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Entrevistes

César Rendueles “La escuela pública tiene cada vez más mecanismos de segregación heredados de la privada”

César Rendueles (Salt, 1975) es doctor en Filosofía y profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Nació en Catalunya, cuando su padre, psiquiatra, a causa de diferentes conflictos laborales y políticos, tuvo que dejar su trabajo en Asturias para trasladarse al Hospital Psiquiátrico de Salt, cerca de Girona. Sus primeros recuerdos, pero, están en Gijón, en los años ochenta y en pleno proceso de desindustrialización. En su politización, tuvo mucho que ver el entorno familiar y social: su familia era próxima al Partido Comunista y la misma socialización política estuvo marcada por el movimiento de insumisión. Con 18 años, se trasladó a Madrid, donde reside actualmente. Hablamos con él del impacto de los discursos neoliberales en la sociedad, de los retos principales de la educación y de medidas concretas que podrían revertir la desigualdad creciente en España.

06/09/2022 | 06:00

* Pots llegir la versió en català de l’entrevista aquí.

Llevas más tiempo en Madrid que en Gijón, dónde creciste. Llegaste, con 18 años, para estudiar Filosofía en la Universidad Complutense.

Curiosamente, las grandes ciudades muchas veces acaban siendo espacios socialmente más encapsulados, donde te relacionas con gente parecida a ti, mientras que en las ciudades medianas, como Gijón, hay más mezcla social. El contraste fue grande. Madrid era y sigue siendo una ciudad muy conservadora. Es algo casi único en el mundo, que la capital sea más conservadora que el resto del país. Lo normal es lo contrario. Y, además, en los años 90, vivimos una época de fortísima desmovilización. Para mí fue un jarro de agua fría, la verdad. También hubo muchas cosas buenas, claro. Pero políticamente fue un momento complicado del que también aprendí.

En 2020 publicabas Contra la igualdad de oportunidades. Un panfleto igualitarista (Seix Barral). Dices que “la ideología formativa contemporánea es un placebo discursivo fruto de la impotencia política que nos lleva a proyectar en la educación nuestras esperanzas fallidas de igualdad social”. ¿A qué te refieres?

Cuando discutimos sobre diferentes temas políticos y sociales, existe una frase recurrente que parece acabar la discusión que es: “esto solo se arregla con educación”. Yo lo he dicho en alguna ocasión y seguro que tú también. Es una coletilla sin importancia, pero refleja el modo en el que hemos ido convirtiendo la educación en una especie de bálsamo milagroso que todo lo cura. Desde mi punto de vista, es una esperanza poco realista. Y que, además, tiene que ver con una aceptación tácita de nuestra impotencia política: esperamos que la educación arregle los problemas, por ejemplo, de desigualdad social porque, en el fondo, asumimos que el Ministerio de Hacienda o de Trabajo o los sindicatos, que alguna responsabilidad deberían tener en eso, no van a poder hacer nada al respecto. Atribuimos al sistema educativo una responsabilidad enorme porque hemos renunciado a intervenir sobre el sistema fiscal, a la acción sindical, a transformaciones en el sistema penal, a intervenciones medioambientales ambiciosas…

“Los ránquines de universidades son instrumentos lisérgicos que no sirven para medir la calidad educativa”

Se habla mucho del bajo nivel de excelencia del sistema educativo público español, ¿lo compartes?

Esto es completamente falso. Para empezar, no es algo sencillo de medir, aunque los periódicos publiquen ránquines de países como si fuera la final de los cien metros lisos. Pero, en general, en la enseñanza obligatoria estamos en la media. En el caso de los estudios universitarios, los estudios comparativos son aún peores, porque los ránquines de universidades son instrumentos lisérgicos que miden cualquier cosa menos la calidad educativa. Pero mi sensación subjetiva, creo que ampliamente compartida, es que en general los universitarios españoles salen muy bien formados, al menos en los aspectos teóricos de sus estudios, y son muy bien recibidos fuera de nuestro país. Nuestro sistema universitario público tiene muchísimos problemas, pero los diagnósticos catastrofistas sencillamente no se corresponden con la realidad de sus resultados. Donde sí tenemos un problema muy grave es en el fracaso escolar en la educación obligatoria y en el abandono en la educación universitaria.

¿Cuál es la situación?

