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Foto: DAVID F. SABADELL
Entrevistes

Maruja Torres “Te perdonan que seas charnega, pero quieren que pienses como ellos”

Del piso de Barcelona, paradigma del Ensanche (una U grande) a otro más pequeño y cuadrado, cálido, en Malasaña, Madrid. ¿Razones del traslado? La amistad, los amigos, el gozo perpetuo de vivir. Maruja Torres (Barcelona, 1943), la Maruja, es todo un universo, latigazos de ingenio, de expresión (en todos los sentidos). En tiempos políticamente correctos, Maruja mantiene la lengua y la lucidez afiladas como un cuchillo, pero las heridas que provoca son curativas, sanadoras, refrescantes. Reportera de una época, corresponsal de guerra en el Líbano, en Haití o en Israel, entre otros muchos países, conversamos con ella de su niñez, del barrio Chino, de Terenci y de Manolo, de los años setenta, del mundo y de la vida. Y, mientras posa para las fotos, antes de sentarse en el sofá, hablamos de dos de sus pasiones: los libros y los viajes. Y así empieza.

28/04/2022 | 06:00

A Orán, fui con una amiga al café donde escribía Camus. En Argelia no lo pueden ver porque él era un pied-noir, un colono europeo de madre nieta de emigrantes menorquines. Además, en El extranjero no se menciona al árabe por su nombre. ¡No entienden que es un reflejo de la realidad! ¡Es como, si ahora, ponemos negros con pelucas blancas en el contexto del rey Jorge VI de Inglaterra! Sería falsear la historia de los negros y la nuestra —tanto como decir que no hemos sido verdugos. Una cosa son los monumentos y la otra falsear la historia.

Un estudiante, en nombre de la justicia, le increpó por el hecho de no apoyar a la liberación de Argelia por la vía armada, y Camus le respondió con aquella frase de “Entre la justicia y mi madre, escojo a mi madre”.

¡Por supuesto! Como haría cualquier persona humana. Todo el resto es fanatismo y abstracción o revolución y liberación necesitada de muertos y, si es posible —seamos claros—, la muerte de los otros.

La disputa entre Camus y Sartre, dos pensadores de izquierdas, era mucho de tu generación.

Es que no queríamos creernos que en la Unión Soviética había gulags; a pesar de que, si le dabas algunas vueltas, lo constatabas. En aquel momento, a mí me interesaba más Sartre porque era el ateo, el antisistema paseando por las barricadas, pero no dejábamos de leer a Camus. Yo, con 19 años, ya me había leído todo Camus y me fascinó. Nosotros leíamos todo lo que venía de Francia y estábamos con los dos. A los que no soportábamos era a los católicos.

Pienso que tu vida y la de Camus tienen parecidos.

¡Ya querría yo!

Un barrio pobre, el Raval de Barcelona, hija…

Yo era casi del cuarto mundo avant la lettre. Del gueto de los murcianos. ¿No sabías tú que había en Barcelona un gueto de murcianos? Pero, desde principios del novecientos. Mis padres llegan cuando ya son mayores, cada uno por su cuenta, con sus familias. Por parte de madre, vienen a Barcelona por la Exposición del 1929. Todos eran carpinteros de Cartagena, donde se había cerrado todo. Y, entonces, viven en la zona entre las murallas de la Rambla y Montjuïc. Allí se construyen barracas y después el barrio Chino: comisarías de la Guardia Civil con caballos, lavabos públicos, lavanderías públicas, las fábricas “con sus gentes”, como diría Julio Iglesias.

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“Hay gente que ha vivido de rentas toda la vida. Son los ‘putos’ amos. Esta es la mierda”

Hablando de tus orígenes, escribes: “Éramos el barrio. Hijos de una postguerra y de una geografía concretas, veníamos de fábricas en donde abrasó sus pulmones el proletariado surgido de aquella industrialización”. Y lo cierras así: “Veníamos de las aguas fecales, de la ropa perennemente húmeda porque ni el sol se atrevía a acercarse a nosotros. La tercera muralla, que dio origen a la Ronda y al Paralelo, nos emparedó, consumó la segregación; éramos propiedad ajena y esa nueva barrera resultó terminante para retenernos, para que nuestro hedor de Barrio sur no alcanzara las orondas pecheras del naciente Ensanche”. ¡Tela!

