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Sergi Picazo

Sergi Picazo

Periodista i editor de CRÍTIC

No puedo más

Entender los porqués de una generación quemada: trabajar 24 horas, ser padres perfectos y quedar bien en las fotos de Instagram

13/10/2022 | 06:00

Foto: GETTY IMAGES

[Podeu llegir la versió original en català d’aquest article aquí.]

De la sociedad del malestar a la sociedad del agotamiento. No puedo más. No llego a todo. No me da la vida. No tengo tiempo. Estoy estresado. No duermo bien. He tenido ansiedad. No puedo concentrarme. Tengo centenares de e-mails sin leer. Quiero trabajar menos. He dejado el trabajo. La ciudad me estresa. Tengo que demostrar que soy buena madre, excelente en el trabajo y divertida con las amigas. Pierdo el tiempo mirando Instagram porque estoy demasiado cansado para leer un libro. Son frases que he oído y leído más a menudo de lo normal estos últimos meses.

La ansiedad, el desgaste y el agotamiento, ¿son un problema estructural como sociedad, un problema generacional o son solo una moda? ¿Hay nuevas precariedades que nos han dejado a la intemperie? ¿Somos una generación quemada? ¿Somos una generación de cristal? No lo sé. Pero lo que es seguro es que todo ello no son solo problemas personales o individuales; es un problema social. Bienvenidos a la nueva cultura del agotamiento.

Burnout es el concepto de moda este 2022. El síndrome de burnout, conocido por síndrome de agotamiento profesional, aparece, según Patrícia Tàpia, psicóloga y profesora de la Universitat Oberta de Catalunya y de la Rovira i Virgili, “cuando el estrés se mantiene en el tiempo y esto lleva a la persona a un estado de agotamiento”. Primero, fueron los sanitarios: uno de cada tres médicos sufre burnout. Así lo indicaba un estudio del sindicato Metges de Catalunya a raíz de una encuesta a 3.000 sanitarios. Después, se vio que los transportistas estaban al límite. Durante el confinamiento, subió el número de muertes por accidente en camiones, se multiplicó por 2,4 respecto a la media de los últimos cinco años, a pesar de que las carreteras estaban más vacías. Y, al final, cayeron maestros y profesores. De hecho, ya en 2019 la Organización Mundial de la Salud anunció que el síndrome del docente quemado sería considerado enfermedad laboral, y el contexto de restricciones y de mascarillas durante la pandemia ha hecho crecer la angustia entre los profes.

Hay una generación quemada: la sensación de agotamiento no desaparece nunca, ni siquiera para dormir o de vacaciones

¿Hay un problema social, o ha sido siempre así? Los abuelos y las abuelas que vivieron la guerra, el hambre de la posguerra y el chabolismo, ¿qué nos dirían? Los padres que lucharon contra una dictadura fascista y sobrevivieron con cuatro o cinco hijos en pisos pequeños en las periferias de las ciudades, ¿qué nos dirían? Nunca había sido tan fácil vivir, comer y dormir… y, a la vez, nos resulta incomprensiblemente complicado. Algo está pasando. Hoy se habla de “la sociedad del agotamiento”, término popularizado por el filósofo Byung-Chul Han.

En el libro No puedo más. Cómo se convirtieron los ‘millennials’ en la generación quemada, la escritora y periodista norteamericana Anne Helen Petersen diferencia entre agotamiento y desgaste: “El agotamiento significa llegar al punto de no poder continuar; el desgaste es llegar a este punto, y obligarse a continuar durante días, meses o años”. Siempre queda algo para hacer. Hay que conseguir los objetivos de la empresa o los que nos autoimponemos, aunque sean imposibles. Y hay que estar disponible a todas horas: dentro y fuera del horario laboral. “La sensación de agotamiento no desaparece, ni siquiera cuando duermes o estás de vacaciones. Nos mantenemos en la superficie a duras penas, y el más pequeño de los imprevistos (una enfermedad, una avería del coche, el calentador estropeado) puede hundirte”, asegura.

Se nos inculca que nuestro fracaso es por el hecho de no esforzarnos lo suficiente: así el problema se individualiza

Intentamos agarrarnos a algo sólido en medio del caos y de las urgencias. Vivimos una época de vulnerabilidad. Tiempo de fragilidades. Quedan pocas cosas sólidas. Petersen la clava con algunos ejemplos: “Hemos de trabajar intensamente, pero a la vez mantener el equilibrio entre el trabajo y la vida. Hemos de ser unas madres perfectas, pero no mamás helicóptero. Hemos de ser hombres igualitarios, y mantener nuestra masculinidad. Hemos de marcar perfil en las redes sociales, pero disfrutar de una vida auténtica. Hemos de estar al día, ser buenos conversadores y tener una opinión propia de todo, pero sin que afecte nuestra capacidad de llevar a cabo todas las tareas antes mencionadas”. Ah, y hemos de ser felices, y sonreír en las fotos. ¡Patataaa! “La felicidad, sea como motivación o como premio, ha acabado convertida en una herramienta para controlar a los trabajadores en el momento de la desarticulación del tejido industrial de la sociedad fordista”, como remachan los sociólogos Luc Boltanski y Ève Chiapello.

