22/11/2023 | 06:00
¿Cómo surgió el proyecto de #SeAcabó en su cuenta de Instagram?
Después de lo que sucedió con la selección femenina de fútbol y que las jugadoras lanzaran el hashtag, escribí un artículo en Público sobre una agresión que yo había sufrido cuando era jefa de redacción de El Mundo por parte de la sección de Deportes. Cuando lo publiqué en Instagram, me contestaron varias mujeres contándome sus historias. Me puse en contacto con ellas y les pregunté si les importaba que hiciera una captura de pantalla. Me di cuenta de que las mujeres ya estamos en las redes, las hemos colonizado. Lancé las primeras e inmediatamente sucedió lo que ya suponía: que me escribían a mí personalmente para que colgara sus historias.
Para que así ellas pudieran contarlo desde el anonimato.
Exacto. Entendí que debían ser anónimas. Querían contar su historia, pero no denunciarlo ellas públicamente. Era crear una memoria colectiva. Me acuerdo una que me contó algo terrible, abusos sexuales continuados por parte de su padre y, cuando fui a su perfil, había una foto de una mujer muy mayor, que era ella sentada en la playa con su nieta en las rodillas. Y pensé: “¡Claro! Esta mujer no ha contado nunca su historia, ni la va a contar, y sin embargo la tiene ahí guardada”.
“Ya no es ‘lo cuento porque soy víctima’, sino porque estoy harta, hasta el coño”
¿Qué diferencias ha encontrado entre el #Cuéntalo y el #SeAcabó? Porque en el fondo es lo mismo: violencia contra las mujeres.
Las primeras están contadas desde tu identidad y en las segundas, la importancia no está en quién lo cuenta, sino en qué se cuenta; esto es muy importante. En #Cuéntalo se lanzaron actrices, ministras, políticas de todo pelaje, activistas, académicas y había algo del “yo” en eso, mientras que en el #SeAcabó desaparece el “yo” con lo que la manera en que se narran es brutal, porque lo hacen desde un espacio absolutamente seguro. Es tan bestia lo que explican las mujeres… Hablan con absoluta confianza y lo hacen desde la rabia y con un cierto empoderamiento. Ya no es “lo cuento porque soy víctima”, sino porque estoy harta, hasta el coño. La desaparición del “yo” propicia que sean mucho más francas en el relato y ninguna me cuenta una sola violencia, la inmensa mayoría cuenta entre tres y cinco. La del padre, el familiar, el novio, el jefe… La mayoría empiezan en la infancia, que es terrible. Y el #SeAcabó es un relato de violencia sexual. No de violencia económica, ni machista en general. Es específica.
¿Qué es lo que más le ha sorprendido de los mensajes que ha recibido?
Que las mujeres han aprendido a relatarse. Es brutal, brutal, porque narrar una violencia que has sufrido es muy difícil. Estas mujeres lo primero que hacen es mirar a esa violencia a la cara, lo segundo, asumirla, después se la relatan a sí mismas y, por último, la escriben. Cuando llegaron las primeras, resultaba complicado recortarlas para hacer después las capturas y publicarlas, porque estaban narradas de forma caótica, pero a la segunda semana ya estaban absolutamente estructuradas. Hay una evolución tremenda a la hora de definir aquello que consideramos violencia. El “yo le chupé la polla porque quise, no me agarró del pelo…”, pero darse cuenta de que sí había una coacción y que no había manera de decir que no, porque les temían. O el “me jugaba el puesto de trabajo”, o el “me juraba llorando que se iba a quitar la vida”. También el hecho de la apropiación del cuerpo femenino durante el sueño, por la noche. ¡Que hay muchas! Y eso no lo considerábamos como violencia, sino como “Mariano se ha puesto caliente”. Ahora sí lo identificamos.
“Estamos enfermas de silencio porque nos han domado en el silencio, y les ha sido muy útil”
Usted, sin embargo, se ha expuesto muchísimo. Se ha contado en diferentes violencias a lo largo de su vida en libros y artículos. ¿Qué consecuencias ha sufrido?