Tal cual. Yo todavía desconozco quiénes eran los propietarios de nuestras casas del barrio Chino, ¿comprendes? Por lo que yo sé, era un marqués con una masía en Esplugues de Llobregat. Cuando después viví en el Ensanche, ya me di cuenta de todo. Son como putos amos. Esta es la mierda, ¿comprendes? Pero, a mí, me sudan el coño. Todos estos han vivido de rentas toda la vida y todos son, ya no te digo de Puigdemont, sino de aún más allá…

¿De Quim Torra?

Más todavía, todavía más. Te perdonan un poco que seas charnega, pero no que no pienses como ellos. Mira, yo me he equivocado con los hombres; pero, como no firmaba papeles, me largaba. Uno pertenece a lo que pertenece, pero uno mismo tiene que saber que él es el responsable de sus actos y no de los actos de los demás. Yo comprendí que, si seguía dentro de mi familia, no salía adelante, como sí lo estaba haciendo el país.

¿Hablas de no conformarse?

Sí, de no sentirse a gusto en la mierda, en la ignorancia. Hablo de leer y de viajar y de saber que existen otros mundos. Me parece que luchar para cambiar de vida ha sido lo mejor que he hecho. Hablo de que, si miras atrás, te des cuenta de que todo eso es un peso muerto y que hay que cortar, cortar los pesos muertos.

En este sentido, dices que leer bien te salvó. ¿Por qué? Explícamelo.

¡A mí me salva, sí, sí! Mira, leer bien es cómo, como… ¡votar bien! [Maruja se desternilla de risa mientras se coge las rodillas y se estira hacia atrás en el sofá con los pies arriba] A ver, si tú acumulas doscientos libros de Corín Tellado [escritora española de novelas rosa y románticas], tu vida no cambiará. Quizás, te ayude a hacerte pajas o incluso a equivocarte en el matrimonio. Pero, si buscas otros autores, la cosa puede cambiar. Coño, si estoy hablando de las afinidades selectivas, !se-lec-ti-vas! Debes tener instinto. Te lo digo porque yo no tenía maestros, ¿qué coño tuve yo? Yo ya estaba bien encaminada, porque solo quería hablar de libros, leía todo lo que caía bajo mi nariz. ¿Cómo? Elegía por identificaciones, por instinto. Dostoyevski, Dickens, Dos Passos, Steinbeck. Y, cuando te decían que había una habitación cerrada de libros prohibidos, como lo eran, entrabas en ella. Pero, está claro, permanecer en la mediocridad es mucho más fácil, querido.

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Nací en una España donde los hombres se rascaban la bragueta en público”

¿Tú crees que uno de los problemas de ahora es que no se lee?

Es una mezcla de ignorancia y de desmemoria. Hay una juventud más acostumbrada a poseer que a reflexionar; tampoco quiero generalizar, porque yo nací en una España donde los hombres se rascaban la bragueta en público, a pesar de que después cambió. Son procesos educacionales… Ahora bien, si nos olvidamos y bajamos la guardia, los de Vox impondrán de nuevo rascarse la bragueta.

Y mover el palillo entre los dientes.

Sí, y un dedo en el culo y el otro en la nariz. Retroceder, nunca. En todos los lugares, los sistemas educacionales han fallado mucho, como mínimo en este país. La educación es muy poco humanista y depende mucho del buen maestro, pero los buenos maestros están agotados porque tienen muchos alumnos. Yo creo en la educación pública… La privada, ya sabemos cómo va: extiende cada vez más sus tentáculos; de forma que los ricos serán los únicos cultos… Pero, ¿sabes qué? Ni eso. En este país triunfó el fascismo, y esto no se produjo en Italia ni en Francia ni en Alemania. Y, está claro, eso pasa factura. Mira la Iglesia tan fuerte en Italia y, en cambio, los italianos no son como nosotros. Aquí, el nacionalcatolicismo ha hecho todavía más daño.

¿Cataluña se salva de esto?

Yo creo que también sufre de un catolicismo carlista… [Maruja piensa] Diría que tiene más salvación porque queda más cerca de la frontera; pero tampoco te fíes mucho de los católicos franceses. No podemos simplificar. Cataluña, en los años setenta, se salvaba. Pero debemos estar atentos porque, a la mínima que te descuidas, te insuflan los “aromes de Montserrat” y ya estás jodido.

