29/11/2022 | 06:00
A menudo se acusa a la clase obrera de ser la culpable del auge de la ultraderecha, como si fuera ella quien diera el principal apoyo a las ideas autoritarias, xenófobas y reaccionarias que postula la extrema derecha. Estas conclusiones superficiales se basan en prejuicios que no siempre están respaldados en resultados electorales, sino que suelen provenir de la ignorancia de la tradición de lucha de la clase obrera y de lo que ocurre en los barrios en los que vive.
Hasta ahora, en España los datos refutan que la clase trabajadora sea el granero principal de los votos a la ultraderecha, pero no podemos negar que hay sectores de nuestra clase que comparten su discurso. Seguramente no tanto sus intereses pues sabemos que buena parte de los dirigentes de la ultraderecha no provienen de extracción obrera ni defienden tampoco a la clase trabajadora, por mucho que se dediquen a hablar por ella.
El auge de la ultraderecha en toda Europa, con claros avances electorales en Francia, Suecia o Italia, está poniendo en el centro del debate político el análisis de un fenómeno que parecía propio de un pasado que no iba a volver. En el Estado español, la entrada del partido Vox en el gobierno autonómico de Castilla y León, y las posibilidades de un futuro gobierno de coalición entre el Partido Popular (PP) y Vox en el gobierno central marcan, también, un horizonte preocupante por a las personas que no desean perder derechos y libertades.
Parte del debate consiste en no sólo analizar qué defienden estos partidos políticos de la derecha radical, con vínculos más o menos evidentes con formaciones neonazis o de ultraderecha del pasado, que los posicionan en un espectro ideológico abiertamente filofascista o, cuando menos, postfascista. Las preguntas que también se tratan de responder, en medio de cierta perplejidad, son por qué la defensa de ideas claramente reaccionarias, que se esperarían superadas a estas alturas de la Historia, vuelven a emerger y de la mano de quién.
Los peligros de la ultraderecha de apariencia popular
A pesar de su origen vinculado a la defensa de los intereses del capital, la ultraderecha no siempre se organiza a partidos políticos dirigidos por aristócratas, altos funcionarios del Estado, vividores de la política o ricos de cuna, como es el caso de Vox. Existe una ultraderecha de apariencia más popular, que trata de arraigar en las periferias a través de la captación de miembros de sus comunidades. Una “ultraderecha de barrio”, mucho más peligrosa porque juega con la legitimidad de origen de clase obrera de sus miembros a la hora de hablar de los problemas que afectan a vecinos y vecinas. Y que, precisamente, por vivir en los barrios, conoce cuáles son las necesidades e inquietudes que puede utilizar mejor para posicionarse entre la clase trabajadora. A veces, como demuestra el ejemplo del Hogar Social de Madrid, aprovechando estas necesidades para implantarse a través de una ayuda comunitaria que, mientras muestra un supuesto perfil social y comprometido -en lógica caritativa, eso sí- extiende sus ideas xenófobas y ultramontanas.
Existe una ultraderecha de apariencia más popular que trata de arraigar en las periferias
En la ciudad de Barcelona tenemos una candidatura a las municipales de mayo de 2023 que es ejemplo de esta ultraderecha de barrio que se presenta dando una imagen de preocupación por mejorar los problemas cotidianos de la gente. Bajo frases como “Por nuestros barrios” tratan de esconder su ideología excluyente que considera que los ciudadanos de un mismo territorio se pueden dividir entre “los de casa” y los de fuera. Una especie de esencialismo en el que habría ciudadanos “autóctonos” y ciudadanos migrantes. Los primeros serían los cívicos, mientras que los segundos, sobre todo si son de religión musulmana, constituirían para la ultraderecha la fuente, explícita o implícita, de todos los problemas. Lo paradójico es que apelan a barrios de clase obrera donde el origen migrante, sea extranjero o español, es compartido por la mayoría de quienes viven, incluso por parte de los candidatos de la ultraderecha que no se dan cuenta de que lo que ellos afirman de quienes han llegado después es lo mismo que otros decían de sus familias décadas antes.
Esta ultraderecha de barrio pone el foco en la escala municipal porque aquí se encuentran los problemas concretos derivados de la gestión cotidiana de lo que afecta el día a día de las personas: la recogida de basura, la convivencia vecinal, la calidad del entorno urbano, etc. Problemas que toda persona puede identificar con independencia de su ideología política, por tanto, problemas transversales a través de los cuales se puede llegar a todo el mundo de forma supuestamente no-ideológica. Por ejemplo, desde hace un tiempo se está extendiendo la idea entre algunos vecinos y vecinas de que “Barcelona es una ciudad sucia”. Que un contenedor esté lleno a rebosar o que haya bolsas y cartones por el suelo se convierte en un síntoma de mala gestión y “abandono del barrio” que sirve para movilizar el descontento. La insatisfacción de algunos vecinos y vecinas de barrios obreros con la implantación de zonas verdes de pago es otro de los asuntos sensibles con los que la ultraderecha de barrio trata de buscar adhesiones.
