24/04/2025 | 06:00
Llevas toda una vida inspirando y dedicándote a hacer realidad la ciudad de los niños, que tiene muchas conexiones con la educación a tiempo completo. En Italia también se ha desarrollado “educazione a tempo pieno’… ¿Cómo ves la idea de que la educación va más allá del colegio?
Estoy de acuerdo con la idea si entendemos que todo el tiempo de los niños y niñas debe ser un tiempo educativo. Pero tenemos que discutirlo bien y no identificar la educación con la escuela, que es lo que está ocurriendo. Nuestro tiempo vital en la infancia estaba repartido en tres experiencias fundamentales, casi obligatorias y que tocaban a todos: la familia, la escuela y la calle. Como calle quiero decir el exterior, lo que se vivía fuera de casa, que tenía una característica muy importante: los padres y madres no estaban presentes. Nunca. Por lo cual se salía de casa sin acompañamiento, con una serie de normas que la familia daba y que, como niños y niñas, teníamos que respetar o transgredir, enfrentándonos con las consecuencias. Era muy claro y esto tenía una importancia fundamental a nivel educativo. Era el tiempo del juego.
Hoy, hablar de ‘educación a tiempo completo’ no sería correcto si no incluye que una parte importante del tiempo cotidiano de los niños y niñas sea administrado por ellos mismos. Retornarlos su tiempo libre y horas para jugar. Esto debería entrar en la conciencia de los gobiernos y administradores de la ciudad, pidiendo a la gente que la infancia vuelva a la calle. Sería ridículo pensar que esta pérdida se debe a una mayor sensibilidad de los adultos de antes, porque los padres y madres de hoy, en general, saben muchas más cosas sobre la infancia. El tema fuerte es que antes se consideraba que la infancia podía perder tiempo, pero ahora se ha entrado en esta espiral peligrosa para los niños de que no pueden perder tiempo, por lo que hay que utilizar todas las horas del día para hacer cosas supuestamente importantes.
“La experiencia del juego ha desaparecido: los niños prácticamente no tienen momentos de autonomía”
A menudo parece que hay que rellenar al máximo su tiempo para que rinda como si fueran personas adultas en plena sociedad hiperproductivista ¿verdad?
¡Hay que aprovechar! Ponemos algo de deporte, ponemos una práctica artística, ponemos una lengua extranjera… Ahora no podemos no aprovechar el tiempo porque hay presión de que es una etapa muy importante de sus vidas… Pero, mira, lo único que se ha quedado sin tiempo… ¡es el juego! Precisamente cuando, si queremos hablar en serio de educación y aprendizajes, el juego es seguramente la experiencia más importante en la vida de una persona, ¡no ya de un niño! Ese tiempo perdido, porque también para nosotros era tiempo perdido, que se vivía con tranquilidad, con toda libertad. Repito, dentro de unas normas.
Ese era el único momento en el cual podíamos conocernos a nosotros mismos, porque allí te escuchabas, hacías lo que querías y conocías tus límites. Ponerse frente a un obstáculo es un algo fundamental en el juego y retarse para ver si mañana puedes pasar un nuevo límite. Abrir relaciones nuevas con los demás y conocerlos; conocer a adultos que te encuentras y darte cuenta de si son personas confiables o mejor evitarlas; descubrir también animales, el mundo, el peligro… Podemos resumir la importancia del juego en lo que dijo Einstein, que el juego es la forma más elevada de investigación. Decía que, en su inutilidad el juego es la experiencia más importante de toda la vida porque allí se construyen los conocimientos y aprendizajes profundos sin darse cuenta. Esto es lo que me fascina: el niño no se da cuenta de que está haciendo una cosa tan importante. Pero el tema dramático es que hoy esta experiencia ha desaparecido, porque los niños prácticamente no tienen momentos de autonomía.

“Hay una industria comercial que se aprovecha del miedo de los padres y dice: ‘No te preocupes; nosotros entretenemos al niño con pantallas’”
El mundo ha cambiado mucho desde entonces, pero ¿realmente hoy es más peligroso para la infancia? ¿O cuál dirías que es el problema?
Antes también había peligro, pero se aprendía. Las familias de antes también tenían miedo, pero se pensaba en la alternativa de quedarse en casa: nos daban consejos y recomendaciones y salíamos. El tema es que detrás del miedo de hoy hay una equivocación que es muy importante darse cuenta. Normalmente, la gente dice que los niños no pueden salir porque las condiciones de la ciudad moderna no lo permiten, asumiendo que la ciudad de hoy es mucho más peligrosa que la ciudad donde crecieron como niñas y niños autónomos. Y esto es falso. Los pocos datos que tenemos indican que hace cuarenta años las ciudades eran más peligrosas: cuando nació el proyecto ‘Ciudad de los niños’ en 1991 en toda Italia había 2.000 homicidios y hoy son menos de 400. Esta es la tendencia.
Realmente una cosa son los datos sobre seguridad ciudadana y la otra la percepción de seguridad de las familias.
Es importante pedir a las ciudades que documenten cómo ha cambiado el peligro para tener más datos que demuestran que lo que crece es el miedo, pero no el peligro, y eso alimenta la percepción de inseguridad. El miedo es una forma de defensa fundamental y es importante tener miedo cuando hay peligros concretos para activar el instinto de defensa, pero si crece el miedo sin relación con el peligro, entonces, es un miedo que paraliza. Eso es lo que estamos viviendo y afecta a la infancia… Hay una política que se basa en el miedo, y también inciden los medios de comunicación, que se aprovechan de lo peor que ocurre porque les genera audiencia, es decir, publicidad y dinero. Finalmente, si la familia, con este miedo, decide que el niño o niña no puede salir, naturalmente hay una industria comercial atenta a esas necesidades que le dice: “No te preocupes, nosotros entretenemos al niño con pantallas”.

