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Foto: IVAN GIMÉNEZ
Entrevistes

Marina Garcés “Atrevámonos a no saber”

Marina Garcés (Barcelona, 1973) acaba de publicar una defensa radical de los maestros, de la escuela y del aprendizaje. A pesar de ello, ‘Escuela de aprendices‘ (Gutenberg) no es un libro dogmático. Abre nuevos mundos, gira el punto de vista, cambia la mirada. Hace un par de años, sabiendo que estaba (re)pensando sobre la polémica cuestión de la educación, le encargamos desde CRÍTIC que hiciera un artículo sobre el tema y publicó “Guerra de cervells” (“Guerra de cerebros”), que acababa así: “No pienses como yo: piensa conmigo. No vivas como yo: vive conmigo”. Podría ser un embrión de su concepto de aprender. Con ella hemos aprendido cosas en todas las conversaciones, en los artículos y en los libros. Estos son los últimos, pero ninguno no entra en el examen, porque no habrá exámenes: ‘Fuera de clase. Textos de filosofía de guerrilla’ (Gutenberg, 2016), ‘Nueva ilustración radical’ (Anagrama, 2017) o ‘Ciudad Princesa’ (Gutenberg, 2018). Actualmente dirige el máster universitario de Filosofía para los Retos Contemporáneos de la UOC.

13/01/2021 | 13:22

Dices en el libro que las crisis educativas aparecen cuando “hay crisis de mundo, crisis civilizatorias en las que se muestran los conflictos, los deseos, los límites y las posibilidades de cada sociedad y de cada tiempo histórico”. ¿Tan en crisis nos ves?

Mediáticamente, se está explicando cómo una suma de crisis: la económica de 2008, la ambiental ahora, antes y después, y la crisis sanitaria actual… Pero, para mí, todo forma parte de una misma crisis de mundo, es decir, una crisis de imaginario. Han estallado los horizontes compartidos: los de lucha, de sentido, de futuro. En consecuencia, por un lado, hay un estallido social, de desigualdades y de aislamientos; por otro, sufrimos la privatización de los mundos. Esto hace tiempo que sucede, y la pandemia ha añadido sufrimiento sumando aislamientos y privatizaciones.

Y aquí enmedio, ¿está la crisis de la educación?

Sí. Y, entonces, aparecen preguntas cómo: ¿qué tenemos que aprender de los otros cuando los mundos de cada uno están cada vez más privatizados? ¿Qué hacemos en la escuela cuando no sabemos desde donde ni por qué compartimos determinados conocimientos? En síntesis, ¿qué hacemos en la escuela cuando el mundo está en crisis?

Foto: IVAN GIMÉNEZ

“‘¿Cómo educar?’ es una pregunta vertical y unidireccional. Prefiero ‘¿Cómo queremos ser educados?’”

Concrétame algo más, por favor, ¿de qué va esta crisis educativa?

Esto que denominamos problemas del sistema educativo, desde la escuela primaria hasta la universidad o la formación profesional, debe ponerse dentro de una mirada más amplia sobre el aprendizaje como sustrato del vínculo social. Es, por lo tanto, otro sentido de la educación, que abraza al sistema educativo pero también a las relaciones de aprendizaje afectivas, íntimas, familiares o de vecindad. Las relaciones de aprendizaje son la base de las relaciones sociales. Entonces, ¿qué pasa cuando miramos lo que está pasando hoy, no solo en las escuelas sino en la sociedad, entendida como un conjunto de relaciones donde aprendemos los unos de los otros? Aprendemos en la escuela, pero también aprendemos, cosas buenas y cosas malas, en los medios de comunicación, en Internet, en la industria cultural o con las relaciones sociales. Somos aprendices los unos de los otros en todo momento. Por lo tanto, hay que cambiar la pregunta “Cómo educar?”, que es una pregunta vertical, unidireccional, por la pregunta “Cómo queremos ser educados?”. No es un problema solo pedagógico ni de sistema.

De acuerdo, pues, ¿cómo queremos ser educados?

Este es el giro que propone el libro. Podemos darle la vuelta al punto de vista sobre como educar. La pregunta filosófica seria: ¿desde donde miramos los problemas de la educación? Uno puede mirarlo desde el punto de vista del profesor o desde relaciones compartidas, colectivas y recíprocas. Este es el punto de vista del aprendiz, que no es el estudiante, que no es el niño o la niña, sino que somos todos, en cuanto que aprendemos los unos de los otros. La pregunta, entonces, ya no es técnica, no es profesional, no es legislativa, sino que es una pregunta ética y política. El aprendiz no es ni cliente ni víctima del sistema educativo, sino un sujeto político.

¿Qué es, pues, para ti la escuela de los aprendices?

La escuela de aprendices no es la escuela existente. Es una figura de la imaginación, una contrautopía que nos permite leer, de una manera crítica y con otros ojos, los problemas, los límites, los desafíos y los deseos de las escuelas y de las relaciones de aprendizaje en todo su continuo. La escuela de aprendices es una herramienta crítica para analizar la educación actual desde los ojos del aprendiz y a la vez para imaginar otros métodos pedagógicos y otras maneras de entendernos para aliarnos y compartir aprendizajes.

