12/07/2022 | 06:00
* Pots llegir la versió en català de l’entrevista aquí.
Las referencias a la cultura pop en tus crónicas políticas en La Vanguardia se han convertido en tu sello…
Cuando hacía cultura descubrí que me interesaban temas que tenía que hacer en formato reportaje, buscando catedráticos universitarios que dijeran aquello que yo quería decir. Entonces, empecé a proponer artículos de análisis propios. Previamente, durante un tiempo, escribí en una web con vocación de micro ensayos dirigida por Eva Orúe que se llamaba Divertinajes, dónde la cultura servía para hablar de otras cosas. Posteriormente, cuando llegué a la sección de política de La Vanguardia, tuve la tentación de hacerlo, pero no me atreví. De hecho, en mi último libro incluyo un texto que escribí en otoño de 2016, cuando debutaba en la sección de política de La Vanguardia. Cuando tenía un folio y medio, pensé que aquello era demasiado friki y que no podía ser mi carta de presentación, porque mis compañeros iban a pensar que llegaba un tarado. Era un texto que relacionaba a Pablo Iglesias e Íñigo Errejon y su guerra de amor-odio con el El talento de Mr. Ripley, de Patricia Highsmith, y la película de Anthony Minghella sobre la novela. Lo recuperé para el libro porque me di cuenta de que no tenía textos específicamente sobre la crisis Íñigo-Pablo y, de hecho, no tenía ninguna crónica que hablara de Íñigo Errejón. Cuando estaba ordenando las crónicas, pensé que estaba construyendo una especie de identidad de Íñigo por vaciado, como si lo estuviera evitando y me parecía muy deshonesto. Así que lo recuperé.
¿Cuándo rompiste el hielo con una pieza de estas características?
Fue en pleno ‘procés’, justo después de las elecciones catalanas, con ‘Godzilla contra el 155’, un texto en el que comparaba a Godzilla con el ‘procés’ y al Estado con un leviatán desatado. El texto era muy duro, acusaba al Estado porque, en la persecución de una desobediencia a la ley, estaba desobedeciendo la ley. Y, para mi sorpresa, no generó ninguna reacción adversa. Ningún grupo político ni ninguna institución se quejó, y eso que los políticos son muy quejones… De alguna manera, pienso que no lo hicieron porque hay una foto de un monstruo. Lo digo de verdad. Claramente vi un filón, incluso para contenidos de política duros, porque mis textos son duros, introducir elementos de cultura hace que sean menos agresivos e impertinentes para el lector. Tengo la sensación de que el periodismo político es tremendamente intrusivo…
Lo es en un contexto en el que la gente se está alejando, de nuevo, de la política, ¿no crees?
Sí, pero creo que este movimiento es sano. Por culpa de la crisis del 2008, hemos vivido una década de hiperpolitización social, la prueba es que antes del 2008 no había programas de política en televisión. Y, a partir del 2010, la política ha ocupado los espacios que antes ocupaban los reality o la información del corazón. Eso fue seguramente una toma de conciencia necesaria, por lo que pasó con la crisis financiera, pero satura. Mi vaticinio es que vamos a ver un repliegue brutal del contenido político en los grandes medios de masas e, insisto, creo que es sano. La pandemia ha provocado que la gente quiera volver a sus asuntos. Y lo mismo que fue virtuoso de alguna manera que hubiera una hiperpolitización social en la década pasada, será beneficioso para la sociedad que ahora se dé esta despolitización. Hay un indicador muy perceptible de que ha bajado la lectura de información política. Estamos en un momento en el que necesitamos menos Sánchez-Feijoo y más Shakira y Piqué.
“Hace falta feminizar la política para superar la épica de la sangre, la guerra y el valor”
¿Quién dirías que es el Luke Skywalker de la política catalana?