Hay unos sesgos descomunales que tienen que ver con el capital cultural y económico de las familias. Mucha gente empieza los primeros cursos de enseñanza obligatoria con las cartas trucadas. El porcentaje de repetidores de nuestro sistema educativo es asombroso. Sobre todo, porque sabemos que la repetición de curso no aporta absolutamente ningún beneficio y sí toda clase de problemas. El porcentaje de criaturas que repiten primero de primaria es brutal. En general, tenemos un problema gravísimo de segregación en todos los tramos del sistema educativo que se va retroalimentando con diferentes políticas educativas, como el llamado modelo bilingüe de la Comunidad Autónoma de Madrid o los sistemas de postgrado, que tienen precios prohibitivos para muchos estudiantes.

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“Los que sacan mejores notas en la selectividad suelen venir de institutos públicos. La gente va a la concertada por otras razones”

¿Cómo valoras los criterios y el sistema de becas y ayudas universitarias?

El problema no es tanto los criterios, que también, sino la ausencia de becas. En España, la posibilidad de acceder a becas razonablemente generosas es muy limitada. Y, además, se ha ido endureciendo con el tiempo. Las tasas son altas en comparación con nuestro entorno cercano europeo y, en cambio, el porcentaje de personas becadas es muy bajo. Esto se nota, sobre todo, en ciertas carreras donde los porcentajes de estudiantes que trabajan a la vez son muy altos y donde, además, existe muy poca sensibilidad del profesorado hacia las personas que trabajan.

En Twitter decías que en España es posible disfrutar de los privilegios sociales de la educación privada a un precio relativamente bajo. ¿Cómo repercute esto?

En España, en educación obligatoria, hay una situación muy excepcional respecto a nuestro entorno europeo, que es la enorme implantación de la red de educación concertada. Ahora mismo, en Madrid capital la suma de privada y concertada alcanza el 60%. Es decir, la mayor parte de la gente ya no estudia en la escuela pública. Es una anomalía enorme. En Europa, el 80% de estudiantes asisten a la red pública. Esta realidad nunca ha tenido que ver con la llamada excelencia educativa, sino con otra clase de privilegios. De hecho, la gente que saca las mejores notas en selectividad suele venir de institutos públicos. La opción por la concertada tiene que ver, muchas veces, con estrategias de reproducción social.

¿En qué consisten, exactamente?

La educación concertada ahora mismo es tan grande que ya es bastante diversa, igual que la pública. Hay colegios de élite, pero también un circuito low cost dirigido a clases trabajadoras y migrantes y, por supuesto, una red de escuelas con proyectos educativos no convencionales. Pero, en último término, el gran valor de la concertada es no ser la pública. Me refiero a que lo que ofrece es la posibilidad de evitar a un precio relativamente bajo los problemas de la pública, reales o imaginarios. Evitar, sobre todo, la universalidad de la pública para mantener el capital social familiar: que tus hijos se relacionen con gente de un entorno social similar o superior al tuyo, con lo que eso entraña de inversión de futuro para las familias. Lo peor es que ese elitismo de la concertada está contaminando la educación pública. Cada vez es más habitual que en los institutos y colegios públicos se establezcan mecanismos de segregación encubiertos heredados de la privada y la concertada, que rompen el principio de universalidad para deshacerse de chavales migrantes, de clase trabajadora, con necesidades educativas especiales…

¿Cómo afecta el código postal del alumnado en su educación?

A los usuarios de la pública no nos gusta reconocerlo, pero afecta mucho. No todos los centros públicos tienen los mismos problemas. No es lo mismo asistir a un colegio público en un barrio de clase alta que a uno en un barrio con enormes porcentajes de pobreza y completamente abandonado por las autoridades educativas. Esa realidad es la que empuja a algunos colegios públicos a emular los mecanismos de segregación de la enseñanza concertada para tratar de librarse de los estudiantes que tienen necesidades educativas especiales. Son cosas tan básicas como que a algunos colegios llegan niños y niñas que no saben hablar español, por ejemplo. Yo mismo he visto en la clase de uno de mis hijos a un niño de origen chino que terminó educación infantil sin hablar ni una sola palabra de español: ese niño se pasó tres años en clase, cinco horas al día, sin entender ni una sola palabra, porque no existía ningún tipo de apoyo para ayudarle. Si las necesidades educativas y sociales de los estudiantes con dificultades no son atendidas, eso repercute en la calidad de la enseñanza. Es cierto que a veces hay proyectos educativos heroicos de docentes con una entrega descomunal que consiguen, en entornos muy desfavorecidos, sobreponerse a esos problemas y poner en marcha proyectos educativos maravillosos. Pero esa no debería ser la norma. Uno debería tener la oportunidad de convertirse en un buen profesional, un buen profesor, sin necesidad de ser una especie de titán pedagógico.