Mezclando estos temas cotidianos con otros temas estrella de la ultraderecha como la seguridad, la lucha contra los “okupas” y el control de la inmigración, la ultraderecha que dice defender los barrios hace un revoltijo digno de análisis. Un ciudadano que se encuentre con su propaganda verá que, junto a un discurso de mano dura donde se engloban okupación, drogadicción o prostitución, se mencionan, de forma contradictoria, acciones para controlar la migración, “cerrar mezquitas salafistas” y “acabar con la competencia desleal de los manteros que corren a sus anchas por Barcelona” junto con “proyectos sociales para los más vulnerables”.
Detrás de un discurso de aparente preocupación social, se introducen principios discriminatorios como “primero los de casa”
¿Quiénes son los más vulnerables? Podríamos pensar que los últimos en llegar, los inmigrantes, puesto que esta propuesta política se encuentra bajo el epígrafe “Inmigración”. Pero no, el siguiente punto nos habla de “Recuperar nuestra Barcelona” con un lema popularizado por Jean-Marie Le Pen en Francia “Primero los de casa”. Eso sí, con la exigencia de “bilingüismo y civismo”. Es decir, detrás de un discurso de aparente preocupación social y de frases en mayúsculas como “todos somos iguales” bajo la propuesta “Implantar leyes de ayuda”, se introducen principios discriminatorios como “primero los de casa”. Así tratan de conectar con aquellos ciudadanos que todavía se creen el mito urbano de que los inmigrantes tienen un acceso privilegiado a las ayudas sociales sólo por el hecho de ser inmigrantes, idea de que desde hace años el Ayuntamiento de Barcelona se encarga de combatir con datos reales e iniciativas antirrumores.
Cambios discursivos para acercarse a jóvenes y periferias
Cabe decir que la seguridad no se presenta desde una perspectiva clásica que pase simplemente por aumentar dotaciones policiales. Bajo la ampulosa afirmación “Sin seguridad no hay libertad” existe una apuesta por crear una “policía de barrio” que, se deduce, se dedicaría también a controlar la “inmigración ilegal en colaboración de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado”. ¿Con qué métodos? No lo sabemos, pero podemos imaginarlo si miramos a las experiencias de patrullas ciudadanas que se han creado en Barcelona en los últimos años. Además, nos dicen que la vigilancia en los barrios se realizará en bicicleta porque es un “método eficaz y ecológico”. Y para demostrar su conciencia ecológica y animalista y, de paso, pescar algún voto entre personas no muy formadas políticamente, pero con sensibilidad por estos temas, la ultraderecha que quiere conectar con los barrios defiende la construcción de “más centros de recogida de animales” y luchar “contra la crisis ecológica” haciendo más verde y menos cemento y “devolviendo lo que la tierra nos da”.
Quizá por el tipo de elección o porque ha entendido el momento político en el que nos encontramos, donde la agenda feminista y ecologista es imprescindible para llegar a los sectores más jóvenes, esta ultraderecha asume en su programa de mínimos algunos elementos supuestamente ecologistas y, aún más importante, no se concentra en la batalla cultural contra la “dictadura progresista” que es característica de otras derechas radicales, sean políticas o mediáticas. Tampoco centra su discurso en la disputa nacional, a diferencia de otras derechas radicales catalanas, como el Front Nacional de Catalunya, nacidas de la radicalización de posturas supremacistas en el contexto de un proceso que les parece insuficiente para lograr la independencia. Saben que hacerlo sería un suicidio político en los barrios de la periferia barcelonesa.
Esta ultraderecha de barrio que quiere arañar votos en las próximas municipales no es un experimento nuevo. En Catalunya le conocemos bien porque viene de la mano de Josep Anglada, ex militante de la formación franquista Fuerza Nueva, quien creó Plataforma per Catalunya en 2002 y logró resultados significativos en Vic y en otros municipios catalanes. Las ideas xenófobas de Anglada encuentran eco en otros partidos surgidos posteriormente, como el citado Front Nacional de Catalunya o Vox, pero también son compartidas por partidos de la derecha del sistema, de talante catalanista o españolista. Si alguien todavía piensa que en Catalunya estamos vacunados contra la extrema derecha o que ésta se asocia siempre con un sentimiento españolista, puede ir despertando. Aquí también tenemos nuestra propia fauna ultraderechista y parece que, como en otras partes del mundo, está cogiendo impulso.
Si alguien piensa que la extrema derecha se asocia siempre con el españolismo, puede ir despertando
Sabemos que la ultraderecha tiene entre sus características el uso de las mentiras para hacer política. Pero esta ultraderecha no juega sólo a la mentira sobre la inmigración, sino a presentar soluciones sui generis a los problemas materiales, lo que plantea un desafío en el mundo concreto. Se trata de una ultraderecha con pies en el suelo que no se queda sólo en el mundo abstracto de las ideas focalizando sus energías en las guerras culturales –ideas que, por otra parte, no se pueden separar del mundo concreto, aunque cierta izquierda miope lo crea así.
Da igual que sus propuestas políticas sean totalmente incoherentes o estén expresadas con una sintaxis original, por decirlo eufemísticamente. Da igual que los problemas de seguridad o de limpieza estén sobredimensionados o no. La posibilidad de que estos representantes de la ultraderecha puedan conectar con el descontento existente, plantea una alarma para las fuerzas de la izquierda que no debería subestimarse. Intervenir de forma urgente sobre las causas del malestar en los barrios obreros para evitar que estas fuerzas puedan canalizarlo es, tal vez, la mejor forma de combatir a quienes usan las contradicciones que genera el capitalismo para reforzar la dominación capitalista.