El problema añadido en el caso de la generación millennial, nacida entre los años 1981 y 2000, es que el desgaste se produce, en palabras de la misma Petersen, cuando la distancia entre el ideal y la realidad se vuelve insoportable. “El mínimo común denominador entre los millennials es que se nos ha inculcado que nuestro fracaso (fracaso para encontrar un buen trabajo, fracaso para comprarnos un piso digno o fracaso para cuidar de nuestros hijos) es debido a no nos hemos esforzado lo suficiente”. Así se consigue individualizar el problema, aislar lo conflictivo. Y, en consecuencia, se aleja a la gente de los sindicatos, de las organizaciones sociales y políticas o de las asociaciones de barrio que podrían unir fuerzas para enfrentarse a este malestar.

Nuevos factores económicos marcan una generación: trabajos temporales, vivienda carísima, autoexplotación y presión de las redes sociales

Hay algunos factores relativamente nuevos para explicar el fenómeno de una generación fatigada que han ido apareciendo desde los años ochenta y, sobre todo, se multiplicaron a raíz de la crisis de 2008: el adiós a los trabajos fijos para toda la vida, los trabajos temporales, la explotación y autoexplotación laboral, los precios impagables de la vivienda, la pérdida de fuerza de los sindicatos, el individualismo a ultranza, la necesidad creada de consumir más y más, la presión de las redes sociales para parecer felices 24/7… y, en definitiva, la eclosión de un nuevo capitalismo ultraliberal que ha conseguido penetrar en todas las facetas de la vida cotidiana. Los cambios en la estructura social y económica en Europa y en los Estados Unidos, sobre todo a partir de los años noventa, han provocado, innegablemente, cambios radicales en nuestras vidas y nuestros miedos.

La generación millennial debería pasar a denominarse, en palabras de la periodista Anne Helen Petersen, “generación quemada”. Sin sacar importancia a los cambios tecnológicos de los últimos veinte años, su libro No puedo más habla más de dinero, de pérdida de seguridades laborales y, sobre todo, de como las grandes crisis económicas de los años 2000 y 2008 han afectado a las posibilidades materiales y psicológicas de una mayoría, más allá de una sola generación.

El filósofo y periodista cultural catalán Eudald Espluga, en su libro No seas tú mismo. Apuntes sobre una generación fatigada, tira del mismo hilo para reivindicar que “reducir el debate generacional a la adicción hiperactiva a las redes o a las distopías digitales significa empobrecer la discusión”, puesto que, según él, “solo hay que bajar a la calle para descubrir que la violencia inmobiliaria o la pobreza energética son fenómenos más millennial que Pokémon Go o el shitposting”.

El 64% de los menores de 34 años viven con sus padres: tienen muchos estudios, trabajos precarios y sueldos bajos

Seremos, pues, la primera generación que vivirá peor que sus padres. Nos habían prometido que, si nos esforzábamos y estudiábamos, podríamos subir en el ascensor social. Pero el ascensor está estropeado. Solo nos faltaba una maldita pandemia global, con confinamientos, más crisis y más ansiedad. La precariedad se ha establecido como estructural para capas cada vez más grandes de la sociedad española y catalana, sobre todo entre la gente más joven. El paro entre los jóvenes españoles de 24 a 29 años es el segundo más alto de toda la Unión Europea. El 66% de los jóvenes que trabajan tienen un contrato temporal, y uno de cada tres contratos dura menos de una semana. Destinamos un porcentaje altísimo de nuestros ingresos a pagar nuestra vivienda y a los cuidados infantiles de nuestros hijos. Y, por eso, el 64% de los menores de 34 años viven todavía con los padres.

El sistema ha creado el ‘mantra’: “Trabaja de lo que te gusta, y así seguirás trabajando todos los días sin descanso”

Y, además de cobrar menos, los trabajadores ahora ya dicen que están agotados físicamente y mentalmente. ¿Dónde hemos aprendido a trabajar sin descanso? ¿Por qué estamos aterrados ante la opción de perder el trabajo? ¿Por qué mi valor como trabajador y mi valor como persona están tan interconectados? Según explica Petersen, en una entrevista en la revista Pikara, “hay muchos millennials (y gente mayor) que ha interiorizado el mantra de Steve Jobs que lo que es deseable es hacer carrera en un trabajo cool y como de gratificante es hacer aquello que te gusta. Es así como se incentiva el exceso de trabajo”. Este nuevo paradigma sobre el trabajo como una pasión es fantástico para… el empresariado: toleras la explotación laboral por el honor de trabajar en aquello que te apasiona, y te justificas a ti mismo explicándote que es porque te gusta tu trabajo. “Haz lo que te gusta, y seguirás trabajando todos los días durante el resto de tu vida”, asegura con humor la escritora y periodista norteamericana.

