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Foto: DAVID F. SABADELL
Entrevistes

Silvia Nanclares “Hay coincidencias ideológicas entre una parte de los feminismos y la extrema derecha”

Silvia Nanclares (Madrid, 1975) es escritora, editora y activista. Su vocación por la literatura nació en la biblioteca pública de su barrio, donde pasó buena parte de su infancia. Estudió Ciencias Teatrales en la Real Escuela Superior de Arte Dramático y posteriormente vivió en Buenos Aires, Sevilla y en el sur de Francia. Con el 15-M vivió su despertar político. Desde entonces ha hecho de su vida material político y literario y en 2017 dio a luz a su primera novela, Quién quiere ser madre (Alfaguara). Mientras culmina su segunda novela, hablamos sobre feminismo, de los mercados reproductivos y del reto de politizar los cuidados.

08/11/2022 | 06:00

Naces en Madrid, a mitad de la década de los 70. ¿Cómo fue tu infancia?

Tuve una infancia muy ochentera. En Moratalaz, un barrio que en veinte años pasó de ser campo a albergar a un montón de familias del baby boom tardío. Me crie en el ambiente de la España felipista, donde nuestras madres y padres aún luchaban por los servicios públicos de los barrios. Los míos en concreto no estaban muy politizados, fueron más yeyés que hippies. Básicamente, fui hija de mi tiempo y de una familia de clase media; sabía que venía de una familia de origen trabajador que a la vez estaba prosperando, por lo que tuve muchas oportunidades materiales.

¿Cómo fue tu socialización política?

En mi entorno se vivía mucho la despolitización típica de esa época. Me fui formando políticamente, por un lado, desde el feminismo, y por otro, estando en contacto, a través del teatro, la música, desde la época del instituto y la universidad, con ambientes artísticos, de tintes casi libertarios. A partir de ahí fui profundizando en mis ideas de izquierdas. Pero desde nuestro lugar, vamos a decir “cultureta”, había una mirada esnob hacia la politización clásica, que para mí se rompe progresivamente, según me voy adentrando en movimientos, como el feminista, y, de raíz, tras la experiencia del 15-M.

Estudiaste en el Instituto Montserrat, de la Fundación Hogar del Empleado (FUHEM). ¿Cómo te marcó?

Mis padres me llevaron allí desde el colegio público y flipé. Todas mis amistades se quedaron en los institutos públicos del barrio. Fue una especie de experimento sociológico, yo creo. Y me desclasé. Este instituto era casi un espacio mítico, pertenece a la FUHEM, que recogía esa sensibilidad de la lucha de los barrios de los setenta, con colegios que posteriormente se convirtieron en concertados. Creo que Pablo Iglesias también fue allí, aunque yo no coincidí con él. Había varios hijos de ministros socialistas, por ejemplo. Fue entonces cuando descubrí toda una clase cultural donde padre y madre tenían títulos universitarios, gente que venía de profesiones liberales, exiliados de Chile o de Argentina, gente que yo antes ni sabía que existía. Todo esto me sacó de mi mundo que hasta entonces había sido muy normativo, de sota, caballo y rey: madre ama de casa o pluriempleada precariamente, y padre trabajador (cabeza de familia se llamaba), y se abrió un camino de relaciones y posibilidades, de maneras de vivir, sin mucha vuelta atrás.

¿A qué te refieres cuando hablas del desclasamiento como escritora?

Mi desclasamiento viene porque me doy cuenta de que no tengo ese capital simbólico, que luego supe, era fundamental para moverte en esos ambientes. Ni pertenecía ya al mundo de mis padres, pero tampoco por derecho a este mundo de clases privilegiadas en lo cultural. El desclasamiento es uno de los temas de la literatura contemporánea, a mí me ha dado una mirada para escribir, pero vitalmente es más complicado. Aunque también es verdad que del desclasamiento puedes hacer una identidad política. Encuentras tu lugar, te asimilas, pero también te queda una conciencia de clase, un no pertenecer. Y, en las elites culturales, donde está muy presente el privilegio de clase, se habla poco de esto. Por ese motivo, siempre intento recordar mis privilegios: soy una mujer CIS, blanca, con papeles, que ha tenido y tiene oportunidades materiales de vida. Todo ello es lo que conforma mi discurso y mi vida, por mucho que yo quiera encarnar otras ideas.