Puff… [Silencio]. No veo un Luke Skywalker en la política catalana… El camino de Luke es un camino de liderazgo y artúrico; alguien que no es nada, no es noble, no pertenece a un linaje predestinado al éxito, y se convierte en el rey de Cámelot y funda la sociedad virtuosa. Y uno de los problemas de la política catalana, creo que manifiesto y espero que no se me ofenda nadie, es una absoluta falta de liderazgos carismáticos. Y cuando se habla de liderazgos carismáticos suele decirse en el sentido peyorativo, pero es que creo que son indispensables. Posiblemente, si le preguntas a él, a Gabriel Rufián, sí podría sentirse un poco Luke Skywalker por aquello de que procede de un entorno urbano y muy poco común en el independentismo catalán. Esa operación de cazatalentos que hizo ERC con Gabriel Rufián fue para contener el éxito de los Comuns en Catalunya, para buscar un perfil más netamente de izquierdas que netamente independentista. Por eso digo que él puede sentirse como tal…
¿Y en la política española existe algún Skywalker?
Creo que el más Luke de todos es Sánchez, porque el modelo heroico de Iglesias es más bien mesiánico; si terminamos la historia de Iglesias en 2020, es un modelo heroico artúrico como el de Luke, pero si lo acabamos en 2021 es mesiánico, porque se entrega en sacrificio para salvar a la comunidad. Es Moisés. Actualmente estamos virando a unos modelos de liderazgo más femeninos. A mi me parece modélica la película de Los últimos Jedi de Star Wars, porque habla de cómo hay unos liderazgos juveniles femeninos más inteligentes, frente a unos liderazgos masculinos que son puro arrojo y, por lo tanto, sacrifican a mucha gente en batallas que no tienen otro sentido que escribir una página épica. Y, luego, hay unos liderazgos femeninos veteranos de hiper-responsabilidad de lo común, frente a unos liderazgos masculinos veteranos de gente retirada lamiéndose las heridas y refocilándose en la nostalgia de la batallas perdidas. Ese contraste, tanto juvenil como veterano, entre Rey y Poe Dameron, o entre Leia y Luke, creo que es el momento en el que estamos en la política española. Y que hace falta feminizar la política. Y cuando digo feminizarla no digo en cambiar nombres masculinos por femeninos, sino a superar la épica de la sangre, la guerra y el valor.
¿A Yolanda Díaz la ubicarías aquí?
Sí, y por la edad, como es de mi quinta, es más Leia que Rey.
¿Echas de menos algún maestro Yoda en la política, en general?
Es que tenemos una desgracia en este país: nuestros políticos envejecen fatal. Se convierten en una especie de viejos avaros, como Ebenezer Scrooge en el Cuento de Navidad. Son gente que no quieres cerca para nada. No tenemos unas posteridades buenas de políticos en el sentido de ser útiles a su país y a la escritura de su propia posteridad. Creo que Zapatero es el único que se salva de esta maldición.
¿Vox es Darth Vader?
No, porque la historia de Darth Vader es una historia trágica. Vox sería, más bien, el emperador Palpatine; un plan para mutar la democracia, desde dentro, en tiranía, en autoritarismo. Vader en realidad es una víctima. Tyranus tiene un plan y lo ejecuta, y además hace todo eso que hace la derecha autoritaria siempre, que se inventa un enemigo, en este caso, generando una guerra en la que trabaja para los dos bandos. Aliado con los poderes económicos de la galaxia, porque los aliados con los que cuenta para organizar su guerra separatista son el clan bancario, la federación de comercio, los planetas de la Techno Union, o sea el Íbex-35 de la galaxia son los socios necesarios de la tiranía en Star Wars. Vox está ahí….
“Las cosas de un lugar se cuentan mejor cuando en ese lugar las cabeceras no tienen intereses económicos, institucionales, culturales o políticos”
Volvamos a tu trayectoria. Actualmente haces crónica parlamentaria en La Vanguardia dónde trabajas desde 2007, si no me equivoco. ¿Cómo llegaste a la cabecera de los Godó?
