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Entrevistes

Íñigo Errejón “España no se cambia con la izquierda sino con el pueblo”

Íñigo Errejón (Madrid, 1983) es uno de los principales protagonistas y guionistas de la transformación de la izquierda y la política española de la historia reciente. Con un catalán impecable forjado en el Barri Vell de Girona, donde vivió mientras escribía su tesis doctoral, abre las puertas del Congreso de los Diputados a CRÍTIC. A sus 38 años y en su condición de líder de Más País, acaba de publicar Con todo, su primer libro en solitario que recorre desde la irrupción de Podemos hasta la actualidad, a la vez que le sirve para explicar su versión de los hechos sobre el “divorcio” con Pablo Iglesias. Hablamos de su trayectoria y del futuro, donde se muestra más esperanzado que escéptico con la emergencia de Yolanda Díaz.

14/12/2021 | 06:00

En tu libro hablas de tu municipio, Pozuelo de Alarcón, y relatas la época en la que los nazis os esperaban a la salida del instituto. ¿Cómo recuerdas tu infancia?

Reconozco que es una pregunta que me resulta muy difícil de responder. Vengo de una familia marcada por un compromiso político: mi madre y mi padre fueron militantes contra la dictadura y lo pagaron. Particularmente mi padre, con tortura y cárcel. Vengo de una casa donde el compromiso político nos constituía. Sé que esto queda mal decirlo, pero, en realidad, estoy orgulloso. No era una cosa que se eligiera; en mi casa sabíamos de quiénes veníamos y tuve claro que nosotros habíamos perdido la guerra civil y que mis padres lucharon por algo diferente de lo que luego dio la Transición. Nuestra forma de estar en el mundo era el compromiso por los valores de la libertad y la igualdad, que no eran troceables y, también, por la solidaridad por el que lo pasa peor.

Reivindicas tu paso por el colegio y el instituto público. ¿Cómo te marcó?

Estudié en el colegio y el instituto público y desde entonces siempre he estado activo políticamente. A finales de los años noventa en Madrid vivimos unos años muy marcados por el auge de la violencia de los grupos fascistas. De hecho, creo que pasó en todas partes. Fue cuando asesinaron a Sonia Rescalvo en Barcelona, a Lucrecia Pérez en Aravaca y un poco antes habían matado a Guillem Agulló en Montanejos… Aquello no era un debate literario, era una realidad con la que te cruzabas en el día a día. Organizar una asamblea en el instituto, salir a pegar carteles, pintar un mural, poner una caseta en las fiestas de tu barrio o repartir panfletos a la salida del instituto, eran actividades que implicaban un riesgo físico. Y, de ahí viene, una concepción de la militancia por la cual hacerlo significa poner el cuerpo. Creo que esa historia en realidad está muy poco contada. Diría que está preparando un libro sobre ello Miquel Ramos [periodista valenciano]. Es la historia de unos cuantos miles de jóvenes en el Estado español que decidieron que ellos no iban a ceder la calle al movimiento fascista. Tengo muchos recuerdos muy placenteros de mi juventud y adolescencia, pero todos están atravesados, de una u otra forma, por el compromiso por la militancia política.

Tu familia viene del antifranquismo, pero, ¿cómo te defines tú políticamente?

Te diría que yo creo que la idea fuerza que nos atraviesa es la democracia, pero están tan mal las cosas que eso requiere una de explicación. La democracia no es el sostenimiento de unas reglas de juego; la democracia es la defensa del poder de los cualquiera. Es decir, intentar permanentemente equilibrar la balanza para que los que no tienen grandes apellidos o herencias puedan autodeterminarse y decidir cómo debe ser su vida. Que los pueblos no obedezcan a más normas que aquellas de las que se han dotado. Soy consciente de que la democracia es una palabra que está en competición, pero haríamos muy mal en regalarla. Los que tenemos una idea fuertemente republicana de la política, según la cual, nadie es libre si tiene que obedecer a los caprichos de otro, tenemos que luchar para que la democracia no sea solo un conjunto de reglas para la competición electoral, sino que sea aquella expansión permanente que asegura el poder de la gente que no tiene otro poder que sus cabezas.