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“Se etiqueta de fracaso a las mujeres que no pueden tener hijos, pero las causas son estructurales”

En 2017 publicas Quién quiere ser madre, una autobiografía de tu itinerario vital hasta la maternidad. ¿Cómo y cuándo nace esta novela?

Para entonces, tenía experiencia con la escritura autobiográfica, en 2011 me había autoeditado un libro de relatos y había adquirido cierto callo en hacer de mi vida material para la ficción. Y, como feminista, quise politizar la soledad y el silencio que rodeaba el proceso vital que estaba viviendo. Se cruzaron mis dos vocaciones, la de escritora autobiográfica y la feminista.

Tu primera novela habla de la infertilidad en un contexto en el que no existía narrativa sobre ello. Cinco años después, sigue siendo tabú y se sigue transitando en soledad.

Estamos empezando a salir del armario. Pero, si tenemos en cuenta lo arraigado que aún está el binomio mujer-madre, para muchas, no poder serlo es el gran fracaso de su identidad como mujer. Por eso se tiende a esconder. En cualquier caso, cada vez hay más maternidades tardías, que muchas veces dan problemas de infertilidad asociados a la edad, o maternidades fuera de la familia hetero o de madres solas por elección, y siento que cada vez se puede hablar de esto más abiertamente. Es verdad que muchas veces es atravesado por el relato del mercado, a través de los anuncios de las clínicas de tratamientos reproductivos, por ejemplo, que, obviamente, no es el camino más emancipador, pero, como mínimo, se habla de ello, se sabe que esta realidad existe.

Tanto en redes como en tu obra, has hecho de tu vida material literario y político. ¿Cuál es tu objetivo?

Darle un sentido artístico y político-social a las experiencias que me ha tocado vivir. No sé si lo consigo, pero ponerlo en una conversación que trasciende lo personal e individual es darle un valor que hace que esta experiencia tenga otro sentido. En el caso de mi primera novela, me ayudó mucho saber que mi infertilidad tenía en mi caso un componente social muy fuerte: estaba directamente relacionada con la edad y con una biografía típica de mi generación. Recuerdo preguntarme por qué no me lo había planteado hasta entonces, teniendo el deseo tan claro. Entonces empecé a tirar de hilos, de la adolescencia eterna, de la fragilidad del compromiso en las relaciones, la precariedad laboral… Muchos aspectos a través de los cuales, otra vez, rompiendo el discurso individualista de “la culpa es tuya”, descubres que simplemente eres hija de tu tiempo, una madre tardía, en mi caso, como tantas otras, y decido que lo voy a contar.

De hecho, la infertilidad es un problema estructural, aunque todavía se le asocia a las mujeres. La precariedad laboral, las maternidades tardías, el cambio climático repercuten directamente en ello.

O el acceso a la vivienda, al mercado laboral, la crisis de los cuidados… Porque, ¿cómo vas a tener hijos?, ¿dónde los metes y cuándo los cuidas? En términos políticos, poner conciencia en esto es imprescindible. De nuevo, etiquetamos de fracaso a las mujeres, con todo lo que esto implica, cuando la raíz es estructural.

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“Se nombra el altruismo para legitimar una práctica con muchísimos puntos ciegos: la gestación subrogada”

El capitalismo ha encontrado en los problemas de infertilidad un nicho evidente. En tu caso, te has posicionado en contra de la mercantilización de los cuerpos de las mujeres, aunque has recurrido a la ovodonación para ser madre.

Sí, fíjate. Por eso me cuesta mucho alzarme como una voz en contra, por ejemplo, de la gestación subrogada. Yo he recurrido al mercado reproductivo, y aunque me parece un paso más allá, creo que puede tener un origen parecido: la creencia de que podemos recurrir a los cuerpos de otras mujeres para llevar a cabo nuestra maternidad. Obviamente, legislativamente y en términos de garantías jurídicas y sanitarias, hay un abismo.

