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Opinió
Jose Mansilla

Jose Mansilla

Doctor en Antropologia Social i membre de l'Observatori d'Antropologia del Conflicte Urbà (OACU)

Los años de la discordia: del Modelo a la Marca Barcelona

Extracto del libro del antropólogo social Jose Mansilla, editado por Apostroph, en castellano

15/05/2023 | 06:00

Durante las últimas décadas, las ciudades han alcanzado una especial consideración como espacios para la obtención de rentas. A la forma más clásica, aquella vinculada al suelo y al urbanismo, habría que añadir todas las relacionadas con el papel de la ciudad como escenario de la reproducción social. La privatización del espacio urbano, los alquileres, las comisiones, el precio de los suministros básicos, la externalización de servicios anteriormente públicos, etc., se han presentado como auténticos nichos de mercado, evidenciando que las dinámicas de explotación no se dan únicamente en el lugar de trabajo, sino también mediante otras formas de extracción de excedentes.

Henri Lefebvre ya señalaba lo que no ha hecho más que confirmarse: que la ciudad se ha convertido en un instrumento útil para la formación de capital. Es más, avanzaba que la urbanización habría llegado a sustituir a la industrialización en la producción de capital, lo que la convierte en uno de los principales determinantes de los procesos sociales.

La ciudad se ha convertido en un instrumento útil para la formación de capital

Entre las consecuencias de la liberalización del movimiento de capitales y la resituación del papel del Estado encontramos la ya referida aparición de una competencia mundial por hacer atractivas las ciudades a nivel global, estimulando inversiones y facilitando la instalación de empresas mediante la flexibilización normativa y la creación de infraestructuras. 

Además, acompañando al inherente carácter dinámico del capitalismo, continuamente se crean nuevos relatos —creadores de símbolos y memorias, en definitiva— con el objetivo principal de hacer las ciudades más seductoras, dotándolas de contenido y significado en un intento de convertirlas en mercancías. Es así como aparecen adjetivos tales como smart, resilientes, sostenibles, slow, etc., pero también las propias Marcas, donde si bien algunos aspectos, como las nuevas tecnologías, tienen un papel cada vez más protagónico, sin duda, el urbanismo sigue siendo el elemento principal. Estos relatos tienen, además, el objetivo de despolitizar la realidad conflictual de las ciudades, transmitiendo que la solución a sus problemas se encuentra en elementos de carácter tecnocrático. Sin embargo, como nos recuerda el viejo adagio alemán «stadt luft macht frei» (el aire de las ciudades hace a los hombres libres), esta libertad y diversidad, tan característica de las ciudades, desencadena la necesidad de erigir un amplio rango de organizaciones burocráticas que, acompañando a estos discursos, la controle y la racionalice.

A la terciarización de las ciudades, su conversión en centros de poder y control de la información, con el consiguiente traslado de la producción industrial a las periferias del sistema mundial, le ha seguido su conversión en fábricas sociales. El espacio urbano ya no es simplemente la esfera social donde se desarrolla la vida sino, más bien, una esfera productiva que organiza esta misma vida. Como nos recordara Lefebvre, «lo urbano […] es más bien una forma, la del encuentro, la reunión y el enfrentamiento de todos los elementos que constituyen la vida social». Sin embargo, el neoliberalismo, como utopía de proceso, cuando aterriza en algún lugar creando espacio, desata la lucha en esa vida social.

No obstante, la aplicación del recetario neoliberal siempre es irregular y contradictorio, por lo que si queremos entender los procesos de neoliberalización es necesario, no solo acercarnos a sus planteamientos teóricos o político-ideológicos, sino evaluar sobre el terreno cómo se han plasmado, cuáles han sido sus efectos y contradicciones y qué formas institucionales han adoptado.

Así, tal y como testifican —a través de sus discursos, relatos y acciones— muchos movimientos sociales y colectivos, es como se generan los años de la discordia; es este contexto de enfrentamiento el que prefigura a la ciudad como escenario del conflicto y a su espacio social como base de la lucha por la producción y reproducción de la vida urbana.