Háblame de tus padres. ¿Tu madre era modista?

Limpiaba, lo que fuera. Yo nací en 1943, y ella tenía 39 años. Mi padre era un hombre que, si dejamos de lado que la hostiaba… [Maruja se gira y desde el sofá alarga la mano y coge una foto pequeña donde sale ella, de niña, en medio de sus padres] Mira, qué elegante, cinco minutos antes de salir de casa. Esta foto es una impostura. Mi padre tenía casi 50 años y este era su segundo matrimonio. Su primera mujer, la madre de mis dos hermanastros, murió en el bombardeo de los italianos, donde murió también la madre de Juan Goytisolo. Él cogió una cogorza, durmió la mona y me dio de alta en la vida el 30 de marzo de 1943; pero yo nací el 17 de marzo, y ahora tengo dos cumpleaños. Él era un camarero, un alcohólico y era violento. Mi madre no se separó porque en aquella época la justicia estaba a favor de los hombres, y a una mujer se la podía acusar de adulterio en cualquier momento con dos falsos testigos y le quitaban el hijo o la hija. A pesar de como está la justicia ahora, esto ha cambiado. Mis padres son hijos de su época, productos de aquel tiempo.

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Cuando viajas un poco, se te quitan las tonterías de encima”

Escuchándote, recuerdo que mi abuela me hablaba de casas de beneficencia, donde acogían niños y niñas abandonados.

¿Sabes qué? En uno de los paseos moralistas de mi madre, ella me decía, mirando una de esas casas: “Qué suerte has tenido que no te metieran en el horno”. Estas eran las alegrías familiares. A mi madre, pobre mujer, la casaron porque se le había pasado el arroz y le presentaron a un viudo de buen ver; pero el viudo de buen ver era un alcohólico de estos que no lo parecen.

En la foto sale muy peinado, vestido, elegante.

Sí, peinadito y elegante… y la primera hostia, cuando cierras la puerta de casa. Fueron víctimas de la Guerra Civil.

¿En qué crees que te ha marcado todo esto como escritora y periodista?

En todo, los orígenes te marcan en todo; pero hay que saber vivir porque es muy ridículo ser adulto y llorar por los orígenes. Y, además, cuando viajas un poco, se te quitan las tonterías de encima.

En aquella época de adolescencia, conoces a Terenci Moix y a Manolo Vázquez Montalbán. Vitales para ti. La amistad.

Terenci fue una bendición del cielo. Él vivía en la parte noble del Raval, en la calle Joaquín Costa. Eran catalanes con antepasados aragoneses, el origen noble, el de la Cataluña ligada a Aragón, que quiere decir que se viene de la Corona, ¿no? [Maruja se ríe socarrona] Era una familia modesta. Su padre era pintor, tenía la granja, y yo subía detrás de Terenci, saludaba a todo el mundo y después todos, como una manada de búfalos, nos íbamos al otro piso, a la calle Casanova, con todos los licores que sobraban de la Navidad: la menta, el anís… pero, ¡por Dios! [Maruja chilla y se coge de nuevo las rodillas], ¡si eran una mariconada de bebidas!

¿Cuántos años tenías?

Yo, 14, y Terenci, 15. La Amparito, una amiga que vivía en un callejón del Barri Gòtic —las dos de familia pobre y trabajadora, con aquella suciedad de la época en las calles, a ambos lados de la Rambla, a pesar de que había más putas en mi lado—… Bien, lo que te decía, con la Amparito nos conocimos en el Centro Excursionista de Cataluña. Yo estaba loca por conocer gente. En el centro había unos cuántos que querían escribir libros: todos tristes, siniestros, muy jóvenes y muy mal vestidos, sentados en la mesa con un café rancio y un vaso de agua. Total, que, un día, la Amparito me dice que tengo que conocer a un compañero suyo que trabajaba en la editorial Bruguera, que se llama Ramon Moix y que no me haga ilusiones, porque es de la otra acera, como se decía antes, y a quien le gusta mucho el cine. Y así fue. Maravilloso.

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Lo que te puedo decir es que soy un mamífero bípedo y punto. Ya no tengo más definición”

En la portada de tu libro Esperadme en el cielo, salís los tres abrazados en las butacas de un cine, mirando la pantalla, tú en medio de Manolo y de Terenci. En aquella infancia de posguerra, ¿el refugio y el sueño era el cine?