Todas. Me relato a mí misma desde lo económico con el libro A la puta calle, donde cuento mi desahucio. También desde la violencia sexual, desde la obstétrica hasta la política, con el libro Honrarás a tu padre y a tu madre, donde narraba la historia de mi familia, además con nombres y apellidos. Desde hace muchos años, la mía ha sido una lucha contra el silencio; estamos enfermas de silencio porque nos han domado en el silencio y les ha sido muy útil. La construcción de silencios, el “esto no se dice”, “esto no se juzga”, porque los trapos sucios se lavan en casa, el no hablar de la regla, ni de las relaciones sexuales, del placer, del cuerpo, todo. Toda la violencia que se ejerce sobre nosotras es gracias al silencio. Creo mucho más en la acción que en la teoría. La teoría es imprescindible, porque leyendo a las demás he aprendido muchísimo, pero a mí me sale siempre actuar, contarme.
Es, por lo tanto, un acto político.
¡Claro! Cuando narré mi desahucio, pensé que estaban vendiendo la idea de que los desahuciados era gente que vivía en los cajeros, cuando realmente muchos somos de clase media, que hemos tenido puestos directivos y que afecta además a muchas mujeres solas que tienen hijos a su cargo. Tenía que contar lo mío para que otras pudieran contar lo suyo: que sepan que pueden hacerlo, que no hay vergüenza ni culpa, y también para proporcionar herramientas sobre cómo hacerlo. En esto, las redes han funcionado de maravilla, las mujeres ahora tienen herramientas para contarse: basta con leer lo que dicen otras.
Insisto, ¿cómo le ha afectado a usted personalmente el contarlo en primera persona?
Deserciones familiares, de amigos, económicas. Me ha costado volver a encontrar un lugar en lo laboral… Y claro, primero psicológicamente, hasta el punto de llegar a estar ingresada en un psiquiátrico. Esto se lo digo, pero si no le importa, que no acabe siendo el titular de la entrevista.
No lo será.
Pues acabé en un psiquiátrico. Cuando lancé #Cuéntalo, empezaron a cargar contra mí desde las redes. No solo me fui de Twitter, sino que me tuve que ir de mi piso de Madrid. Me amenazaban por la calle, me empujaban, me escupían, marcaron mi puerta con una X con mi hija pequeña dentro, no podía pasear por la calle con mis hijos, no podía entrar en los bares, me hicieron la vida imposible. Vivía amenazada constantemente. Y parte de los entornos más íntimos, amigos, familia, me decían: “Es que, ¿por qué tienes que exponerte tanto? ¿Qué te crees, la salvadora del mundo?”.
“Habrá un castigo: Vox no es más que la puntita de la polla de lo que va a llegar”
Hace unas semanas Irantzu Varela participó en el Fòrum contra les violències de gènere en Barcelona y aseguró que la violencia en las redes es el nuevo “no te pongas la minifalda”.
Absolutamente de acuerdo. No solamente te lo estás buscando, sino que te lo mereces: tienes lo que te mereces. Incluso la gente más cercana y que lo hace con la mejor voluntad del mundo, acaba cayendo en creérselo y te lo hace saber. No cambiará eso, cambiaremos nosotras antes. Esa culpabilización, esa revictimización no va a cambiar, pero vamos creando pequeñas redes de apoyo entre nosotras donde construimos nidos. Eso sí, es importante que no pensemos que esos nidos luego fuera, en la calle, tienen representación. Es decir, creamos espacios seguros donde podemos desarrollarnos, pero corremos el peligro de que, cuando ponemos una patita fuera, creamos que es igual. Estamos hablando de una sociedad conservadora y un sistema que también lo es y además llevamos muy poco intentando romper esto. De lo que ahora estamos hablando, lo que contamos ahora es desde 2017. En seis años no podemos cambiar una sociedad. Es más: todavía tenemos que recibir el castigo.
¿Y cuál cree que será ese castigo?
No lo sé, pero vendrá. Hemos vulnerado las normas más ancestrales: dar voz a las mujeres y decir “hasta aquí hemos llegado”. Sobre todo hemos creado una memoria colectiva, si ni siquiera existía registro de nosotras era por algo. Vox no es más que la puntita de la polla de lo que va a llegar.
Defiende que contar las violencias que hemos sufrido es hacer público nuestro dolor y que identificarlo como exhibicionismo es un error. ¿Le pasó a usted, pensar que era una exhibicionista?
