me alimenté mucho de El gráfico, una revista argentina buenísima. Tomaba muchas expresiones que aquí no se usaban: ‘balones a la olla’, o ‘el manotazo del ahogado’ para hablar del rechace del portero en una salida. En Argentina, además, el fútbol es un signo de verdad de la cultura del país. Ahí, el más importante en una pandilla, no es el que disponga de más dinero, sino el que juega mejor al fútbol.
“En los años sesenta, todos los anuncios de la prensa deportiva eran de furgonetas, herramientas, coches, puros y coñac”
Quizá, al ser un mundo tan masculinizado durante tanto tiempo, cuesta asociar cultura y fútbol.
Cuando empecé en 1967 en Marca, y luego en El Mundo Deportivo y en As en 1969, todos los anuncios de la prensa deportiva eran de furgonetas, herramientas, coches, puros y coñac. Ese era, entonces, el imaginario del fútbol. No había nada que sugiriera que aquel deporte interesara a otros que no fueran ni mecánicos ni taxistas ni albañiles. Sin embargo, cuando llegó la Transición, los grandes periódicos procuraron cuidar el lenguaje; y, entonces, se ganó en prestigio y se perdió el complejo de que el fútbol era algo de catetos.
Ahora el imaginario es otro.
Sí. Hoy en día, los jugadores son como semidioses, apolos griegos tatuados y con pendientes equivalentes a figuras del rock, al estilo de las celebridades. Con ironía, Alfredo Di Stéfano dijo que todo empezó a joderse cuando entró el primer secador de pelo en el vestuario.
¿Dirías que, con los imaginarios del fútbol, se podría trazar una historia de España?
Durante la República, ya anidaba el tema regional alrededor del fútbol. Por eso, el franquismo lo trató con cuidado, porque el fútbol fomentaba enfados regionales, y era disolvente para la idea de una España común. De hecho, la disputa en torno al modelo de estado atraviesa todo el fútbol español. El Madrid, cuyo nombre es el de la capital, es el referente de un modelo centralista, un poco a lo francés; mientras que el Barça simboliza el espíritu federalista. Uno de mis libros, Nacidos para incordiarse. Un siglo de agravios entre el Madrid y el Barça, analiza esa tensión siempre presente en distintos regímenes y en épocas de tendencia política diversa.
¿También durante la Transición?
Sí. Al Madrid, además, este período le pilla a contrapié, porque todas las autonomías paran el reloj donde les conviene, e inventan su bandera y su historia. En cambio, Madrid, al ser la capital, era vista como algo impersonal, un depósito de funcionarios del Estado. Y entonces, la ciudad crea unos signos de identificación: uno es la “Movida Madrileña”; otro, un alcalde como Tierno Galván; luego, Antoñete, el torero; y, finalmente, la Quinta del Buitre, que eran cinco futbolistas madrileños de clase media que provocaban que más de 20.000 personas se colaran en el Bernabéu para verlos. Un auténtico furor.
¿Y el Barça durante esa época?
Empezaban a verse muchas señeras en el Camp Nou. De hecho, hay un libro algo inconsistente, El Barça i el franquisme, que explica que, yendo al estadio forrado de banderas, Jordi Pujol se da cuenta de que el Barça puede ser una palanca del nacionalismo. Fue en esos años que el Barça toma un cariz nacionalista.
“El fútbol es un deporte que recoge nuestro ímpetu tribal de manera natural y, sin duda, opera como aliviadero de tensiones”
Montalbán dijo aquello de: “Cuando hay que explicarle a un extranjero qué quiere decir el enfrentamiento Barcelona-Real Madrid, no se me ocurren mejores imágenes que los choques entre nordistas y sudistas en la recolección de cabelleras de indios en los tiempos inmediatamente posteriores a la guerra de Secesión de Estados Unidos. De no haber existido aquella competición, las tensiones, los agravios históricos acumulados hubieran provocado peores violencias.”
Algo similar me dijo Ramón Mendoza, sí, que el fútbol era la continuación de la guerra por otros medios. En cierto modo, es un deporte que recoge nuestro ímpetu tribal de manera natural, aunque los agravios que deja, al final, son un penalti mal señalado. Y, sin duda, opera como aliviadero de tensiones.
La verdad es que son dos clubes de estilos muy diferentes.
Sí. El Madrid juega como en una película de tiros del Oeste. Su ADN es luchar y ganar. El del Barça es más reciente, de la época de Guardiola, de jugar al toque; y el club trata de que la cantera, desde niños, juegue igual. En el Madrid, en cambio, no sucede así. Su sueño es la Copa de Europa, quizá, para no sentirse un equipo garbancero; y que, además, el viejo continente valore a España a través de la palabra Real Madrid. Al Barça, sin embargo, le interesa la Liga, para sentirse más querido en España y atenuar así su demanda de escucha dentro del estado, con esas frases de “Aquest any, sí” o “Aquest any, tampoc”.
