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Opinió
Hibai Arbide

Hibai Arbide

Periodista i advocat

La izquierda y la guerra de Ucrania

El pacifismo es más urgente e importante que nunca, pero a mí me incomoda esa izquierda que parece confundir el pacifismo con la capitulación de Ucrania

23/02/2023 | 19:00

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, acompañado por los máximos representantes de la UE, Ursula von der Leyen y Charles Michel, durante su visita a Bruselas este mes de febrero / ALBERT CADENET – ACN

Decía Aldous Huxley que probablemente la mayor lección de la historia es que nadie aprendió nunca las lecciones de la historia. Este artículo no pretende siquiera ser exhaustivo; las implicaciones de la guerra de Ucrania son tan amplias que, por espacio y claridad, me dejaré elementos importantísimos fuera como la vuelta de las centrales térmicas en Alemania, la hambruna en el Cuerno de África, los reequilibrios en América Latina tras los nuevos liderazgos o las implicaciones de las sanciones en el turismo mediterráneo o el papel de Erdoğan, entre otros.

No tengo muy claro si parece que fue ayer o si siento que fue hace más de un lustro. Desde el primer confinamiento de 2020 –en Grecia tuvimos dos confinamientos, 14 meses en total–, he perdido el sentido del tiempo; en mi cabeza se mezclan todos los viajes que he hecho con mascarilla. Curiosamente, el único lugar en el que me infecté de coronavirus fue regresando de allí, de Ucrania, volviendo de cubrir el primer mes de la invasión. Era mi segundo viaje a ese enorme y fascinante país. Durante el primero, apenas dos semanas antes de la invasión, me convencí de que no iba a haber guerra, como casi todo el mundo. Publiqué varios reportajes creyendo que la tensión se resolvería, como mucho, con el recrudecimiento de los combates en el Donbass. Es lo que creía todo el mundo en Ucrania. Y es lo que decían todos los tankies que hoy, de manera absolutamente deshonesta, defienden que Putin no tuvo más remedio que defenderse de un ataque. La absoluta falta de racionalidad de los argumentos para defender la política de Putin será algo que abordaremos después en este artículo.

A comienzos de 2022, la OTAN atravesaba el peor momento desde su creación. El mundo bipolar en el que se creó la alianza atlántica ya hacía tiempo que no existía. Su intento de reconversión, bajo la coartada de luchar contra el terrorismo, le valió rotundos –y sangrientos– fracasos en Afganistán y Libia. Además, la nueva ola de derechas en la estela de Trump no son especialmente atlantistas porque consideran que la alianza socavaba la soberanía nacional. Trump no paró de repetir, durante su mandato, que Estados Unidos pagaba demasiado y el resto de estados no gastaba lo suficiente en sus ejércitos. Todo ello la había sumido en una crisis sin precedentes. Dicho de otra manera, la OTAN era una organización militar obsoleta en la que los conflictos internos eran cada vez más evidentes. Hasta que la invasión de Putin la resucitó. A la izquierda putinista le resulta imposible aceptar que algo no sea un plan de la OTAN. Según esta, el conflicto es una conspiración estadounidense para venderle armas a Ucrania y gas a la UE. Debe ser muy reconfortante tener respuestas simples para cuestiones complejas, incluso cuando las evidencias dictan lo contrario.

El objetivo de Putin era ser considerado jefe de la segunda potencia mundial; en 2007 lo anunció en la Conferencia de Munich

Los responsables de las guerras de agresión son quienes invaden. Aunque en una guerra siempre hay dos partes, no es lo mismo invadir que defenderse. Estados Unidos y sus aliados son los únicos responsables de la invasión de Panamá, Haití, Irak y Afganistán, por citar solo algunos recientes. Arabia Saudí es la culpable de la invasión de Yemen. Putin es el responsable de la invasión de Ucrania. Hace un par de semanas, el 15 de febrero, se cumplió el vigésimo aniversario de la movilización más multitudinaria de la historia. En 2003, millones de personas en los cinco continentes salimos a la calle contra la guerra de Bush, Blair y Aznar. ¿Qué habríamos dicho en 2003 si alguien hubiera usado el lema “No a la guerra” para pedirle a Irak que se rindiera, en vez de a EEUU que no lo invadiera?