Entre 2000 y 2003, hubo una masacre en las páginas web. Veías a gente con la que trabajabas durante dos semanas y no los volvías a ver. En ese contexto, algunos periodistas empezamos a organizar una comida semanal para no perdernos de vista. Al principio éramos Joaquín Ortega, actual director de contenidos en Newtral, Jorge Dioni Lopez, autor de La España de las piscinas, y yo. Cuando ya éramos unos cuantos, Dioni propuso tener invitados y el primero fue Enric Juliana. Éramos devotos de sus crónicas, acababa de llegar a Madrid en 2004. Nos hicimos muy amigos y a partir de entonces, cada dos meses me llamaba y venía a las comidas, se convirtió en un habitual. A finales de 2006 me llamó para incorporarme a La Vanguardia; tuve una suerte loca, porque al año siguiente, Metro, dónde yo trabajaba, suspendió operaciones en España. Yo me lo estaba pasando muy bien: tenía una redacción de 32 críos de 26 años a mi cargo y nos divertíamos un montón. Es una de mis etapas laborales más divertidas que recuerdo. Era como jugar a ser Ben Bradlee con un periódico de juguete. Pero acepté porque echaba de menos escribir. La idea de Juliana era, desde el principio, meterme en Política, pero la vacante era de Cultura. Así que me incorporé con la idea de que Enric acabaría moviéndome a Política, tarde o temprano.
En cambio, no llegaste a Política hasta casi 10 años después.
Sí, aunque durante todos esos años Enric me usó de comando. Por ejemplo, si detenían a la Pantoja, me llamaba y me pedía que cogiera una muda y fuera a buscar el portátil a la redacción porque tenía un billete para ir a Marbella. De estas me tocaron varias, entre ellas, dos de los últimos atentados de ETA. Y, cuando llegaba una campaña electoral, me reclutaban para hacer algo, entrevistas o lo que fuera. En realidad, tenía el anclaje en Política…
¿Cómo definirías la mirada de La Vanguardia hacia el Estado español?
La Vanguardia ha sido el periódico más vendido de España hasta mediados o finales de los años 70. Esto está directamente relacionado con un modelo que es común en otros sitios. Por ejemplo, en Italia, el periódico más vendido se hace en Milán, y no en Roma. Con distintas modulaciones, La Vanguardia siempre ha tenido la vocación de no ser exclusivamente un periódico que cuente Catalunya o para los catalanes. Ha habido periodos más catalanistas y periodos más ambiciosos. En un país como el nuestro, que es bastante anómalo, porque el país solo se cuenta desde Madrid, la existencia de La Vanguardia es imprescindible. De hecho, yo me convertí en lector de La Vanguardia cuando vine a Madrid, porque tenía la convicción de que las cosas de un lugar se cuentan mejor cuando en ese lugar las cabeceras no tienen intereses económicos, institucionales, culturales o políticos. Eso lo descubrí trabajando para El Comercio de Gijón desde Oviedo; solo había 27 kilómetros de distancia, pero era completamente diferente a trabajar para La Nueva España, que estaba en la misma ciudad. Contar la información municipal de Oviedo, desde una cabecera que estaba en Gijón, significaba algo tan sencillo como que tú, a diferencia de otros medios, no tenías la crónica hecha antes de llegar a los sitios. Contabas lo que veías y nadie te calentaba la cabeza. Por eso, cuando llegué a Madrid, yo leía La Vanguardia y no El País.
La Vanguardia es actualmente uno de los pocos medio de comunicación que tiene un dueño, el conde de Godó. ¿Qué impacto tiene esto sobre el periódico?