Sí. Y no lo soy. Es un acto político. Tuvimos un pase de Acción Comadres, un grupo de mujeres de acción política teatral, y varias compañeras del feminismo, sobre todo mayores, me dijeron que lo que hacíamos rozaba la pornografía. Que esa forma de mostrar las violencias sexuales y de narrarlas parece de Alcohólicos Anónimos. Me di cuenta de que yo en algún momento, al principio de todo, pensé lo mismo que ellas: que era un acto de exhibicionismo mostrar mis heridas. Hasta que comprendí que solo enseñando las heridas de una, otra es capaz de ver las suyas. La forma en la que abusaron de mí dentro de la familia en la infancia y adolescencia provocó que yo lo disociara y cayera en dependencias, en problemas psiquiátricos y eso me afectó también económicamente, porque hubo momentos en que no pude cumplir con mis trabajos. Todo está relacionado. Y el mero hecho de hacerlo público significa que otras también lo harán y que ahí no hay culpa, sino un acto político de reivindicación: “Me has jodido la vida y te lo voy a decir a la cara”.
¿Cuántas veces le han llamado loca y cuántas veces ha pensado que, efectivamente, era cierto?
Yo estoy loca, es cierto. Estar loca consiste en manejarte en unos parámetros distintos a los que la sociedad considera que son los adecuados. Si hablamos de salud mental, tengo algunos problemas derivados del trauma. Si hablamos de comportamiento, me considero de alguna forma loca porque no me manejo con los parámetros habituales, pero cada vez estoy menos loca porque hay más mujeres parecidas a mí. Cada vez estamos todas menos locas. Hay una elección de vida. ¿Que dicen que estoy loca? Pues no me importa. Ojalá a todas las mujeres se nos asignara a partir de cierta edad una asistencia psicológica para que afloraran todos los traumas que hemos sufrido.
“La violencia digital siempre acaba aterrizando en la calle”
¿Qué se puede hacer para que se identifique la violencia digital como una violencia real?
No lo sé. Creo que nos supera y con la inteligencia artificial va a ir a más. El castigo igual nos vendrá por ahí. La violencia digital hasta ahora estaba muy focalizada: cogemos a Cristina Fallarás o a Pamela Palenciano o a Irantzu Varela, las señalamos y las lanzamos a las manadas. Te deshumanizan y te convierten en una diana. Y todo para acallarte, para que te vayas de Twitter o de donde sea. Ahora lo que se hace es popularizar esas herramientas. Una vez entrenadas con nosotras, mujeres señaladas, que era muy fácil, van a por todas. En un grupo de un colegio en el que los niños utilizan el WhatsApp para desnudar a sus compañeras mediante la inteligencia artificial, han pulido la técnica de sus maestros, de sus mayores. La primera violencia digital fue ejemplarizante, ahora ha cundido, se ha expandido, ha habido una labor de pedagogía. Esos primeros violentos de Twitter han enseñado al resto de hombres que se puede usar contra sus vecinas, una antigua novia, una compañera. Este segundo paso en la violencia digital es atroz y tengo más temores que certezas.
Pero para usted también lo fue, atroz digo. Que le insultaran o escupieran por la calle debió serlo.
Es que la violencia digital siempre acaba aterrizando en la calle, en lo físico. La violencia sexual, por ejemplo, esos muchachos que la ejercen digitalmente, es muy probable que terminen ejerciéndola en la calle. De la misma manera que el que me insultaba a mí en las redes, si me cruzaba en la calle y él estaba en su entorno, hablo de extrema derecha, pero también de gente de derecha tradicional o de machistas de toda la vida de izquierdas, no podían reprimirse. Ya estaban acostumbrados a que yo era una diana y si me tenían delante, me atacaban. A mí me han llegado a tirar al suelo o perseguirme por la calle, restregándose, poniéndome la polla en el culo.
¿Y cómo lo hacía para salir al día siguiente?
Bebía.
No me extraña. Hablábamos antes de la capacidad de tejer un discurso propio que nos han dado las redes sociales también, pero al mismo tiempo por ahí se cuelan. No se nos permite, se nos alecciona.