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“La democracia no es el sostenimiento de unas reglas de juego; es la defensa del poder de los cualquiera”

Durante un tiempo militaste en el movimiento libertario. En tu libro te defines como un “anarquista al que le flipa el Estado como máquina que produce redistribución de riqueza”. Suena algo contradictorio…

No es algo de lo que reniegue. Hay muchas cosas en las que no me convence mi antigua militancia, creo que teníamos una teoría del poder un tanto ingenua: el poder es una razón social que nunca desaparece y que para domesticar se necesitan buenas instituciones. En mi práctica política y en mi compromiso hay cosas en las que me he distanciado, pero no me gusta esa posición por la que algunos infantilizan sus militancias pasadas, como si hubieran ido haciendo un camino por el cual han ido madurando y hoy sean más serios y sabios de lo que eran antes. Yo empecé a militar en CNT estudiantes y en las Juventudes Libertarias y lo digo con mucho orgullo.

¿Qué aprendiste de aquella militancia?

Que la forma en la que militas se tiene que parecer a la sociedad que quieres. Vi que no hay unas luchas privilegiadas por encima de otras y fue una militancia marcada por un sentido del compañerismo muy cercano, muy de piel. Los compañeros no lo eran porque tuvieran un carnet; lo eran porque se la jugaban contigo. Frente a las militancias de la izquierda con una tradición más clásica que esperaban permanentemente a que llegara el momento decisivo, nosotros lo queríamos todo y lo queríamos ya. Para nosotros la libertad no era un medio para llegar a la igualdad, sino que era un fin en sí mismo. Y yo actualmente en muchas cosas ya no pienso así. Pero, no hay cosa más hermosa que trabajar para convertir tus valores en acciones que puedan equilibrar la sociedad.

Perteneces a una generación que ha vivido de muy joven un momento vital convulso. ¿Cómo crees que te ha marcado eso políticamente?

Hay una canción famosa de Kortatu que se llama “A la calle”, que seguramente conoces, que yo siempre he cantado mal. Hay un verso que con mis amigos lo cambiábamos y decíamos “la vida va deprisa cuando se va corriendo”. La canción no dice eso, pero yo creo que nosotros, sin saberlo, la mejoramos. El ciclo pasado fue un ciclo convulso porque nosotros lo hicimos así: se había roto el contrato social y cada vez era más difícil tener las mínimas condiciones para que la gente normal tuviera una vida sencilla y decente. Éramos una generación a la que, por una parte, se le decía que lo tenía todo y que no tenía nada de lo que quejarse, pero luego, se veía privada de casi todo lo que el relato inicial prometía. La balanza se estaba desequilibrando de manera brutal en España en favor de los privilegiados y por eso digo que nosotros la hicimos convulsa; porque creíamos que la política estaba secuestrada por las oligarquías. Nuestra intención siempre fue intervenir en lo colectivo para reclamar una oleada de profundización democrática que implicaba restablecer el contrato social y poner el límite a los poderes de los de arriba. Esta ha sido siempre mi forma de estar en el mundo y de militar.

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“Catalunya me pilla de todo menos lejos”

Hablas perfectamente catalán. ¿Cuál es el vínculo que tienes con Catalunya?

Viví un tiempo largo entre Girona y Madrid y gracias a que siempre he tenido amigas y amigos que no cambiaron de idioma pesé a que yo empezara respondiendo en castellano, aprendí catalán. Tengo una relación muy estrecha, de un gran interés intelectual y de mucha simpatía personal y política con Catalunya. A la lengua catalana, además, le tengo mucho cariño, pero por encima de todo, hay un hecho marcadamente político: cuando tú usas una lengua pudiendo usar otra, estás tomando una decisión. Y yo siempre que hago vida en Catalunya podría hablar en castellano que, de hecho, me expreso mucho mejor. Pero renuncio a utilizar mi lengua porque prefiero utilizar la lengua del pueblo en el que estoy que, por cierto, es una lengua que, por mucho que se bombardee desde muchos medios españoles, si no se cuida, desaparecerá. Y cuando desaparece una lengua desaparece una manera de ver el mundo, un pueblo.

¿Hasta qué punto crees que desde algunos sectores del independentismo catalán se ignora la lucha y el compromiso del Madrid feminista y antirrepresivo al que representas?