De hecho, esta es una característica anómala, porque La Vanguardia es el único periódico grande que tiene un dueño y no un consejo de administración. En el sentido de que no hay cinco fondos de inversión y un banco que se quedó con la deuda del medio disputándose el control de la cabecera. Lo llevan un editor, Javier Godó, y su familia. Y esto, para el trabajo, tiene ventajas infinitas. Los editores quieren que el periódico sea un sitio dónde, en el fondo, hay muy pocas líneas rojas, es un periódico liberal conservador de una tradición totalmente anglosajona. Los que somos muy mayores y vimos Lou Grant en su momento, nos acordamos de que Los Angeles Tribune tenía una propiedad que era una señora con dinero, la señora Margaret Pynchon, que dejaba hacer bastante, salvo cuando se metían en líos y ella quería que el periódico fuera un reflejo de eso que ella entendía que era una sociedad liberal. Y La Vanguardia, para mí, se ajusta bastante a esto. A la vez, nunca le han dolido prendas en tener firmas del más amplio espectro que no tienen relación ninguna con lo que puede ser la ideología de la familia propietaria… Sin lugar a dudas, es el sitio en el que más cómodo he trabajado. Bueno, con la excepción de Metro, pero porque en Metro hacía lo que me daba la gana…
“La irrupción de Colau en una ciudad como Barcelona es mucho más traumática que la irrupción de Carmena en Madrid”
¿Cómo valoras la cobertura mediática que se hace de Barcelona? Hay quien considera que la cabecera es bastante anti-Colau…
Sí, tenemos una sección local muy crítica con la alcaldesa Ada Colau desde el principio. Eso es así. Con unas relaciones institucionales complicadas. No tengo la información suficiente sobre la ciudad, me gustaría conocerla mejor, pero creo que tiene relación con el hecho de que la irrupción de Colau, en una ciudad como Barcelona, es mucho más traumática que la irrupción de Carmena en Madrid. Porque Madrid, en el fondo, es una ciudad bastante informe en cuanto a su historia, no tiene mito de fundación, no hay “loba”, no hay familias entorno a cuyos apellidos se estructure la vida de la ciudad desde hace tres siglos. Aquí, la única jerarquía que hay es la del dinero real. No la del apellido de nadie. Por eso digo que la irrupción de Colau en la alcaldía fue más dramática en términos de conflicto para todo un sector conservador de la ciudad, de los barrios más adinerados y de familias que siempre han sido alguien en la ciudad… En cualquier caso, el periodismo en Barcelona, con todo, conserva unas líneas rojas que no se traspasan, cosa que en Madrid no ocurre, es decir, nada que ver con lo que le ha pasado a Pablo Iglesias o a Irene Montero con la prensa. Que la línea del periódico ha sido muy crítica con Colau, sí. Pero no es este hostigamiento que traspasa todos los límites del periodismo, que es el que hemos visto en Madrid.
Recientemente se ha archivado el caso de las subvenciones de Colau. La Vanguardia, en enero, abría en portada con la causa contra Colau, pero no lo hacía cuando se archivó. Hay quien criticó que, teniendo en cuenta que esta causa estaba sustentada por una asociación a la que no se le conoce más fondo que la creación de querellas contra instituciones del cambio, La Vanguardia debería de haberle dado el mismo espacio a la noticia del archivo que a la de la apertura. ¿Qué opinas de esto?
Un espacio destacado, sí. Pero no creo que el tratamiento en La Vanguardia de la imputación de Ada Colau fuera exagerado, desproporcionado y con información tendenciosa, ni que su archivo haya recibido un tratamiento insuficiente, ni se haya escamoteado la información. Ambas informaciones en el diario han recibido un tratamiento razonable y profesional: los datos sustanciales de la denuncia, del denunciante y de la denunciada, incluido el trasfondo político y económico básico, estaban recogidos. No hubo alarde tipográfico con la imputación ni racanería informativa en el archivo.
¿A qué te refieres?
Los hechos ocurren en un contexto en el que se ha dado una campaña de acoso judicial al espacio de Unidas Podemos y sus confluencias sin sustancia probatoria, a lo largo de estos últimos siete años, campaña que básicamente ha consistido en denuncias infundadas y prospectivas que han dado pábulo a titulares grandilocuentes y que han sido sistemáticamente archivadas, con un notable coste político para el espacio. De ese contexto específico, de las decenas de denuncias e investigaciones maliciosas y sin base que se han desplegado contra ese espacio político con el objetivo de alimentar titulares, y que encajan en el concepto de lawfare, en La Vanguardia no solo hemos informado de forma razonable y profesional, sino que hemos sido modélicos, llamando a las cosas por su nombre. Incluso diría que, en comparación con cualquier otro de los grandes medios escritos de este país, el diario se ha hecho una reputación de rigor jurídico y valores liberales y democráticos, precisamente, por el tratamiento que dimos a la denuncia de múltiples delitos que hizo José Manuel Calvente, por cómo tratamos el caso del móvil robado a Dina Bousselham, el caso de la patada fantasma de Alberto Rodríguez, aún en curso, el caso de “la niñera mágica” de Irene Montero, y también el seguimiento del acoso personal sobre el domicilio y la familia del exvicepresidente y la ministra.
“La ultraderecha nace de estados de ánimo creados previamente”
¿Qué diferencia ves entre el ecosistema mediático catalán y el español?