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La gente lleva sus hijos a la concertada porque vivimos en un entorno educativo darwiniano: con ganadores y perdedores

¿Qué papel está jugando la derecha española en la educación?

La derecha ha entendido que la educación puede ser una estrategia muy eficaz de construcción de hegemonía. Y están arrasando. Han convencido a la gente de que participe con entusiasmo de un proyecto educativo increíblemente elitista y competitivo que sirve para mantener los privilegios de las clases altas. En España hay un puñado de dispositivos sociales con una gran capacidad para construir consenso. El más importante es la vivienda en propiedad. El endeudamiento hipotecario y la propiedad inmobiliaria nos vuelven más conservadores, nos llevan a establecer compromisos con las élites. Por ejemplo, si tienes una hipoteca, tienes algunos intereses compartidos con los grandes constructores porque no te interesa que se hunda el mercado y esa propiedad en la que has invertido tantísimo esfuerzo pierda valor. No son intereses ideológicos, sino que están inducidos por la propia materialidad. Y creo que con la educación ha pasado algo parecido. Durante mucho tiempo, desde las izquierdas nos hemos creído que la opción por la educación concertada tenía que ver con valores religiosos cuando, como nos dicen las encuestas, a la inmensa mayoría de los usuarios de la concertada le importa muy poco la religiosidad. La gente lleva a sus hijos a la concertada porque han asumido que viven en un entorno educativo darwiniano, diseñado para producir ganadores y perdedores y en el que el primer paso para sobrevivir es esquivar los problemas de la educación pública.

Ante esta situación, ¿cuál debería ser el rol de las izquierdas en torno a la educación?

Romper con esa concepción competitiva de la educación. Pero para eso no basta con discursos moralizantes. Eso es lo que ha entendido muy bien la derecha. El consenso surge de compromisos compartidos, de la sensación de estar participando en un proyecto común, dinámico y con futuro. Y creo que no lo hemos estado haciendo bien. Pienso que desde la educación pública a veces nos hemos bunquerizado en posiciones muy defensivas. Hemos tendido a focalizarlo todo en los procesos, muy reales, de precarización del profesorado, en la pérdida de financiación económica, en cambios curriculares que consideramos más o menos perniciosos… Y, en cambio, hemos descuidado algo muy importante que, en cambio, todavía en los años 80 estaba muy vivo. Que es el papel de liderazgo educativo y pedagógico de los proyectos emancipadores. No sólo deberíamos aspirar a servicios educativos bien dotados económicamente, en edificios dignos y con salarios adecuados y estables para los profesores. Deberíamos pensar en cómo construir la mejor educación posible superando con ambición nuestras muchas limitaciones. Esa dimensión de vanguardia social que todavía tenían los movimientos de renovación pedagógica en los ochenta se ha ido perdiendo. Por así decirlo, la figura del intelectual orgánico de la educación pública ha desaparecido. Y es algo que, en cambio, ha recogido y pervertido la educación concertada.

La desigualdad social ha crecido mucho en los últimos años. En 2021, Eldiario.es constataba que en España 200.000 euros separaban el barrio más rico del más pobre.

El crecimiento de la desigualdad desde la crisis de 2008 ha sido espectacular. La situación de la gente que ya estaba mal antes de la crisis se ha desmoronado y, como consecuencia, han aumentado mucho los índices de lo que se llama “pobreza material severa”, gente que tiene problemas graves para cubrir sus necesidades más básicas. En general, el 50% que menos gana ha visto empeorar mucho sus condiciones de vida. Pero, no sólo es eso. Algo que muchas veces se olvida es que, por arriba, tenemos, por un lado, una pequeña élite que se ha enriquecido aún más con la crisis. De hecho, tenemos más millonarios que nunca. Pero, por otro lado, también tenemos un 20% superior cuya situación apenas ha empeorado con la crisis. No son súper ricos, ni siquiera son ricos, son médicos, arquitectos, profesores de universidad, a veces incluso, jubilados. Muchas veces cuando hablamos de desigualdad pensamos en gente que está en pobreza extrema y súper ricos, pero las desigualdades tienen muchas dimensiones. Piensa, por ejemplo, que las desigualdades patrimoniales son mucho mayores que las de ingresos.

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“El neoliberalismo ha conseguido que la aceptación de la desigualdad se nos meta en los huesos”

¿Cuáles son las medidas más urgentes, para revertir esta desigualdad?