Soy de Madrid de toda la vida y quiero mucho la tierra de la que soy. Por eso, me molesta cuando hay determinados discursos que dicen “es que Madrid hace, Madrid dice…”. No es Madrid. No son mis vecinos, ni los vecinos de Carabanchel, ni los de Móstoles. Y al mismo tiempo entiendo que haya gente en Catalunya que se haya sentido maltratada y sola. Creo que hay que trabajar para acercarnos y conocernos más. Te pongo un ejemplo muy tonto. Una vez hice una cosa muy desafortunada que ya he pedido perdón muchas veces: en una entrevista aquí en el Congreso, cuando yo era candidato por Más Madrid, salí rápido y dije que “lo de Catalunya me pillaba muy lejos”. En realidad, lo que quería decir es que quedaban dos días para las elecciones en Madrid y que no estaba al tanto de lo que pasaba en el Congreso…

Te refieres a las declaraciones que hiciste después de que se conociera la suspensión definitiva de los diputados catalanes encarcelados…

Claro, aunque es obvio que a mí Catalunya me pilla de todo menos lejos, todavía sigue habiendo gente que recuerda aquella anécdota. Y eso pasa porque hay una sensación profunda de dolor. Una buena parte de la gente solidaria, progresista y demócrata en Catalunya lleva mucho tiempo buscando socios en España y no los ha encontrado. Y, además, creo que el 1 de Octubre abrió una grieta. Porque para mucha gente fue una enorme manifestación democrática y de cooperación social que fue reprimida con muchísima dureza y, frente a eso, en España solo encontraron silencio.

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“El poder siempre trabaja para fragmentar, y nosotros debemos trabajar para lo contrario, para establecer articulaciones”

¿Cuál crees que es el camino para la reconciliación?

El antídoto es que cada uno trabaje en su territorio para ser lo más fuerte posible en el medio social y cultural que le ha tocado. Ojo, no todas las fuerzas emancipadoras tienen siempre la misma agenda; y cuando es así, lo honesto es decírnoslo. Nosotros trabajamos por representar a un Madrid que no insulta, que no desprecia a otros y que no hace bromitas racistas sobre el idioma que hablan otros o sobre cómo se traducen las series… Y, es verdad, en Madrid gobiernan las derechas; en la ciudad y en la comunidad. En España está habiendo un giro cultural de derechización, pero eso no representa a toda la población. Y hay un hilo de españolas y españoles del que me siento parte que creemos en la libre decisión de los pueblos, que somos demócratas y que creemos en la redistribución de la riqueza, en la justicia social, en el feminismo y en un futuro verde. Por eso, trabajo para que seamos mayoritarios. El poder siempre trabaja para fragmentar y nosotros debemos trabajar para lo contrario, para establecer articulaciones.

Hablemos de la división de las izquierdas. En 2019 renunciaste a tu acta de diputado por Podemos y lanzaste Más Madrid. En el libro narras la separación ideológica y personal con Pablo Iglesias. ¿Cómo viviste aquel momento?

Lo viví con una sensación ambivalente; con pena por una parte y con ilusión por lo que se estaba creando. Cuando lancé la plataforma Más Madrid la dirección de Podemos, a la que yo pertenecía, reaccionó de una manera muy tradicional de la izquierda tradicional, valga la redundancia. Decían que yo me había situado fuera de la disciplina de Podemos y eso me dio pena, cómo te puedes imaginar. Porque había fundado Podemos y dirigido todas sus campañas electorales y una buena parte de su estrategia política hasta inicios del 2016. Además, antes de eso, se me criticó que siguiera en el escaño, se dijo que yo me iba a agarrar a él. Pero yo tenía claro que no había venido a estar en política, sino a hacer política. No tuve ningún problema en entregar el escaño y dedicarme a la campaña que tenía que hacer por Madrid.

¿Cuál era tu objetivo político con Más Madrid?

Hacer una candidatura más amplia y transversal que fuera por encima de las siglas, incluso de unas que yo fundé —Podemos— y a las que, aunque se habían desviado del propósito inicial, les tenía mucho cariño. Esto que ahora se dice… pues yo intentaba hacer algo así que, por otra parte, era lo que pretendimos hacer con el primer Podemos. Nos estábamos escorando peligrosamente a ser una formación de la izquierda tradicional que convencía a los ya convencidos y era muy importante volver a abrir. Conectar con mucha gente que a lo mejor no lo compartía todo, pero que podría estar de acuerdo, en líneas generales, con un proyecto de transformación democrática, de justicia social y de transición ecológica. Así nació Más Madrid y a día de hoy es la primera fuerza en el Ayuntamiento de Madrid y la fuerza de oposición a Ayuso en la región. Sembramos algo que mereció la pena.