No solo era nuestro refugio, sino que era mejor que el actual, cuando aún el cine vivía de los talentos europeos emigrados, cuando los estudios tenían productores fuertes y los agentes de los actores todavía no lo controlaban todo; no como ahora, que pagan un huevo a un tío para producir una megapelícula para un megapúblico y exigiendo que se tienen que vender muchas camisetas y comer muchas palomitas.

Todo son películas de superhéroes.

Eso mismo. Solo te digo qué tiene que ser crecer ahora con Marvel. Ahí lo dejo.

Hay una foto tuya con Rosa Regàs, Terenci Moix y Luis Antonio de Villena con el piano que…

¡Terenci era la alegría personificada! Y cantaba [Maruja coge aire, infla el pecho y con voz grave empieza a cantar] “Si te acercas a un muchacho yendo hacia el trigal…”. Era la canción de Ava Gardner en Mogambo, versión española.

Me aburre a muerte el tema de si escribimos en catalán o en castellano. ¡Me importa un coño!”

Sobre tu generación de los setenta, la de los escritores catalanes que escribís en castellano, como Juan Marsé y otros, hubo una…

Mira, me aburre a muerte este tema. En los años setenta ya me preguntaron por qué no escribía en catalán, y la última pregunta que me hicieron en Cataluña fue la misma. Me aburre. ¡Cada uno es hijo de su lengua y de su historia! Ya está bien, coño, yo no elijo mi lengua: es la lengua que me elige a mí. Me importa un coño, hostia. [Maruja resopla y mueve los brazos apuntando al techo, como si asustara demonios]

Ya sé que te molesta, lo sé, es la parte más pesada de la entrevista. Pero, ¿es literatura catalana la que se escribe en castellano?

Pues claro. Como si fuera un italiano que nace en Barcelona hijo de un camello y de una lactante, que sé yo. Lo que te puedo decir es que soy un mamífero bípedo y punto. Ya no tengo más definición. Estoy hasta el mismísimo coño de que intenten que interiorice las identidades, ¡hasta el coño! Mira, cuanto más nos dividamos, más débiles seremos, ¿lo entiendes? Y la lucha de clases a tomar por culo. Pero… [de repente, Maruja empieza a reír divertida], si tú sabes, querido, que en pocos años y no queda mucho, cuando tú salgas a follar, llevarás un chip dentro y decidirás en ese momento qué eres y con quién te lo pasas bien… ¡Si vamos todos directos hacia Blade Runner!

Sí, sí, lo sé, lo sé.

Si yo seré una replicante, a mí qué coño me importa en qué idioma escribo. Si recibo mensajes en mi teléfono que me dicen: “aprende a dictar en vez de escribir”. Se me ponen los pelos de punta solo de pensarlo.

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Cuando llegó Pujol a la Generalitat, todo se provincializó: fue un trabajo lento que ha dado su fruto”

Para cerrar este tema: en la primera entrevista a CRÍTIC, decías que no eras independentista, pero que no te molestaba. Ahora, después de todo lo que hemos vivido, ¿cómo lo ves?

A mí me pareció que prometían una cosa que no podían cumplir, y es lo que me parece más grave. Y la división es una tontería. Yo siempre he sostenido —desde mi libro Mujer en guerra— que, cuando llegó Pujol a la Generalitat, todo se provincializó. Fue un trabajo lento que ha dado su fruto, y ahora estamos ya instalados en un punto en el que ya no me interesa nada. Yo he conocido una Rambla que ahora da pena. ¿Qué culpa tenéis vosotros de no haber vivido los setenta?

Sí, fue una época cultural fantástica, de creación, de ambiente liberal… Tú has dicho que a la charnega, muchos se la querían llevar a la cama.

A las charnegas, se las querían follar todos, pero no casarse con ellas, claro, ¡no me jodas! ¡Afortunadamente! Un compañero que trabajaba en la revista Por Favor decía que, para casarse, mejor una Roseret o una Montserrat o una clueca catalana con garantías. Las charnegas íbamos a nuestro aire… Pero, fuera bromas, algunas catalanas, todo hay que decirlo, también eran muy liberales. Fue una época magnífica; a pesar de que no me parece que esta sea mala.