“La única alternativa real a las pantallas para los niños son los amigos de carne y hueso“
Entrando en el terreno de las pantallas, los malestares emocionales de los chicos y chicas en la adolescencia hoy van más allá de las inseguridades y cierta crisis propias de esta etapa. Los problemas de salud mental, de soledad no deseada, de presión estética que han crecido después de la pandemia también tienen que ver con el abuso de pantallas ¿Cómo ves este tema? ¿Qué plantearías desde el ámbito de la educación más allá de la escuela?
Tenemos que proponer algo alternativo a las pantallas y que sea tan atractivo como ellas. Tenemos un gran número de adolescentes que rechaza la relación social real porque prefiere una virtual. Y, además, están creciendo los suicidios juveniles, cosa que debería ser motivo de alarma y buscar soluciones de manera urgente. Personalmente, creo que lo único alternativo, lo que realmente tiene más fuerza son los amigos de carne y hueso. Por eso es importante que se encuentren, que pasen tiempo juntos, que tengan sus espacios más allá de la escuela. Para reivindicarlo, acabamos de lanzar la campaña Yo salgo a jugar.
En este sentido y para lograr más y mejores oportunidades para el encuentro y el juego, en Barcelona se impulsó la idea de la ciudad jugable. En 2019 estuviste en la presentación del Plan de juego en el espacio público en el CCCB y, en esa ocasión, explicaste que el logro sería eliminar las áreas de juego y que se juegue en toda la ciudad, como dice tu alter ego Frato. ¿Cómo explicarías qué es una ciudad jugable?
Una ciudad jugable será aquella en qué los niños y niñas saldrán de casa sin adultos para dedicarse a usar el tiempo como quieran y a vivir la experiencia del juego hasta el fondo y de forma verdadera. Para llegar a esa ciudad hay que transformarlas enteras y no solo con calles escolares. De hecho, creo que eso es una intervención parcial que confirma que no se tienen en cuenta las necesidades de la infancia.
“Una ciudad jugable es aquella en que los niños salen de casa sin adultos para usar el tiempo como quieren”
Precisamente a raíz de denuncias de vecinos por el ruido de los patios escolares, recientemente el Parlament de Catalunya ha aprobado por unanimidad un cambio en la ley para que los sonidos de los niños y niñas jugando en los patios no pueda tratarse como contaminación acústica. Ahí sí se han reconocido las necesidades de la infancia.
¡Pero si el ruido molesto de niños que juegan debería ser una bendición! Los niños molestan, sí, pero esto es parte de la vida. Claro que hoy en día como ya casi no hay niños cada vez todo esto suena más raro. Por esto me gustaba mucho la idea de la superilla [supermanzana de casas], de crear partes de la ciudad donde todo se relaja, donde la velocidad baja muchísimo, y nos permite vivir, encontrarnos, jugar, pasear… La ciudad moderna debería ser así, que puedas utilizar el coche si lo necesitas, pero que sea incómodo, que lo verdaderamente cómodo sea caminar.

“Los verdaderos juegos inclusivos son aquellos que hacen los niños sin la presencia de adultos”
En diversas ocasiones has explicado que el espacio público es el lugar más democrático y sobre todo para quienes viven en viviendas pequeñas y precarias.
Sí, un niño de Rosario en Argentina me dijo una vez que era muy importante cuidar el espacio público porque para muchos es el único. El espacio público tiene un valor fundamental a nivel democrático, porque es el lugar del encuentro posible. Hoy que tenemos esta mezcla de culturas y se buscan maneras para el cruce cultural, el intercambio más útil y más natural es que jueguen juntos, que se encuentren en un ambiente que no sea la casa de alguien o una escuela, lugares donde puedan espontáneamente explorar sus maneras de relacionarse.
Los verdaderos juegos inclusivos son los que realizan los niños sin la presencia de adultos, porque entre ellos encuentran la manera de jugar entre iguales. Creo que lo que tenemos que pensar como perspectiva debería ser devolver el tiempo libre a la infancia. Porque la escuela, repito, se está cargando de una serie de responsabilidades que no son suyas y pienso que hay demasiada escuela.
“Creo que hay demasiada escuela, y que es malo: malo para la escuela y malo para los niños”
¿A qué te refieres cuando dices que hay “demasiada escuela”?
Creo que hay demasiada escuela, y que es malo: malo para la escuela y malo para los niños. Porque la escuela no debería ser su única experiencia social y no debería ser el lugar del tiempo libre. Ese lugar es otro, es la calle que, como he dicho, ha desaparecido porque las familias no dejan salir a los niños y niñas. La escuela debería invitarlas a escuchar y a demostrar que quieren a sus hijos dejándolos más libres.
En el momento en qué desaparece la calle como momento autónomo y libre de la infancia, es la escuela la que asume lo que era la calle y aumenta el tiempo que se dedica a lo escolar. Soy muy crítico con este tema porque a la escuela tradicional se le han añadido muchísimas otras escuelas para ofrecer cosas mucho más divertidas (como fútbol, baile, lengua extranjera, pintura…) pero en el fondo son todas escuelas: todas tienen programas, exámenes, diplomas…
En cambio, conocerse a uno mismo desde el juego, conocer a los demás, darse cuenta de hasta dónde puedo arriesgarme… Hoy son pocos los niños y niñas que han podido caerse muchas veces de la bicicleta estropeándose las rodillas. Una persona que no ha podido vivir los problemas mientras juega tiene muchas más dificultades para enfrentarse a otros problemas cuando es mayor. Y lo digo con una amargura impresionante.