Esto es muy atrevido por mi parte, porque yo no conozco bien el ecosistema informativo catalán. Visto en la distancia, parece bastante más civilizado del que tenemos aquí. No quiero ser especialmente luctuoso, que ya lo soy bastante en Twitter, pero me parece que la decencia del periodismo que se hace en Madrid, incluyo el radiofónico, audiovisual y escrito, está devastada. Los principios de deontología profesional que deberían orientar a los medios de la ciudad, han sido arrasados. El encanallamiento del periodismo actual es prácticamente pistolerismo sin pistolas. A mi me produce absoluto vértigo. Porque ni siquiera hay respeto por la propia cabecera ni en los medios más históricos, que tienen una tradición detrás. Lo que he visto en los últimos 6 o 7 años, y no tengo 25, no pensé que lo iba a ver nunca. En el momento en el que se está haciendo el mejor periodismo, porque en el ecosistema hay cosas de extraordinaria calidad, los medios de papel de la ciudad, las grandes emisoras de radio del país hechas aquí y las dos plataformas de televisión privada están, a mi modo de ver, totalmente desencuadernados. Liados en unas campañas infames que ponen en riesgo la salud de la democracia.
En el seno del oficio existe un debate sobre el papel que deben jugar los medios ante un fenómeno como el de la extrema derecha: ¿se deben limitar a informar o deben hacer un trabajo periodístico y cuestionar la vulneración de derechos?
Es tarde. El surgimiento de la extrema derecha no es un fenómeno exclusivamente español, pero aquí tenemos problemas que lo agravan. Para empezar, no tenemos una tradición liberal democrática de ningún tipo; somos una democracia muy frágil, porque hemos sido una no-democracia mientras todo el mundo caminaba hacia la democracia. Los últimos 250 años de la historia de España han sido una historia de atraso secular, lo vendan los imperiofilios como lo vendan. De la ilustración para aquí, no hemos establecido una tradición asentada democrática. Por lo tanto, no tenemos los cimientos para que no acabe siendo esto Hungría. En su momento, Ana Pastor hizo un programa sobre esto y yo hice un hilo de Twitter; donde venía a decir que la manera en la que los medios han relatado los diferentes acontecimientos creaba en la población la sensación de que vivimos en la sociedad más insegura que la humanidad ha conocido, cuando vivimos en la sociedad más segura que la humanidad ha conocido. En Occidente, no solo vivimos en el periodo de mayor seguridad en las calles y en las casas, sino que, además, particularmente este país es el que tiene las ratios de delincuencia más bajas, incluso en Europa Occidental. Con lo cual, toda esta cosa que le gusta tanto a la ultraderecha de estigmatizar a los inmigrantes, es una broma pesada. Y si eso lo potencian con que cada corte publicitario en las tertulias va con un anuncio de alarmas de Securitas Direct… La ultraderecha no nace porque llovió y salió una seta en el suelo; nace de estados de ánimo creados previamente.
“El 80% de los males que atribuimos a la política son responsabilidad del periodismo”
Entiendo que cuando en tu libro, C3PO en la corte del Rey Felipe (Arpa, 2021), dices que los medios de comunicación han sido responsables del autoritarismo, te refieres a esto ¿verdad?
Absolutamente. Es que son los principales responsables. El 80% de los males que atribuimos a la política son responsabilidad del periodismo. ¿Por qué se devalúan los debates? ¿Por qué los canutazos o las intervenciones parlamentarias tienden a ser banales, espectaculares e histriónicas? Porque son los “cortes” que elige la televisión. Sí, y luego se viralizan en redes sociales. Pero las redes sociales no tienen el impacto en la opinión pública, de momento, que tienen los medios convencionales, sobre todo, la televisión en abierto. La televisión en abierto es un constructor de opinión pública mucho más eficiente e influyente que las redes sociales.