El objetivo de Putin era ser considerado jefe de la segunda potencia mundial. Molesto por no encontrar su lugar en el mundo surgido tras el colapso de la URSS, 2007 es el punto de inflexión de lo que él considera que debía ser el resurgir de Rusia. Es entonces, en la 43ª Conferencia de Política de Seguridad en Múnich, cuando Putin plantea la crítica al hiperliderazgo de Estados Unidos y expone su planteamiento de mundo multipolar. Un mundo con varios liderazgos en el que, eso sí, deja claro que la Federación Rusa no puede contar lo mismo que la Unión Europea, la India, Turquía o, ni siquiera, China. En su cabeza y en su plan, la segunda superpotencia ha vuelto. Nadie se lo tomó demasiado en serio entonces. Pocos meses después, Putin invade Georgia y aplica sin piedad la “Doctrina Grozni”, que toma su nombre de la destrucción total provocada en la capital de Chechenia en 1999. La estrategia del ejército ruso es destruir cada ciudad –hasta el último edificio si hace falta– antes de tomarla. La doctrina Grozni es usada, de nuevo, en Alepo, Siria. En 2022, es la misma táctica que el ejército de Putin utiliza en Mariúpol, la ciudad más importante que toma –y destruye– tras la invasión de Ucrania.

A pesar de las ensoñaciones rojipardas, la utilización de símbolos soviéticos por parte del ejército ruso no tiene ni la más remota relación con un proyecto bolchevique. Los símbolos del Ejército Rojo se usan, indistintamente, mezclados, con símbolos zaristas, estandartes religiosos e iconos del cristianismo ortodoxo porque lo que simbolizan no es la lucha del proletariado, sino el retorno de la grandeza de Rusia. De igual manera, la retórica antinazi de Putin no implica de ninguna manera su apoyo a fuerzas antifascistas, ni que se impida luchar en sus filas a reconocidos neonazis. Si en 2021 le dices a alguien que vas a recurrir a Wagner para luchar “contra el nazismo” se habría reído de ti en la cara. Wagner, que tiene de nazi hasta el nombre, es la mayor empresa de mercenarios de la actualidad. Fundada por Yevgueni Prigozhin, gracias a la guerra de Ucrania ha alcanzado un volumen de negocio y una influencia política impresionante. Además de en Ucrania y en Siria, está presente en al menos 5 países africanos, en donde ha sustituido al ejército francés como garante de la estabilidad en un orden postcolonial. Prigozhin usa un mazo como símbolo de su marca personal, en referencia a un video filmado en Siria en el que un desertor es asesinado a golpes. Se le considera perteneciente al círculo más estrecho de Putin; durante varios momentos del conflicto ha criticado las decisiones de la dirección militar y, desde el cese del general Serguéi Surovikin, protagoniza un enfrentamiento interno con el Ministerio de Defensa. En su canal de Telegram ha llegado a afirmar que “mientras algunos comen con cubertería de plata” y “envían a sus hijas y nietos de vacaciones a Dubai”, “soldados rusos mueren en el frente”.

El discurso pro-Putin ha renunciado a la racionalidad

Putin, en su discurso de primer aniversario, afirmó que la familia solo está formada por un hombre y una mujer, que Occidente está librando una guerra cultural, que además de nazis y terroristas, Occidente usa al diablo contra Rusia y que su empeño es proteger a los niños rusos de la degeneración, en alusión a las personas trans. Los seguidores rusos de Putin creen que esta guerra es un conflicto entre los valores tradicionales y la degeneración liberal que ha contaminado Ucrania. Aunque también hay voces que directamente hacen apología del genocidio y afirman que la nación ucrania no existe –y debe ser eliminada del mapa–, la mayoría de los fieles de Putin cree que a sus hermanos ucranianos les han lavado el cerebro con valores contra la tradición. El canal de Telegram Intel Slava, que cuenta con 418.000 suscriptores y es la fuente principal de la legión de tuiteros que simula preocuparse por encontrar información “del otro lado”, usa siempre el emoji de la bandera de un país para identificar de qué está hablando. Cuando se refiere a la OTAN, usa la bandera trans y, cuando habla de Ucrania, la bandera arcoíris.