“Florentino es enrevesado y astuto, empeñado en la idea aberrante de la Liga Europea, queriendo que el Barça esté ahí también”
Son clubs distintos, pero también iguales. Citas a Ramón Mendoza, muy a la par de Josep Lluís Núñez, un estilo de dirigentes de una época. Ahora están Florentino Pérez y Joan Laporta. ¿Mismos perros con distinto collar?
Son dos personajes que no me gustan mucho. Florentino es enrevesado y astuto, empeñado en la idea aberrante de la Liga Europea, queriendo que el Barça esté ahí también. Y Laporta anda con un Barça en gran apuro económico, pidiendo créditos internacionales, con palancas, en una situación de ruina.
Siempre hay una sombra de corrupción y sospecha en estos mandamases del negocio del fútbol.
¿Recuerdas a Silvio Berlusconi? Construyó su prestigio en el AC Milan, e hizo una obra imponente para meterse en política. ¡Aquellos jugadores incluso se hospedaban en el Ritz! Lo que pasa es que la corrupción, en el fútbol, surge desde el principio. El juego nace como un deporte amateur, muy grato para las clases privilegiadas, que podían dedicar más tiempo al fútbol que las clases trabajadoras. Y, además, como es fácil ocultar el dinero de inicio, ya se empezó a pagar con disimulos. También, entra la cuestión de la histeria, de la angustia por si bajas de categoría o si no ganas el campeonato, y, entonces, los clubes se meten en trampas: pagan árbitros, trapichean para traer a los mejores jugadores, etcétera. Y eso es bastante incompatible con la buena gestión y convierte en inviable el negocio saneado. Hay un dato más. Los equipos, por lo general, se instalaban en las afueras, y cuando llegaba la ciudad, el terreno se revalorizaba, vendían el terreno y se marchaban más lejos. Todos los clubes lo han hecho. Y esa dinámica acaba devorándolo todo. La Liga, más o menos, ha saneado el ambiente, aunque, con el Madrid y el Barça, la cuerda tensa menos y es más larga.
“El Barça caciquea con los árbitros porque cree que el Madrid ha mangoneado el campeonato durante toda la vida”
A ti te conceden ser el periodista que acuñó el término “El Clásico”, pero también otros como “El Villarato”, con el que definías la corrupción del pago de árbitros…
Sí, una inclinación del presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Ángel Villar, a favorecer a los árbitros que favorecían al Barcelona. Súmale a todo esto el actual “caso Negreira”, es decir, el pago durante 17 años al vicepresidente de los árbitros, que confirma esa mano negra con cuatro presidentes distintos en el club. El Barça caciquea con los árbitros porque cree que el Madrid ha mangoneado el campeonato durante toda la vida, y, en su foro interno, lo hace en defensa propia.
¿Con el argumento del madridismo sociológico?
Claro, porque existe un miedo al Madrid. Aunque peor es lo que sucede con los pericos. En Madrid, hay muchos periodistas del Atlético y del Real Madrid que trabajan juntos. Es más: el director de As es aficionado del Barça. Y no pasa nada. Sin embargo, en Barcelona, yo tengo amigos que son del Espanyol y deben fingir que son del Barça porque si no, no prosperan en su carrera periodística. No diré nombres, pero conozco a algún periodista perico que finge ser culé y azota al Real Madrid. En Barcelona, si eres del Espanyol, no te dan un programa importante en ningún medio de comunicación.
“En Barcelona, si eres del Espanyol, no te dan un programa importante en ningún medio de comunicación”
Da que pensar.
El Barça, a diferencia del Madrid, es una causa patria en Cataluña. Es como en política: cuando te crees con la razón moral, puedes hacer cualquier disparate porque piensas que estás en posesión de la verdad.
Me hace pensar en el caso de Luís Figo: el gran traidor.
El Sport llegó a sacar un billete con la cara de Figo. Se pasaron. En los medios deportivos nunca se debe hablar de política. Lo tengo comprobado. Yo tenía totalmente prohibido a toda la redacción escribir sobre el tema catalán; y, si no había más remedio, yo escribía el editorial. En Barcelona había el 424, un buen diario deportivo que fracasó por alinearse con una cierta izquierda nacionalista. El lector de deporte no quiere sentirse abrumado por la actualidad política, y prefiere disfrutar del deporte sin más, ese estímulo de las mejores condiciones físicas y morales de la especie.
Imagino que el lenguaje en la prensa deportiva, y más en un juego tan cargado de pasión como el fútbol, debe calibrarse.
En la SER yo traté de cuidarlo mucho. Ahora, hay que modificarlo. Por ejemplo, ayer, un medio tituló: “La selección femenina hace la machada”. Pero, por definición, es imposible, porque “machada” proviene de “macho”. La moral cambia, y el término “moral” proviene de costumbre; y, claro, aquello inmoral es lo que no aparece como costumbre, y, por lo tanto, escandaliza. Es inmoral entrar en bikini en una iglesia de Álava, ¿no? Pero no lo es si entras en una piscina. O sería inmoral ir vestido a una playa nudista, por ejemplo.