Acabo de terminar una novela sobre esto. Aquello que nos sirve para liberarnos y crear un relato propio, es decir, para modificar la historia, es la misma vía por la que nos llega el castigo. No tenemos mecanismos propios, tenemos nuestros pequeños grupos feministas y ya creo firmemente que deben ser no mixtos. Yo, con perdón, con hombres, no. Prefiero tratar con mujeres. Las dinámicas son absolutamente diferentes, somos mucho más listas y no porque hayamos nacido más listas, sino porque sabemos más y hemos leído más, nos hemos interesado más por lo que pasa a nuestro alrededor. Conocemos la violencia porque la hemos estudiado, además de que nos haya pasado y lo hayamos hablado entre nosotras. Para asumir lo íntimo nos ha hecho falta leer, estudiar y, sobre todo, escuchar mucho. Ellos no lo han hecho porque, para empezar, no lo han necesitado. Pero no tenemos canales alternativos, aquellos en los que denunciamos y creamos memoria colectiva son los mismos en los que recibimos el castigo.
Poner el cuerpo debe ser agotador, ¿no?
Me agota más tratar con hombres. Me agotan más los imbéciles, la estulticia. Cada mujer que me escribe, y son miles, yo le contesto. No puedo permitir que esa mujer que ha hecho ese esfuerzo sienta que ha sido en vano. Yo tengo mis tiempos, pero les contesto a todas. ¿Que cómo lo gestiono? Desde el activismo, no desde la intimidad. Lo traslado a lo político y no asumo como mío ese dolor, sino que me convierto en canal de ese daño; pasa a través de mí y lo suelto. Esto se aprende con los años también, a mí antes me afectaba más, me lo tomaba todo más a pecho y ahora me he dado cuenta de que cuanto menos daño me pueden hacer, menos me castigan, no me alcanzan, ellos lo saben. Sé lo que dicen de mí en conversaciones privadas porque el mundo de la literatura, la política, el periodismo, es pequeño y a veces me llega. Pero ya no me hieren.
“La violencia sexual en la infancia y en la adolescencia no se borra jamás”
De las diferentes violencias machistas que ha sufrido, ¿cuál le ha dejado más poso?
La violencia sexual en la infancia y en la adolescencia. Esa no se borra jamás. Yo nunca pensé que podría rehacerme, pero me he salvado a través de la narración. Narrar salva, narrar sana. Hace ya tiempo que dejé el alcohol, las drogas y también cualquier relación tóxica. “Pues a Cristina hace tiempo que no la veo” Ni nos veremos, ¡hasta luego! “Ostras, Cristina, cómo vas?” A ti que te importa, hasta luego. Y con qué paz me quedo… Hice una limpieza total. Cuando te violan en la infancia, en el ámbito del amparo, relacionas el amparo con la violencia sexual. Te han domado en eso, así que es lógico que yo tuviera después maridos maltratadores. Por eso digo que esa es la violencia que más daño hace y mi lucha ahora es contra la herencia, porque las violencias, las dejamos en herencia. Hay una transmisión generacional del trauma de la violencia sexual y las mujeres la hemos trabajado muy poco, porque de la de la infancia no se habla. Y está omnipresente: casi todas las mujeres que me escriben hablan de su infancia.
En ese darse cuenta, identificar la violencia sufrida como tal, ¿cree que está el gran cambio?
Sí. Hace poco se me acercó una mujer en Girona, una mujer de los círculos cultos de la Barcelona de la gauche divine para decirme: “Claro, esas mujeres de las que hablas”, “esas”, “esas”, todo el rato “esas”. Y yo pensaba: “Sigue, sigue…”. Terminó contándome que cuando era pequeña iba a casa de sus padres un amigo de la familia, “yo tendría siete u ocho años y recuerdo que se metía en mi cuarto y me tocaba dentro de las braguitas”. Y claro, ella consideraba no haber sufrido una violencia sexual en la infancia. Mira, con todas las mujeres con las que tengo una conversación hace ya tiempo que les pregunto: “¿Cuándo fue la primera vez que fuiste consciente de la lascivia en la mirada masculina? ¿Te estaban saliendo las tetas o todavía no?”.
La precariedad también es violencia y usted ha confesado que iba a la televisión, cito literalmente, “a hacer el payaso porque necesitaba el dinero”.
Tuve que crear un personaje. Soy una mujer tranquila, amante de la soledad, de la literatura y que viviría conservada en el almíbar de la poesía, pero necesitaba el dinero. Y pensé: “¿Qué falta?”. Una mujer osada, que siendo de izquierdas no tenga miedo a decir las cosas por su nombre; es decir, “tú eres un facha”, “no eso que dices no es incierto, sino que es mentira”, que fuera vehemente, que se arriesgara para que le dijeran “no te pongas histérica, tranquilízate”. Eso faltaba y allá fui. Me pregunté: “¿sabes hacerlo?” La respuesta fue sí. Y tenía dos hijos.