En el Estado español, ya en el 2020, durante la primera oleada de la Covid-19, el 74% de los trabajadores reconocían que siempre estaban disponibles para el trabajo, y un 45% afirmaban que sufrían de un mayor estrés por motivos laborales, según un estudio de la compañía de seguros sanitarios Cigna y la empresa de datos Kantar. La ecuación se basa en una integración total de trabajo-vida que puede llevar, en caso extremo, hasta el desgaste. Lo que nos gusta se convierte en nuestro trabajo, y nuestro trabajo se convierte en lo que nos gusta. No hay delimitaciones temporales (tiempo remunerado y no remunerado) o personales, sino una larga lista de tareas a hacer confiando que, haciéndolo, obtendremos la felicidad y la estabilidad económica. De hecho, quedarnos sin teléfono móvil durante unas cuántas horas puede acabar siendo un desastre. Quien no trabaja así es acusado, según Espluga, de “debilidad, gandulería o hipersensibilidad”. La idea de fondo del “trabajocentrismo”, concluye el filósofo y periodista cultural gerundense, es “sublimar el dogma del trabajo hasta conseguir que se confunda con nuestra vida”. Estamos, pues, “sobreexpuestos a los discursos de autosuperación” y “al individualismo hiperactivo”. Cómo dice en su libro, “somos productivos incluso cuando dormimos”. ¡Hay que dormir bien para poder rendir mejor mañana en el trabajo!

Y, para seguirlo haciendo a pesar del agotamiento, nos autojustificamos con lo que Espluga denomina “una serie de discursos culturales que nos animan a comportarnos como una diminuta start-up unipersonal”. Tenemos el capitalismo digital grabado a fuego a la piel: hacer trabajo al 200% y mostrarlo en las redes sociales 24 horas al día, siete días a la semana, en todas partes. De hecho, trabajamos (y nos mostramos) para Instagram incluso estando de vacaciones. Crear marca, le llaman ahora. Pero no lo hacemos siempre solo por ego. Muchos trabajadores no se pueden permitir el lujo de no estar presentes en las redes sociales. La estructura de trabajo, y de búsqueda de trabajo, actuales nos condena, según corrobora el mismo Espluga, a “buscar visibilidad, a competir por la captación de atención, ya sea creando contenidos (tweets, posts, fotografías, videos) o interactuando para ganar capital social”. Gestionando siempre la imagen de uno mismo. No pudiendo cometer ningún resbalón. Sufriendo por no caer en ningún flame en Twitter. Vigilando todo lo que dices para no ser nunca criticado.

Nos han engañado: nos hacen perseguir un ideal de trabajo o de paternidad que es imposible para la mayoría

Incluso tener hijos llega a ser agotador, estresante y capitalista. Las paternidades millennial, sobre todo en el caso de las madres, suponen un proceso agotador para ser unos padres divertidos, pedagógicos, pacientes… y mantener nuestras supuestamente exitosas vidas profesionales, y a la vez haciendo deporte, no engordar y no enfermar nunca, para ser los mejores padres hasta que no quede nada de nosotros mismos. Históricamente, los padres europeos o norteamericanos tuvieron que enfrentarse a situaciones tan graves como la muerte por enfermedades curables de los niños, el hambre o tener que decidir qué hijo podía continuar estudiando y cuál no. Petersen, en el capítulo de su libro dedicado a “El agotado padre millennial“, explica cómo los padres de los últimos veinte o treinta años se están enfrentando a una situación diferente: “Lograr ideales de paternidad que son imposibles de lograr dentro de una cultura que hace culpables a los padres de los fracasos de la sociedad”.

Nuestra existencia cotidiana, en el trabajo, como padres o con nuestras aficiones, llega a ser así puro agotamiento dentro de un sistema en que todo se compra y se vende, que tiene que hacer rentables las 24 horas el día y que nos ha convencido de que hay que perseguir un ideal imposible de lograr (al menos para la gran mayoría). La consecuencia de todo esto, concluye Espluga en No seas tú mismo, “es la saturación de un yo que tiene que ser constantemente administrado y es siempre insuficiente” y que, para más inri, “tiene delante la tarea infinita de conquistar la felicidad obligatoria”.

* Disclaimer 1: este artículo se ha tenido que hacer en horario laboral normal, pero también en horas intempestivas, para conciliar laboralmente y familiarmente, e incluso estuve un rato escribiendo un sábado a las 00.15 horas de la noche aprovechando que mi hija pequeña dormía.

* Disclaimer 2: y, como hago con todos mis artículos, lo tuitearé, lo pondré en Facebook y, incluso, lo subiré a Instagram para conseguir que tú te lo leas (y por ego, porque seguramente necesito psicológicamente que me digas que te ha parecido muy interesante…).

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