Ucrania antes de la guerra no era el paraíso nazi que algunos han querido mostrar. Antes de ir por primera vez, yo creía que era un lugar absolutamente hegemonizado por la extrema derecha, en el que los movimientos antifascistas, feministas o LGTBI eran completamente marginales. Trabajando allí, con un espacial interés en profundizar sobre ese tema, me di cuenta de que esa imagen era una caricatura. De hecho, explicar la Ucrania de 2022 mediante fotos del Batallón Azov de 2014 no solo presenta una imagen distorsionada, sino que niega la agencia a los movimientos que se han estado dejando la piel para frenar a los fascistas. Durante años, los neonazis gozaron de la protección del ministro del interior. Pero mientras se repiten una y otra vez imágenes de neonazis ucranianos, se pasa por alto, por ejemplo, la enorme importancia de la lucha liderada por la escena de la música tecno en Kiev. Señalada por degenerada y por congregar a la comunidad LGTBI, la extrema derecha inició una campaña contra los clubes… Y perdió. La escena fiestera queer no solo no se amedrentó, sino que plantó cara y expulsó a los nazis de la noche. Es solo uno de los muchos ejemplos que explican la evolución de Ucrania desde 2014.

Por otro lado, en el caso de los anarquistas, mientras en Rusia son encarcelados, en Ucrania se han podido organizar. En una entrevista de la revista libertaria griega Aftoleksi, Anatoliy Dubovik, 50 años, militante anarquista desde 1989, nacido en Kazán (Rusia) y residente desde hace más de 30 años en Ucrania, lo resumía así: En 2014 ya se había instaurado en Rusia un régimen autoritario reaccionario que negaba todos los derechos individuales y sociales y perseguía y destruía brutalmente toda actividad autónoma. Por supuesto, todavía cuestionamos el Estado ucraniano y la clase dominante en Ucrania. Pero al menos el movimiento anarquista, el movimiento socialista, en Ucrania pudo operar con relativa libertad durante estos años. Basta decir que durante toda la existencia del Estado independiente ucraniano no ha habido ni un solo preso político anarquista. Al mismo tiempo, muchas docenas de nuestros compañeros de Rusia acabaron en cárceles rusas, culpables únicamente de sus convicciones anarquistas. Por lo tanto, éramos muy conscientes de lo que Putin hizo por las ideas libertarias.

El presidente ruso, Vladímir Putin, en su despacho / ACN

Lo peor del discurso de Putin es su capacidad de contaminar espacios de debate racional con argumentos absurdos

Lo más preocupante del discurso de Putin no es que no sea coherente. Lo peor es que su capacidad de contaminar espacios de debate racional con argumentos absurdos. Creo que donde mejor se ve es en las campañas de desinformación. El mayor ejemplo es Bucha, la pequeña localidad de la periferia de Kiev donde el ejército ruso cometió crímenes contra la humanidad que fueron perfectamente documentados. Pocas veces ha habido tanta información, tan directa, tan rápida y tan variada para conocer un crimen de lesa humanidad como en Bucha. Normalmente, las matanzas colectivas como esa suceden en el frente de batalla, por lo que no es fácil acceder a ellas poco después de que sucedan. Las investigaciones de este tipo suelen hacerse poco a poco, tiempo después, en pequeños equipos que se empeñan en saber qué ocurrió. En Bucha se han dado varias circunstancias poco habituales: las tropas se han retirado, por lo que no hay riesgo de combates, es cerca de la capital y la masacre ha sucedido durante las semanas anteriores. Santi Palacios hizo una crónica espeluznante y magistral en la revista 5W poco después de la retirada rusa. Poco a poco, centenares de periodistas fueron llegando. Era tan sencillo como tomar un taxi en Kiev. Cada equipo de periodistas pudo entrevistar a diferentes habitantes de Bucha que, a pesar del shock, sentían la necesidad de explicar cómo habían muerto sus familiares, sus amigos, sus vecinos. Todos y cada uno de los testimonios recogidos in situ señalaban que el responsable de la masacre era el ejército ruso. Había crónicas que explicaban, con nombre y apellido, que un padre tuvo que enterrar a su hijo en el jardín. Que un hermano murió al salir a por leña. Que los cuerpos de la fosa común se enterraron durante la ocupación rusa. Testimonios durísimos, espontáneos, libres y verosímiles. En una palabra: reales. Nunca tuvimos información contrastada tan abundante y tan directa de una masacre reciente.