Has dicho que es una de las mejores épocas para explicar el mundo. ¿Seguro?

Interesante, lo es; otra cosa es vivirla, claro.

Yo, las amistades, las tengo buenas de cojones, de verdad, de estilo analógico”

¿Y crees que el periodismo tiene suficiente fuerza para explicarla?

No, pero tendrá que reinventarse. El periodismo está saliendo mejor de lo que parecía durante la crisis. Y ¿por qué? Porque ahora os habéis acostumbrado a sufrir, querido. Es el signo de los tiempos. Lo que le pasa al periodismo le está pasando a todo el mundo: a los taxistas, a los comerciantes, a los mecánicos…

Y ¿qué pasa?

La uberización y la glovización de la vida.

De las relaciones, ¿también?

Aquí, no lo sé, no sabría qué decirte. Yo, las amistades, las tengo, como dicen, a la vieja usanza, buenas de cojones, de verdad, de estilo analógico. A ver, la tecnología es fantástica; otra cosa es cómo la utilizamos.

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En la Transición, se hizo lo que se pudo en un país donde Franco ganó en 1939 y, encima, murió en la cama”

¿Y qué te daba el periodismo antes, sin tanta tecnología?

Lo que me gustaba es que había movimiento: el periodismo era la vida exterior. Para mí no hay más placer que investigar, e investigar sobre el terreno era la aventura intelectual y física: conocer gente, historias, saber y desmentirte a ti misma y constatar que lo que has leído no te sirve. Era fantástico: la vida plena.

¿Y la literatura?

Suplió mi tiempo. Me iba haciendo mayor y tenía problemas de rodilla y, claro, si estaba en un país y venía alguien a pegarme y tenía que huir corriendo, lo tenía jodido. En Haití, una vez que venían los hijos de puta con las porras, yo le dije a Joaquim Ibarz, un compañero amigo de La Vanguardia: “Nen, que no puedo correr”. Y él cogió la libreta y la puso encima de mi cabeza como si quisiera parar el golpe y le gritó al imbécil del militar: “Journalist, journalist”. Y este se quedó tan desconcertado al ver la libreta, que se puso a darle golpes de porra a un negro que pasaba por allí.

Dices que el relato de la Transición pesó mucho a tu generación. ¿Por qué?

De la Transición, opinas poco cuando la vives. Murió mucha gente, durante la Transición. Había esta pandilla de falangistas, como los de ahora; la derecha era brutal y ETA —todo hay que decirlo— mató muy a gusto cuando murió Franco. Estábamos en una fragilidad permanente, intentando proteger lo poco que estábamos consiguiendo; por lo tanto, ni beatos ni hostias, se hizo lo que se pudo en un país donde Franco ganó en 1939 y, encima, murió en la cama. Además, las potencias no nos ayudaron; más bien al contrario: ayudaron a los otros. No había caído el muro, y eso fue fundamental, porque los fachas y la derecha española —que es la propietaria de la finca— no sabían en aquel momento que la URSS era un tigre de papel.

¿Y después?

Que los españoles votaron a la UCD. Y, ¿qué quieres que te diga? En esto estamos y nunca saldremos de aquí. Ahora miras atrás y ves que Suárez, pues bien; pero, en su momento, nos parecía un chikilicuatre. Queríamos pasar a la izquierda dominante y todo se fue al carajo, como en la vida misma. Hay que leer a Scott Fitzgerald para darse cuenta de que el fracaso es la constante en la vida.

Deberíamos aprender a fracasar mejor, ¿no?

Exacto, diciendo “Mira, llevo mejor esto de fracasar” y ya está. [Ríe] A mí, los ochenta se me hicieron muy pesados. Yo quería viajar, ir a donde había movida, como en el Líbano, en la Nicaragua de los sandinistas o en el Chile de Pinochet. Tres veces me he ideo de El País: la primera, cuando estoy harta de cultura porque no puedo viajar y me voy a Cambio 16. Dos años después, me recuperan y me dan todo lo que pido. Y, con el tiempo, entro en la espiral del primer ERE, cuando se cargan a los grandes, yo me solidarizo con ellos y pongo a parir a Cebrián en las universidades, tildándolo de un saturno que devora a sus hijos o de un tiburón rollo Wall Street. Cuando se me acaba el contrato de colaboradora, ya después de la jubilación, me dicen que ya buscarán alguna otra cosa para mí; pero, como no soy imbécil, me largo. Y la tercera, cuando Soledad Gallego me pone como columnista mientras dure la cuarentena.

