05/09/2024 | 06:00
Has nacido y crecido en Tarragona. ¿Cómo recuerdas tu infancia en esta ciudad?
Tengo pocos recuerdos de mi niñez. Recuerdo mucho el deseo de que pasara algo más, pensar que debía haber algo más. Tengo un hermano mayor y una hermana más pequeña y recuerdo momentos muy bonitos con mi familia, de crecer juntos, de un amigo de la niñez con quien pasaba horas y horas… Sentía que formaba parte de un mundo muy pequeño y cerrado, que tenía grandes momentos de felicidad, pero sentía que aquello no era suficiente.
¿Pensabas en qué harías de mayor?
No, sentía que era un personaje en un videojuego con pocas pantallas. No pensaba en qué sería de mayor, no tenía grandes deseos, no pensaba en la fuga como una posibilidad, pero tenía una sensación de encierro.
¿Qué hay de Tarragona en ti?
Tengo una relación muy ambivalente con mis orígenes y con Tarragona. Durante muchos años, he dicho que no me sentía de Tarragona, sino de una calle sin salida, que es donde nací y crecí. Desde que me fui a Barcelona a estudiar con 17 años, todas las veces que he vuelto me he dicho a mí mismo que no estaba visitando Tarragona, sino esa calle, aquel videojuego con tan pocas pantallas. Tengo una relación extraña con esa ciudad, porque he querido huir de ella activamente. Poco a poco, estoy volviendo, pero con la pregunta trágica de “¿qué será de este lugar cuando no esté la gente que yo quiero?”. Pensar la respuesta me aterra un poco. Se junta con la sensación de deuda que socialmente se proyecta sobre la gente que tiene visibilidad respecto a los orígenes, como si Tarragona me hubiera dado algo y yo se lo debiera.
¿De niño eras del centro o de los márgenes del patio?
De rincones. Mi geografía y mis mapas sentimentales de los lugares han sido desde una esquina, y pienso que esto me ha llevado años después a escribir. He sido una persona que ha observado mucho, he sido poco visto, y quien me miraba no eran las personas que yo quería que me miraran. Quizás me miraban los profesores porque sacaba buenas notas o la gente mayor porque me entendía. He ocupado más bien las esquinas, no solo en el patio.
“Con una carta de perdón a mi madre descubrí el poder transformador de las palabras“
¿Cuándo te empezaron a interesar las letras?
Hay varias explicaciones míticas sobre mi llegada a la escritura, y todas ellas tienen un poco de certeza. Una tiene que ver con la mirada arrinconada y la perspectiva amplia que te da estar en un rincón, y la otra, con el hecho de que me iban mal muchas cosas que se suponía que un niño tenía que hacer bien, como jugar a fútbol o a baloncesto o ser sociable con los otros chicos. Escribir y jugar con las palabras me divertía. También hay el día en que escribo un poema donde pido perdón a mi madre después de haberlo intentado todo. Descubrí que con aquellas palabras que había colocado de manera particular podía conseguir el perdón, que con las palabras se pueden hacer cosas. Se me revela un poder que no calculaba ni buscaba, como el niño que descubre el fuego: la posibilidad de modificar la realidad con una cosa muy sencilla. Y se despierta el deseo de explorarla.
Descubres también la manipulación.
Descubro la maldad, la manipulación, el perdón, el plagio… Y descubro el poder transformador de las palabras.
Y con este poder te vas a estudiar a Barcelona.
Acabo el bachillerato en Tarragona consciente de que tengo que marcharme. Decido cursar Estudios Literarios porque no sé qué hacer que no sea esto, no porque crea que es el camino que debo tomar. Es un camino que hago sin mucho convencimiento, pero a la vez sin muchas dudas.
¿Cómo fueron los años de universidad?
Fueron bastante gloriosos: recuerdo mucha implicación política, movimiento asambleario y sindical. Estábamos jodidos en todas las batallas; era bastante emocionante. El descubrimiento de la literatura desde una perspectiva profunda y compleja llegó del brazo de la implicación política que tuve durante los años de universitario. Era una apertura de imaginarios que tenía que ver con la vida, una manera de descubrir que la literatura y la vida no eran cosas tan separadas. Allí vi que era un acierto lo que había escogido.
¿A qué luchas políticas te refieres?
Eran las asambleas de facultad, la movilización contra el 3+2, la movilización del estudiantado para hacer posible el referéndum… Eran años de efervescencia y de mucha ilusión; sentíamos que podíamos construir cosas, pero no éramos nada ingenuos; no creo que fuera porque éramos jóvenes. Ahora continúo siendo joven y no tengo la misma sensación. Había muchos horizontes que estaban por definir y sentíamos que éramos agentes importantes para definirlos.