Muchas veces cuando haces algún diagnóstico de un problema social te preguntan qué se puede hacer para remediarlo y hay una respuesta recurrente que viene a decir, “yo sólo señalo el problema, pero no tengo las soluciones”. En este caso no pasa eso. Tenemos un acervo enorme de experiencias igualitarias acumulado a lo largo de casi 100 años al que recurrir para remediar la desigualdad. Algunas son muy evidentes. Para empezar, necesitamos un cambio profundo en las políticas fiscales, que las grandes empresas empiecen a pagar impuestos, y necesitamos que las rentas altas hagan un mayor esfuerzo fiscal. Sabemos que los cambios en las políticas laborales tienen efectos explosivos, lo hemos visto con la reforma laboral, y eso que ha sido un cambio muy tímido. Y sabemos que las políticas públicas predistributivas, especialmente aquellas orientadas a los colectivos que peor están, tienen efectos muy buenos en poquísimo tiempo. Por ejemplo, una ayuda incondicional a las familias dirigida a paliar la pobreza infantil que luego se ajustara a las distintas rentas a través de los impuestos (o sea, que la gente con más dinero debería devolver la ayuda entera, otros sólo parte) tendría efectos igualadores muy importantes.

Además, existen medidas más de fondo que a la vez son más complicadas de implementar, ¿no es así?

Sí, tienen que ver con otras dimensiones de la desigualdad, no tanto con la pobreza, sino con la experiencia social de la desigualdad. Es esa idea de romper el encapsulamiento social, dejar de relacionarnos solo con gente parecida a nosotros. Las instituciones públicas desempeñan un papel interesante pero complicado en ese terreno. Piensa en qué medida, por ejemplo, la vivienda pública puede cumplir un papel no solo de suministrar un bien de primera necesidad a mucha gente que no lo tiene, sino de mezclar a gente de procedencias diversas, igual que la educación o la sanidad pública.

Si existen medidas que se saben efectivas, ¿por qué motivo no se aplican?

Porque las élites han ganado la partida. El neoliberalismo no es solo un proyecto económico o de transformación del Estado, también es una campaña ideológica que ha conseguido que la aceptación de la desigualdad se nos meta en los huesos. Algo que me parece muy interesante es ver los estudios comparativos, a nivel internacional, sobre la evolución de la creencia en la meritocracia. A medida que crece la desigualdad con los procesos de mercantilización y, a la vez, disminuye la movilidad social, la gente cree más en la meritocracia. Es decir, en países más igualitarios y con mayor movilidad social, la gente no atribuye tanto valor a la meritocracia. Porque la meritocracia es, por encima de todo, un discurso justificador de la desigualdad; la idea de que la igualdad solo es un punto de partida, pero no debería haber ninguna limitación a las desigualdades finales. Esto tiene efectos sociales corrosivos.

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El código postal influye en todo, incluso en el acceso a la salud pública”

¿Y, cómo se debería luchar contra la meritocracia?

Sabemos que las sociedades más igualitarias tienen más movilidad social. Es un hecho. En realidad, es bastante intuitivo. Si quieres que la hija de una fontanera tenga la oportunidad de llegar a ser ingeniera, una buena manera de facilitarlo es conseguir que las fontaneras y las ingenieras ganen parecido y tengan una consideración social similar. Porque cuando hay grandes diferencias salariales y de prestigio en ciertas posiciones sociales, quienes ocupan esas posiciones hacen todo lo posible para blindar su situación, estableciendo barreras de entrada muy complicadas de sortear.

Antes hablábamos de que el código postal afecta en el derecho a la educación, pero también afecta en la sanidad o la vivienda, ¿no es así?

Absolutamente. En España ha llegado a haber diferencias de esperanza de vida de hasta 10 años, por ejemplo, entre distintos barrios de Barcelona y Madrid. El código postal influye en todo, en cuestiones relacionadas, por ejemplo, con la prevalencia de enfermedades mentales, consumo de drogas, incluso en el acceso a la salud pública. Piensa, por ejemplo, que es frecuente que la gente de clase media-alta tengamos un amigo o un familiar médico. Y eso cambia mucho las cosas, porque la posibilidad de algo tan tonto como mandarle un wasap con una duda médica sencilla a un conocido te saca de un apuro o simplemente te tranquiliza y te quita la angustia. Con la pandemia lo hemos visto. En un momento de colapso administrativo, ese capital relacional se vuelve muy valioso. El enorme crecimiento de la sanidad privada en Madrid tiene mucho que ver con eso, en realidad. La gente contrata seguros privados no porque crea que la sanidad privada sea mejor, sino para acceder a esos atajos que las clases altas tienen de oficio. Desde luego, los servicios públicos no están igualitariamente repartidos. Se atiende más y mejor a quien tiene más capacidad de influencia política.

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