La tendencia a esta derechización no se da únicamente en España…
Si la edad de oro de las democracias empieza después de la Segunda Guerra Mundial, todos los países están sufriendo por su calidad democrática, pero no todos tienen las mismas armas para combatirlo. El republicanismo francés, la tradición parlamentaria británica, la condición nacionalista democrática de Estados Unidos, que solo nace como nación siendo democracia y no ha conocido un periodo histórico que no haya sido democracia, de la calidad que sea… esos países tienen unas fortalezas para resistir la ola autoritarista que recorre Occidente, veremos si aguantan. Pero nosotros no tenemos una tradición liberal en el siglo XXI digna de tal nombre, digan lo que digan los jóvenes historiadores letizios, que ahora parece que lo siguiente de la imperiofilia de Roca Barea es reescribir el siglo XIX español. Y nuestro siglo XX es un desastre en tres cuartas partes. Con lo cual, no veremos totalitarismos del siglo XX, pero todas las democracias occidentales corremos el riesgo de caer en unas formas de autoritarismo democrático, que es lo que estamos viendo en otros países que tampoco tenían esa tradición, como, por ejemplo, Polonia o Hungría. Y creo que el país está en riesgo. Porque el hecho de que ahora estén despertando algunas conciencias moderadas, después de llevar seis años explicándonos que el riesgo para la democracia española era un tipo con coleta, lo vamos a pagar, me temo.
“El PSOE mataría porque Yolanda Díaz fuera la líder para recambiar a Sánchez cuando decida pirarse”
Te refieres a Pablo Iglesias, entiendo. ¿Cómo valoras el papel que juega ahora al mando de La Base y en sus colaboraciones con diferentes medios?
El trabajo que hace Iglesias desde La Base me gustaría mucho más si no lo estuviera haciendo el que fue vicepresidente del Gobierno hasta hace año y medio. No se trata tanto del contenido, sino del emisor. Creo que esa condición marca todo lo que hace. Y el mejor albacea de la propia trayectoria política es ninguno; no es necesario tutelar tu legado político, porque está ahí. Y, más temprano que tarde, la gente lo ve. Ya está, no hacen falta albaceas. Yo me siento absolutamente desbordado cuando he de hacer un vídeo de 4 minutos a la semana, no me quiero imaginar lo que debe ser atender dos tertulias radiofónicas a la semana, un par o tres de artículos, más un programa de 50 minutos todos los días…
En este contexto de derechización de la política, ¿qué papel puede jugar el liderazgo de Yolanda Díaz?
Antes te decía que los liderazgos carismáticos son indispensables y Yolanda Díaz, en ese sentido, tiene un patrimonio objetivo que políticamente es un auténtico tesoro. Una bomba. Además, tiene una gestión en el Ministerio de Trabajo que es un aval importante. No hay ninguna formación política en España que disponga de una condición a priori tan importante, como es alguien capaz de encarnar un liderazgo que permita ensanchar el espacio. Porque además es un liderazgo muy amable, en el tono, en la forma de hablar… Y el liderazgo amable de Yolanda Díaz es un mecanismo indispensable para combatir el éxito del malismo. Que una persona se suba a la tribuna del Congreso a insultar a las víctimas de las torturas de la policía y de la Guardia Civil, riéndose de ellas de forma ostensible… A mi me deja perplejo. Que de repente la crueldad sea un activo político. Por eso, contra eso, no se me ocurre nada mejor que un liderazgo del tipo de Yolanda Díaz. Esto, como variables objetivas. En este sentido el espacio tiene una suerte brutal.
¿En qué se diferencian el liderazgo de Iglesias y el de Yolanda Díaz?
El liderazgo de Pablo Iglesias fue vertical, unipersonal y, de no haber existido en esos términos tan corajudos, el partido habría desaparecido en 2019, como Ciudadanos. El cisma más importante que ha sufrido un partido de izquierdas en España es la marcha de Íñigo Errejón de Podemos, se produce a dos meses de las elecciones generales y, pese a eso, aguantaron tres millones y medio de votos. Queda bonito dar la gracias a las bases, pero todos sabemos que, sin el liderazgo de Iglesias, con todos sus gestos heroicos, como entregar su cabeza al PSOE en verano, Podemos no habría salido vivo. Ahora estamos en otro periodo y la suerte es que tienen un tipo de liderazgo idóneo para volver a expandir el proyecto, y hacerlo crecer. Yolanda Díaz es un perfil que gusta mucho al votante del PSOE, así que, si eso lo echan a perder, es que no merecen la suerte que les ha tocado. El PSOE mataría porque Yolanda fuera la líder para recambiar a Sánchez cuando decida pirarse.