“Lo que me interesa del límite es especular qué verdad rezuma en momentos que no son los más fáciles, cotidianos u obvios”
En 2021 publicas simultáneamente Napalm al cor (Anagrama, 2021) en catalán, y la traducción al castellano por la misma editorial, Napalm en el corazón, y rápidamente saltas a la esfera mediática. Aquel mismo año haces un discurso de Sant Jordi para el Ayuntamiento de Barcelona, que se hace viral, y donde dices que las instituciones “lo fagocitan todo”. ¿Lo continúas pensando?
Yo publico gracias a una editorial, escribo artículos gracias a un diario y hablo en la radio gracias a una emisora, pero nada de lo que escribo o digo es diferente a lo que escribía o decía antes. Tiene mucho que ver con qué esperas tú cuando te sitúas en estos lugares. Va más allá de qué haces con la visibilidad o como utilizas estratégicamente los espacios que se te ofrecen. Va de qué quieres decir y de si tienes algo que decir. El medio no importa. Lo que importa es que creas que aquello que dices no puede ser “no dicho”. ¿Qué pretendes cuando se te ofrece un altavoz: decir lo que siempre has pensado o quedarte allá, transformar tu vida a través de lo que aquello te ofrece? Cuando digo que la institución lo fagocita todo, lo pienso: lo fagocita porque nos acomodamos en las comodidades y los vicios que nos ofrece.
¿Cómo tienes la certeza de que importa lo que quieres decir?
La pregunta no va en clave de “el mundo necesita mis palabras”, no tiene que ver con una cuestión megalómana o de darse importancia a uno mismo, sino con la honestidad. A mí me interesa la literatura honesta, las personas que hablan honestamente. Considero que es importante lo que tengo que escribir cuando sale de un lugar honesto y genuino, y con esto evoco la citación de Marina Tsvetáyeva, que dice “yo no escribo ni para mí ni para los otros, sino por la literatura misma”. Puede ser elitista, pero tiene una verdad muy honda que hace referencia a cómo tú llegas a la literatura o a las palabras. Es el deseo de decir esto: este es el termómetro. Aquí no juegan ni síndromes de impostor, ni lecturas externas ni presiones comerciales. ¿Lo que te lleva a la escritura es honesto? ¿Escribes porque no podrías no escribirlo?
¿Cómo es tu día a día en un oficio como el de la escritura?
Mi día a día creativo se aleja de un entorno eminentemente literario o únicamente editorial. Ahora mismo se concentra en escribir, pero no solo mi obra literaria de ficción; también escribo el doctorado, artículos para el diario, secciones para la radio, encargos que tienen que ver con la creación… Desde el libreto de una ópera hasta pensar una instalación sonora para un proyecto de arquitectos. Pero todas estas cosas están muy relacionadas con la literatura y la escritura. Me gusta pensar que ser escritor no es estar cerrado en tu propio mundo, sino abrirte constantemente a los otros.
Tu obra literaria, tanto Napalm en el corazón como En las manos, el paraíso quema (Anagrama, 2024), aborda el colapso. ¿Por qué te interesa este concepto?
En los dos libros me venía a la cabeza la palabra límite. Tenía la sensación de que estaba explorando constantemente los límites que tienen que ver con las relaciones personales, con el amor, la familia, el mundo, los recursos naturales… Ha sido de una manera intuitiva; algo de la escritura me llevaba a ello. Lo que me interesa del límite es poder especular qué verdad rezuma en momentos que no son los más fáciles, cotidianos u obvios. Me interesa esto tan tópico de decir que una persona revela su verdad en momentos de crisis. Pero no en el sentido de decir que las personas en el fondo no son tan buenas, sino en el sentido de qué pasa con el amor o la amistad cuando la llevamos al límite. Se pueden descubrir muchas cosas que no podemos ver en una tesitura calmada.
“Conjugar el colapso en presente es una manera de hacernos cargo del dolor”
En el pódcast donde conversas sobre ecoansiedad con Eudald Espluga, compartís que tu último libro dibuja un nuevo imaginario para entender que el colapso no será como una gran bola caída del cielo. ¿Tu obra es un ejercicio de reimaginación de los límites?