Pero, antes de que se acabe, a ella la echan.

La versión oficial es que Soledad Gallego había firmado por dos años y no la renuevan. Ahora bien, el nuevo director que ponen es quien me echó a mí.

Javier Moreno, ‘El Niño de los ERTES’, como lo denominas, burlona, en tu cuenta de Twitter.

Aquí en Madrid le llaman ‘El Carnicerito de Chueca’. [Ríe] Pero, lo que te decía, los ochenta se me hicieron pesados y, cuando después llegaron los Juegos Olímpicos de Barcelona, me dije: “Aquí habrá un batacazo económico de aúpa”. Y, de hecho, lo hubo.

Y ahora, ¿por qué te viniste a Madrid?

Porque tengo más amigos aquí. Mira [Maruja consulta el móvil], agenda, agenda: el pasado sábado comí con unos amigos de Barcelona. La semana próxima: comer con Víctor Manuel, Ana Belén, Trueba y mi vecino Edu.

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Estoy subscrita a diarios de izquierdas y de derechas. El centro no existe”

¿Qué te parece El País con Pepa Bueno?

Está mejorando. La sección de Opinión está reforzada y se publican bastantes reportajes, que se había perdido mucho. Y tienen gente buena en América Latina. Otra historia es hasta cuándo podrán resistir, porque arrastran una deuda brutal. Han ido tirando, pero… Lo que tiene El País es la cabecera y la influencia, y si no son burros los propietarios de ahora; es lo que deben potenciar, porque no nos sobra ningún diario. Yo estoy subscrita a diarios de izquierdas y de derechas. El centro no existe.

¿Hay algún columnista de derechas que te guste?

Es que creo que ellos no se reconocen a sí mismos como de derechas y yo no pienso denunciarlos. Hay mujeres que me gustan, pero sobre todo me gustan los reporteros y las reporteras.

En El Español de Pedro Jota dicen de ti: “Demasiado sincera para destacar en el poder, extremadamente cercana a sus compañeros, poco dada a los jerarcas”. Es un piropo.

¿Quién lo escribe? Yo siempre me he llevado bien con los compañeros y tengo amigos en todos los sitios.

No hablo de matar el tiempo, sino de sentir cómo corre por dentro del estómago”

La amistad ha sido una constante en tu generación. Lo echo de menos un poco en el periodismo actual, muy de trinchera.

Porque ahora obligan a la gente a apuñalarse: es el sistema capitalista; que te metas con los inmigrantes y los pobres. Es el individualismo, el thatcherismo, pasado ahora de Esperanza Aguirre a Díaz Ayuso. Pero aceptado por los jóvenes. Como en aquel banco de la calle donde hay dos repartidores de la misma firma de comida para llevar, con la mochila en los hombros y con el teléfono a ver quién coge el lugar más cerca para ir, en lugar de unirse y exigir. Esta es la imagen.

Y tú, cuando te mueves y sales a la calle, ¿qué ves? ¿Con qué te quedas?

Yo tengo un gran abanico de corresponsales, que son los taxistas y me explican cosas. El último recuerdo que tengo es el de un taxista que antes había sido camionero, de la zona de Cabañeros, que me explicó que el embalse de allí está tan abajo que incluso se ven los cimientos del puente románico, que nunca se habían visto, y que las ovejas se quedan atrapadas dentro del barro. Estamos fatal. Pero, mira, cuando me reúno con los amigos, reímos y disfrutamos de la vida, nos explicamos anécdotas, historias y ponemos a parir a quien le corresponda.

Es muy importante el gozo, sí, la risa, la amistad. La mesa alrededor del vino.

Todo esto es maravilloso, las sobremesas largas.

El paraíso.

Es el ágora, el contacto con los otros. Yo lo intuía antes, pero no lo sentía todavía con la piel. Lo que experimento ahora dentro de la barriga es el paso del tiempo, lo siento en la piel. No hablo de matar el tiempo, sino de sentir cómo corre por dentro del estómago. Es lo único que tenemos. Y, cuando nos morimos, se va, ya no está.

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