Foto: IVAN GIMÉNEZ

No lamento la pérdida de autoridad del maestro; pero hay un antiautoritarismo muy neoliberal”

Hablas de autoridad y de alianza entre iguales. ¿Esto es posible en las escuelas y en los institutos actuales, con las condiciones en las aulas, las ratios, la diferencia generacional entre maestros y alumnos? ¿Cómo evitaremos las jerarquías y la necesidad de autoridad en clase, que tú misma defines como un “invento que violenta todas las relaciones naturales”?

Lo que tenemos en este momento es muy confuso. Desde los años cincuenta se dice que hay una deriva hacia la pérdida de autoridad del maestro. Hannah Arendt ya hablaba de la pérdida de autoridad de aquellas figuras que disfrutaban de la legitimidad no basada en el poder sino en el conocimiento y la experiencia; pero también es verdad que las pedagogías críticas y la educación popular, de las que yo me reclamo, han contribuido al antiautoritarismo. Yo no lamento la pérdida de autoridad del maestro ni del padre; pero a menudo el discurso antiautoritario se ha convertido en una práctica neoliberal. Esta crisis, no obstante, no nos deja ver que quizás el maestro ha perdido autoridad, pero el sistema educativo continúa siendo muy autoritario. Hay un régimen burocraticogerencial, de control, que atraviesa maestros y estudiantes, y ha convertido la educación en una máquina de producir resultados. ¡Todavía salen en los diarios los rankings del rendimiento de los estudiantes en matemáticas de la Organización por la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE)! ¿De qué rendimiento hablamos? ¿De qué matemáticas? ¿Qué índices tiene la OCDE?

El maestro, como sabe mucho, también sabe no saber”

¿Qué papel te gustaría que tuvieran los maestros en la escuela de aprendices?

Se los ha convertido en entrenadores, en acompañantes y en controladores. Se ha descalificado al maestro: le dicen “tú no hace falta que sepas nada”, porque el alumno tiene que aprender a buscarlo todo en la red. Mi libro es una defensa radical de los maestros. Para mí, maestros, educadores sociales o enseñantes en general son aquella figura que encarna el aprendizaje en todo momento. Maestro es aquel que te enseña con su práctica, con su vida o con lo que te explica, que todos tenemos una relación con lo que sabemos y lo que no sabemos. Por lo tanto, el maestro sabe cosas y puede enseñar cosas… y a la vez, e inseparablemente, nos muestra todo aquello que no sabemos. El maestro es el que abre un vacío, el que deja un espacio. El que traza una trayectoria posible o hace una pregunta para descubrir. El maestro es el que nos permite ser en este umbral entre el saber y el no saber. Esto es lo que nos hace libres. El maestro hace del acceso al conocimiento la posibilidad de un atrevimiento: el atrevernos a no saber juntos. El maestro, como sabe, también sabe no saber. Y nos enseña a no ser seres pasivos, clientes consumidores y, a la vez, dominados por el miedo de la incertidumbre y de no saber.

En el libro hablas del “gran almacenamiento externo” en detrimento de nuestra memoria interna, que no solo almacena, sino que es básica para crear. Precisamente estudios basados en neurociencias recomiendan estimular la memoria o no dejar de escribir a mano porque activa partes del cerebro que otras actividades no activan. ¿Es reaccionario volver a la escritura a mano o a estimular la memoria ante la revolución digital?

A ver, ¡la caligrafía es muy importante! ¡La memoria es muy importante! Hay argumentos de tipo conservador para preservar estas metodologías de toda la vida, y a mí no me encontrarán aquí. Pero es que, como dices, la neurología ha demostrado que la escritura a mano ayuda a nuestro cerebro a elaborar sentido y comprensión de aquello que estamos escribiendo, leyendo o dibujando. Mucho mejor que ordenadores o teléfonos móviles. Condenar la memoria lo que hace es escindir el contenido, el dato, el bit, de la elaboración que hacemos de él. La memoria no es archivo, sino elaboración de sentido. No recuerdas las cosas en bruto: recuerdas las cosas vividas. El cerebro no es un disco duro: es una relación constante que va elaborando el sentido, consciente o inconsciente, de aquello que vivimos. ?¿Queremos sujetos vividos y con capacidad de imaginación? ¿O queremos terminales de la gran base de datos de la humanidad?

Foto: IVAN GIMÉNEZ

No creo en el mito de la escuela como salvación de todos los males. La escuela sola no puede nada”

Hay un mito de la escuela: las películas de cine social francés o norteamericanas ambientadas en escuelas de la banlieue o de los suburbios presentan siempre un profesor, normalmente hombre y blanco, que llega a una escuela pobre y con alumnos negros o procedentes de la inmigración, y les da herramientas para liberarse, transformarse y crecer. La izquierda siempre ha confiado en la escuela como instrumento para transformar la sociedad. ¿Tú lo ves así?