Cuando situamos el límite en un más allá al que no podemos llegar, nos estamos alejando del dolor y del malestar. Es un relato de anestesia que hace que no tomemos conciencia del estado crítico de nuestro presente. Conjugar el colapso en presente es una manera de hacernos cargo del dolor. Cuando escribo, me gusta alejarme de la luz y mirar las sombras. En el imperativo de observar y enfocar lo luminoso no encuentro la verdad que quiero capturar. Para mirar la sombra, tengo que articular el límite en presente para hacerme cargo de un dolor que me ha atravesado siempre y que quiero poder entender, para ver cómo funciona este límite en mí y en mi entorno, cómo está modificando una idea de final que no acabamos de entender.
¿Qué papel tiene la melancolía en la escritura de un mundo al límite?
El libro En las manos, el paraíso quema acaba con una última frase en la que Rita se pregunta quién la recordará, que hace referencia a un famoso verso de Safo. Es una pregunta de qué queda de ellos en el mundo y es una proyección hacia el futuro. Tanto con Napalm en el corazón como con Paraíso, mientras las escribía, tenía la sensación de que estaba escribiendo libros sobre la esperanza. Napalm son dos jóvenes que deciden irse hacia lo desconocido; Paraíso son dos jóvenes que deciden hacer de la amistad una promesa que los mantiene vivos en un presente que los expulsa. Las dos son una manera de ser conscientes del colapso que los habita y una respuesta a esta condena externa que les dice que no se salvarán. Son dos intentos de activar el deseo siempre, de no capitular nunca en el deseo.
¡Entonces, la “literatura del límite” es la más optimista de las literaturas!
Parece que la utopía y la distopía sean los dos únicos lugares donde podemos imaginar el futuro y que entre ellas no haya nada. O imaginamos futuros catastróficos u horizontes ecológicos y comunitarios donde seremos felices para siempre. Las dos alternativas me generan una resignación que desactiva políticamente la imaginación. Entre la distopía y la utopía, hay la posibilidad de hablar del presente de una manera compleja. El futuro no es distópico ni utópico, pero tiene mucho que ver con la manera como vivimos el presente. ¡Pues pensemos cómo lo estamos viviendo!
¿Es movilizadora tu literatura?
Pensar que tu literatura es movilizadora es pretencioso. Me gustaría que se contaminara algo de este deseo en las personas que me leen. Si consideramos que esto es movilizador, pues sí. Yo soy muy feliz si hay algo del deseo de los personajes que se contamina en el espíritu del lector. Si hay esta transfusión de deseo, de insistencia en el deseo, ya me parece mucho.
Cuando hablamos del futuro, parece que queramos eliminar el dolor, hacer todo lo posible para que no haya espacio para la incertidumbre, relacionarnos e imaginar el futuro sin ensuciarnos las manos.
Esto tiene mucho que ver con lo que decía de las distopías y las utopías. Hubo un momento que nos pusimos a escribir distopías porque pensamos que así activaríamos respuestas políticas ante el futuro catastrófico que nos viene. Después, otros dijeron que pensar distopías era desactivador e imaginamos utopías que no partían de lecturas críticas del presente, sino de una carencia de conciencia sobre los límites materiales. Las relaciones no son quirúrgicas y el futuro tampoco lo será. Imaginar el futuro de una manera tan purista es un error, porque el futuro nunca tendrá la forma que nosotros nos podamos imaginar; el tiempo va más rápido que nuestra imaginación.
“La amistad puede ser una respuesta a la soledad; no es solo un vínculo libre que escogemos desde el placer”
Dices que las relaciones no son quirúrgicas, que no podemos evitar el dolor, pero da miedo pensar que podemos quedarnos solos cuando las cosas vayan mal. ¿La amistad es una manera de combatir el miedo a la soledad?
La soledad atraviesa todos los acontecimientos de la novela; todos los personajes tienen sensación de soledad ante un presente que no acaban de comprender o hacerse suyo. La amistad es en muchos momentos una respuesta a esta soledad, un intento de reunir soledades para sumar una compañía. De soledades, hay muchas: la soledad de clase que siente la familia de Rita, que está agotada de trabajar, y que es diferente a la de los padres de Líton, que se han comprado una casa en el pueblo porque no saben cómo llenar el tiempo. Tampoco es la misma soledad que la de las viejas que viven en la Colonia y que ven que el mundo que han visto crecer ya no existe. La amistad puede ser una respuesta a la soledad; no es solo un vínculo libre que escogemos desde el placer; a veces es una respuesta a la necesidad de no sentirnos solos. Es sentir que en este cielo inmenso que no podemos controlar habrá alguien que me dará la mano.
¿Esta visión te hace sentir esperanzado o pesimista con la amistad?