Ciudad y cultura neoliberal

Llegados a este punto, decir ciudad neoliberal debería sonar a pleonasmo. Aunque hay ciudades donde las dinámicas de esta nueva versión del capitalismo han llegado a manifestar un fuerte protagonismo, como Nueva York, Londres o Tokio, en España no nos quedamos atrás: Barcelona es nuestro laboratorio urbano de aplicación de medidas neoliberales.

Barcelona es nuestro laboratorio urbano de aplicación de medidas neoliberales

Decía Lévi-Strauss que la cultura es el conjunto de relaciones que los hombres y mujeres de una civilización mantienen con el mundo en el que viven. Siguiendo esta definición de cultura, la forma en la que hoy nos relacionamos con nuestro entorno, mediados por el sistema socioeconómico que nos rige, da lugar a una cultura profundamente individualista a la que podríamos llamar neoliberal. Entre las razones argüidas por las élites intelectuales, políticas y económicas que comenzaron a desmontar el Estado keynesiano a mediados de los setenta, estaba el hecho de que, para volver a poner en marcha un sistema empantanado por la crisis, era ineludible modificar esa forma de relacionarnos entre nosotros y con el mundo. Era necesario cambiar de cultura. Para ello, entre otras cuestiones, había que acabar con las regulaciones, normas y leyes que frenaban la libre circulación, en el espacio y el tiempo, del capital. Éste pasaría a tomar el control de todos los aspectos de nuestra vida y una nueva figura debía emerger como estrella absoluta, el individuo, desapareciendo todo llamado a lo colectivo. Tal y como afirmó Margaret Thatcher, «there is no such thing as society».

En el medio de reproducción social que es la ciudad, esta cultura neoliberal equivaldría, entre otras cuestiones, a abrir todos aquellos nichos de actividad que permanecían más o menos cerrados —vivienda, ocio, servicios sociales, etc.— a la intervención del mercado. Comenzaría, así, una carrera internacional por la atracción de los capitales liberados en busca de mejores y mayores retornos para sus inversiones. Barcelona, durante los últimos años del franquismo, ya había sido un verdadero caballo de Troya de estas políticas, liderando la apuesta por las grandes transformaciones urbanísticas y la venta de la ciudad como escenario ideal para la celebración de ferias y congresos.

El turismo se ha convertido en la excusa para continuar ejerciendo prácticas rentistas y especulativas

Ya en democracia, esta trayectoria continuó profundizando su carácter turístico y llegando, incluso, a celebrar dos importantes mega-eventos —los Juegos Olímpicos del 92 y el Fórum de las Culturas de 2004— como excusa para grandes metamorfosis especulativas. Esta trayectoria tuvo un drástico y momentáneo parón con la crisis de 2008 en el Occidente capitalista, algo a lo que, en nuestro entorno más cercano, hemos llamado, de forma bastante errónea, crisis del ladrillo y, tras unos años de recuperación, un nuevo frenazo ocasionado por la pandemia de COVID19 y los efectos que la invasión de Ucrania por parte de Rusia tuvo para la economía mundial.

Todo apunta a que la dinámica previa vuelve a ponerse en marcha o, más bien, que el parón no ha sido tan duro como se previó. Los últimos indicadores muestran que, por ejemplo, la actividad en el mercado inmobiliario se ha reiniciado, aunque con características distintas.

Si hace unos años la vivienda en propiedad era el objetivo estrella del capital en sus inversiones en la ciudad —donde las familias se endeudaban a remolque de unos tipos de interés muy bajos y las engañosas facilidades ofrecidas por las entidades bancarias— hoy en día son las inversiones destinadas al mercado del alquiler y los equipamientos turísticos —hoteles, apartamentos, pero también la compra de vivienda en zonas de sol y playa por parte de capital extranjero en buscar de rentabilidad— los que aparecen como el nuevo maná. Como señala el geógrafo Albert Arias, el turismo se ha convertido en la excusa para continuar ejerciendo prácticas rentistas y especulativas con el suelo urbano.

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