¿En algún momento te planteaste recurrir a ello?

No, pero ¿quién me dice que de no haber resultado la ovodonación no me lo hubiese planteado? Ahora sé las consecuencias que una gestación y un parto tienen sobre los cuerpos de madres o personas que paren criaturas, pero admito que optar por la ovodonación me ha hecho ponerme en los zapatos de quien se plantea recurrir a ello.

En España, comprar criaturas es ilegal; el Parlamento Europeo lo condena desde 2014 porque atenta contra la integridad de las gestantes y los bebés. Aun así, se sigue haciendo. Al hilo de la invasión de Rusia a Ucrania, algunos medios han relatado el “drama” de las familias compradoras…

La narrativa hegemónica de la gestación subrogada, sin transparencia ni contradicciones, pero muy edulcorada, me resulta escalofriante. Porque, además, yo he vivido este fetiche del altruismo, porque es el mismo que se usa en la ovodonación: no digo que haya personas que den sus óvulos por mero altruismo, pero son las que menos. Las personas que optamos por estas maternidades no tendríamos que legitimar el discurso del altruismo. Porque, ¿quién gesta y para quién?

¿Echas de menos una narrativa con sentido crítico sobre la gestación subrogada?

El problema es que como simbólicamente existe un vacío sobre el relato del embarazo, parto y postparto, desconocemos la repercusión que puede tener gestar y parir para otras personas. Más, si cabe, cuando se trata de embarazos o partos complicados. Y sí, se nombra siempre el altruismo para legitimar una práctica con muchísimos puntos ciegos. También te digo que me gustaría escuchar a mujeres feministas que hayan recurrido o que se planteen cómo se podría llegar a gestar para otra familia desde la agencia, el cuidado…

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“La maternidad es uno de los grandes temas de la humanidad, igual que la muerte, la guerra o el amor; ha llegado para hacerse transversal”

En 2019 hablabas en elDiario.es de los claroscuros de una maternidad bajo el capitalismo reproductivo. Han pasado 3 años. ¿Cómo gestionas estas contradicciones feministas en la actualidad?

Mi segunda novela aborda este conflicto político, ético e identitario, desde la vivencia de mi actual familia. Estoy escribiendo sobre qué pasa, cuándo tu relación con la maternidad está mediada, por un lado, por los mercados reproductivos, por el dinero, en definitiva, y por otro, por una vinculación que no pasa, en mi caso, por lo genético… Esta es mi maternidad y, de nuevo, he optado por hacer de esto una conversación pública, aún costándome mucho, ahora más, si cabe, que está la capa de mis hijos. Este ejercicio me pone en un lugar bastante incómodo, personal y éticamente, pero, aun así, es el camino que he optado para mi indagación literaria. Al fin y al cabo, como otras muchas personas en otros ámbitos, estoy atravesada por la contradicción y lo que hago en esta obra es colectivizar esta vivencia.

Dices que la ovodonación te ha puesto en un lugar incómodo como feminista. Dices que se podría hacer mejor. ¿Cómo?

La maternidad por ovodonación es inaudita en la historia, somos las primeras mujeres que estamos teniendo criaturas con óvulos de otras mujeres y esto hay que atenderlo, explorar los desafíos de todo tipo que despierta. Yo lo hago desde la literatura y con las herramientas que tengo. Por un lado, porque yo he llegado a la ovodonación como decía antes, por muchas cuestiones sociales y porque se pueden mejorar los procesos de muchas maneras. Debemos abordarlo desde la ley, pero también desde otras perspectivas. En una utopía feminista, sería posible que tú, por ejemplo, me donaras un óvulo sin tener que pasar por el mercado reproductivo, (de hecho, ya se hace en contextos médicos específicos). Si tuviéramos todos los medios científico-técnicos a nuestro alcance para poder desarrollar anticipadamente otra reproducción asistida, podrían darse situaciones que no solo pasan por el mercado.