Sin embargo, mucha gente, también gente de izquierdas, dijo que “hay dudas” o hay “teorías diferentes” de lo sucedido en Bucha. Me deja pasmado lo fácil que es desinformar. No hace falta demostrar nada, solo sembrar dudas. Los canales de Telegram del Kremlin dijeron, al mismo tiempo, que los cadáveres se movían, que la masacre era un montaje con actores, que los cuerpos no eran reales, que en realidad los muertos eran prorrusos, que la matanza se hizo después de que se retiraran las tropas rusas y que los muertos murieron fortuitamente como consecuencia de la artillería. Frente al esfuerzo por difundir información contrastada e independiente, basta con teorías inverosímiles para que muchos crean que “no está tan claro qué pasó”. Se desacredita el trabajo de decenas de periodistas que trabajan para medios diferentes, con enfoques distintos, con la etiqueta “la versión de la OTAN”. Lo importante para desinformar no es demostrar nada, basta que la verdad sea percibida como una de las muchas versiones que circulan. Frente a ello, alardear de “no creer nada” es una actitud reaccionaria. Afirmar que «Todo el mundo miente» es despolitizador. Precisamente el objetivo de la desinformación es ese: despolitizar. Hacer ver que las masacres no tienen responsables y no hay modelos de sociedad alternativos a la ley del más fuerte.

La importancia del pacifismo

La guerra de Ucrania ha desatado la mayor carrera armamentística en décadas. Frente a ello, es fundamental recordar que los conflictos internacionales se pueden y se deben solucionar con diplomacia. El pacifismo es más urgente e importante que nunca. Pero a mí me incomoda esa izquierda que parece confundir pacifismo con la capitulación de Ucrania. Precisamente porque la guerra no debería ser el método para imponer la ley del más fuerte, el antimilitarismo debe exigirle el fin de la guerra al responsable de la misma. Retirada inmediata de las tropas rusas de Ucrania para poder entablar una negociación. Los acuerdos de Minsk eran, seguramente, insuficientes, y fueron vulnerados por todas las partes. Pero eran el mejor instrumento diplomático posible. Es lamentable que Putin decidiera dar un golpe en la mesa y destruir la posibilidad de retomar el acuerdo.

El pacifismo debe trasladar la responsabilidad del alto el fuego a quien agrede, más que a quien se defiende

El pacifismo es más importante que nunca para prevenir nuevas guerras. En Europa y en el mundo entero. Pero el pacifismo no debería equiparar víctimas y victimarios y, por lo tanto, debe trasladar la responsabilidad del alto el fuego a quien agrede, más que a quien se defiende. Si no tenemos esto en cuenta, es decir, si no tenemos claro quién está agrediendo y quién defendiéndose, corremos el riesgo de caer en la hipocresía de pedirle al agredido que no se defienda en nombre del pacifismo. Como el periodista de la famosa entrevista de 1973 a Ghassan Kanafani, cofundador del Frente Popular para la Liberación de Palestina, en la que le insta a negociar sin tener en cuenta que se lo está pidiendo solo a quien se defiende:

“Entrevistador: ¿Por qué su organización no entabla conversaciones de paz con los israelíes?

Kanafani: No quieres decir exactamente ‘conversaciones de paz’. Quieres decir capitulación. Rendirse.

E: ¿Por qué no hablar?

K: ¿Hablar con quién?

E: Hablar con los líderes israelíes.

K: Eso sería como una conversación entre la espada y el cuello.

E: Bueno, si no hay espadas ni pistolas en la habitación, podríais hablar.

[…]

K: ¿Hablar de qué?

E: Hablar de la posibilidad de no luchar.

K: ¿No luchar por qué?

E: No luchar en absoluto. No importa por qué.

K: La gente suele luchar por algo. Y dejan de luchar por algo. Así que ni siquiera puedes decirme por qué deberíamos hablar de qué. ¿Por qué deberíamos hablar de dejar de luchar?”

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