Sin embargo, ¿el fútbol femenino puede renovar el lenguaje y el juego?
Llega con un aire más puro. De momento, es más pulcro. Aunque el fútbol femenino tardará mucho en aglomerar público masivo como el masculino. Depende, también, de la fama del equipo. Sucede igual en otros deportes. Quizá, el tenis, fue el único deporte que tuvo una consideración para los hombres igual que para las mujeres: Steffi Graf, Monica Seles, Arancha Sánchez Vicario…
“Los futbolistas tienen una vida inmadura y, a veces, un tío espabilado los mete en negocios que los arruinan”
Cuando fuiste director de Canal +, en 1990, renovaste para siempre la representación del universo-fútbol. Esa nueva forma de concebirlo, con el programa El día después, marcó un antes y un después en los medios, y marcó un patrón en el periodismo deportivo vigente hasta hoy.
Como aficionado, yo quería verlo como lo deseaba. Y me di el lujo. Se trataba de disfrutarlo como un espectáculo integral: captar cómo el aficionado llega al campo, aquel señor que se pierde por el estadio al ir a buscarse una cerveza, el padre que pierde al niño en la grada, etc. Además, nosotros íbamos a cobrar por ver el partido, era algo que no se había hecho jamás. Era una impertinencia, vaya. Así que debíamos incorporar tecnología de alta calidad: la cámara superlenta, que era de Alemania y la trajimos aquí; el travelling, los objetivos de corto y largo alcance, etc. Y, cabe decir, que tantas cámaras permitieron un juego más limpio, porque una patada podía analizarse desde muchos ángulos, y de algún modo, cohibía al jugador. Había que intentar una gran representación, sí, como si la hubiera filmado Federico Fellini.
Para terminar, me gustaría preguntarte algo del mundo del fútbol un poco controvertido; aunque antes querría saber qué significa el fútbol para tu generación.
Te vaya bien o mal el día, el fútbol es un argumento en el que descansar. Y ha estado siempre. Quizá, hay un tiempo en el que te interesa menos, cuando eres más joven. Pero, cuando nacen los hijos y les compras un balón, vuelve a ti, gracias a esa excusa del niño mayor, a la transmisión de padres a hijos. Y luego, es un elemento casi imprescindible para relacionarse con la gente. De hecho, compartir aficiones comunes con alguien hace que te identifiques más con el otro.
Sí, es cierto. Sin embargo, el negocio tiene ese lado oscuro de chicos que sueñan con jugar en un gran club, pero la historia no les funciona.
Al futbolista, por listo que sea, se le para el reloj a los 14 años. Ellos viven hasta los 34 años una vida ideal de 14: amigos, fútbol, aire libre, viajes… Los hay que no saben ni coger un avión ellos solos. Y, a veces, aparece un tío un poco espabilado y los mete en negocios fantasiosos que los arruinan. Pero es algo de este siglo; como la cantidad de chicos que se traen de muy pequeños de Sudamérica o de África con promesas de jugar y que terminan fatal. Por eso, la FIFA ha puesto condiciones tan duras. Johan Cruyff montó algo con un liante de estos y se arruinó. O Ronaldinho, que se metió en Paraguay con un pasaporte falso, lo detuvieron y tardó tiempo en reunir una fianza de 100.000 euros, más o menos. Una vida inmadura. Otro mal de este siglo son esos futbolistas que se sienten capaces de todo, que no aguantan un “no” por respuesta; y que, cuando una chica da un mínimo paso, ya se creen con derecho propio. Es uno de los males del fútbol más actual, cuando el sexo se ha banalizado tanto.
Un reflejo de la sociedad en el fútbol, ¿no?
La sociedad se va mezclando. Se está viendo en las selecciones y en los deportes olímpicos, algo que alarmó mucho en Francia a Marine Le Pen. Lamine Yamal y Nico Williams son españoles porque nacieron aquí. Otra cosa es que sus padres no lo sean. Quizá, en otros deportes se hace más, y, cuando se observa que un deportista es muy bueno, se le da la nacionalidad del país a toda prisa, colándole por delante de una masa inmensa de gente que ya trabaja aquí. Es algo muy feo. Sucedió con Di Stéfano y con Kubala, que los nacionalizaron.
Última pregunta, ahora sí. ¿Qué es para ti lo más hermoso del fútbol?
La primera vez que entras. Hay una novela de Nick Hornby, un escritor hincha del Arsenal. Un niño, hijo de divorciados, se aburre con el padre. Y un día el padre lo lleva al fútbol. Están en el bar, antes del partido. Mucho griterío, la cerveza, el niño aborrecido. Pero, luego, lo entran al campo por el vomitorio hacia la grada cogidos de la mano, y el niño observa el tapiz verde y las geometrías blancas, y, entonces, queda fascinado. Yo recuerdo mi momento iniciático. Con mi hermano, cuando mi padre me hace socio del Madrid con solo once años porque había sacado buenas notas.