“La deriva de Podemos lo conducía a ocupar el espacio político tradicional de Izquierda Unida”

Desde Catalunya no se vivió con la misma intensidad la ruptura entre pablistas y errejonistas. En el entorno de los Comunes había desafección, pero no existía una guerra entre bloques. Y en las generales del 2019 hay quien se sorprendió con que Más País presentara candidatura por Catalunya. ¿Hablaste con Ada Colau o Jaume Asens antes de presentarte?

Sí, con los dos. Creo que primero con Jaume y después con Ada, con la que tuve una conversación muy larga. No estuvimos de acuerdo, obviamente, pero lo pudimos hablar y cada uno siguió con su trayectoria. Creo que los Comunes en su momento no lo entendieron. Nosotros llevábamos mucho tiempo advirtiéndoles de que Podemos estaba en una deriva que, hacia dentro, lo hacía cada vez más cerrado y más sectario y, hacia fuera, lo conducía a los lugares tradicionales de la izquierda; es decir, a ocupar el espacio político tradicional de Izquierda Unida. Eso no es que esté mal, yo vengo de familia del voto de izquierda de toda la vida, pero, España no se cambia con la izquierda, se cambia con el pueblo. Y eso no es lo mismo siempre.

¿Qué quieres decir?

La izquierda es un vehículo, no es un fin. Y yo creo que, aunque los comunes lo intuían, prefirieron no hacer nada. Diría que por parte de algunos sectores se pensó que las discusiones estratégicas que estábamos teniendo eran solo una cuestión de Madrid. En la práctica, sin embargo, no era así porque afectaban el rumbo de una fuerza política con alcance estatal que en su momento tenía 75 diputados y que ahora tiene 34. Eché en falta que compañeras y compañeros que lo entendían se atrevieran a dar un paso adelante. Y es posible que algunos de ellos hoy hagan una valoración diferente.

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“Es fundamental que las fuerzas igualitaristas y emancipadoras le disputemos a la derecha la idea del futuro”

Finalmente, no conseguisteis representación en Catalunya. ¿Cuál es la autocrítica que haces?

Creo que nosotros hubiéramos tenido claramente un hueco electoral cómodo que habría sido representar una suerte de unionismo de izquierdas, que es un lugar político que a mí no me interesa. No porque no quiera una convivencia estable y duradera entre los pueblos de Catalunya y España; claro que la quiero. Pero tengo una convicción y es que la única posibilidad de que esa convivencia sea duradera, estable y sana pasa por la decisión de la ciudadanía de Catalunya. Y el medio para conseguirlo no es una imposición normativa sino un acuerdo democrático. Entre medias salió la sentencia contra los presos políticos y la revuelta que originó y eso fue claramente un terremoto electoral.

Has introducido en la agenda política y mediática temas como la salud mental o la transición ecológica. ¿Echas de menos que el resto de fuerzas progresistas vayan más allá del eje de la clase social y aborden estos debates?

Sí, con un matiz. Defender estos temas no va en detrimento de hacerlo desde una perspectiva de clase. Desde el inicio del neoliberalismo las sociedades se han roto y el objetivo ahora es reconstruir una comunidad en la que las normas garanticen que, en lugar de la ley del más fuerte, se imponga un conjunto de equilibrios que permitan a los más débiles vivir un poco tranquilos. Si no hay normas y no hay sociedad, lo que se da es la tiranía de los más ricos y poderosos. Hago un paréntesis, pero le he escuchado hoy unas declaraciones a la vicepresidenta del gobierno Yolanda Díaz, en una entrevista en La Cafetera, que me han gustado mucho. Ella decía que no quiere estar a la izquierda del PSOE, que eso es un lugar muy pequeño y se lo regalaba al PSOE. Me ha parecido extraordinariamente sensato y cercano, por lo que decía antes. Porque España no se cambia con la izquierda sino con el pueblo. Por lo tanto, lo que tenemos que hacer es reconstruir la sociedad, eso nos lo tenemos que tatuar: actualmente hay una buena parte de la sociedad que vive con un horizonte marcado por el “sálvese quien pueda.

Frente a esta desafección de la sociedad con la política, reivindicas transformar la sociedad hablando de futuro. ¿Por qué?