Todo proyecto de transformación social comporta un nuevo proyecto educativo. No hay ningún movimiento revolucionario que no lleve unas prácticas educativas nuevas para hacer la revolución desde abajo. Mi libro cree, de todas todas, que la educación es una práctica emancipadora; pero no podemos confiar en la mitología de que un profesor iluminado llegará a un barrio pobre, salvará a los niños de su destino de miseria y lo cambiará todo gracias a sus clases. Es un mito mesiánico, como tantos otros de nuestra cultura. Esto está muy lejos de lo que yo entiendo por una práctica de transformación social. Debe ser colectiva, y no individual; se inscribe en una sociedad y en sus conflictos; no es un antes y un después, sino que son procesos lentos.

Me parece interesante la crítica que haces de la escuela como solucionadora de otros problemas, como si tuviera que salvar a los alumnos, y con ellos a la sociedad, de la segregación, de las clases sociales, de la carencia de ascensor social… Dices que la escuela no hace magia. ¿No crees que pueda cambiar las cosas?

La propuesta de alianza de aprendices tiene como objetivo poder pensar por uno mismo y con los otros, y puede ser todo un programa de cambio educativo. Pero yo me alejo del mito de la escuela como salvación de todos los males. La escuela sola no puede nada. La escuela tiene que remar dentro de una sociedad.

A ver, te hago la misma pregunta, pero desde otro punto de vista. No es el punto de vista del profesor mesiánico, sino del alumnado de familias de clase obrera. Nuestros padres, obreros y normalmente sin estudios universitarios, siempre habían confiado en la educación como vector de ascensor social para los hijos: “Hijo, estudia tú que puedes, que yo no pude, y serás algo de provecho”. Muchos hijos de la clase obrera de este país no habríamos podido crecer culturalmente y tener cierto bienestar económico sin nuestro paso por la escuela (y la universidad) pública, y sin que algunos profesores nos ayudaran mucho.

Este es el relato de las últimas décadas que se ha impuesto aquí, y peca del mismo problema: ¿cual fue la causa de este cambio? Seguramente, si hacemos el análisis más complejo, había más cosas además de una escuela de más calidad y más democrática. Muchas familias obreras accedían a unas mejores condiciones de vida, de consumo, de trabajo y de relaciones sociales diferentes de aquellas en las que habían crecido. Muchos niños ya no debían ponerse a trabajar a los 12, 13 o 14 años. El ascensor social lo estaba haciendo la escuela porque lo estaba haciendo toda la sociedad. Pero ahora no está pasando, con algunas excepciones heroicas e individuales. Ahora estamos en una fase de desmantelamiento de los servicios públicos y en un mercado laboral precarizado y desestructurado. Y este escenario general coloca en otro lugar a la escuela.

Tú, de hecho, dices en el libro: “Quien no encaja en el sistema educativo es expulsado o rehusado”. Es fuerte.

Pero se usa, se usa esta expresión. No me la invento yo. Incluso Bauman escribió un de sus últimos libros sobre esto.

El pedagogo Ken Robinson dice que la escuela se ha convertido en un especie de proceso industrial para convertir a niños y niñas creativos en ciudadanos obedientes, consumidores, que formen parte del sistema de producción capitalista que hay afuera. Todos, cortados por un mismo patrón, puesto que la escuela iguala, para bien o para mal, a través de exámenes, competencias y notas.

En el libro hablo de como la escuela actual se encuentra entre la obediencia y la creatividad. Ya no estamos en la fábrica del siglo XIX o XX en la que a todos nos modelan con un mismo patrón. Ahora hay una combinación entre órdenes rígidas (la escuela sigue teniendo un horario, un régimen de castigos, un plan educativo concreto para todos…) y un sistema flexible. El neoliberalismo ya no es el rígido capitalismo industrial, de la sociedad disciplinaria foucaultiana. Necesita nuestra adhesión, invención, subjetividad, emociones, el llamamiento constante a la creatividad, a no dejar de movernos… Estamos, pues, dentro de un régimen que pide una creatividad rentable. No una creatividad que pierde, que se pierde, y que lo cambia todo. Es un orden disruptivo: nos pide obediencia, el buen alumno que llega a la hora, pero también pide ser espabilado, encontrar proyectos a hacer y tener intereses y deseos. Incluso esto pasa en el mundo de la empresa. Pero, ya te digo, que a algunos alumnos quizás ya les iría bien que les dijeran qué tienen que leer, porque quizás no tienen mil intereses y no encuentran su tema. Siempre se le pide a los niños, y a los trabajadores, que busquen su tema, que busquen su interés, su pasión.

Ya…

La relación éxito-fracaso no depende solo ya de ser muy obediente. Sino de haber sido capaz de haber generado este yo y tu potencial de invención dentro de un sistema que premia que este movimiento sea rentable. Hay una nueva relación entre la obediencia y la capacidad de adaptación al cambio constante: una obligación de ser creativos, inventivos y activos.

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