Esperanzado, porque es todo lo que tenemos. Cuando decía que yo no me siento de Tarragona, sino de mi calle, quiero decir que soy de aquella gente. El mundo, para los personajes, es una excusa para encontrarse con la gente que los sostendrá. Es esperanzador porque, si algo tiene sentido en esta vida, es estar con la gente que quieres. Es la cosa más triste que tenemos, pero también la más bonita. Cuando perdemos una persona que es fundamental, este mundo tan bello y bonito deja de tener sentido: a mí me hace pensar que lo importante no es el mundo, sino las personas con quienes lo miramos y vivimos.
Cuando te acercas a la treintena, algunas amistades se pierden, cambian las prioridades o la visión compartida sobre la vida. ¡Hace poco, una amiga de toda la vida se compró una casa!
Estamos en un momento vital donde la bifurcación del camino se ve más nítida que nunca: o bien escogemos lo que se espera de nosotros, el relato de éxito, o bien nos mantenemos en los deseos que queremos, en un mundo en que estos deseos no son posibles. Me agobia mucho pensar esto. Entre los dos caminos, la escritura me salva, porque me permite transitar por la zona boscosa, me ofrece la posibilidad de no acabar de escoger ninguno de los dos caminos, por lo que significa estar constantemente pensando historias que te desconectan de la realidad, estar viajando y en residencias… Pero la primera amiga que se compra una casa es el principio del final. Me fascina cómo somos capaces de escoger vidas que no nos satisfacen solo para encajar en el relato de lo que se espera de nosotros. Yo entiendo que escojamos el camino que se espera de nosotros; condenar esto es demasiado fácil. ¿La amiga que se ha hipotecado está traicionando la amistad? Está haciendo lo que siempre le han dicho que debe hacer.
En la presentación del libro en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), decías que la amistad ha servido para “atenuar el horror de la heterosexualidad”. ¿A qué te referías?
Muchas veces hemos pensado la amistad como una relación que solo nos aporta cosas buenas, pero tiene un reverso peligroso y puede ser utilizada como un vínculo que apuntala ciertas lógicas hegemónicas y relaciones de poder. Muchas veces nos hemos juntado mujeres y maricas para hablar de nuestras parejas, en lugar de ser tajantes entre nosotros y decirle al otro que debe salir de aquella relación, en estas asambleas comunitarias de amistad hemos activado un consuelo fácil de continuar insistiendo en cosas que nos hacen daño. La amistad a veces anestesia dolores que deberíamos combatir.
¿Pero son encuentros necesarios?
Socialmente, estos encuentros han sido juzgados y perseguidos por el cotilleo y se nos ha calificado de banales por el hecho de charlotear, pero esta lectura policial olvida que muchas veces el cotilleo ha sido lo único que muchas minorías han tenido, que ha sido un gran punto de encuentro y creación de vínculos de solidaridad; es cuando muchas de estas personas se han visto reflejadas y han conseguido ver que su situación no era individual, sino colectiva, y han conseguido transformarla en una lucha.
Colapso, amistades que se acaban… ¿Qué te ayuda a gestionar todo este dolor?
Cuando escribo, no siento dolor. Escribir sobre el dolor o la incertidumbre no quiere decir que esté pensando en ello todo el rato; quiere decir que me atraviesa. Los discursos que niegan la potencia sanadora de la escritura me parecen muy tópicos. No quiere decir que escribamos para sanarnos; escribimos para crear arte, pero esta función estética puede ordenar.
¿Y qué nos puede ayudar como lectores o como ciudadanos?
La única manera, aunque parezca obvia, es colectivizarlo. Yo solo he sido capaz de atravesar dolores muy fuertes cuando los he colectivizado: cuando he leído, cuando he dialogado con escritores que no me conocen, cuando me he encontrado con mis amigas, cuando me he fundido en una fiesta durante horas y me he soltado en una masa que me sostenía, cuando me he movilizado y he ido a una manifestación que daba sentido a lo que estaba haciendo, cuando he decidido activamente pasar tiempo con mi familia… El problema es pensar que solo hay una única manera de colectivizar el dolor.
Alejandro Zambra dice, en el libro Tema libre, que para él tiene sentido escribir en cuanto pertenece a un colectivo, ya sea un país, un equipo de fútbol o un grupo de amistades. ¿Sería esto?
Sí, tiene mucho que ver con quien me coge de la mano bajo este cielo estrellado inmenso que no puedo comprender. La cantilena que la escritura es una tarea solitaria nunca ha sido así para mí; siempre he compartido mi escritura con mi entorno y con los lectores. Cuando escribo, me rodeo de muchos libros, y la escritura de mi libro es un diálogo total con todos aquellos autores. Siento que, cuando escribo, afirmo mi existencia alrededor de tantas otras existencias que me superan, pero que me sostienen y me acompañan.