Porque no hay nada más progresista que contar que el futuro no tiene por qué ser un horizonte oscuro. Si tú hoy te metes en cualquier plataforma audiovisual, no encuentras una sola película o serie que hable del futuro en términos prometedores. Ni una. Y nosotros somos de la generación de la película “E.T.” Que cuando mirabas al futuro, veías una cosa bonita, fraterna, más limpia, verde, tranquila… Es fundamental que las fuerzas igualitaristas y emancipadoras le disputemos a la derecha la idea del futuro. Y ninguna dimensión mejor para hablar del futuro que la ecológica, porque es irresoluble dentro de los mecanismos del neoliberalismo. Básicamente, porque sin transición ecológica vamos a ir a un escenario en el que los recursos materiales, energéticos y minerales serán cada vez más escasos. Y, por tanto, llegaríamos a una especie de competición de ver quien es el más fuerte que se los puede apropiar. Nadie debería tener más interés en restablecer el contrato social que los de abajo. Porque a los de arriba si no hay normas, siempre les va a ir bien. De hecho, los de arriba hace tiempo que se han independizado.

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“La inmensa mayoría de la sociedad no es ni de izquierdas ni de derechas; simplemente quiere tener una vida digna”

Antes mencionabas a Yolanda Díaz. Más País ha aplaudido su iniciativa de formar una plataforma amplia con distintas sensibilidades de la izquierda. Y tu mismo hiciste un tweet mostrando “orgullo” sobre el acto ‘Otras políticas’. ¿Cómo valoras la iniciativa?

Esto ha despertado mucha especulación informativa. Desde mi punto de vista fue un buen acto, me pareció buena idea que diferentes representantes, todas líderes mujeres, se encontraran en Valencia y mostraran, en un momento de cinismo y hartazgo con la política, que las cosas se pueden hacer de otra forma. Sé que a raíz de eso se han desatado muchísimas especulaciones electorales. Pero estamos en un momento en el que las especulaciones electorales solo benefician a Pablo Casado. Estoy de acuerdo con la propia Yolanda cuando después del acto le preguntaron y dijo: “Vamos a gobernar, gobernar y gobernar”. ¿Por qué? Porque si el gobierno de Pedro Sánchez no endereza el rumbo, no repite. El gobierno debería de guardar en un cajón todas las especulaciones electorales y dedicarse a gobernar para la gente que más necesita.

Decías que España no se cambia solo con las izquierdas. Con el fantasma de Vox y el PP al acecho, ¿cuál es tu propuesta si no es un frente de izquierdas alternativo?

Insisto, mi propuesta frente al auge de las derechas es gobernar. El gobierno tiene que darles motivos a todos sus partidarios para ser defendido en las cenas de navidad. Elementos concretos; tiene que salir de ese lugar cómodo que es el choque con la derecha porque el miedo a la derecha se agota como combustible. Que los reaccionarios recuperen la iniciativa y que estén hoy a la defensiva cultural e intelectual no es la causa de nuestras dificultades; es el resultado. Cuando nosotros marcábamos la agenda con un programa transversal, popular y radicalmente democrático, la ultraderecha no existía, estaba, como mucho, a la defensiva. Es cuando nosotros cedemos la iniciativa, nos encerramos en las identidades tradicionales y abandonamos un proyecto transversal y de mayorías, cuando la extrema derecha recupera la capacidad de reacción.

Pero, ¿en qué se traduce esto?

Por una parte, hay que mantener una batalla intelectual y cultural sostenida contra los valores reaccionarios, algunos de los cuales, se cuelan también en las filas de aquello que se llama las izquierdas. Hay que reconstruir el contrato social, profundizando en nuestras democracias y poniéndole coto al poder desmedido de las oligarquías. La sociedad española está rota por la desigualdad. Debe garantizar que la transición ecológica sirve para transformar nuestra economía y no para pintar de verde los proyectos de las mismas tres o cuatro empresas de la Castellana. El gobierno tiene que emprender una profunda renovación democrática y de blindaje de las libertades. El gobierno tiene un instrumento mucho mayor en sus manos que nada que vaya a contar en la campaña electoral y se llama Boletín Oficial del Estado. La inmensa mayoría de la sociedad no es necesariamente de izquierdas o de derechas; simplemente quiere tener una vida digna, no le gustan los abusos y quiere un equilibrio con justicia y llegar a final de mes con menos problemas. A esa gente se la tiene que ganar el gobierno. Y ganársela es demostrar que gobierna de manera radicalmente diferente a cómo lo haría un gobierno de las derechas.

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