En los últimos tiempos se han publicado muchos libros sobre maternidad. Hay quien habla de “boom” …

La maternidad es un tema central, una de las crisis personales y humanas más fuertes a la que nos enfrentamos, y por qué no hacer de esto una cuestión política… Creo que muchas veces se habla del boom de manera despectiva siguiendo la lógica misógina que llevamos en el tuétano; pero no nos preguntamos, ¿otra tertulia deportiva?, ¿otro libro sobre economía? Es un tema que ha llegado para hacerse transversal, porque es uno de los grandes temas de la humanidad, igual que la muerte, la guerra o el amor, y ya se ha roto ese silencio…

Cada vez más mujeres están tomando la palabra. ¿Quizá es eso lo que incomoda?

Claro, pero me encanta porque es muy saludable tomar la palabra. ¡Hagamos un canon! El problema es que, si etiquetamos los fenómenos culturales, los estamos catalogando ideológicamente. Y, yo misma, como autora, me lo he cuestionado mucho a la hora de escribir mi segunda novela, pero, a pesar de esa sospecha y el miedo a encasillarme, lo voy a hacer, porque todavía hay mucho por contar y escribir. De nuevo, es fundamental que se revisen los privilegios, porque al final esto va de quién puede hablar, ¿quién puede hacer campo cultural de qué? Que nos dejen explorar como queremos y si no les gusta, que no lo lean. El relato de la maternidad, de cómo nos preñamos, cómo parimos, cómo montamos familias, cómo nos vinculamos, como nos cuidamos, es un termómetro social, ¿a quién no le va a interesar?

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“Las madres en el feminismo tenemos que ocupar el lugar que ocupa el feminismo dentro de los movimientos sociales”

¿Por qué es incómoda la maternidad para el feminismo?

Cuando reivindicamos procesos biológicos asociados nuestros cuerpos, por un lado, hay una deuda histórica para con esos procesos, pero por otro, se te puede acusar de esencialista. El reto sería atender con la potencia del feminismo procesos fisiológicos históricamente negados a la vez que atendemos nuevas formas de maternar.

Para mí el feminismo es la metodología filosófica y política situada por excelencia: dejémonos atravesar cada cual por sus procesos y, como decía Audre Lorde, encontrémonos en la casa de la diferencia. Pero claro, para eso necesitamos tener una capacidad de escucha y respeto radical que está faltando.

¿Está mejorando la relación entre maternidad y feminismo?

Creo que desde un lado del feminismo se ha construido un clima de señalamiento desde el que es imposible habitar el disenso. Pero, cada vez hay más mujeres y personas gestantes que quieren politizar sus vivencias y demandas; hemos estado muchos años en la sombra, y a lo mejor, por el motivo que sea, ha llegado nuestro momento. Qué pasa, que, si no se toman los espacios en ambientes plurales, se acaba segregando y creando espacios de “madres feministas”, que son muy interesantes porque son espacios seguros, pero también necesitamos que el feminismo, vamos a decir no-materno, haga suyas ciertas demandas. Claramente, la maternidad sigue siendo incómoda e inadecuada en según qué ambientes. Las madres en el feminismo tenemos que ocupar el lugar que ocupa el feminismo dentro de los movimientos sociales; siempre podemos esperar. Y no, el debate sobre la maternidad es una cuestión social y política.

Y, mientras tanto, la extrema derecha se frota las manos viendo la confrontación que tanto desea entre feministas.

Sí y todavía peor, existen concomitancias ideológicas entre algunos análisis de brocha gorda de algunos feminismos y la extrema derecha. Debemos poner conciencia en ello.

Vamos acabando. ¿Cuál crees que es el reto de las izquierdas y del feminismo con la maternidad y la crianza?

Se deben politizar los cuidados. Atender a lo que Yayo Herrero llama la crisis de cuidados estructural. Los vínculos, incluso biológicos, te pueden dar igual, ya lo hemos comprobado a lo largo de la historia, pero, quién cuida de quién y cómo, no. El feminismo y las izquierdas deben dar la batalla en esto, sin perderse en cuestiones que pueden ser más manipulables por otras ideologías. Si tú analizas cómo cuidas y cómo te cuidan, ahí está toda la radiografía de tu vida y tu ideología.

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