Usted ha sido crítica con el movimiento feminista, ¿en qué momento está ahora?
En uno muy dulce, porque creo que estamos todas en pelotas. Nos hemos recogido en nuestras pequeñas comunidades virtuales o presenciales dándonos cuenta de que estamos en cueros en una sociedad de espinas. Me dan igual las corrientes y los sectores, eso no me interesa nada. Me interesa la violencia que se ejerce contra nosotras y me veo rodeada de mujeres. He sido bisexual toda la vida, pero ahora tengo novia y soy lesbiana. Me gustan las mujeres y la manera en la que nos enfrentamos al mundo. Tengo un amor por las mujeres en general: por las niñas, las viejas, las ricas, las pobres, hay algo que siento que nos hermana.
Supongo que no le extrañarán las estadísticas que dicen que las mujeres actúan de dique contra la ultraderecha para que no lleguen a gobernar.
Para nada. Cuando dijeron que el PP y Vox iban a ganar, me arriesgué y escribí en un artículo afirmando que no. Porque la madre de Caperucita ha sido también Caperucita y su madre también se lo contó, lo del lobo. La idea de votar a Vox y ver aquella lona con una joven agarrada, amordazada, por un hombre con capucha… No. El voto a Vox es masculino, radicalmente masculino.
“No tengo miedo de si a mi hija adolescente le va a pasar algo, sino que estoy pendiente de cuándo le pasará”
Es madre de una hija adolescente. ¿Está preocupada por ella?
Claro. Tengo conversaciones con otras madres y nos decimos: “Si mi hija es lesbiana, respiro más tranquila”. Ya ha empezado con problemas, claro. A alguna de sus compañeras ya las han perseguido, les han dicho cosas por la calle, ya ha percibido esa violencia. Estuvimos hace poco una semana en el monte, mi hija se fue a correr, al momento pasó un coche y me preocupé. Me di cuenta de que no tengo miedo de si a mi hija le va a pasar algo, sino que estoy pendiente de cuándo le pasará. Sé que le va a pasar y eso es terrible.
¿Y ella sabe lo que le ha pasado a usted?
¡Claro! Para que te hagas una idea, con 14 años, ella vino el otro día a verme al teatro en Acción Comadres, en la que yo salgo al escenario contando la violencia sexual que sufrí en la infancia y cómo eso me supuso épocas de consumo severo de sustancias, maltrato severo a mí misma, violaciones. Pero yo a mi hija se lo he contado desde que tiene uso de razón, me he ocupado de que estando ella delante vea que lo cuento en público, que no lo callo, ni lo escondo. Veo cerca de mí que la crianza de las hijas está siendo ahora más abierta y sabia y muchas de las que me escriben me lo cuentan también: la cadena de silencio ya se ha roto.
Por último, ¿cómo ve a los hombres que tiene a su alrededor? ¿Confusos, despistados, enfadados, ausentes?
No tengo hombres a mi alrededor. Bueno… me quedan un par de amigos, trabajo con algunos… Empezaron estando airados, los “ofendiditos” de Lucía Lijtmaer. Después hubo una gran parte a los que se les notaba desconcertados y ahora percibo que empiezan a estar hartos. Y ese hartazgo va a llevar a violencias, no explícitas ni bestiales, pero violencias. Un amigo cercano, desde que empecé el #SeAcabó no soporta mi presencia, hay un rechazo que no existió con #Cuéntalo, ni cuando narré mis violencias en libros porque “pobrecita…”, y ahora sé que no me soporta. Los hombres, este amigo también, se han retirado de mi presencia. Si yo entro a una reunión, una comida, un encuentro con amigas que tienen parejas, a mi alrededor se hace un vacío. Se tensan, se incomodan o salen huyendo como bisontes. Pues adiós.
El problema, por lo tanto, es sentirse aislada.
¡No se crea! Una gana mucho espacio para sí misma, de lectura, de crecimiento personal. Yo, para tener que estar explicando cuestiones evidentes a un hombre, no quiero estar. Prefiero no estar.